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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

BOOK: Out
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Comprobó con satisfacción que un repartidor de folletos, un anunciante de espectáculos eróticos y un grupo de colegialas se apartaban para dejarle paso. Todos ellos habían captado al instante el aura de peligrosidad que desprendía. Con las manos en los bolsillos y con cara de pocos amigos, dobló por una esquina cerca de las oficinas municipales y entró en el callejón donde se encontraba el club de su propiedad. Satake subió la escalera a grandes saltos y, al llegar al final del pasillo del primer piso, empujó la puerta negra que daba paso al Mika.

Con todas las luces encendidas, el interior estaba más iluminado de lo que cabía esperar al ver la pálida luz natural que se reflejaba en los cristales con motivos griegos. Sentada a una mesa cercana a la entrada había una mujer esperándolo.

—Gracias por venir —le dijo Satake.

—De nada —respondió ella.

Pese a su origen taiwanés, Reika Cho hablaba un japonés perfecto, casi sin acento. Ésta era una de las razones por las que Satake había decidido dejar el club en sus manos. Reika tenía casi cuarenta años, pero estaba orgullosa de su piel clara y suave. Solía llevar blusas con escotes generosos y un toque de rojo en los labios por todo maquillaje. Su largo cuello estaba adornado con un elaborado colgante de jade y una gran moneda dorada. Acababa de encender un cigarrillo y, al bajar la cabeza para saludar a Satake, exhaló una bocanada de humo.

—Siento haberte citado a estas horas —dijo Satake—. Sé lo ocupada que estás.

—No te preocupes. Estoy a tu disposición —respondió Reika con un tono insinuante.

Satake decidió sentarse sin mostrar ningún interés. Miró a su alrededor con aire satisfecho: rosa intenso y decoración rococó. Cerca de la entrada había una máquina de karaoke y un piano blanco rodeado por cuatro mesas. Bajando una escalera se accedía al piso principal, con doce mesas. Era un espacio agradable, que recordaba a un típico local de Shanghai.

Reika lo miró y juntó sus dedos blancos y largos, en uno de los cuales lucía un anillo de jade.

—Reika, deberías cambiarles el agua a las flores —observó Satake mientras señalaba los grandes jarrones esparcidos por la sala.

Los jarrones estaban decorados con bonitos ramos de lirios, rosas y orquídeas, pero el agua se había vuelto turbia y las flores empezaban a marchitarse.

—Tienes razón —admitió Reika echando un vistazo a la sala.

—Es lo mínimo —dijo Satake sonriendo, si bien la indiferencia de Reika en esos asuntos lo sacaba de sus casillas.

Sin embargo, también apreciaba su buen hacer en los negocios.

—Por cierto, ¿de qué querías hablarme? —le preguntó Reika con una sonrisa y con ganas de cambiar de tema—. ¿De las comisiones?

—No, de un cliente. ¿No ha habido ningún problema últimamente?

—¿De qué tipo?

—Anna me contó algo —explicó Satake inclinándose hacia delante.

Reika se puso tensa. Anna Li, de Shanghai, era la mejor chica del Mika y su principal fuente de ingresos. Reika sabía que Satake protegía especialmente a Anna y que siempre hacía caso de sus comentarios.

—¿Y qué te contó?

—¿Entre nuestros clientes hay un tal Yamamoto?

—Yamamoto los hay a punta pala... Ah, ya sé a quién se refiere —asintió Reika como si recordara algo—. Hay uno que está muy colgado de Anna.

—Eso es lo que me dijo. Mientras pague no hay problema. Pero parece que últimamente la espera fuera del club para seguirla.

—¿De veras? —preguntó Reika echándose hacia atrás para subrayar su sorpresa.

—Ayer me llamó y me dijo que la había seguido hasta su apartamento.

—De hecho, le cuesta aflojar la pasta —comentó Reika extrañada.

—Eso parece. Ya te digo que es mejor ir con cuidado. La próxima vez que aparezca por aquí, no le dejes entrar. No quiero que Anna vaya con cualquiera.

—De acuerdo —dijo Reika—. Pero ¿qué le digo?

—Ya se te ocurrirá algo. Para eso te pago —dijo Satake escurriendo el bulto.

Como si despertara de un sueño, Reika frunció los labios y puso cara de experimentada negociante.

—De acuerdo. Daré órdenes estrictas al jefe de sala.

El jefe de sala era un joven taiwanés que llevaba un par de días sin aparecer por el club a causa de un resfriado.

—Y cuando Anna no tenga clientes, mándala a casa en un taxi.

—Así lo haré —dijo Reika asintiendo varias veces con la cabeza.

Satake se levantó y dio la conversación por terminada. Al igual que hacía con los clientes, Reika lo acompañó hasta la puerta.

—Y no te olvides de las flores —insistió Satake.

Mientras observaba a Reika sonreírle ambiguamente, pensó que pronto debería empezar a buscar a una nueva encargada, un puesto de suma responsabilidad. Los criterios de elección de las chicas se basaban en la juventud, el aspecto y la clase, puesto que eran la mercancía con que debía trabajar la encargada.

