Parte de Guerra (17 page)

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Authors: Julio Sherer García y Carlos Monsiváis

Tags: #Histórico

BOOK: Parte de Guerra
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Sigue vigente el «¡Úne te Pueblo!», ya un tanto inútil en estos meses porque tantos participantes no pueden ser sino pueblo. (Tal vez hubiese funcionado mejor un «Únete Élite», para denotar el carácter plenamente popular de la manifestación.) Hay transformaciones satíricas de la publicidad gubernamental: «Cuando todo granadero / sepa leer y escribir, / México será más grande, / más próspero y más feliz». Hay variantes de frases publicitarias: el jingle «¿Y qué es lo que queremos? La cerveza de barril embotellada», se transforma en «¿Y qué es lo que queremos? A Corona del Rosal embotellado». Un lema reiterado es de corte tradicional: «¡Muera Cueto!», en honor de Luis Cueto Ramírez, jefe de la policía. (Contribuí, de algo debo envanecerme, con el texto de una pancarta: «Santa Madriza, patrona de los granaderos».) Y en la manifestación del 5 de agosto, convocada por el Politécnico, colmada de incidentes, que parte de Zacatenco y termina en las instalaciones del IPN en Santo Tomás, se inicia una práctica que desconcierta. Se cuenta a partir del número uno, y llegando al 22 se hace una pausa y se grita «¡¡23 MUERTOS!!», con júbilo funeral no muy comprensible. Luego, ya en septiembre, de los 23 se pasa a los «¡¡32 MUERTOS!!», con alborozo idéntico.

¿Por qué se adopta tan rumbera necrofilia? No porque los muertos no importen, ni siquiera porque el carácter unilateral de las defunciones abona el desprestigio histórico del gobierno, sino porque anima en demasía cobrarle deudas a la represión. Antes, las víctimas desaparecían para siempre. Ahora, así sea sin nombres, se les echa en cara a sus victimarios. El mecanismo es muy simple, pero no despoja al rosario luctuoso de su carácter de magno disparate, ni hace menos penosa la falta de investigación al respecto.

Si el gobierno lo controla todo y es casi imposible averiguar con eficacia la cifra número de muertos y heridos, el facilismo elige un número porque sí, y lo califica de hazaña
.

«¡¡32 MUERTOS!!!», es decir, 32 pruebas fehacientes de la monstruosidad priísta. Se pudo escoger cualquier otro dígito, lo importante era afinar el resentimiento.

El sentimiento de vanguardia, sin ese término, sí que se propaga y se vuelve determinante. El lema de los norteamericanos, «Desconfía de todo aquel mayor de treinta años», se convierte en «Desconfía de todo aquel seguro de su porvenir burocrático». En Ciencias hay un grafiti: «La madurez es un tigre de papel». En la Facultad de Filosofía, a instancias de Ignacio Osorio, se inaugura el «Paseo de la Momiza" para honrar a los bustos de próceres de la Academia que contemplan la efervescencia de los alumnos tan irresponsables. Lo comentado y escrito sobre el poder estudiantil se desplaza a las asambleas, así no sea nunca la ideología oficial del Movimiento. En un volante se reproduce la cita de José Cadalso que en 1968 José Emilio Pacheco rescató en una de sus crónicas desde Europa para
La cultura en México:
«Cuéntese, pues, por nada lo pasado y pongamos la fecha desde hoy». De la defensa de la UNAM y del IPN se pasa casi sin darse cuenta, aunque sin método, a la demanda de la educación superior diferente por completo. Según el líder del 68 alemán Rudi Dutschke "No se puede cambiar las universidades sin primero cambiar la sociedad». Ráfagas ideológicas se agregan a lo que fue resistencia impulsiva y necesaria, y ya se quiere enjuiciar al sistema capitalista y la función social que le atribuye a las universidades. Desconfía de todo aquel sin vocación de grafitero. Afirman Dutschke y Daniel Cohn-Bendit: «Ser de extrema izquierda es politizar y actuar para destruir la estructura represiva de las instituciones». Desde luego, esta profesión de fe la comparte un sector muy reducido, que jamás la explica de modo convincente, pero la retórica exacerba el miedo del gobierno al cumplimiento de su profecía.

Cuéntense, pues, por nada lo pasado y pongamos la fecha desde hoy. En las asambleas y en los mítines se impone una vanidad de «clase cronológica» o como se le diga a la seguridad de que si nada se ha modificado en el país con todo y una revolución, se debe a la ineptitud o la complicidad de las generaciones anteriores.

La prensa: «Ve a cubrir el mitin, pero antes redacta la nota, bien dura, contra los alborotadores. Si pasa algo distinto, ni modo. Así es el periodismo. No serán los hechos los que nos atrasen la im presión.»

