Parte de Guerra (25 page)

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Authors: Julio Sherer García y Carlos Monsiváis

Tags: #Histórico

BOOK: Parte de Guerra
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«A la cachi, cachiporra, porra»

En las asambleas del Politécnico, las atmósferas difieren considerable mente de las universitarias en cuanto a exhibición de pasiones, aprendizaje más severo del habla asambleísta, dureza en los pronunciamientos, resistencia sobrehumana a las horas-asamblea. No se percibe en el Poli el vaho de las modas culturales, ni la ironía de los lectores de novelas seguros de ser en esas semanas autores y lectores de un relato portentoso. Tampoco abundan las jóvenes intensas que en Ciencias, Filosofía y Ciencias Políticas marcan el cambio de actitudes de las mujeres. Los distingos son tan obvios que no hace falta decirlos, como se hubiese comentado en el 68. En la UNAM se estudia para triunfar; en el Politécnico para salvar a la familia y salvarse uno mismo de la probada vocación de fracaso. (Y la excepción tardía de un estudiante de Vocacional en 1968, Ernesto Zedillo, no hace verano.)

Escuelas tomadas, escuelas ametralladas, vendas, sacudimientos craneanos, encarcelamientos… Y a eso añádanse las debilidades patentes de sus funcionarios. El doctor Massieu se apresta para encabezar la marcha de protesta del 5 de agosto y luego se hace a un lado, no sin exigencias: «Será necesario evitar todas aquellas expresiones que no tengan relación directa con las peticiones del estudiantado politécnico y todas aquellas intervenciones que sean ajenas o perjudiciales a los intereses del Instituto y, por supuesto, de la nación. El programa detallado del acto tendría que ser conocido y discutido de antemano con las autoridades del Instituto.»

En su «canto del cisne», Cebreros, regente del membrete de la FNET, da el 6 de agosto una conferencia de prensa donde denuncia al Comité Coordinador de Huelga del IPN, que «incita a los estudiantes a quemar autobuses y causar daños a particulares, pues está infiltrado por agentes de la CÍA y del comunismo internacional». La FNET agota sus bríos, e igual le sucede al melodramático director. El 9 de agosto, Massieu le pide a los estudiantes que adopten el lema «Manos fuera del Politécnico», y se despacha con su postrer intimidación: «Todavía es tiempo de que ustedes reaccionen; si no quieren ver al Instituto dentro de un estado de caos que no favorezca ni al Instituto ni a la nación, deben alinearse con el politecnicismo […] La institución está por encima, inclusive, de los hombres que la dirigen». Pues sí que está muy alta la institución.

El politecnicismo no responde, tal vez por ahogarse en su complejidad onomástica, y se adueñan del escenario los radicales, de formación vagamente marxista, valientes, sectarios, imaginativos, aferrados a la disciplina autoimpuesta. Se integran al CNH, y son consecuentes y combativos (para usar adjetivos de la época). Sin embargo, es mínimo su papel en las evocaciones, pese a ser sin duda alguna los más reprimidos. Una hipótesis al respecto: la Historia también la escriben los vencidos con hábito de escritura, y esto explica el registro tan menor de un espíritu épico tan demostrable. Otras causas complementarias: el mayor protagonismo de los universitarios; la presencia del rector Barros Sierra; el interés compulsivo de los medios informativos en la UNAM; la falta de «relevancia social» del Politécnico. Pero sin la intrepidez de los del Poli, el tono confrontacional del 68 hubiese sido distinto, menos vibrante sin duda.

