Una de esas tardes, Todd y Mary estaban escuchando la HCJB de Ecuador cuando, de pronto, durante el noticiario comenzaron a oírse disparos. A continuación, pudieron escuchar, sin salir de su asombro, que la emisora de radio era tomada por revolucionarios. Cuando un tal comandante Cruz se puso a gritar en español por el micrófono, los Gray apagaron el receptor.
Con esa misma radio, Todd y Mary pudieron también escuchar varias emisoras de radio de la zona oeste de Estados Unidos. Poco tiempo después de que la mayoría de las emisoras de Estados Unidos hubiera dejado de emitir, la WWCR de Nashville, en Tennessee, seguía en el aire en las frecuencias de 3215,5070, 5935,9985,12160 y 15825 MHz. Todd tuvo más éxito en la banda de radioaficionados centrada en una frecuencia de 7,2 MHz. Las noticias que se escuchaban en esas emisoras de radioaficionados eran casi todas malas. Llegaban informaciones de desórdenes en prácticamente todas las ciudades con más de cuarenta mil habitantes. Muchos de los radioaficionados funcionaban con baterías, ya que solo quedaban algunas pequeñas zonas aisladas a las que aún llegaba la red eléctrica.
Durante los primeros compases, el colapso no se dejó notar con excesiva virulencia en Bovill, Idaho, la ciudad más cercana a la granja de los Gray. El aserradero que había en la vecina Troya, que había reducido un turno dos meses atrás, cerró sus puertas por completo. La estación Shell se quedó sin gasolina al cabo de dos días. La mayoría de los estadounidenses sufrieron los efectos de la inflación galopante. Este fenómeno tuvo tan solo un efecto limitado en Bovill. El comercio local de fruta y verdura se quedó sin existencias cuando el índice de inflación alcanzaba los tres dígitos. En el momento en que no quedó nada disponible a la venta, el valor del dólar dejó de tener ninguna importancia.
Al igual que en otras pequeñas localidades de Estados Unidos, la mayoría de la gente en Bovill se quedó en casa, sin despegarse de la radio y el televisor. En el Idaho rural, los disturbios que azotaban las principales ciudades del país parecían tener lugar a un millón de kilómetros de distancia. El latiguillo que más se usaba era «¿No es espantoso lo que está pasando en Nueva York?». A Todd, el tono con el que se pronunciaba la frase le resultaba familiar. Era el mismo que la gente utilizaba cuando hablaba de las hambrunas o las inundaciones que tenían lugar en países lejanos. Daba la sensación de que los lugareños intentaban negar que lo que estaba sucediendo pudiese tener algún tipo de impacto sobre sus vidas. Los vecinos de los Gray no expresaron ninguna preocupación por su seguridad hasta que llegaron noticias de disturbios en Seattle. Eso solo estaba a seis horas y media en coche. Las cosas estaban empeorando en todo el país, pero en lugares remotos, como las colinas de Palouse, todo parecía llegar con un cierto retraso temporal.
Durante la pausa, Todd empezó a hacer los últimos preparativos. Primero, cerró y pasó todos los pestillos de acero de los postigos que tenían las ventanas. Mary comentó que la casa estaba más oscura y sombría así.
—Supongo que nos tendremos que acostumbrar —dijo Todd estrechándose de hombros.
Después, Todd dio instrucciones de que mantuvieran cerradas con llave la puerta que daba al camino y la de la valla metálica que rodeaba la casa. Mary sugirió que tuvieran la camioneta Power Wagon y el Escarabajo guardados en el garaje y que les quitaran el delco.
Mary sugirió también que ella y Todd se reunieran en Moscow con el coordinador en defensa civil del condado de Latah. En esa época, sin embargo, la línea telefónica, y por consiguiente, la conexión a internet, no funcionaba. Finalmente, decidieron que las posibles ventajas de mantener ese encuentro no eran comparables a la cantidad de combustible que tendrían que gastar. Ir y volver a Moscow eran ciento cinco kilómetros. Aparte, Todd no descartaba el riesgo de que en Moscow, pese a que la localidad contara tan solo con treinta mil habitantes, se hubiesen producido ya los primeros desórdenes.
Los Gray empezaron también a utilizar lo que contenía el refrigerador y el mueble congelador. Sabían que iban a producirse cortes en la red eléctrica y no querían que la comida se echase a perder innecesariamente. Todd cortó en rebanadas y marinó toda la carne de alce, de venado y de salmón que había en el mueble congelador. El agotador proceso duró cinco días. Mary, por su parte, se puso a recargar todas las baterías híbridas de níquel y de metal para las linternas y los demás aparatos electrónicos. Dado que solo contaban con un par de cargadores, la tarea le llevó casi el mismo tiempo que preparar todos los alimentos.
No sabían hasta qué punto podían complicarse las cosas, ni si los otros integrantes del grupo aparecerían para ayudarles a defender el refugio, así que Todd acabó de llenar la zona que tenían en el sótano para almacenar leña.
