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Authors: Julio Sherer García y Carlos Monsiváis

Tags: #Histórico

Parte de Guerra (5 page)

BOOK: Parte de Guerra
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A continuación:

«Permítanme enterarlos de lo siguiente».

Y el párrafo largo y la frase que mueve a la náusea:

«…Mi General, yo [Gutiérrez Oropeza] establecí oficiales armados con metralletas para que dispararan contra los estudiantes…»

Prosigue en sus respuestas el secretario de la Defensa:

«5.- Esta pregunta quedó contestada en las respuestas anteriores.

»6.- No ordenó sino que solicitó la intervención del Ejército, como ya lo expresé con antelación.

»7.- No es culpable el C. Presidente de la República, que cumple y hace cumplir la Constitución General de la República.

»8.- Considero que esta pregunta se le debe formular al Sr. Licenciado Gustavo Díaz Ordaz.

»9.- Esta división se creó al romper el equilibrio en los mandos, ya que actualmente, de 35 zonas militares, 30 comandantes de las mismas están ocupadas por Diplomados del Estado Mayor y únicamente 5 por tácticos, siendo estos últimos el 80% de los Generales en el activo.

»Cuando fui Secretario de la Defensa Nacional siempre les inculqué a los miembros del Ejército que el único Líder que puede existir en el Ejército es el C. Presidente de la República en turno, a quien corresponde legalmente el mando supremo, y considero que 1os hechos son más elocuentes que las palabras.

»10.- Creo no ser el indicado para contestar esta pregunta, porque no estamos viviendo esas circunstancias.

»11.- Si ustedes se refieren a la responsabilidad del 3 de octubre deben recordar una entrevista de prensa que concedí y en la que se me preguntó quién era el comandante responsable de las tropas, a lo que contesté: ¡Yo soy! Ahora bien, los responsables del conflicto estudiantil forman un triángulo indivisible, formado por el C. Presidente de la República, el Secretario de Gobernación y el Secretario de la Defensa Nacional.

»La Historia se escribe a largo plazo y la verdad resalta cuando, con el tiempo, se serenan las pasiones. Recordando respetuosamente al gran Juárez he de decirles que la Historia y, sobre todo, el Pueblo de México, que siempre ha sido y será insobornable, se encargará de juzgarnos.»

El primero de enero de 1978, bajo el título «La Verdad para la Historia», Marcelino García Barragán, de su puño y letra, escribió para su hijo, el más cercano:

«Javier:

»Has de recordar que el 2 de octubre, en el tiroteo de Tlatelolco, el Gral. Luis Gutiérrez Oropeza, J.E.M.P., mandó apostar, en los diferentes edificios que daban a la Plaza de las Tres Culturas, diez oficia les armados con metralletas, con órdenes de disparar sobre la multitud ahí reunida y que fueron los actores de algunas bajas entre gente del Pueblo y soldados del Ejército. Todos pudieron salirse de sus escondites, menos un teniente que fue hecho prisionero por el Gral. Mazón Pineda, quien me informó por teléfono de esto que estoy relatando Y que el oficial prisionero le había informado al citado General Mazón Pineda. Esto mismo me lo confirmó el general Oropeza en conferencia telefónica, diciéndome: 'Mi general, de orden superior envié 10 oficiales del E.M.P. (Estado Mayor Presidencial) armados con metralletas para apoyar la acción del Ejército contra los estudiantes revoltosos. Cuando el Ejército entró en los edificios, ordené que cuanto antes regresaran a sus puestos, concentrándose, pero un Teniente que no pudo salir y lo tenía preso el Gral. Mazón Pineda, preguntó: ¿Quiere Ud. Ordenar que lo pongan en libertad?'. Contestación mía: ¿Por qué no me informaste de esos oficiales a que te refieres? Gral. Gutiérrez Oropeza: 'porque así fueron las órdenes, mi general'. Gral. B.: 'Ya ordené a Mazón que ponga en libertad al prisionero, acto que se verificó'.»

Al término de su carta, que firma, narra sucinto el general García Barragán:

«Una vez el Gral. Castillo Ferrara estuvo en los baños del E.M.P. y se encontró con Oropeza y esto le dijo en el curso de una conversación.

»Un día que tuvo acuerdo mi Gral. Barragán con el Sr. Presidente, al salir él entré yo y el Presidente, al verme, empezó a reírse conmigo y me dijo: 'Barragán cree que Ud. es el que interviene sin mis órdenes, sin mi consentimiento'. Agrega Oropeza, ni se las huele, porque yo me aguanto.

»Castillo me lo informó luego.»

Ocupaba yo la dirección de
Excélsior
en los turbulentos días de octubre y al periódico llegaban informes del desorden que privaba en las esferas oficiales. Cada dependenc ia tenía su versión de los hechos y cada una informaba a su modo. El secretario de Gobernación, a su encomienda la tranquilidad del país, no se sentía, no pesaba. Era sombra en la bruma. La crisis en ascenso, el Presidente Díaz Ordaz viajó a Guadalajara y desde ahí tendió su mano vacía a los rebeldes. En la ciudad de México, el ejército destruyó el portón legendario de la Preparatoria de San Ildefonso, custodio, el plantel, de los murales de José Clemente Orozco.

