Parte de Guerra (30 page)

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Authors: Julio Sherer García y Carlos Monsiváis

Tags: #Histórico

BOOK: Parte de Guerra
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En 1968, el Sistema (así llamado con énfasis pomposo y excluyente) califica a los estudiantes en huelga de «subversivos». El juicio es inapelable: desde el gobierno se controlan las vías de acceso a la Historia, y se decide qué temas ingresarán a la posteridad, y cuáles irán a la irrelevancia y el descrédito. Hasta ese momento, la historia ha sido posesión de los vencedores, que vigilan a la Revolución Mexicana, «propiedad exclusiva», y desdeñan cualquier marginalidad. De la misma manera, el Movimiento Estudiantil se consideraba, para usar la expresión compulsiva, un «parteaguas», pero de la Historia alternativa, de la visión de los vencidos. Y de golpe la unanimidad se precipita y no hay quien cuestione el valor y la calidad moral del Movimiento, y se habla del 68 como «propiedad de la nación», en el sentido de la hazaña colectiva, de la aportación única.

En la ampliación de la historia mexicana del siglo XX, el criterio oficial es hecho a un lado por el juicio social de la opinión pública y, tan imprecisa como resulte, de la sociedad civil. En el resumen forzoso de lo acontecido de 1910 a 1999 (la Centuria Mexicana, según el canon), es irrefutable el 68. La historia la escriben también los vencidos, o los vencedores de hoy se enorgullecen también de las marchas, a las que tal vez no asistieron pero que añoran como si las hubiesen vivido para siempre. Y lo que se dice de las manifestaciones puede aplicarse a los mítines, las brigadas, las asambleas, las reuniones, esa apoteosis de lo gregario, ya parte substancial de la historia. Y no tardará mucho sin que se dé lo justamente reclamado por Gilberto Guevara Niebla: la incorporación del Movimiento a los libros de texto.

Todo apunta a la normalización del 68, y su inclusión definitiva entre los legados fundamentales en este siglo. Se apagan susceptibilidades, resentimientos y defensas pasionales. Es irreversible la penalización moral al gobierno diazordacista, al PRI del 68, a los diputados, senadores, jueces, periodistas venales, etcétera. Por eso mismo, la venganza carece de todo sentido, pero la sociedad reclama el esclarecimiento de lo sucedido en Tlatelolco, y el examen de cómo fue posible tanto abuso de poder, tanta represión, tanta impunidad.

III. La lectura del 68

La consagración (por así decirle) del 68 es el corolario de una serie de lecturas de esos acontecimientos. Según creo, y muy a
grosso modo
, estas serían las etapas de interpretación del Movimiento:

La primera lectura
se da en el tiempo siguiente al 2 de octubre, y se divide entre quienes ensalzan martirológicamente al Movimiento, quienes lo ven como la subversión aplastada por la fuerza del Estado, y los convencidos de que la democracia no se hizo para México. Es difícil mantener la memoria de lo acontecido en medio de la Guerra Fría, y el 2 de octubre de 1969, por ejemplo, hacen su debut los Halcones (tan protagónicos el 10 de junio de 1971), fuerzas de choque encargadas de dispersar a los asistentes al homenaje luctuoso en la Plaza de las Tres Culturas. Se publica poco sobre el tema, el Sistema todavía actúa unificadamente y, en el lado contrario, pesan demasiado las reverberaciones de la derrota. De allí la incomparable importancia de
La noche de Tlatelolco
, de Elena Poniatowska, no el único libro sobre el 68, pero sí, y comprobadamente, el de más perdurable resonancia.

La noche
registra el entusiasmo, el desmadejamiento anímico, la abnegación, el deseo de revancha, lo que sustituye al lenguaje conceptual que o se ignoraba o se vivía por unos cuantos como desfile de fórmulas rituales («Lenin dice…»). Si en 1971
La noche de Tlatelolco
es denuncia y testimonio, en los años siguientes divulga el método profundo del Movimiento, el arribo a la crítica a través de la indignación cívica, y la continuidad de la indignación gracias a la crítica. Hartazgo y esclarecimiento de las razones del hartazgo, en un
continuum
. Incorporado el 68 a toda explicación del proceso mexicano,
La noche
continúa narrando el procedimiento gracias al cual la historia se vuelve vida íntima y el conjunto de las experiencias individuales define la versión de un momento histórico.

De otros movimientos se han rescatado estrategias, querellas internas, documentos, aprovechamientos o desaprovechamientos de los instantes álgidos. Pero si se descuenta la crónica de Mauricio Magdaleno sobre el vasconcelismo
(Las palabras perdidas)
, sólo del 68 se dispone del registro de la hondura emotiva (que es también conciencia política y vislumbre inaugural de otra cultura), que le permite al Movimiento sobrevivir al 2 de octubre.

