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Authors: Julio Sherer García y Carlos Monsiváis

Tags: #Histórico

Parte de Guerra (14 page)

BOOK: Parte de Guerra
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Si la resistencia estudiantil el 23 y el 26 de julio es la fundación política del Movimiento, la acción del rector Barros Sierra le aporta al 68 la legitimidad y la convicción de justicia, lo que salva a la protesta del destino de la tradición izquierdista, fácilmente reprimible y desgastable. Sin la certificación ética de Barros Sierra, el Movimiento se hubiese disuelto en el círculo fatal de las marchas y arengas.

Si es válida la arqueología de las emociones, uno recuerda el silencio herido, súbitamente patriótico, que circunda el descenso de la bandera. Esto también consiguen los desmanes del gobierno, infundirle dimensión cívica a una comunidad que no se concebía como tal minutos antes. El razonamiento es instantáneo y no necesita yerbalizarse: si protestamos por la violación de la Autonomía, existimos como universitarios y, al mismo tiempo, alcanzamos del modo más noble la ciudadanía. En unos segundos, la transgresión se concreta, así ninguno de los presentes se proclame ciudadano. ¿Cómo añadirse de pronto a lo desconocido, a la grave responsabilidad social? Se canta el Himno Nacional, y los asistentes, sin preverlo y sin evitarlo en sus declaraciones faciales, se consideran patriotas y universitarios, tal y como en otros actos similares los asistentes se piensan politécnicos o normalistas y patriotas. La ciudadanía se avizora.

El rector lee una cuartilla:

Hoy es un día de luto para la Universidad; la Autonomía está amenazada gravemente. Quiero expresar que la institución, a través de sus autoridades, maestros y estudiantes, manifiesta profunda pena por lo acontecido.

La Autonomía no es una idea abstracta, es un ejercicio responsable, que debe ser respetable y respetado por todos.

Una consideración más: debemos saber dirigir nuestras protestas con inteligencia y energía.

¡Que las protestas tengan lugar en nuestra Casa de Estudios!

No cedemos a provocaciones, vengan de fuera o de dentro…

La Universidad es lo primero, permanezcamos unidos para defender, dentro y fuera de nuestra casa, las libertades de pensamiento, de reunión, de expresión y la más cara: ¡nuestra Autonomía! ¡Viva la UNAM! ¡Viva la Autonomía Universitaria!

En tres décadas el vigor del discurso no amengua. Sin aspavientos, se desmiente la versión oficial. Con una frase («Hoy es un día de luto para la Universidad«) se deshace el énfasis de la Teoría de la Conjura, y se desbarata también el chantaje «académico" de los Hombres de Pro. Véase el «fraternal llamado» de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado (FSTSE), dirigido a los estudiantes:

Regresen a sus centros de estudio consagrándose íntegramente a su preparación cultural, pues en esa forma no sólo estarán labrando su porvenir personal, sino que estarán contribuyendo a un mejor futuro para la patria (
Excélsior,
31 de julio).

Personajes del 68: El rector Barros Sierra

Si los hechos ya son historia, los comportamientos del 68 son todavía nuestros contemporáneos. Inevitable citar una vez más a Julio Torri: «Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud.» En 1968 la actitud de Javier Barros Sierra es coherente en grado sumo. No se inmuta ante las presiones, y resiste ataques y difamaciones. Hace a un lado lo que de él espera el gobierno, y la función pública por sobre los intereses de la clase política. Y la actitud determina la ruta del compromiso. Se entiende el odio a Barros Sierra de Díaz Ordaz y los suyos. Barros Sierra representa lo inesperado: la contundencia moral y política de quien se rehúsa a la arbitrariedad, y pone al servicio de su actitud su trayectoria: fundador de ICA, exsecretario de Obras Públicas, miembro destacado del
Establishment
(nieto de Justo Sierra).

Cuando, hostigado por el díazordacismo, Barros Sierra renuncia a la Rectoría, consolida la versión civil de los hechos, opuesta a la oficial. Su autoridad moral se acrecienta y tocarlo entonces hubiera desatado algo próximo a la guerra civil. Sin ostentarlo en lo mínimo, concentra los valores del humanismo, y por eso asegura no sólo haber defendido a los estudiantes, sino —afirmación que él sin falsa modestia considera realista— haberles dado un ejemplo. Barros Sierra, en sus palabras, se manifiesta

«públicamente como alguien que disentía de los actos y del estilo mismo del gobierno».

En el 68, Barros Sierra es el vencedor moral. No lo han intimidado la conservación del puesto, el cerco gubernamental, las atmósferas sucesivas y simultáneas de intolerancia. En abril de 1970, poco antes de concluir su rectorado, en una entrega de diplomas en Arquitectura, finaliza su discurso con una exclamación francamente triunfal:

«¡Viva la discrepancia!», síntesis de su experiencia de esos años, su defensa de los estudiantes y los presos políticos, su desdén sardónico ante las rabietas del autócrata.