Escuché años después, por azar, que el secretario de Gobernación y el secretario de la Defensa Nacional se comunicaron por la red en aquellas jornadas aciagas. Fue áspero el diálogo, cortante el militar. Portavoz de órdenes superiores, Luis Echeverría había solicitado la intervención del ejército y, ya en el Zócalo, la tropa le había pedido a Marcelino García Barragán que la volviera al cuartel. El general respondió, alta la voz, que no. No estaba jugando.

Francisco Quiroz Hermosillo, mayor entonces, general de división ahora, así platicó en un círculo pequeño. «¿Cómo lo supo?», acerté a preguntar, sin malicia aparente.

«Estuve ahí, en el despacho ¿el general secretario. Fui testigo».

Quiroz Hermosillo es hombre con historia en el ejército. De uno noventa de estatura, doblado como un gladiador, fue auxiliar del general De Gaulle en su visita a México (marzo de 1964); fue uno de los diez ayudantes del general García Barragán, secretario de la Defensa; fue director de la Brigada Blanca; fue el encargado del Campo Militar Número 1 en los días de Tlatelolco, trasladados a sus instalaciones hasta cuatrocientos líderes, estudiantes, profesores, inocentes atrapados bajo oscura sospecha.

Cadete del Colegio Militar, a lo largo de la carrera ganó y perdió, perdió y ganó el primer lugar con el actual secretario de la Defensa, general Enrique Cervantes Aguirre.

La competencia los hizo compadres. Y la vida, amigos inseparables.

En
La herencia,
su autor, Jorge G. Castañeda, le preguntó a Luis Echeverría si tuvo contacto con los líderes del 68. No. Si negoció con ellos. No. Si tuvo algún negociador.

No. Si alguna vez pensó en renunciar. No. Si recibió instrucciones del Presidente para negociar. No.

—¿Por qué cree usted que [el Presidente] no le dio instrucciones de negociar? La lógica hubiera sido que fuera el secretario de Gobernación quien negociaría —inquirió Castañeda.

—Pues él —respondió Echeverría— empleó distintos conductos y así lo consideró conveniente. O pensó que tenía la persona adecuada, que era importante preservarme.

—¿Por qué preservarlo?

—Precisamente porque el Presidente siempre necesita —aunque no siempre pueda lograrlo— conservar algunos precandidatos que no hubieran tenido asperezas con ciertos sectores.

Luis Echeverría, entre los muertos del 68, el llanto, la desolación, la incertidumbre, los presos que fueron tantos y algunos tan ilustres, no se limpió ni ensució las manos. Ni siquiera se lavó las manos con agua sucia, como recomendaba Jesús Reyes Heroles. No abogó por víctima alguna el secretario de Gobernación, por nadie peleó. Se preservó. Y fue Presidente.

Corresponde el lenguaje incoloro, insaboro e inodoro de Echeverría a la imagen que ha pretendido dejar de sí mismo. Él se mantuvo más allá del bien y del mal. En la guerra, ni disparó ni lo rozó una bala. Secretario de Gobernación, segundo en el mando de un país convulso, abdicó de su responsabilidad y miró al limbo, alma errante liberada de la tragedia nacional.

Castañeda también le pregunta:

—Cuando cae Hernández Toledo —herido el general, la sangre enrojece la plaza—:

¿Quién queda al mando de la tropa?

—No recuerdo —responde Echeverría, y agrega, luminoso: pero siempre hay un segundo.

—Se ha dicho que era Jesús Castañeda Gutiérrez.

—No, él estaba en el Batallón Olimpia.

—¿Estuvo en Tlatelolco?

—No sé.

—¿Usted no recuerda si estuvo en Tlatelolco?

—No. Cuando tuve que designar al jefe del Estado Mayor, cargo de muchísima confianza, habían sido varios los candidatos y otros antecedentes; la estimación que le tenían los cadetes le valía sin conocerlo. Lo invité a ser jefe del Estado Mayor, o sea, que iba a estar dentro de mi casa.

—¿Pero nunca le preguntó si estuvo en Tlatelolco?

—No, absolutamente. El ritmo de trabajo no lo permitía, así es que lo invité sin conocerlo, solamente por referencia, a ser el jefe del Estado Mayor.

Lo nombró de oídas.

No corrige sus cartas manuscritas el general García Barragán. El texto corre. No hay un borrón en los pliegos, tampoco una tachadura, dos palabras sobrepuestas, algún acento que estuvo de más. En la atmósfera baja y plomiza del 2 de octubre, narra un encuentro con el general Lázaro Cárdenas. Lo titula: «La Batalla Política Ganada por Cárdenas».

