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Authors: Julio Sherer García y Carlos Monsiváis

Tags: #Histórico

Parte de Guerra (20 page)

BOOK: Parte de Guerra
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Palabras de nadie a nadie, en una ronda carnavalesca que pasa por las antesalas y los sótanos del poder. El «extraño enemigo» no es sino el gran contingente enterado por vez primera del uso entrañable de la Constitución de la República. Pero a la maquinaria de la satanización no se le detiene con realidades. Así, el manifiesto del Partido Popular Socialista del 6 de agosto, redactado por Vicente Lombardo Toledano, denuncia a las

«fuerzas en la sombra» detrás de la agitación, en particular el ultraderechista MURO, la CÍA y el FBI. Y pregunta:

¿Qué papel desempeñaron en los disturbios, minúsculos grupos de «ultras» de la seudoizquierda que hablaron de «lucha de barricadas» y de «guerrillas urbanas», y pandillas de maleantes que se valen de cualquier escándalo para cometer tropelías y vejar al transeúnte y al pasajero indefenso? Los primeros, inconscientemente y de un modo irresponsable, y muchos de los segundos de manera seguramente calculada, sirvieron a las mil maravillas a la acción provocadora puesta en movimiento por los enemigos de México.

El gobierno y sus aliados no rehusan uno, sino dos diálogos, el propuesto por el pliego petitorio, y el otro, aun más vehemente, desplegado en las actitudes y las marchas y las brigadas y el amanecer difuso y perplejo del lenguaje democrático. Quieren ganarle a Díaz Ordaz porque es de justicia; quieren verter en el Movimiento las condiciones del cambio; le atribuyen a su toma de las calles la calidad de un contagio patriótico. Y en todo este lapso, Díaz Ordaz sólo ve alienígenas.

Los líderes del CNH

El liderazgo del CNH se establece sin dificultades. Más que por las Maniobras de camarillas, según la información disponible desde entonces, la concentración de las decisiones viene del manejo didáctico que convierte a las asambleas en foros del pueblo.

Y los estrategas más evidentes del CNH son, hasta donde mi información alcanza, Raúl Álvarez Garín y Gilberto Guevara Niebla. Álvarez Garín, exalumno de Ciencias de la UNAM y estudiante de Matemáticas en el IPN, es activista desde la adolescencia, «todo un cuadro» en la lógica geométrica del PCM, al que ha pertenecido. Formal, responsable, infatigable. Álvarez Garín es tímido y hosco, pero su experiencia le da acceso antes que a nadie a las perspectivas de conjunto. Guevara Niebla, de la Facultad de Ciencias, también con vivencias del PCM, se entrega entonces a la pasión teórica (es uno de los grandes conocedores de la naturaleza del 68), y a sus intervenciones las singulariza la sensatez («la irracionalidad», según el gobierno; «el reformismo», según la ultra izquierda), o eso me parece porque las entiendo, algo inusual en la turbamulta de acusaciones, contrademandas, informaciones colaterales ofrecidas como fin del tercer acto. Álvarez Garín y Guevara, entre otros pero señaladamente, captan lo esencial desde el principio: el vigor del Movimiento le viene de la autoridad moral que le conceden su unidad y su resistencia a la barbarie desde arriba, y también de la gran crítica actuada a los regímenes del PRI.

Asamblea permanente, incesante, la del CNH singulariza a va rios dirigentes. Uno, el vocero más constante, es Marcelino Perelló de la Facultad de Ciencias y del PCM. Perelló requiere de la silla de ruedas, tiene un halo romántico, se expresa con claridad, no rehuye el perfil del protagonismo, y es muy hábil en el diálogo de asambleas. A su papel central lo ayuda sobremanera la prensa, que lo vuelve emblemático y lo entrevista con frecuencia, al grado de que algunos advierten, tras la insistencia una maniobra gubernamental. Esto no es muy creíble, a partir de una certidumbre: no se localiza una sola astucia en el campo diazordacista. Su forma de maquiavelismo es el Cuerpo de Granaderos.