—Tendría su gracia que después de hacer todos estos preparativos, se nos llevaran por delante durante algo tan mundano como ir haciendo viajes a la leñera —le dijo a Mary.
Como medida de seguridad añadida, Todd y Mary comenzaron a llevar las Colt.45 automáticas en todo momento. Además, dejaron cargados la mitad de los cargadores de las armas que tenían. El plan de Todd era vaciar estos cargadores y cargar la otra mitad dos veces al año. De esta manera se evitaría que los cargadores se estropearan. Las pocas veces que Todd se acercó a la ciudad y fue hasta casa de Kevin Lendel, llevó consigo su.45 y su escopeta Remington 870 con cañones recortados. No tenía que preocuparse por si lo detenían, ya que no había ninguna ley que prohibiese portar armas cargadas en un lugar público. De hecho, Idaho era uno de los pocos estados donde los ciudadanos podían llevar un arma cargada en un coche. Lo que sí estaba prohibido era llevar un arma oculta sin tener permiso del estado. En Idaho, los permisos para llevar armas ocultas eran bastante sencillos de conseguir.
Por sorprendente que parezca, el servicio postal siguió funcionando regularmente hasta principios de noviembre. El correo local llegaba con bastante presteza, si bien en el de larga distancia sí que solía haber complicaciones. Los Gray aprovecharon esta circunstancia de muy diversas formas. Primeramente, enviaron cartas a sus familiares comunicándoles que se encontraban bien y a salvo. Lo siguiente que hicieron fue escribir a los integrantes del grupo que vivían en la zona de Chicago, animándolos una vez más a Salir De Ahí Zumbando (SDAZ). Confiaban en que para cuando llegaran las cartas, si es que llegaban, los integrantes del grupo se hubiesen puesto ya en marcha.
Tras mantener una larga charla, Todd y Mary decidieron hacer un pago previo de ochocientos dólares de la factura de la luz. Enviaron también un cheque que cubría el pago de la contribución de su granja durante los siguientes años. A pesar de que daba la sensación de que el gobierno local se desharía en las próximas semanas, se sentían más seguros sabiendo que no perderían su granja debido a los impuestos, tal y como les había sucedido a algunos de sus parientes en la década de los treinta. El cheque dirigido a la oficina del asesor fiscal no era excesivamente elevado, ya que el pago anual por la casa y las dieciséis hectáreas de tierra era tan solo de setecientos ochenta dólares.
Tras emitir los dos cheques, en la cuenta les quedaban doscientos veinte dólares.
Hacía mucho que habían vaciado su cuenta de ahorro para adquirir la casa y reformarla. Una de las razones para enviar estos cheques era que los dólares que aparecían en ellos tenían cada vez menos y menos valor. Los dos coincidieron en que era mejor gastar el dinero en algo útil que ver cómo la hiperinflación hacía que perdiera todo su valor.
Todd y Mary descendieron en silencio la leve cuesta que llevaba hasta su buzón. Todd llevaba bajo el brazo su escopeta Remington.
—Qué absurdo es todo —dijo Todd de pronto mientras llegaban al buzón—. Aquí estamos enviando cheques emitidos por un banco que probablemente haya cerrado sus puertas para siempre, en una moneda que prácticamente no tiene ningún valor, a un par de organizaciones que seguramente dejarán de existir poco después de que lleguen los cheques. —El comentario tenía una intención irónica, pero Mary no se rió. Echó los sobres dentro del buzón, cerró la tapa, levantó la bandera y volvió hacia la casa. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
Cuatro días después de que comenzaran las revueltas, Paul y Paula Andersen, los vecinos que los Gray tenían más al sur, se pasaron a contarles que su hijo iba a hacerles un hueco en su casa: un rancho de ganado de grandes dimensiones que había cerca de Kendrik, a unos treinta y cinco kilómetros al sur de Bovill. Los Andersen les dijeron a los Gray que podían hacer uso de su casa, del granero, del depósito de agua, del heno y del pasto que tenían almacenado mientras ellos no estaban.
—Gracias por la oferta, pero no creo que nos haga falta aceptarla. Estaré encantado de echar un vistazo a vuestra casa de vez en cuando —le dijo Todd a Paul.
Paul Andersen le dio las gracias a Todd y le pasó un pedazo de papel.
—Aquí está la dirección de mi hijo en Kendrik y su número de teléfono. Cuando los teléfonos vuelvan a funcionar, no dudéis en llamarnos. —Nunca los volvieron a ver.
Los otros dos vecinos cuya propiedad estaba contigua a la de los Gray se marcharon de forma parecida. La mayoría no se molestó en despedirse. Por la velocidad con la que cargaron los vehículos, Todd supuso que tenían demasiada prisa como para hacer una despedida formal. Los vecinos del otro lado de la carretera, los Crabbe, saludaron a Mary con la mano mientras cruzaban la puerta con una camioneta con plataforma de marca Ford y un remolque cargado hasta los topes. Mary le comentaría después a Todd que aquella imagen parecía sacada de una secuencia de
Las uvas de la ira.
Tampoco a los Crabbe los volvieron a ver nunca.