La introducción es impersonal, un escribano entre los personajes. Sigue el diálogo, la palabra que se escucha. Abre así el texto:

"Pasados los acontecimientos de Tlatelolco de 1968, una mañana habló el General Cárdenas, al General García Barragán, para que lo invitara a desayunar a su residencia particular 'Quinta Galeana' para platicar. La conversación se desarrolló en el siguiente diálogo:

«Gral. Cárdenas:

»—He venido a verte para pedirte, hables con el Sr. Presidente para que le pidas tú, ponga en libertad a los Presos Políticos, mira puedes argumentar que con ese acto se les quita la bandera y no podrán justificar ninguna agitación póstuma.

»Gral. Barragán:

»—Usted fue Secretario de la Defensa y Presidente de la República, como Presidente no toleraría una petición semejante a la que me pide haga al Presidente Díaz Ordaz, y como Secretario de la Defensa tampoco se atrevería hacerle al Presidente la petición que me aconseja.

»Gral. Cárdenas:

»—No te pongas en ese plan considera que sin Bandera los Estudiantes, se acaba la agitación.

»Gral. Barragán:

»—Bueno, porque no le pide usted directamente al Presidente que los ponga en libertad.

»Gral. Cárdenas:

»—Yo ya hablé con él, y me contestó, no los podía echar fuera porque tú te podías enojar, con toda la razón, dado que tú los habías aprehendido y consignado, por eso vengo a ti a pedirte que me ayudes a ponerlos en libertad, se trata de presos políticos no criminales del fuero común, convéncete.

»Gral. Barragán:

»—Bueno mi General, cómo justifica el Gobierno los métodos en Tlatelolco.

»Gral. Cárdenas:

»—Eso no tiene importancia, lo que le interesa al País es que haya tranquilidad, e insisto en que poniéndolos en libertad se les quita la bandera de su agitación.

»Gral. Barragán:

»—Usted no esta enterado de cómo empezó esta trifulca, porque estaba en Michoacán, y qué les cuento a mis compañeros heridos y a los deudos de los muertos; Otro día nadie me obedece, ni a mí, ni al Gobierno, pasaría como un militar que no sabe lo que ordena, ni cuál es su deber con las Instituciones, y lo que usted me pide no lo hago, ni como soldado ni como hombre, y también creo que usted no leyó mis declaraciones de lealtad al Gobierno que sirvo y a la confianza depositada en mí por el Presidente Díaz Ordaz. Si el ordena que se pongan en libertad, está en su perfecto derecho, la Política del País él la conduce, no yo como Secretario de la Defensa.

»Gral. Cárdenas:

»—Bueno, le dices al Sr. Presidente que tú no te opones e invéntame lo que quieras, posiblemente, me falten detalles que no conozco.

»Gral. Barragán:

»—Usted conoce y sabe todo, porque con Usted consultan su opinión y supongo habrá platicado con cada uno de los cabecillas.

»Gral. Cárdenas:

»—En efecto, hablé con Heberto Castillo, un hombre de amplia cultura, muy buen profesionista y su fama traspasa los límites de la Política, muy inteligente y muy capaz y ya ves como lo trató la policía, y hablé con varios muchachos, pero como tú dices no conozco muchos detalles porque me fui a Michoacán y regresé cuando todo había pasado, lamentando los acontecimientos en vísperas de la Olimpiada.

»Gral. Barragán:

»—Empezaré a relatarle lo del 2 de octubre de 1968.

»Eran las 7 de la mañana, estaba en mi despacho, donde tenía varios días durmiendo en la Secretaría con mi Estado Mayor, mi Secretario Particular y Ayudantes planeando la forma de terminar con el movimiento; en esos momentos llegó el Capitán Barrios (actual Subsecretario de Gobernación) al que esperábamos sus informes, para completar mi plan.

»Reunidos en mi Despacho, escuché todos los informes y pregunté al Capitán Barrios podremos encontrar en el Edificio Chihuahua algunos departamentos vacíos, donde meter una Compañía?, Barrios me contestó, déjeme ver; tomó el teléfono y habló con el General Oropeza, me pasó el audífono, y le dije a Oropeza que me consiguiera para antes de las dos de la tarde, los departamentos que pudiera para meter una Compañía; en media hora tenía conseguidos tres Departamentos vacíos a mi disposición, uno en el 3er. piso y 2 en el 4o. piso, serían las 11 de la mañana del 2 de octubre cuando recibí este informe se necesitaba para completar mi plan que nada mas yo lo sabía, pues el Estado Mayor me indicó que no encontraban la forma de aprehender a los cabecillas sin echar balazos. Ordené al General Castillo que con el Coronel Gómez Tagle y el Capitán Careaga se fueran inmediatamente a reconocer los Departamentos vacíos del Edificio Chihuahua y estuvieran de regreso con las llaves a las 12:30, así lo hicieron. Ordené poner centinelas con la Policía Militar, para que no dejaran subir a nadie, ni entrar sin mi permiso personal, para evitar alguna infiltración e indiscreción, se cumplió al pie de la letra, en mi Despacho mandé traer sandwiches y refrescos, desayunamos y comimos; mi plan consistía en aprehender a los cabecillas del movimiento, sin muertos ni heridos; éstos tenían cita a las cuatro de la tarde en el 3er. piso del Edificio Chihuahua para celebrar el mitin del 2 de octubre en la plaza de Tlatelolco.

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