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Authors: Julio Sherer García y Carlos Monsiváis

Tags: #Histórico

Parte de Guerra (19 page)

BOOK: Parte de Guerra
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A escasas ocho o nueve horas de iniciada la asamblea, sólo permanecen los—hombres-de-hierro, de habilidad consistente en asimilar (o proceso parecido) la oleada de pronunciamientos y réplicas, de mociones y gritos desdeñosos, de interrupciones en serie, de acusadores que exigen se les recuerde en qué consistieron sus acusaciones. ¿Cómo se llega a esto? Tal vez en la semana siguiente a la de la Creación, se decidió por consenso; después ya no, y lo que sigue es la fragmentación, modo operativo que le conviene a las asambleas, negadas a la integración, y por lo mismo partidarias de la forja a como dé lugar del espíritu militante, y su lento y exasperado transcurrir que diversifica el entendimiento. Las demoras, las repeticiones, las agresiones a moderados, reformistas, entreguistas y acelerados, la energía demoníaca del orador que capta el tema apenas cuarenta minutos después de iniciado su alegato, todo en las asambleas educa a quienes se proponen dedicarle la vida a la militancia. A los demás los instruye en el arte nada difícil de la ausencia.

La generación del 68

A lo largo de las semanas del activismo febril, ¿qué tanto modifican su idea del país y de ellos mismos los estudiantes involucrados? Es imposible saberlo, y conviene, a partir de tal certidumbre, entregarse a la especulación provechosamente inútil. En el 68, la despolitización es la norma, y por eso una porción considerable de los jóvenes ve la oportunidad de rechazar lo que detesta, le oprime Y le parece incomprensible. Si luego, como es la tendencia a lo largo del siglo, la inexistencia de alternativas obliga a los estudiantes del 68 a incorporarse a lo que consideran deleznable, lo harán ya desde la perspectiva (viva y punzante) de la necesidad del cambio democrático. Antes no se toma en serio la posibilidad de ser oportunistas, Porque no hay otros comportamientos y el oportunismo no es cargo de conciencia para nadie. A partir del 68, la noción del oportunismo, propio de las condenas en el ámbito de la declamación de los ideales, se vuelve una zona de reflexión punzante. «Si no me queda más remedio que volverme oportunista, y en la práctica combatir o criticar mis causas fundamentales, por lo menos le aportaré al Sistema mi vocación autodestructiva.»

La generación del 68 no es en modo alguno una generación formada en la filosofía, la literatura y la cultura como la del Ateneo de la Juventud o la del grupo Contemporáneos.

Para empezar, está integrada ideal o pretenciosamente por cientos de miles, y su punto de unidad no es la complementación de obras personales, sino la esperanza de las transformaciones democráticas o radicales. De allí que un buen número lea
La democracia en México
, de Pablo González Casanova,
Los condenados de la tierra
, de Frantz Fanón,
Escucha yanqui
, de C. Wright Mills,
La muerte de Artemio Cruz
, de Carlos Fuentes, los ensayos de Sartre, la narrativa de Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar. Si sólo una minoría lee de modo constante, un conjunto de libros le resulta indispensable a sectores más amplios. Si algo permite hablar de la existencia de la Generación del 68 es la abiertísima gana de internacionalizarse y nacionalizarse a la luz de la protesta.

A propósito de la generación del 68, me resultan oportunas las palabras de William Morris, utopista inglés del siglo XIX, que cita Todd Gittlin: «Los hombres luchan y pierden la batalla, y aquello por lo que combatieron se realiza a pesar de su derrota, y cuando toma forma es algo distinto a aquello por lo que pelearon. Otros hombres, dándole otro nombre, continúan la lucha por la meta primera».

«Si Hidalgo regresara, chance que con nosotros volanteara»

Una de las críticas que se desprenden del IV Informe Presidencial sí repercute en el Consejo Nacional de Huelga. Díaz Ordaz y sus voceros atacan a los adoradores de «héroes ajenos a nuestras esencias», manipulados por «filósofos de la destrucción». Por decisión del CNH, el 13 de septiembre, en la Manifestación del Silencio, se arrinconan las efigies del Che Guevara, y se alzan las pancartas y mantas que glorifican a Hidalgo, Morelos, Zapata, Juárez, Villa. Por vez primera en mucho tiempo la oposición le disputa al régimen la propiedad de los héroes. «También son nuestros», quiere decir; «Nunca han sido de ustedes». A la fuerza, como táctica de convencimiento interno y externo, el Movimiento se acerca a lo nacional, y la táctica propagandística deviene realidad emotiva: de la creencia en el Abismo Generacional entre padres e hijos se pasa a la querella por el sentido de la historia patria.