«Varios compañeros estaban dispuestos a quedarse ahí»

Con los activistas del Politécnico, igual que con muchísimos de los brigadistas, la mentalidad militante alcanza su climax. Muchos usan la causa para redefinir a fondo la conducta (y en los grandes retrocesos de la causa, parecen suspendidos en el vacío); hay episodios de tozudez y arrojo. Véase el testimonio elocuente de Jaime García Reyes: Cuando el bazucazo y la toma de la Prepa Uno, nosotros estábamos en la Vocacional 7. Sabíamos que habían tomado la Vocacional 5 y que venía un camión del ejército. Se discutió mucho si ofreceríamos resistencia al ejército, incluso nos intentamos parapetar, amarramos cadenas, pusimos mesabancos y varios compañeros estaban dispuestos a quedarse ahí agarrados de la mano para impedir que el ejército tomara la escuela. Sin embargo, al oír las noticias de lo que estaba sucediendo, y ver llegar las tanquetas decidimos correr.

Hay un 68 por descubrir, lejos de los manifiestos y de las posiciones críticas, un 68 de estricta resistencia política, del «Ya basta» organizado por nadie y por todos al mismo tiempo. ¿Qué juicio merece en retrospectiva este conjunto de acciones? Son sin duda medidas de la desesperación y conducen al límite el proceso, pero los estudiantes no asesinan a nadie. También gran parte de los estímulos de la resistencia politécnica provienen de la ciudad tensa y frenética, de la energía de generaciones
aplazada
o extirpada que, como puede, se acerca al espíritu de justicia. Al respecto, aún me intriga por qué el gobierno no destacó ni en rigor advirtió el impulso de la insurgencia popular. ¿Y por qué la prensa disminuyó la gravedad de los incidentes? ¿Cuál fue la estrategia gubernamental? Lo más probable, aunque jamás nos acercaremos a lo seguro, depende del miedo gubernamental a que, afuera y adentro, se divulgara la idea de una rebelión urbana incontrolable.

García Reyes, un narrador muy convincente, traza el vértigo de esos días:

Así, al llegar el sábado 21 de septiembre supimos que otra vez venían los granaderos. Nos preparamos desde la mañana para enfrentarlos. Considerábamos que la represión no tenía posibilidades si era a través del enfrentamiento. Ese sábado nos dedicamos a preparar un enfrentamiento con los granaderos, a provocarlos para que se acercaran. En la Vocacional 7 confeccionamos bombas molotovs y las fuimos subiendo a los techos de Tlatelolco. Un espectáculo padrísimo fue ver a los niños de Tlatelolco, con cucharas, escarbando y sacando piedras, porque Tlatelolco estaba empedrado, y subían enormes cantidades de piedras a los edificios. Quemamos trolebuses, quemamos patrullas, quemamos un jeep de Tránsito, interrumpimos el tráfico por San Juan de Letrán; eso fue durante todo el día, mientras los granaderos en ese momento estaban muy ocupados enfrentado a los estudiantes en Zacatenco. Concurrieron a Tlatelolco estudiantes de prácticamente todas las escuelas. Deciamos: «en Zacatenco nos están golpeando, vamos a provocar situaciones para que vengan por nosotros que sí estamos preparados para enfrentarlos». Como no venían nos fuimos al Paseo de la Reforma, en el cruce de Insurgentes; rompimos los semáforos para interrumpir el tráfico. Cerca de las cinco de la tarde pensábamos ya que no iban a llegar y los de otras escuelas se empezaron a retirar, pero como a las seis y media llega ron los granaderos y se inició ahí una de las batallas más temibles que hayamos tenido contra ellos, y con un saldo positivo para nosotros. Los granaderos concentraron su ataque sobre la Vocacional 7, cuando nosotros ya habíamos salido a los alrededores o a los edificios. En la Vocacional se habían quedado aproximadamente dos personas, pero esa noche los granaderos no entraron a la Vocacional, porque nos habíamos parapetado en los edificios y cuando llegaron los atacamos por todos lados. La gente de Tlatelolco descubrió que los boilers automáticos, que en aquella época eran una novedad, permitían tener agua muy caliente. Cuando se acercaban los granaderos, les echábamos baldes de agua caliente. Nosotros utilizábamos las piedras y las bombas molotov, y mientras ellos agotaban sus gases lacrimógenos contra la Vocacional, algunos muchachos les tiraban piedras con hondas. Los granaderos contestaron también con piedras. Los teníamos acorralados.