Al salir del Mika, Satake subió al segundo piso, donde se encontraba el Amusement Park, una sala de juego donde se jugaba básicamente al bacará. También había contratado a alguien ex profeso para ese negocio, por lo que él sólo se pasaba por el local dos o tres noches a la semana. Hacía aproximadamente un año que, al ver que la sala de mahjong que había justo encima del Mika se iba a pique, había alquilado el local para abrir la sala de juego con la idea de ofrecer una alternativa a los clientes que salían del club. Como no tenía los permisos en regla, no podía anunciarse y debía confiar en el boca oreja entre los clientes del Mika. Sin embargo, y a pesar de que sólo esperaba que fuera una actividad suplementaria, el nuevo negocio había sido todo un éxito.

Empezó con dos pequeñas mesas de bacará, pero conforme el número de clientes fue aumentando, decidió contratar a varios profesionales jóvenes e instaló una mesa grande. Así pues, lo que había comenzado como un entretenimiento clandestino para los clientes que salían del Mika, se había convertido en un próspero negocio abierto desde las nueve de la noche hasta el amanecer.

Satake desenchufó el cable eléctrico que colgaba del cartel de color blanco y frotó con su pañuelo el pomo de la puerta, pero reprimió la tentación de pedir cuentas al encargado, como había hecho en el Mika. De hecho, el Amusement Park era su local preferido y el que más dinero aportaba a sus negocios.

De pronto, el móvil que llevaba en el bolso de mano empezó a sonar.

—¿Dónde estás, cariño? Tengo que ir a la pelu —dijo Anna en un japonés incorrecto pero coqueto.

Nadie le había enseñado a hablar de esa manera, pero tenía un don innato para ablandar a los hombres. A Satake le encantaba.

—De acuerdo. Ahora te recojo.

Tenía empleadas a casi treinta chicas chinas, pero la belleza y la inteligencia de Anna la hacían especial. Estaba a punto de encontrarle un buen cliente. Siempre se había encargado de escogerlos él mismo, y no iba a permitir que se liara con un pobre desgraciado.

Satake dejó atrás las calles de Kabukicho para ir a buscar su Mercedes blanco, que había estacionado en el parking del edificio Haijia. Tardó diez minutos en llegar al apartamento de Anna, en Okubo. Pese a ser un bloque de viviendas nuevo, en el vestíbulo no había sistema de seguridad alguno, de modo que si era verdad que ese tipo la perseguía, quizá debiera plantearse un traslado. Inmerso en esos pensamientos, Satake llegó a la quinta planta y pulsó el interfono del piso de Anna.

—Soy yo —anunció.

—Está abierto —habló una voz cálida en un dulce susurro.

Al abrir la puerta, salió a recibirle un caniche de aspecto frágil. Parecía estar esperándolo. A Satake no le gustaba, pero era la mascota de Anna y tenía que fingir interés. Lo apartó con la punta del zapato y se dirigió hacia el interior.

—¡Eh! ¿No eres un poco fresca?

—¿Qué quiere decir «fresca»? —gritó Anna desde su habitación.

En lugar de responder, Satake siguió jugando con el perrito mientras esperaba a Anna. El recibidor estaba lleno de zapatos de varios estilos y colores, que Satake ordenó para que Anna pudiera elegir fácilmente el par que se fuera a poner antes de salir.

Finalmente apareció, tan extremada como siempre. Iba con el pelo, largo y ondulado, recogido en una coleta; la cara sin maquillar, y los ojos ocultos por unas Chanel de sol. Llevaba una camiseta holgada con un bordado de lame y unas mallas de leopardo. Incluso con las gafas de sol, era evidente que su tez blanca y perfecta no necesitaba maquillaje. Satake observó de nuevo su rostro y sus labios gruesos y ligeramente curvados que tanto gustaban a los hombres.

—¿A la de siempre? —preguntó.

—Sí —respondió Anna mientras se ponía unas chinelas que dejaban al descubierto sus uñas bien cuidadas.

Al ver que iba a quedarse solo, el perro se plantó sobre las patas traseras y se puso a ladrar desesperadamente.

—Basta ya, Jewel —dijo Anna como si estuviera riñendo a un niño—. No seas malo.

Satake y Anna salieron del apartamento y esperaron a que llegara el ascensor. Normalmente Anna se levantaba después del mediodía, iba de compras o se pasaba por la peluquería, comía un poco y se iba al Mika. Si no tenía nada que hacer, Satake la acompañaba en sus salidas, para evitar que alguien la descubriera y se la quitara. Justo en el momento en que entraban en el ascensor, su móvil volvió a sonar.

—¿Satake? —dijo una voz al otro lado de la línea.

—¿Kunimatsu? ¿Eres tú?

Kunimatsu era el encargado del Amusement Park. Satake miró a Anna, que le devolvió un instante la mirada antes de ponerse a juguetear con un bote de esmalte, del mismo color que el que llevaba en las uñas de los pies.