El representante por excelencia de los estudiantes de agronomía de Chapingo, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, es durante el Movimiento la leyenda que un rumor admirativo consagra. Ro busto, verboso, básicamente optimista, Cabeza de Vaca es valiente en grado superlativo y activista de tiempo completo. Lo ciñen las anécdotas: enfrentamientos verbales con porros y policías, intrepidez, abnegación. Y se van conociendo otros representantes en el CNH: Gustavo Gordillo y Eduardo Valle «El Buho», de Economía; Gerardo Estrada, de Ciencias Políticas; Salvador Martínez Dellaroca
El Pino
, de Ciencias; Psicología; Roberto Escudero, de Filosofía; Félix Hernández Gamundi y los hermanos González Guardado, del Poli, y dos mujeres, a las que distinguirá su valor civil y la saña persecutoria en su contra: Tita Avendaño y Nacha.

La asamblea de intelectuales y artistas

A principios de agosto, se reúnen en la Facultad de Filosofía artistas, escritores, intelectuales, que simpatizan con el Movimiento estudiantil y extreman su apoyo luego de cada nueva represión y de cada expresión de vigor comunitario. Algunos son marxistas, y provienen de las diversas frustraciones del Partido Comunista; otros, la mayoría, carecen de pasado militante y responden a causas de izquierda nacionalista o de búsqueda confusa de la democracia. La falta de experiencia repercute en el tono de las reuniones: incierto, plagado de noticias que se comentan extensamente para evitar la tentación de interpretar, muy dependiente del lugar común. Pero el esfuerzo es genuino, las adhesiones son numerosas, se junta algo de dinero para la publicación de desplegados (quinientas personas entregan su firma para que se use en caso de emergencia), y no se falta a las manifestaciones.

Se integra la mesa directiva de —el nombre es breve— la Asamblea de Intelectuales, Escritores y Artistas en apoyo del Movimiento Estudiantil. Los elegidos son Juan Rulfo, José Revueltas, Jaime Augusto Shelley, Manuel Felguérez, Jorge Mondragón y Carlos Monsiváis. Rulfo asiste (sin hablar) a reuniones y marchas. Revueltas solicita de inmediato ser el representante de la Asamblea en el CNH, y a los demás, al lado de un grupo de activistas generosos, entre lo que destacan Nancy Cárdenas y Rene Villanueva, nos toca organizar los manifiestos, convocar a reuniones amplias (se efectúa una sola), organizar los domingos lecturas de poemas y recitales de canciones. A la distancia la Asamblea de Intelectuales y Artistas no parece muy significativa pero en el mundo cultural enfrenta el apoyo al gobierno de las figuras destacadas.

La manifestación del 27 de agosto

La marcha del 5 de agosto, la primera de los estudiantes por su cuente, consolida la unidad de politécnicos y universitarios y demuestra algo fundamental: con celeridad, la protesta se ha vuelto causa, la mezcla orgánica de voluntad política y compromiso emocional que decepciona las expectativas del gobierno, seguro de lo efímero de las pasiones estudiantiles («Si no podemos evitar que griten, déjenlos, ya mañana se les olvidó por qué lo hacían»). En las manifestaciones del 5 y del 13 de agosto se afirman las razones de la actitud distinta el comienzo de la generación del 68. Desfilar, llevar mantas y pancartas, vocear consignas, es hacer partícipe al pueblo (todavía no la sociedad) del compromiso que legitima la disidencia. Nos golpean, nos insultan, nos calumnian, nos matan, y todavía pretenden que los aplaudamos. Y por eso tomamos la calle, nos lanzamos a la huelga, y te pedimos tu solidaridad, porque somos iguales a tus hijos, los amigos de tus hijos, a tus vecinos, en todo caso somos tus semejantes.