La lucha se extendió hacia Peralvillo, la Exhipódromo y Tepito. En la Exhipódromo de Peralvillo les aventaban llantas encendidas. La lucha, más o menos con ese grado de intensidad, se mantuvo de las siete a las doce de la noche. […] Los granaderos se vieron imposibilitados totalmente y se suscitó un incidente grave. Un militar que andaba de civil, de apellido Urquiza, intentó llegar a su casa en Tlatelolco, y vio que unos granaderos golpeaban a su madre. El tipo sacó su pistola y mató a dos granaderos. A las doce de la noche no había un solo detenido, los granaderos habían agotado sus provisiones de armas, habían muerto dos de ellos, y se pusieron a disparar, a mí me consta. Vi granaderos disparando con pistola. Cuando ya estaban totalmente derrotados, llegó el ejército y nosotros, como si no hubiera pasado nada, nos bajamos a dialogar con un general que encabezaba el batallón ese.

Tradición y modernidad en las marchas

El Movimiento —la hipótesis es sustentable— es muy superior a sus proclamas y a su discurso, y el eje de su modernidad son las brigadas que al encender a la ciudad políticamente muerta, le dan forma original a lo que hubiese sido la protesta estratificada en asambleas y marchas. Recuérdense las consignas: «Obrero, tu causa es la nuestra. / Las soluciones no se improvisan, se piensan. / Ninguna autoridad se justifica imponiendo el orden si provoca el desorden. / Ya es tiempo de que estudiantes y pueblo marchen juntos hasta la victoria. / Los profesores reprobamos al gobierno por su política de terror. / Pueblo, si amas la verdad no esperes encontrarla en la prensa. / Basta ya de líderes charros. / Los verdaderos agitadores son: el hambre, la ignorancia y la injusticia». El candor es inocultable, y es lento el aprendizaje del habla política que exprese la singularidad del Movimiento. Sólo algunas pancartas le conceden espacio a la actitud nueva: «Respeto a la Constitución. / ¿Dónde estás, Miguel Hidalgo, ya deja el curato y acompáñanos. / Granadero: no reprimas. Piensa en la vergüenza de tus familiares.»

En las parodias de corridos o canciones célebres, también se dejan ver los cambios. El humor masificado rompe con la leve tradición de sarcasmo de la izquierda, sin que los resultados sean muy notables:

Año del 68, muy presente tengo yo,

En un cuarto de Los Pinos,

Díaz Ordaz se desbieló,

Díaz Ordaz se desbieló.

(Con la música del «Corrido de Rosita Alvírez»)

La mayor ventaja de los discursos es, históricamente, el hecho de que muy pocos los escuchan. (Siempre he creído intencional lo defectuoso de los sistemas de sonido. Es la coartada perfecta para lo inaudible de las intervenciones burocráticas o incendiarias.) Sólo en parte el Movimiento es una excepción. Es tal la ansiedad de politizarse que muchísimos oyen en su integridad los alegatos, y éste es el mejor, más impracticable homenaje a la práctica discursiva. Las de entonces son por lo común parrafadas extraídas del repertorio de otras épocas, cuando se adoctrinaba a ese pueblo que por algún motivo incomprensible rehuía la oportunidad de politizarse. En los mítines no se reproduce el habla de asamblea (directa, repetitiva, airada, urgente), sino, más bien, se le da salida al poeta, el educador, el teórico instantáneo, el dirigente histórico, el profeta apocalíptico que cada orador lleva adentro. ¡Oh dioses! Se eligen, Ramón Ramírez mediante, algunas muestras:

—La vieja Preparatoria Nacional, cuyos respetables y sólidos muros y puertas habían resistido todas las convulsiones sociales de nuestra vida independiente, tuvieron esta vez que ceder ante la violencia de las fuerzas de choque del ejército.

—México es algo más que los discursos de los demagogos. ¡México es un país con 20 millones de hambrientos y 10 millones de analfabetas, un país en el que sólo una camarilla que está en el poder impone su verdad y su ley! Y a esto es a lo que las autoridades llaman Revolución Mexicana.