En 1968, el periodismo en México atraviesa por la experiencia mortecina de negar la modernidad desde un «respeto a las instituciones» que ya poco o nada les dice a los jóvenes y que por lo común se traduce al lenguaje del cinismo. («Sólo cuando me hicieron magistrado me percaté de cuan provechosa es la injusticia.») El periodista, por lo común, está al servicio de los políticos, los únicos lectores que se toman en cuenta, y mientras más declamatorio se muestra, más corrupto resulta. El arquetipo de este servilismo es Carlos Denegrí, columnista del poderosísimo diario
Excélsior,
al que la clase política lee devocionalmente. Denegrí es despótico, turbio, machista hasta la ignominia (pleonasmo), adulador sin tregua. Denegri chantajea, miente, usa de su columna para enviar a los interesados los mensajes de la dirigencia priísta o de la Secretaría de Gobernación. En el restaurante Ambassadeurs, junto a
Excélsior,
donde despacha y se embriaga con ferocidad, es la imagen conspicua del poder a trasmano. Se soportan sus excesos porque, a su oscuro nivel, habla a nombre del poder.

En cada región, el esquema se reproduce: los periódicos son las plataformas de la voracidad de empresarios voraces; los gobernadores usan de las publicaciones como su caja de resonancia; la Buena Sociedad se frota los ojos de placer al ver las notas de sus bodas, bautizos, primeras comuniones, fiestas, funerales donde el ataúd y el recién fallecido son de la mejor calidad; el clero vigila desde las páginas editoriales el comportamiento adecuado de sus fieles; los reporteros se obsesionan no en publicar sino en negociar la noticia. Y en la capital, donde chovinistamente se proclama la existencia de «diarios nacionales», todo se sujeta a tarifa: las ocho columnas, las entrevistas exclusivas, las fotos que salen y que no salen, los comentarios, las noticias que nunca alcanzan la legitimidad de la letra impresa. El poderoso lee el periódico para asombrarse sinceramente con las alabanzas que paga de modo suntuoso. En ese panorama, las alternativas apenas existen, y de allí la importancia de la llegada de Julio Scherer García a la dirección de
Excélsior,
en septiembre de 1968.

En el 68,
Excélsior,
dirigido por Julio Scherer, el semanario
Siempre!,
dirigido por José Pagés Llergo (con el suplemento
La cultura en México
), y
¿Por qué?
, el semanario sensacionalista de Mario Menéndez (que publica el mejor testimonio sobre el 2 de octubre), son las excepciones en una prensa enemiga sin tregua de los subversivos, que reedita los capítulos más histéricos de la Guerra Fría. Esto explica el grito de «¡Prensa vendida!» en las marchas, y la grotecidad de la desinformación. Luego de la matanza de Tlatelolco, la ofensiva periodística de ocultamiento parece tener éxito, y sólo detiene a la Operación Amnesia el esfuerzo de los presos políticos, la memo ria generacional, la obstinación de pequeños grupos y, muy señaladamente,
La noche de Tlatelolco,
de Elena Poniatowska.

En
Nexos
246 se da a conocer un documento revelador en extremo del comportamiento «amistoso» de la mayoría de las publicaciones; la carta del 24 de septiembre de 1968, que el director de
El Heraldo de México,
Gabriel Alarcón, le dirige a Díaz Ordaz. Lo hace «para que no exista duda de mi buena fe y entrega a su gobierno, y muy especialmente a que respaldo abiertamente su actitud valiente, sensata y patriótica».

Acto seguido, Alarcón le informa al Presidente de los agradecimientos recibidos por la lealtad de su periódico. El secretario Echeverría lo ha «orientado e indicado líneas a seguir en cada caso, externándome su conformidad con mi actuación». Alarcón, fiel a sí mismo, le avisa de un desplegado, organizado por redactores de
El Día
y
Excélsior,
que ha convencido a un grupo amplio de reporteros:

El mismo era de reproches al gobierno, por lo que procedí a advertir al Güero O'Farril (director de
Novedades)
y convencí a mis reporteros de lo desorientadora y antipatriótica que resultaría esa publicación y que no la apoyaran. El Lic. Echeverría me dijo que gracias a la información que en detalle le di, se paró a tiempo este asunto y además se logró que un grupo de reporteros «amigos», hicieran una publicación de apoyo al régimen. En ocasiones la orientación que me da nos da la guía para la noticia de ocho columnas.

Alarcón le notifica a GDO su agradecimiento al procurador de la República y no se diga al regente Corona del Rosal («Al igual que los funcionarios antes señalados, nos ha orientado sobre la forma en que nuestras informaciones resultan negativas a los agitadores, destacando hechos como la agresión a las fuerzas del orden y la profa nación a nuestra Bandera Nacional. Cabe aclarar que nosotros proporcionamos a otros diarios la foto del trapo que izaron en el astabandera los estudiantes».), y al secretario de la Presidencia, Emilio Martínez Manatou («El jueves pasado me llamó a primera hora Para felicitarnos por la forma en que se destacaba en primera plana la foto del Che y las aulas universitarias con nombres de líderes comunistas, así como nuestra otra información gráfica»). El secretario de la Defensa es más parco, y el licenciado Agustín Salvat estuvo de acuerdo en que no encontraba nada que pudiese (en
El Heraldo
) interpretarse como negativo al gobierno.

Algo ha pasado, Alarcón no ve la hora de reiterar su incondicionalidad:

«Sinceramente creo que mi lealtad y la de mis hijos está a prueba de cualquier duda […].