Meses antes de su muerte, en la ciudad de Viena, mientras conversábamos sobre los efectos de su renuncia, un amigo le dijo: «Ingeniero, en donde estuvo la estatua de Miguel Alemán pronto veremos la suya». Barros Sierra se rió y contestó: «Si he sabido que se trataba de un relevo de efigies jamás acepto la rectoría».

«Una mano está tendida…»

El mismo día de la manifestación del rector, desde Guadalajara, habla el Presidente Díaz Ordaz:

Una mano está tendida, la de un hombre que a través de la pequeña historia de su vida, ha demostrado que sabe ser leal. Los mexicanos dirán si esa mano se queda tendida en el aire o bien si esa mano, de acuerdo con la tradición del mexicano, con la verdadera tradición del verdadero, del genuino, del auténtico mexicano, se ve acompañada por millones de manos que, entre todos, quieren restablecer la paz y la tranquilidad de las conciencias […]. Estoy entre los mexicanos a quienes más les haya herido y lacerado la pérdida transitoria de la tranquilidad en la capital de nuestro país por algaradas en el fondo sin importancia. A mí me ha dolido en lo más intenso del alma que se hayan suscitado esos deplorables y bochornosos acontecimientos (1 de agosto).

¿Es de sorprender que a este desgarramiento retórico le correspondan los estudiantes con un sarcasmo: «A la mano tendida la prue ba de parafina»? La insoportable astucia discursiva («la pequeña historia de su vida […] el verdadero, el genuino, el auténtico mexicano […] me ha dolido en lo más intenso del alma»), no sólo no es estrujante, también irrita profundamente. Díaz Ordaz no intuye, ni podría hacerlo, que la efectividad de su discurso quedó cancelada por factores que incluyen el rock, el descubrimiento masivo del humor involuntario de los políticos, el culto al cinismo, la constancia del salvajismo gubernamental, el fin de la oratoria, el recién estrenado miedo a la cursilería y el hartazgo de la demagogia. A su retórica la inutilizan la modernidad o sus presentimientos.

«Los grupos extremistas azuzan»

Es la hora del sermoneo y el regaño. El general Juan Barragán, presidente del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), membrete muy animoso los fines de mes, califica de «medida acertada» la intervención del ejército. «Primero están las necesidades del D.F. que la petición de los estudiantes. Es lo mismo que pasó en Washington cuando los negros quisieron llegar a la Casa Blanca» (
Últimas Noticias,
31 de julio). Al festín de las condenas se enfrenta el rector con una sola página. Si Barros Sierra sitúa a la Autonomía por sobre las libertades de pensamiento, de reunión y de expresión es por su convicción: en un medio regido por la intolerancia del pensamiento único: la Autonomía es el espacio que protege y fo menta el conocimiento, es el derecho de excepción ante la barbarie represiva, y ante la violencia ilegal a nombre de la ley. Y por lo mismo, desea resguardar a los estudiantes: «¡Que las protestas tengan lugar en nuestra Casa de Estudios!». Al día siguiente, olvida esta consigna y encabeza la marcha que en el recuerdo lleva su nombre.

Apuntes sobre el estado de ánimo

En el 68, las manifestaciones se convierten en imperativo categórico para cada uno de los sectores que las componen. Tal vez porque una obligación política que no se traduce en deber social tiende a disminuir y aletargarse, tal vez porque esta generación ignora los altibajos de una empresa común, el caso es que al Movimiento lo describe casi hasta el final el alborozo de resistir juntos. Se ha estudiado —Sergio Zermeño por ejemplo— el perfil de clases medias del Movimiento, dimensión inevitable en el estudiantado anterior a la explosión demográfica de la enseñanza, pero cualquiera que sea su filiación de clase, la mayoría de los participantes no tiene demasiado que perder, o se desentiende de su situación laboral. Y al no darse el «sentido de conservación», se acentúa la amalgama de movimiento político y comunidad festiva. Si nos pasa algo por estar aquí, más nos pasaría por no acudir, sería por ejemplo el mensaje de artistas plásticos, escritores, actores, directores de teatro, músicos (ni uno solo del medio televisivo, arriesgarían demasiado).

Primero de agosto: La manifestación del rector

Antes de la marcha, las tensiones se nutren de certezas y rumores. Se sabe de las unidades del ejército en espera de que los contingentes se desvíen de la ruta; se previene sobre la infiltración de provocadores; se comentan las amenazas terribles. Nada inhibe a los manifestantes, pero las autoridades deciden una ruta precavida, por Avenida Insurgentes hasta Félix Cuevas, y de allí el regreso. Y la comunidad universitaria, al sentirse desafiando al poder, cobra una existencia inesperada. Nada se sabe sin embargo, de los preparativos de combate, y el monto de la mitomanía oficial. En el Parte Militar del primero de agosto se asegura: «Grupos de estudiantes efectuando disturbios en diferentes puntos de la ciudad, han tenido encuentros de consideración con elementos de la Policía Preventiva del Departamento del DF, la que se ha visto impotente para sofocar esos disturbios». Esto es rigurosamente inexacto. Lo cierto es la movilización formidable de tres agrupamientos militares, más el Escalón de Transportes, más la Intendencia y el Equipo de Sanidad («… los cuales evacuarán los heridos y muertos a la retaguardia de donde serán evacuados a bordo de ambulancias de la Cruz Roja…»). ¿Quién divulga la información que predispone de esta manera? ¿Quién consigue esta orden: «Si los estudiantes atacan informar en qué fuerza, con qué armamento y por dónde»? Los estudiantes van desarmados y no hay entre ellos la mínima disposición al combate, pero ese conocimiento no se esparce.