Todd y Mary comenzaron a escuchar cada vez con más frecuencia la expresión «hacer hueco» en las distintas emisoras que iban sintonizando en las radios de Banda Ciudadana (BC) que tenía Mary. Era la forma local de describir a dos o más familias que cambiaban de domicilio y organizaban pequeños bastiones de resistencia. Los habitantes del condado de Latah eran gente sencilla, pero no tenían un pelo de tontos. Sabían muy bien que cuando las cosas se ponían difíciles, una familia sola en una granja aislada no tenía nada que hacer frente a una banda de saqueadores. La reacción más natural y más lógica era apiñarse y formar pequeños grupos de defensa.
Durante el periodo de tiempo que transcurrió entre el inicio de los disturbios y la llegada de los primeros integrantes del grupo, tanto a Todd como a Mary les costaba conciliar el sueño. La adrenalina no les dejaba dormir. Cada dos por tres, Todd estaba despierto en la cama, incapaz de volverse a dormir, escuchando atentamente cualquier cosa que pudiese parecer extraña. Cada vez que su perra, Shona, gruñía o ladraba, los dos se incorporaban a toda prisa. Todd miraba por las persianas de atrás de la casa mientras que Mary vigilaba desde las delanteras.
Cuando llegaron los otros miembros del grupo, pudieron organizar un turno de guardias desde el Puesto de Observación y Escucha (POE) que Todd había preparado. Hasta entonces, sin embargo, les tocó dormir con un ojo abierto. Al cabo de pocos días empezaron a notar el nerviosismo y el cansancio derivado de dormir tan solo durante muy breves espacios de tiempo.
Los primeros en llegar fueron Mike y Lisa Nelson. El ruido de los motores del Bronco y del Mustang anunció su llegada a última hora de la tarde del 15 de octubre. Les contaron que no habían tenido ningún percance durante el viaje, aparte de pagar el litro de gasolina a diecisiete dólares en una de las paradas que habían hecho. Les comentaron que había mucha gente en los caminos, incluso por las noches, y que muchos de los coches que vieron iban llenos hasta los topes y llevaban enganchados remolques.
Mike les contó que los dos habían llamado al trabajo el día antes de partir diciendo que estaban enfermos, y que ya no se habían preocupado de volver a llamar. Todd les preguntó si no deberían haber hecho las cosas de otro modo.
—Todd, si hubieses visto la situación de pánico que hemos visto nosotros, habrías actuado igual. Mejor olvidarse del asunto. Además, ahora mismo, y aunque quisiese, seguramente no podría recuperar mi empleo, así que ya no hay marcha atrás.
La conversación no se extendió durante mucho más tiempo, ya que estaban agotados y querían dormir un poco. Habían venido conduciendo desde Chicago sin hacer ningún descanso.
Los siguientes en llegar, diecisiete horas más tarde, fueron Dan Fong y Tom Kennedy. Tal y como habían acordado, los dos habían hecho el viaje hacia el oeste juntos. Dan iba conduciendo una camioneta de marca Toyota; a muy poca distancia le seguía Tom con su Bronco pintado de color marrón. Cuando se detuvieron, Todd se dio cuenta de que el Toyota no llevaba parabrisas, ni ventanilla del acompañante, ni cristal de atrás. En el lado del acompañante había varios agujeros de bala. El relato donde les comunicaron todo lo que les había sucedido fue mucho más largo que el de los Nelson.
«Unos pocos hombres honestos son capaces de superar a una multitud.»
Oliver Cromwell
A la mañana siguiente de la llegada de Dan y de T. K., Ken y Terry Layton, los últimos miembros del grupo que estaban en Illinois, aún no habían dado señales de vida. Dan dijo que quizá era el momento de preguntarse si serían capaces de llegar. Cuando Mary le expresó el mismo temor a Todd, este sonrió y dijo:
—No te preocupes, los conozco de sobra. Si hace falta llegarán hasta aquí a gatas.
Tras hablar con Mary, Todd fue a ver a Mike, que estaba en el sótano de casa de los Gray organizando el equipo en las taquillas.
—Lo mejor sería empezar esta misma mañana a hacer turnos de guardia las veinticuatro horas del día. Me gustaría que diseñaras un plan de tareas. Usaremos ese esquema hasta que lleguen Ken y Terry, luego ya planearemos uno permanente.
—¿Entonces crees que serán capaces de llegar hasta aquí? —preguntó Mike con gesto de sorpresa—. Si vinieran en coche, ya habrían llegado. A lo mejor están viniendo a pie, o puede haber pasado algo peor. Ya viste los disparos en la camioneta de Dan, son una prueba bastante evidente de que esto va a ser un valle de lágrimas.
Todd se quedó mirando a Mike Nelson con gesto sombrío.
—Ya lo sé, Mike. De todas maneras, ahora mismo lo único que podemos hacer es esperar y rezar. ¿Quieres rezar conmigo? —Los dos se arrodillaron, agacharon las cabezas y rezaron en voz alta, rogando a Dios que protegiese a los Layton y que los guiara en su viaje.