¿Qué tan sincera es la vuelta al patriotismo? Imposible certificarlo, porque en el 68 tal vez lo único radicalmente sincero es la mezcla de indignación política y alegría comunitaria. Lo demás es cuestión del aprendizaje de la autenticidad, para saber cómo se responde a la trayectoria y las demandas de la izquierda, al orden posible en la conflagración de voces y acciones y exigencias. Hay aprendizaje en las marchas porque se cree que cada una de ellas —con o sin estas palabras— es una cita textual con la historia, y lo hay en el afán de pertenecer y en la militancia como estado de ánimo y en el aplauso a la vehemencia retórica que si se piensa bien no convence. Sinceridad y aprendizaje. Dos expresiones básicas del Movimiento.

El centro del aprendizaje son las multitudes, gérmenes y vestigios de la sociedad civil (la anticipación y la memoria), graves, festivas, rencorosas, combativas, juvenilistas y capaces de organizarse a sí mismas. Surgen casi de repente, lo que no necesariamente indica una larga espera congelada, y son muy distintas de las antes conducidas por la sociedad política (partidos, sindicatos, gremios, movimientos estudiantiles dirigidos por partidos), sin ser nunca independientes del todo. (La actitud trasciende las consignas; las consignas ocultan parcialmente la actitud.) De hecho, en nuestra historia contemporánea, las manifestaciones del 68 son las primeras donde no son los partidos de oposición quienes encabezan la resistencia a las fulminaciones verbales, granaderiles y policiacas del gobierno.

Si en su parte doctrinaria el Consejo Nacional de Huelga suele corresponder a los círculos encantatorios de la militancia filoleninista («No cedas ahora. Ya falta poco para la revolución»), a los contingentes estudiantiles los activa su propia intensidad, y allí la ideología (marxismo esquemático sobre fondo de impaciencia) no es el factor determinante. Intervienen motivaciones éticas, la ira ante injusticias obvias, la ansiedad de participación cívica, el hambre de modernidad política, el hartazgo ante el «nacionalismo» impuesto. Más sensibles a los debates del abismo generacional que a los argumentos de la lucha de clases, a las incitaciones del rock que a los círculos de estudio marxistas, las multitudes del 68 se diversifican en casi todo, menos en el fastidio ante la sociedad cerrada.

El Consejo Nacional de Huelga: el aprendizaje de la revolución y la democracia

En la más noble tradición de la izquierda latinoamericana, las reuniones del CNH son interminables, se invierten siglos en arribar al capítulo de «Asuntos Generales», y cuando la meta está a la vista un cronófago intrépido insiste en revisar lo tratado en el tercer punto del orden del día. La premisa de las sesiones es inobjetable: nada más quienes permanezcan hasta el final llegarán a tiempo a la revolución. Se integra con rapidez el idioma común, hecho de trozos de manuales marxistas, de argumentos de moda en la ciencia política, de estallidos del sentido común. «¡Moción, moción!». (Los chistosos gritan en los momentos climáticos: «¡Loción! ¡Loción!».) Este «gobierno alterno»

equilibra el desgaste y la vitalidad, el pesimismo de la voluntad y el optimismo de la mente. Toda huelga inventa una Re pública a la medida, y ésta no es la excepción, compensando la ausencia del Presidente con el sobrecupo de Secretarías de Estado.

A propósito de un organismo tan notable como el CNH, es inevitable evocar su adopción del psicodrama, necesario para quienes soportan el asedio, la difamación, las amena zas múltiples… y la sensación de importancia. Se experimenta con el poder a mano, la facultad de elegir las fechas de las marchas, la índole de los documentos, los ritmos del diálogo tan pospuesto por Díaz Ordaz. Se viven con solemnidad las responsabilidades; se le da a los Comités de Lucha la dimensión de países confederables; se denuncian con pormenores de oficina de contraespionaje las estratagemas oficiales.

Lo sepan o no los miembros del CNH, son clásicos sus modelos del comportamiento colegiado: la Asamblea de la Revolución Francesa (nada más que aquí sin guillotina, porque tanta furia verbal no integra un filo), los constituyentes mexicanos de Querétaro en 1917, los bolcheviques en la Perspectiva Nievski. ¿Qué más paradigmas se requieren? Y lo ya no ajustable al modelo clásico es el lenguaje, que combina símiles heroicos con referencias truncas al universo donde se juntan el pueblo y el fin de la Revolución Mexicana y la aurora guevarista y las experiencias militantes sacudidas por el viento de la Historia y el santoral laico. Un ejemplo es el manifiesto de los estudiantes del IPN convocando a la marcha del 5 de agosto:

Queremos subrayar que somos conscientes que la razón y 1a cultura siempre se imponen a la barbarie y la opresión; Galileo se impuso a la Inquisición y el oscurantismo; Joliot Curie se enfrentó valientemente al régimen fascista; Belisario Domínguez combatió la usurpación y la opresión y nos dio un ejemplo de firmeza y valor civil. Nos consideramos sucesores dignos de la mejor tradición de defensa y desarrollo de la cultura y justicia social y exigimos garantías suficientes para todos los participantes en este movimiento.