¿Qué es la memoria política sino la continuidad de las insistencias, las reiteraciones, las certezas fulgurantes de logro o derrota, el amor a las vivencias que al evocarse suscitan ideas de nobleza propia y monstruosidad ajena? En el caso del 68, la memoria política de una generación le adjudica un valor altísimo a la marcha del 27 de agosto: aguerrida (sin precisiones bélicas), regocijada y regocijante, y triunfalista a partir de la comprobación visual del poder de convocatoria. Si todavía no se dice «Somos un chingo y seremos más», sí la manifestación, entra en éxtasis al contemplar sus alcances demográficos, y se ríe de la estrategia de su adversario (todavía no su enemigo). Han fracasado las intimidaciones, las alertas a los padres de familia, las acusaciones de

«traición a la patria" y sus derivados, la retórica anticomunista tan útil contra los movimientos sindicales y la izquierda política, el regaño de las Más Altas Autoridades, para empezar el Presidente de la República, la «guerra de baja intensidad», el repudio de los Hombres de Pro, entre ellos los dirigentes empresariales, los articulistas afamados y el
Establishment
cultural. Y tan han fallado que vean nomás este gentío que no se acaba nunca.

El 27 de agosto, a lo largo de la ruta, del Museo de Antropología al Zócalo, los contingentes, encabezados por la Coalición de Padres de Familia y Maestros, extreman su afán competitivo. Las escuelas del Politécnico, las vocacionales, las preparatorias, la Escuela de Agricultura de Chapingo, la Normal de Maestros, la Escuela de Arte Dramático del INBA, el Colegio de México… Al número elevado de vallas de protección, lo explica la preocupación punzante: evitar provocadores. Las consignas más oídas, si me fío en mi registro acústico, son «¡Únete pueblo!» y «¡Muera Cueto!». En el Zócalo se ha izado una bandera roja y negra, el símbolo internacional de las huelgas. La Catedral se ilumina y repican las campanas.

Se reparten copias de una «Carta a los estudiantes» del periodista Víctor Rico Galán, preso por «intentona guerrillera»: «No pueden los oprimidos defender un legalismo que los deja inermes ante los atropellos feroces de la oligarquía. Entender que el ala derecha de ustedes está presionando ya por el lado de la legalidad paralizante es una necesidad imperiosa.» Paralizante o no, y con la salvedad de unos cuantos enfrentamientos que no le preocupan al gobierno, el apego a la legalidad fija la autoridad moral del Movimiento y es, además, la única vía concebible, porque —fanfarronerías y provocaciones aparte— el Movimiento es, y esencialmente, pacífico y constitucional. Si no, ¿por qué acudir inerme a la Plaza de las Tres Culturas? Si no, ¿por qué la abrumadora mayoría no dispone de arma alguna?

La manifestación transmite un mensaje directo, el optimismo de la causa que crece y se extiende. Desdibujado para entonces el origen dramático del Movimiento, se impone el ánimo victorioso. Nada inusual aunque sí leña al fuego, porque Díaz Ordaz contabiliza la algarabía como algarada sediciosa. Pero eso no se percibe en un Zócalo traspasado por las sensaciones de avasallamiento justiciero, tan indetenible que le grita al Presidente de la República: «¡Sal al balcón, hocicón!» No es cualquier cosa sacudir la sacralidad de Díaz Ordaz, tutearlo y aplicarle un mote. El
Noli me tangere
de la figura presidencial se derrumba con alborozo que recuerda los ritos del fútbol llanero. Pero de eso se trata, de fijar el aviso al autoritarismo: el diálogo más verdadero consiste en la mera continuidad de las multitudes en la calle. «¡Sal al balcón, hocicón!»

Se lee la lista de 86 detenidos, se aprueba que el 27 de agosto se llame de ahora en adelante Día de la Coalición Revolucionaria (bautizo y despedida), se lee un mensaje del líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo, desde la Penitenciaría:

Después de tenerme por más de 21 días con la torturante sonda gástrica en la vía nasal para obligarme a tomar alimentos líquidos, hoy me la quitaron cuando posiblemente quedaron convencidos de que a pesar de los crueles dolores que me causaba, mi actitud seguía invariable…

Pero debido al tiempo en que me tuvieron con la sonda, es probable que esa demora me llegue a causar graves lesiones en mi organismo, por lo que una vez más hago público que el único responsable es el Presidente de la República por las ulteriores consecuencias que llegue a sufrir por el brutal y torturante procedimiento a que fui sometido o se me llegue a someter en el futuro, ya que a partir de hoy he continuado mi huelga de hambre hasta que la palabra presidencial sea cumplida y se haga plena justicia.