La segunda lectura
se produce a contracorriente de la demagogia gubernamental. El Presidente Echeverría no concede en materia de democratización, mientras el término gana terreno. Si en 1968 la democracia era palabra ritual y concepto un tanto lejano, unos cuantos años después resulta clave en su interpretación, por la situación internacional, y porque 68 se explica más adecuadamente si su retórica radical se traduce al idioma de la democracia.

La tercera lectura
se da en medio de situaciones tensas y del auge y la descomposición de la guerrilla urbana. El radicalismo domina en muchos centros de enseñanza superior, y su alegato se centro en el fracaso categórico de la vía legal.
Remember Tlatelolco
. La Liga 23 de Septiembre, por ejemplo, es consecuencia innegable del 68 y de la exasperación revolucionaria.

La cuarta lectura
del 68 se conoce a partir de 1978. Una gran marcha estudiantil vuelve a Tlatelolco, se disipa el cerco de ocultamiento y emergen realidades impensables diez años antes, por ejemplo la presencia de un contingente gay, que si no es recibido con vítores, sí se integra sin mayores problemas. Ya en 1978 el Movimiento Estudiantil es una formación simbólica de primer orden, no obstante y gracias a las interminables querellas sobre los hechos y su interpretación. Además, el énfasis puesto en el antiautoritarismo se desplaza a la exigencia de muros de contención del presidencialismo, esa doctrina del «Único Hombre Libre» en el país.

La quinta lectura
elige como punto de partida lo que no pocos describen como amortiguamiento de los significados del 68. Entre 1978 y 1993, el neoliberalismo cobra vuelo, se convierte en la teoría que desdeña por «locales y localistas» fenómenos como el 68, se burla de los intentos de justicia social, ironiza a costa del fraude electoral de 1988, no admite ni como modelo antiguo al «idealismo romántico» del Movimiento, desdeña movilizaciones basadas en reclamos de derechos humanos y civiles, le atribuye al 68 el delirio de la guerrilla y sólo le concede la calidad de experiencia generacional. Y todo a nombre del salto salinista al Primer Mundo.

La sexta lectura
es consecuencia del 94, del EZLN y el subcomandante Marcos, de los asesinatos políticos, del deterioro inocultable del priísmo, de la emergencia del PAN (y su cauda de intolerancias), de la vida errátil del PRD, de la necesidad de allegarle un pasado formativo a la transición a la democracia. Se desprende el velo «romántico» del 68, y reaparecen el humor, la imaginación, la oposición irónica, los apuntes de la sociedad civil. A diferencia de otros movimientos, el 68 no es relegable con una frase o un gesto. El cinismo puede declararlo obsoleto, pero sin democracia todos, los activistas y los cínicos, exhiben su obsolescencia, y por eso el 68 recupera su actualidad, al incorporársele al Movimiento palabras clave que no manejó, pero que le corresponden: democracia, pluralidad, tolerancia.

La séptima lectura
es parte del resumen internacional del siglo XX. ¿Cómo no revalorar y jerarquizar al 68? A la tragedia se le adjunta lo que parecía relegado, el impulso multitudinario. Por vez primera, se intenta leer y se lee al Movimiento en su conjunto, y allí son muy valiosas las aportaciones de líderes del CNH como Raúl Álvarez Garín, Roberto Escudero, Tita Avendaño, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca y otros, que continúan el ejemplo de
Los días y los años,
de Luis González de Alba, el primer libro de un protagonista, ampliamente leído.

Gracias a los rasgos de ingenuidad del 68 es posible enfrentar y criticar el vasto desencanto. Reconocer los méritos del 68 es subrayar los deméritos del cinismo post-militante, post-activista, post-cívico. El 68 fue una movilización básicamente de izquierda; al recuperarla, se descubre lo prestigioso del pasado de un sector hoy tan combatido por «premoderno».

El 68 no murió por nuestros pecados. El tono semirreligioso y de martirologio que dominó en un tiempo las evocaciones cede el paso al espíritu totalmente secularizado del 98. Al recuperarse panorámicamente el Movimiento, tantos años fragmentado por el peso enorme del 2 de octubre, ya se comprende lo que tanto importa: la mezcla de relajo y seriedad, de compromiso y desenfado, de individualismo y espíritu comunitario, de voluntad épica e instinto de conservación.

IV. La memoria del 68

¿Por qué sigue importando el 68? Entre otros motivos por los siguientes:

—El 68 es la experiencia fundamental de una generación juvenil en la ciudad de México, que la vive de distintas maneras pero que la recuerda con orgullo muy similar (quienes fueron activistas y quienes ni curiosidad tuvieron identifican al 68

como el año de su encuentro a fondo con la realidad mexicana).

—El 68 es el primer movimiento estudiantil moderno, donde una vanguardia se pone al día con los sucesos de París, las universidades norteamericanas, Londres, Praga, y es una gran experiencia nacional.