Lo contradictorio y lo complementario. Esta retórica se apoya en los comportamientos hazañosos, en la generosidad tradicional del pueblo y en la constitucionalidad de las acciones a que convoca. Y también, una porción de los poseídos por la impaciencia histórica, marcan con gis las horas de vida que le quedan al Sistema, sustentando el optimismo revolucionario en la brillantez del Movimiento. En el ámbito académico la movilización de la Coalición de Maestros es y quiere ser semejante a la estudiantil, en las escuelas y las facultades se integran comités, y es amplia, más allá de lo imaginado, la zona de quienes abandonan el miedo al castigo (la pérdida del empleo, la inclusión en «listas negras») como su vínculo esencial con el gobierno. Refundar la Historia se convierte, no de modo explícito, jamás de manera implícita, en la misión de los amurallados en su condición insobornable. Y de las firmas en los manifiestos y las actitudes y presencias en actos públicos, se desprende una conclusión tajante: «Si no me pueden comprar o silenciar, no tengo derecho a modificarme».

Si de algo están convencidos el gobierno y el CNH es de la alta significación del CNH. Los participantes se sienten, con palabras diversas pero coincidentes, tatuados en el cuerpo del Logro Histórico: gracias a ellos la nación nunca más será la misma. Sin usar este término, propio de una formación cultural distinta, los del CNH se piensan modernos, y esto sí señala la diferencia del 68 con otros momentos clave del estudiantado. La generación del 29, que apoya la candidatura presidencial de José Vasconcelos, se considera mensajera de la civilización frente a la barbarie; los estudiantes contestatarios de los cuarenta o los cincuenta se sienten condenados a habitar el tiempo insensato donde ya pasó o donde no puede transcurrir la revolución; los del 68, pese a las fracturas del dogmatismo, asimilan la modernidad, descrita por ellos como revolución, cultura libre, rock, fin de los prejuicios sexuales, habla unisex, y, muy especialmente, rebelión ante el destino opaco y sumiso de sus antecesores. Si el lema que con más frecuencia rescatan del mayo parisino es «Mientras más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor. Mientras más hago el amor, más ganas tengo de hacer el amor», el que le atribuyen a los priístas es una sentencia despreciativa: «Mientras más hago el amor, más ganas tengo de corromper a la revolución».

En el CNH no hay una verdadera ansiedad guerrillera, sino —en acatamiento a la sensación prevaleciente— la creencia en el Movimiento como el instrumento de toma pacífica y consecuente del poder o, más precisamente, de esa toma del poder que es la demolición de las fortalezas ideológicas y culturales del régimen. Se asalta el cielo de cartón y piedra. Por eso, el liderazgo en el CNH es función de la energía personal que constituye un principio de autoridad, de las habilidades persuasivas y de las iniciativas que culminan en grandes actos simbólicos. Quien explica lo que ocurre y lo que va a ocurrir como si leyese un edicto se adueña de las decisiones; los confusos o los torpes o los carentes de «aura del poder» que es el monólogo recurrente, se eliminan en las jerarquías del voto y la atención. Si el grupo más nutrido o más cohesionado proviene de la izquierda política, en especial del Partido Comunista, en rigor la política del CNH es apartidista. Con una salvedad. A semejanza del Presidente López Mateos, la gran mayoría del CNH, lo acepte o no, dirá siempre, aun en la mayor euforia levantisca: «Mi gobierno (mi proyecto) es de extrema izquierda dentro de la Constitución». Disputarle a Díaz Ordaz la supremacía de la ley: ésa es la meta conspicua que la histeria macarthista no admite, o ni siquiera concibe. ¿Cómo es posible que los «agitadores» crean en la protección concedida por la Carta Magna de la República? Los sectores oficiales y oficiosos oyen lo que han decidido oír y se graban el mensaje que nadie pronuncia, y esto explica por qué nace muerto el diálogo entre los representantes del CNH y los enviados del gobierno Andrés Caso y Jorge de la Vega Domínguez. Los del CNH exigen la respuesta a un pliego; a Caso y a De la Vega se les instruyó para exigir la rendición incondicional a los alzados. «Sumisión o aplastamiento. ¡Venceremos!». Por eso, el gobernador de Aguascalientes, profesor Enrique Olivares Santana, lanza al vuelo su patriotismo:

Los gobernadores de los estados compartimos con usted, Señor Presidente, sin reservas, la responsabilidad y las consecuencias que invocó, con el más acendrado de los sentidos de solidaridad, conscientes de que la cuestión básica en este momento en que el mundo se agita y nos arrastra a la intranquilidad, es saber si somos los mexicanos capaces de actuar sin mezquindades, sin egoísmos, si somos capaces de comprender el alcance histórico de nuestro destino y actuar sin limitaciones que nos cieguen, para que invocando al Señor Juárez esperemos serenos el juicio tremendo de la historia
(Excélsior,
2 de septiembre).

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