—Nos fortalecemos día a día, porque el problema estudiantil lo hemos sabido enmarcar en el pueblo, por lo que es ahora de lucha social.

No se objeta el sentido de tales pronunciamientos. Se reitera lo obvio: la modernidad del Movimiento radica en la actitud, no en el discurso, así por el impulso adquirido haya momentos memorables extraídos del palabrerío.

Algunas imágenes acumuladas

23 de agosto. En la Plaza del Estudiante, frente al Reclusorio del Carmen, estudiantes muy jóvenes reclaman la libertad de Guillermo Domínguez Viveros, el policía detenido ayer cuando, rodeado de su esposa y sus hijos, demandaba la moralización de la policía. Oigo a una joven, estudiante de Ciencias Políticas, que elogia a Domínguez Vive ros, y le pone de ejemplo: «Estos son los policías que necesitamos, no los verdugos del pueblo».;Luego, un estudiante de Leyes recita parte de algún curso, explica el pliego petitorio y exclama: «No queremos más cárceles sino más escuelas.» Se ha organizado un relevo de brigadistas para prolongar el mitin. Los curiosos se intrigan: Estudiantes que demandan la libertad de un policía, ¿adonde iremos a parar?

Frente a la delegación de policía de Bretaña, un estudiante de Filosofía, de capa española y aspecto calificable de «bohemio», se planta y lanza lo que llama «ponencia didáctica». Los uniformados lo miran. "Amigo azul. Envaina tu furia y concédele el ocio a tu macana. Oye mis palabras y reflexiona. ¿Qué te han hecho los estudiantes, criaturas del saber preocupados por el destino de México? México no es el cuerno de la abundancia que tus jefes te pintan. Es tierra de sangre y lágrimas, es…» (hasta aquí mis notas). Los policías trocan su indiferencia o su recelo en franca admiración y lo aplauden. El joven los exhorta a la «lectura como oficio sagrado» y grita: «¡Viva la amistad entre el estudiantado y la policía digna!» Y algunos de sus escuchas lo corresponden con un «¡Viva!», que entrevera sorna y adhesión.

Los domingos en la explanada de Rectoría, la Asamblea de Intelectuales organiza lecturas de poesía que se combinan con pie zas de guitarra y canciones. Un grupo pequeño y decidido los escucha, interesado en el experimento. No se lee poesía «comprometida», sino lo que cada uno decide. Hoy recién ha terminado Gabriel Zaid y se dispone a leer Óscar Oliva. La atmósfera es tranquila, al filo de lo apacible. Alguien, previsiblemente, comenta: «Es el ojo de la tormenta».

No se recuerda en los sectores de clase media un frenesí organizativo comparable al de 68. La comunidad universitaria existe o resucita, y se reúnen y se manifiestan médicos, ingenieros, odontólogos, químicos, científicos, economistas, arquitectos, veterinarios, contadores. En el Politécnico sucede lo mismo. Apoyar al Movimiento certifica, a los ojos de quienes lo hacen, su calidad moral, su libertad de conciencia. Es desbordante la felicidad cívica (¿cómo describirla de otro modo?) prevaleciente en las semanas anteriores al 2 de octubre. Se entreveran el relajo y el compromiso político, la libertad personal y la disciplina de contingente y brigada asumida voluntaria y voluntariosamente. Como suele suceder, no hay crónica o nostalgia que le haga justicia al Movimiento en su auge. Es el preestreno de la ciudadanía y el debut —casi formal— de los espacios liberados de la tutela del gobierno. Esto es,
stricto sensu,
el 68: las sensaciones de libertad multitudinaria, la mirada que no alcanza a ver el final de la marcha, el desmadre politizable, el sectarismo acrecentado por la represión, la experiencia generacional que se disfruta con plenitud y se asimila a lo largo de los años. El 2 de octubre es el asesinato del 68, no su expresión simbólica.

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