—¿Qué quieres? —preguntó Satake al encargado.

—Tengo que consultarle un asunto relacionado con el local. ¿Podemos hablar de ello hoy?

La aguda voz de Kunimatsu resonaba en el reducido espacio del ascensor. Satake se alejó el móvil del oído.

—Sí. Voy a llevar a Anna a la peluquería. Podemos vernos mientras la atienden.

—¿Dónde está?

—En Nakano. Peluquería Satin.

Tras concertar la hora y el lugar del encuentro, Satake colgó. El ascensor ya había llegado a la planta baja. Anna salió primero y se volvió para lanzarle una mirada coqueta.

—Cariño, ¿has hablado con Reika?

—No te preocupes. Ese tipo no volverá a poner los pies en el local.

—Perfecto —dijo ella mirándolo por encima de las gafas de sol—. Pero aunque no vuelva al local, podrá seguir viniendo aquí.

—No te preocupes. Yo te protegeré.

—Quiero mudarme.

—Si vuelve a suceder, lo tendré en cuenta.

—De acuerdo.

—Por cierto, ¿qué pinta tiene? —quiso saber Satake.

—Si le ofrecen otra chica se enfada mucho—explicó Anna haciendo una mueca. Siempre arma jaleo, y el otro día pidió que le fiaran. ¡Eso no me gusta! En nuestro negocio también hay normas que cumplir —añadió fastidiada al tiempo que se subía al Mercedes.

Aunque no pareciera más que una preciosa muñeca delicada, Anna era una mujer con las cosas claras. Hacía cuatro años que había llegado a Japón para estudiar el idioma y, según constaba en su visado, seguía asistiendo a las clases de la academia.

Después de dejar a Anna en la peluquería, Satake acudió a su cita con Kunimatsu.

Éste, que ya había llegado a la cafetería, le saludó discretamente alzando la mano desde una mesa situada al fondo del local.

—Gracias por venir —dijo Kunimatsu con una sonrisa amable mientras Satake se acomodaba en el sofá.

Ataviado con un polo y pantalones de golf, Kunimatsu parecía más un profesor de algún club deportivo que el encargado de una sala de juego. Sin embargo, pese a no haber cumplido los cuarenta, llevaba muchos años dedicándose al negocio. Satake lo había conocido en una sala de mahjong de Ginza, de la que había sido subdirector durante una larga temporada.

—¿Qué hay? —le preguntó mientras le miraba a la cara y encendía un cigarrillo.

—Quizá no tenga mucha importancia —comentó Kunimatsu—, pero hay un cliente que me preocupa.

—¿Quién? ¿Un poli?

El mundo del juego funcionaba según el refrán que dice que hay que martillar el clavo que sobresale. Si se difundía el rumor de que el Amusement era una mina, posiblemente la policía quisiera buscarles las cosquillas para que sirviera de ejemplo a otros locales ilegales.

—No, no es eso —respondió Kunimatsu negando con sus largos dedos—. Se trata de un cliente que viene casi todas las noches y pierde habitualmente.

—No conozco a nadie que juegue al bacará todos los días y gane —dijo Satake con una sonora carcajada que contagió a Kunimatsu.

Éste removió con una pajita su zumo de naranja y Satake bebió un sorbo de su café con leche. Ninguno de los dos bebía alcohol a esas horas.

—¿Y cuánto ha perdido?

—Pues... cuatro o cinco millones en dos meses. No es nada del otro mundo, pero cuando empiezan no hay quien los pare.

—Tampoco es tanto. ¿Qué es lo que te preocupa?

—Anoche solicitó un préstamo.

Por regla general, en la sala no se anticipaba dinero. Sólo de forma excepcional se prestaba a algún cliente habitual, pero siempre cifras por debajo del millón de yenes. Ese cliente debía de estar al corriente de que ofrecían ese servicio.

—Que no fastidie. Échalo —dijo Satake secamente.

—Eso es lo que hice. Se lo dije por las buenas, pero se fue hecho una furia.

—Que se joda. ¿A qué se dedica?

—Trabaja en una empresa de mala muerte. Si sólo fuera eso no lo habría molestado. Pero esta mañana he llamado a Reika para saber si era cliente del Mika, y me ha dicho que también está en su lista negra.

—Vaya con Yamamoto. Así que le gustan el dinero y las mujeres —dijo Satake con un suspiro mientras apagaba su cigarrillo.

Había muchos hombres que se encaprichaban de sus jóvenes y bellas chicas chinas, pero la mayoría sabían cuándo no podían gastar más dinero y dejaban a las chicas en paz. Sin embargo, ese tal Yamamoto parecía querer ganar al bacará para gastárselo después en Anna.. O quizá se había dado cuenta de lo se había gastado en ella y pretendía recuperar por lo menos una parte. Sea como fuere, Satake había visto suficientes casos como ése para saber que Yamamoto había perdido la cabeza y ya no se divertía ni con el juego ni con las mujeres. Al fin y al cabo, quizá ese tipo fuera más peligroso de lo que había creído, tanto para Anna como para el club.

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