—El 68 sólo ocurre en la capital, por la estructura represiva del Estado, pero afecta a los centros de enseñanza superior del país entero.

—El 68 le infunde a sus participantes la sensación del cambio súbito de la mentalidad y la psicología. No se sienten héroes pero sí partícipes de la resistencia al autoritarismo, y por eso en momentos el Movimiento alcanza un nivel épico. Si la sensación de hazaña es irrecapturable a la distancia, en 1968 es elemento clave.

Al arraigo del 68 lo explican dos hechos: su sitio privilegiado en el árbol genealógico de la disidencia en México, y la impunidad judicial y política que rodeó y sigue rodeando a la matanza. (Social y culturalmente, los represores del 68 son hoy cadáver, polvo, sombra, nada.) En la definición del 68, un rasgo básico es la grotecidad del Poder Judicial que disuelve en fantasmagorías jurídicas la matanza, y efectúa y exalta los procesos más amañados que se conocen. Si 68 es el heroísmo y la tragedia y la alegría juvenil y el descubrimiento de la capacidad de resistencia, también es la energía de la represión sin sociedad que la contenga y el espectáculo del horror cortesano del PRI, el Poder Legislativo, el Poder Judicial, la mayoría de las publicaciones, la radio, la televisión, los empresarios, las agrupaciones de profesionistas, la derecha, etcétera. Si el 68 admite algo parecido a una síntesis, ésta tiene que ver con los vislumbres de la sociedad civil (nunca muy claros, porque la palabra totémica del 68 no es democracia sino revolución, pero inequívocos) y con la extinción de los últimos impulsos generosos de la Revolución Mexicana, entonces ya casi un telón de fondo al que el 68 le aporta el inexorable certificado de defunción.

V. El repertorio del 68

De los testimonios innumerables, y del archivo de las memorias personales y colectivas, se desprende un repertorio del Movimiento Estudiantil. Allí se encuentran:

—Representaciones extraordinarias de «El Pueblo»: estudiantes, maestros, trabajadores, padres de familia que le otorgan desigualdad y congruencia a las actitudes anónimas que se convierten en la voz comunitaria. Poniatowska cita a Esteban Sánchez Fernández, padre de familia: «Si el Movimiento Estudiantil logró desnudar a la Revolución, demostrar que era una vieja prostituta inmunda y corrupta, ya con eso se justifica».

—Los líderes del Consejo Nacional de Huelga, con su valor civil, su coraje, su sectarismo, su voluntarismo jactancioso que les permite resistir la cárcel. Son personajes y son emblemas de la resistencia.

—El ámbito de la vida cotidiana, tal y como lo expresan las esposas, las madres, las hijas, las compañeras de los presos políticos y las víctimas.

—La confianza en la legalidad de la protesta, que en un tiempo es juzgada cándida en extremo, y luego reconocida como la única actitud congruente.

—El catálogo de represiones. Mientras los represores hacen las veces de diques de la subversión la rabia no los deja, es su máscara, su rostro más exacto, su razón de ser. Son o pueden ser agentes judiciales, policías, granaderos, soldados, integrantes de la Brigada Blanca, terroristas oficiales, porros, halcones. Su oficio es la disponibilidad persecutoria, y su espacio libérrimo el aura de impunidad, el «derecho de pernada» sobre rostros, cráneos, costillas. Su idioma es el de las macanas, los gases, las cachiporras, las varillas, los bóxers, los revólveres, los rifles, las bazucas, las botas, los puños desde donde fluyen la furia y el enfrentamiento pugilístico; su habla ocasional —sin preocupaciones morales y jurídicas— se integra con girones de leguleyo y jactancias de señor de horca y cuchillo de ese pueblo instantáneo que son los detenidos; su impunidad les autoriza a golpear, intimidar, detener sin órdenes de aprehensión, secuestrar, torturar, asesinar. Es el poder a dentelladas, a sus anchas en las calles, en los separos, en las patrullas, en la indiferencia ante el dolor, en la brutalidad a la que sólo sacia más brutalidad. «¿Con que no quieren policías ni granaderos? Pues chingúense, hijos de su puta madre».

—La izquierda partidaria con sus rollos, dogmatismos, balandronadas, sentimientos utópicos (en cualquier sentido del término), valentía, generosidad e intransigencia autodestructiva.

—Los brigadistas y manifestantes de coraje alimentado por su primera visión panorámica de México, y por la cadena de represiones, detenciones ilegales, asaltos a las instituciones de enseñanza superior, invasiones militares, despliegue bélico en la ciudad entera.

En síntesis, el proceso de radicalización interrumpido el 2 de octubre. Luego se vive el pasmo o, en un número pequeño pero significativo de casos, el resentimiento suicida.

El Movimiento se disuelve, no con un sollozo sino entre disparos.

—La derecha irritada ante «la falta de respecto a las instituciones». (Hoy también representantes de la derecha honrada y valiente.)

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