Sin embargo mucho le agradeceremos que si usted personalmente cree que nos hemos equivocado por favor nos lo haga saber. Señor Presidente, nos sentimos en un cuarto oscuro y solamente usted nos puede dar la luz que necesitamos y señalarnos el camino a seguir».

Más objetivo y veraz, ni la Oficialía de Partes.

A partir de 1972, se modifica el tratamiento periodístico del tema. Los del 68 dejan de ser «provocadores conscientes e inconscientes», y se les concede el halo romántico.

Paulatinamente, mientras cunde el desprestigio del PRI, ocupan zonas de poder los antiguos estudiantes de 1968, ya enamorados a pesar suyo del instante que marcó su juventud. La Guerra Fría se extingue, y los medios informativos, casi sin excepción, reconocen en el 68 un capítulo excéntrico y primordial de la gran historia de México.

El paredón verbal de la Guerra Fría

Si el Movimiento del 68 es una novedad histórica por las actitudes, las influencias y las decisiones cívicas (el discurso es bastante más tradicional), sus enemigos nunca trascienden la histeria de la Guerra Fría. El cálculo propagandístico tiene muy en cuenta el arraigo popular del anticomunismo: «Si los acusamos de comunistas, automáticamente quedarán aislados». Lo malo para el gobierno es el número de participantes, el impacto de las brigadas y la ausencia de fraseología «bolchevique». Sólo en una minoría muy conservadora cala la acusación de «rojillos». Tanto se habló del «puñado en la sombra», que las muchedumbres a plena luz del día parecen todo menos subversivas, a juicio de la opinión pública que emerge.

El fracaso de la operación «antisoviética» está muy en deuda con el delirio calumnioso de artículos, manifiestos y declaraciones. Véanse, por ejemplo, los siguientes pronunciamientos. Don Vicente Lombardo Toledano, dirigente del Partido Popular, tan stalinista que en agosto de 1968 vitorea la invasión soviética de Checoslovaquia, vierte su devoción sistémica: «Lo ocurrido no tiene nada que ver con una lucha ideológica. No se dirimen cuestiones filosóficas o políticas. Pero los agentes de la CÍA y de la reacción tradicional, que tienen nuevos organismos para combatir a la Revolución Mexicana, con careta de izquierdistas, tratan de crear una confusión que elementos ambiciosos pretenden capitalizar para sus fines personales o de clase social» (en
Siempre!
, septiembre de 1968). No muy claro, pero así suele ser la lealtad al Sistema, confusa pero constante.

La Unión Nacional Sinarquista, en manifiesto publicado el 29 de agosto, no se tienta el corazón: «Lo que parecía un movimiento reivindicador ha caído en la violencia subversiva, alcanzando tintes de traición a la patria, ya intolerables.» Carlos Denegrí se prestigia ante sus patrocinadores: «Ahora son algunos de los jóvenes mexicanos los que han sido contaminados. Son ellos los que, apresados por esta fiebre, por esta enervación de los sentidos, se lanzan a las calles, con falsas banderas, y con las consignas de alterar el orden, atacar a todo lo que implique paz, tranquilidad, progreso» (reproducido a plana entera por la Asociación Nacional de Periodistas, A.C.
Excélsior,
29 de agosto). Y el expresidente Miguel Alemán Valdés, entrevistado por Agustín Barrios Gómez, es diáfano en la nostalgia por su sexenio: «Si quienes deseamos prevalezca la paz social en México no damos la batalla de frente al virus rojillo incrustado en nuestra sociedad, después habremos de lamentar las consecuencias […]. Las asociaciones civiles, los grupos de derecha, los sectores militantes del campo patronal deben integrar sus filas para desbaratar la gran conjura de la izquierda recalcitrante» (en
El Heraldo,
6 de septiembre).

La CTM, en su «Manifiesto a la Nación» (2 de septiembre), le pone puentes de todo tipo al abismo generacional:

No existe un problema estudiantil real […]. Lo que no se puede aceptar es que la juventud esté divorciada de las generaciones mayores […] La CTM expresa su determinación de participar en el tono, grado y con las consecuencias que sean requeridas, para dar fin al clima antijurídico y de anarquía en que se quiere sumir al país y para desenmascarar y destruir a los agitadores que desquician los valores de la juventud y ponen en peligro la sólida consolidación de la patria.

En la represión al movimiento ferrocarrilero en 1959, el anticomunismo es un arma muy eficaz. ¿Quién querría defender o siquiera interesarse por los subversivos? En 1968, una generación decepcionada del nacionalismo y prevenida ante las manipulaciones, no le hace caso a las advertencias tremendistas. El petate del muerto, es el calificativo más usual ante las alarmas de las (todavía así llamadas) Fuerzas Vivas. Aún no se consuma cabalmente la inmensa decepción por la sordidez del socialismo real, la fe en la URSS es dogma de una minoría decreciente, y la opinión pública está al tanto de la escasísima importancia política de la izquierda marxista, esa confederación de grupúsculos. Por eso nace muerta la campaña anticomunista ansiosa de aislar el Movimiento. Y los persuadidos se asilan en el humorismo involuntario:

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