Una característica fundamental del Movimiento es el equilibrio entre el dramatismo de los reprimidos y el júbilo que genera la resistencia. A diario abundan las constancias de la represión; a diario tonifica el espectáculo de tantos empeñados en contenerla. Las cartas de Rico Galán y Vallejo, la cantidad de presos recientes, el aire lúgubre que emana de la ciudad patrullada, las difamaciones a ocho columnas, la alegría del activismo, los pleitos internos por una descripción del Estado burgués, todo alimenta la sensación de estreno de sensaciones. ¿Cómo hacerle justicia descriptiva a la energía anterior al 2 de octubre?

La multitud se constituye en asamblea. Luego de varios oradores, interviene a nombre del CNH Sócrates Amado Campos Lemus. Sus habilidades, tal vez eficaces en auditorios donde sólo caben los convencidos, no se perciben en la asamblea ampliada, pero es colérico y conminatorio. Que se fije el día, fecha y hora del debate público. El Presidente tiene que dialogar, porque éste no es cualquier movimiento. Le pregunta didácticamente al solo activista enardecido repartido en doscientas o trescientas mil personas: «¿Dónde quieren que sea el diálogo?» La respuesta es tajante: «¡En el Zócalo! ¡Aquí!» No se miden las consecuencias porque la gran asamblea le fía a la cantidad de asistentes el salvarse de las represalias. Queda citado Díaz Ordaz el primero de septiembre a las diez de la mañana en la Plaza Mayor. Él se considera injuriado a fondo, y ve en la cita la trampa para obligarlo a renunciar. Afirma en sus memorias: «Y en este ambiente de desaforados, el Presidente de la República sentado en el banquillo de los acusados, contestando preguntas y aguantando injurias y burlas. Después vendría la presión física para que firmara algún documento.»

Se entona el Himno Nacional. (A lo largo del siglo el patriotismo más vehemente y sincero se localiza en los sectores contestarios, de los maderistas a los indígenas.) Se prenden decenas de miles de antorchas de papel, y el paisaje ígneo es francamente hermoso y melancólico. Se disuelve el mitin que para un buen número de asistentes cayó en la locura, en la provocación que tanto se ha querido evitar. Unos defienden lo ocurrido: «Pero lo decidió la asamblea". Otros responden: «Sí, pero inducida». Ya es tarde para el arrepentimiento.

En el Zócalo la escena es única. Los grupos encargados de la guardia se entretienen. Se prenden fogatas. Algunos preparatorianos emprenden los juegos infantiles. Mira que tomar el Zócalo para jugar «Doña Blanca». A la una de la madrugada, fuerzas del ejército, la policía y los bomberos se disponen al desalojo. El repertorio sí que conmina al nomadismo apresurado: un batallón de paracaidistas, los batallones 43 y 44 de infantería, doce carros blindados de guardias presidenciales, cuatro carros de bomberos, doscientas patrullas azules y cuatro batallones de tránsito, más contingentes del cuerpo de tránsito. En lo tocante a la recuperación del territorio nacional, el gobierno no corre riesgos. Por los magnavoces, se invita al éxodo: «Están ustedes violando el Artículo Noveno Constitucional. Tienen ustedes cinco minutos para abandonar la plaza. Se les dejó hacer su mitin y realizar su manifestación. Han estado demasiado tiempo y no se puede permitir que la plaza para usos comunes sea dedicada a otros menesteres. Dentro de cinco minutos intervendrá la fuerza pública». Los estudiantes gritan: «¡Orden, orden! ¡Calma, compañeros!», se sientan y aplauden. Los detentadores de la Violencia Legítima no entienden de gandhismo, y empujan a los jóvenes. Las unidades blindadas arrasan con mantas y pancartas. Enloquece el sonido de las sirenas. Los estudiantes, en su salida airosa, vitorean a México y entonan el coro sacramental: «¡México / Libertad / México /Libertad!» De nuevo el Himno Nacional.

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