Paz interminable (27 page)

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Authors: Joe Haldeman,Joe Haldeman

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Paz interminable
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—¿El recluso era un científico?

—Eso decía. Asesinó a sangre fría a su esposa y sus hijos. No será muy difícil comprobar los archivos de noticias. Supongo que hacia el año 22 o el 23.

—Sí. Puedo hacerlo esta noche.

Regresé a la mesa y eché un chorrito de ron al café. Era un ron demasiado bueno para desperdiciarlo de esa forma, pero tiempos desesperados exigen medidas desesperadas. Recuerdo haber pensado esa frase. No sabía todavía lo desesperados que eran los tiempos.

—Salud. —Méndez alzó su taza mientras yo me sentaba.

Alcé la mía hacia él.

Una mujer bajita de pelo largo y ondulante se acercó con un portátil.

—¿Doctor Class? —Yo asentí y lo cogí—. Es una tal doctora Harding.

—Mi compañera —le expliqué a Méndez—. Sólo se asegura de que he llegado.

Su cara en el portátil era del tamaño de una uña, pero noté claramente que estaba preocupada.

—Julián… ocurre algo.

—¿Algo nuevo? —Traté de hacer que sonara a broma, pero oí el temblor de mi propia voz.

—El
Journal
acaba de rechazar el estudio.

—Jesús. ¿En qué se basa?

—El director dice que se niega a discutirlo con nadie más que con Peter.

—¿Y qué ha dicho Pe…?

—¡No está en casa! —Una mano diminuta se alzó para frotar su frente—. No estaba en el vuelo. La casita de St. Thomas dice que se marchó anoche. Pero en algún sitio entre la casita y el aeropuerto él… no sé…

—¿Lo has comprobado con la policía de la isla?

—No… no; ése es el siguiente paso, por supuesto. Tengo pánico. Quería, ya sabes, esperaba que hubiera hablado contigo.

—¿Quieres que los llame? Podrías…

—No, lo haré yo. Y a las líneas aéreas también; doble comprobación. Te volveré a llamar.

—Muy bien. Te quiero.

—Te quiero.

Desconectó.

Méndez había ido a servirse otro café.

—¿Qué ocurre? ¿Tiene problemas?

—Los dos los tenemos. Pero es un caso académico: se decide si un estudio se publica o no.

—Al parecer se juegan mucho con ese estudio. Los dos.

—Los dos y todo el mundo. —Cogí el conector rojo—. ¿Esto es automáticamente unidireccional?

—En efecto.

El conectó y luego lo hice yo.

No era tan bueno transmitiendo como él, aunque pasaba conectado diez días al mes. Había sido igual con Marty el día anterior: si estás acostumbrado al bidireccional, esperas pistas de realimentación que no se presentan. Así, con un montón de callejones sin salida y vueltas atrás, tardamos unos diez minutos en terminarlo todo. Durante un rato él se me quedó mirando, o tal vez miraba hacia su interior.

—No hay dudas en su mente. Estamos condenados.

—Eso es.

—Naturalmente, no puedo evaluar su lógica, esa teoría de pseudooperadores. Supongo que la técnica en sí no está aceptada universalmente.

—Cierto. Pero Peter obtuvo el mismo resultado de forma independiente.

Él asintió muy despacio.

—Por eso Marty parecía tan raro cuando dijo que iba usted a venir. Utilizó palabras extrañas como «de vital importancia». No quiso decir mucho, pero sí advertirme. —Se inclinó hacia delante—. Así que ahora estamos caminando sobre la navaja de Ockham. La explicación más simple para estos hechos es que Peter, Amelia y usted están equivocados. El mundo, el universo, no va a terminar a causa del proyecto Júpiter.

—Cierto, pero…

—Déjeme continuar un momento. Desde su punto de vista, la explicación más sencilla es que alguien en un puesto de poder quiere que su advertencia sea suprimida.

—Eso es.

—Permítame presumir que nadie del comité de expertos se beneficiaría de la destrucción del universo. ¿Entonces por qué, en nombre de Dios, alguien que pensara que su argumento tiene fundamento querría suprimirlo?

—¿Fue usted jesuíta?

—Franciscano. Ocupamos el segundo puesto en la escala de incordios.

—Bueno… no conozco a nadie del consejo de la revista, así que sólo puedo especular sobre sus motivaciones. Naturalmente, no quieren que el universo se desintegre. Pero bien podrían querer tapar el asunto el tiempo suficiente para asegurar sus propias carreras… suponiendo que todos ellos estuvieran implicados en el proyecto Júpiter. Si nuestras conclusiones son aceptadas, habrá un montón de científicos e ingenieros buscando trabajo.