A la cabeza, Barros Sierra, el secretario general de la UNAM, Fernando Solana, el sociólogo Pablo González Casanova. Al júbilo lo encauza la consigna de no alentar la provocación. Todavía se cree vivir una algarabía de muy corto plazo, esto no puede durar, el gobierno emitirá el «Usted disculpe», no querrá pelearse con la generación del relevo. Se intercambian datos lúgubres: el número de muertos en la toma de San Ildefonso, el enfrentamiento (¡otro más!) en La Ciudadela, los estudiantes detenidos en la Preparatoria 5 de Coapa. Hace dos días había quinientos detenidos (mil, según otras versiones), que se han ido liberando… En las fantasías a propósito de los muertos se localiza uno de los elementos a la vez más vigorosos y más débiles del 68, la fe en el rumor, en especial en lo tocante a cifras de la represión. Es previsible este candor estadístico en una etapa tan regida por la desinformación; pero en alguna medida paralizan al Movimiento las visiones alucinadas. Si la realidad es tremenda, ¿qué necesidad hay del tremendismo?

La manifestación cuenta con la respuesta abrumadora del sector académico. (Nada más lo rechazan grupos de poder de algunas facultades, hechos a un lado durante el Movimiento.) Si la represión del 26 de julio se propuso liquidar a la conjura «en su cuna», consiguió lo opuesto: fortalecer en los centros de enseñanza media y superior una idea: el gobierno es en sí mismo la más vasta conjura. Y las intervenciones del rector afianzan la solidez de los argumentos. Antes de empezar la marcha (calculada en 150 mil personas), el rector se pronuncia:

Quiero decir que confío en que todos sepan hacer honor al compromiso que han contraído. Necesitamos demostrar al pueblo de México que somos una comunidad responsable, que merecemos la autonomía, pero no sólo será la defensa de la autonomía la bandera nuestra en esta expresión pública; será también la demanda, la exigencia por la libertad de nuestros compañeros presos, la cesación de las represiones. Será también para nosotros un motivo de satisfacción y orgullo que estudiantes y maestro del Instituto Politécnico Nacional, codo con codo, como hermanos nuestros, nos acompañen en esta manifestación. Bienvenidos. Sin ánimo de exagerar, podemos decir que se juegan en esa jornada no sólo los destinos de la Universidad y el Politécnico, sino las causas más importantes, más entrañables para el pueblo de México. En la medida en que sepamos demostrar que podemos actuar con energía, pero siempre dentro del marco de la ley, tantas veces violada, pero no por nosotros, afianzaremos no sólo la autonomía y las libertades de nuestras casas de estudios superiores, sino que contribuiremos fundamentalmente a las causas libertarias de México. Vamos pues, compañeros, a expresarnos…

En unas cuantas palabras, Barros Sierra despliega el ideario esencial del Movimiento (diferente a trechos del programa del Consejo Nacional de Huelga): retener la autonomía, que es garantía de un reducto hurtado a los caprichos del autoritarismo; levantar un programa en defensa de derechos humanos y civiles (los estudiantes presos); unir las fuerzas de las instituciones agraviadas; ver en el combate a la impunidad gubernamental una causa primordial del país; tomar como bandera la constitucionalidad de la protesta en contra de la ilegalidad descarada de la represión.

La marcha avanza, guiada por el miedo a la provocación. El ejército aguarda en la colonia Nápoles y en la Del Valle con tanques y tanquetas, y soldados con fusil o a bayoneta calada. Al regreso, Barros Sierra habla con brevedad, aboga por el destino justiciero del país; encomia «la fuerza del uso de la razón, sin menoscabo de la energía"; declara su satisfacción: «Nunca me he sentido más orgulloso de ser universitario como ahora»; insiste en la continuidad de la lucha por la libertad de universitarios y politécnicos, «contra la represión y por la libertad de la educación en México».

Las insistencias de la izquierda

En julio de 1968 la izquierda militante no cuenta con demasiadas causas. Existe la meta fundacional, la toma del poder para instaurar el socialismo, pero es una meta lejana, en verdad inconcebible para los activistas. Tampoco resultan muy convincentes las campañas de coyuntura, en la medida del fracaso previsible, y sólo se acepta una idea filtrada por el humor: a la izquierda la constituye el largo plazo (el Triunfo de la Revolución) porque antes sus posibilidades son nulas.

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