—¿Los científicos serían tan venales? Me sorprende.

—Claro. O podría ser algo personal contra Peter. Probablemente tiene más enemigos que amigos.

—¿Puede averiguar quién formaba parte del comité?

—No podría; era anónimo. Tal vez Peter sea capaz de localizar a alguno.

—¿Y qué piensa de su desaparición? ¿No cabe la posibilidad de que hubiera algún error fatal en sus argumentos y decidiera perderse de vista?

—No es imposible.

—Espera que le haya sucedido algo malo.

—Caramba. Es casi como si pudiera leerme la mente. —Sorbí un poco más de café, ahora desagradablemente frío—. ¿Cuánto se me escapa?

—No mucho. —Se encogió de hombros.

—Lo sabrá todo minutos después de que conectemos bidireccionalmente. Siento curiosidad.

—No enmascara muy bien. Pero claro, tampoco ha tenido mucha práctica.

—¿Qué encontró usted?

—El monstruo de los ojos verdes. Celos sexuales. Una imagen concreta bastante embarazosa.

—¿Embarazosa para usted?

El ladeó la cabeza unos diez grados, con ironía.

—Por supuesto que no. Hablaba de un modo convencional. —Se echó a reír—. Lo siento. No pretendía ser condescendiente. Pero no creo que nada solamente físico lo avergonzara a usted tampoco.

—No. Pero la otra parte está por ahí dando coletazos, sin resolver.

—Ella no está conectada.

—No. Lo intentó y no resultó.

—¿Fue hace mucho?

—Un par de meses. El 20 de mayo.

—¿Y este, umm, episodio fue después de eso?

—Sí. Es complicado.

Captó la indirecta.

—Volvamos al principio. Lo que he sacado de su mente, suponiendo que tengan razón respecto al proyecto Júpiter, es que Marty y usted, pero más Marty que usted, creen que tenemos que deshacernos del mundo de guerra y agresión ahora mismo. O se acabó el juego.

—Eso es lo que diría Marty. —Me levanté—. Voy a por más café. ¿Quiere algo?

—Un chorrito de ese ron. ¿No está tan seguro?

—No… sí y no. —Me concentré en las bebidas—. Déjeme interpretar su mente, para variar. Cree que no hay necesidad de darse prisa, una vez que el proyecto Júpiter quede desactivado.

—¿Piensa lo contrario?

—No lo sé. —Solté las bebidas y Méndez cogió la suya y asintió—. Cuando conecté con Marty recibí una sensación de urgencia que era completamente personal. Quiere ver el asunto en marcha antes de morir.

—No es tan viejo.

—No, sesenta y tantos. Pero lleva obsesionado con esto desde que los crearon a ustedes; tal vez desde antes. Y sabe que tardará tiempo en ponerse en marcha. — Busqué las palabras; palabras de lógica—. Dejando a un lado los sentimientos de Marty, hay una razón objetiva para darnos prisa; la primera de todas: cuanto hagamos o no hagamos es trivial si existe la más mínima posibilidad de que esto llegue a suceder.

El olisqueó el ron.

—La destrucción de todo.

—Eso es.

—Tal vez está usted demasiado cerca —dijo—. Quiero decir que habla de un proyecto enorme. No es algo que un Hitler o un Borgia hubiesen podido planear en su sofá.

—En su época, no. Ahora sí. Usted más que nadie debería ver cómo.

—¿Yo más que nadie?

—Tiene una nanofragua en el sótano. Cuando quiere que cree algo, ¿qué hace?

—Se lo pido. Le decimos lo que queremos y busca en su catálogo y nos dice cuáles son las materias primas que tenemos que suministrarle.

—Pero no puede pedirle que haga un duplicado de sí misma.

—Dicen que no, que estallaría si lo hiciera. Prefiero no intentarlo.

—Pero eso es sólo parte de la programación, ¿no? En teoría, podría engañarla.

—Ah —asintió lentamente—. Veo adonde quiere ir a parar.

—Eso es. Si consiguiera sortearla, podría decir, en efecto, «recrea para mí el proyecto Júpiter». Y si tuviera acceso a las materias primas y la información, podría hacerlo.

—Como extensión de la voluntad de una persona.

—Exacto.

—Dios mío. —Se bebió el ron y soltó con fuerza el vaso—. Dios mío.

—Todo —dije—. Un trillón de galaxias desaparecen si un maníaco dice la frase adecuada.

—Marty tiene mucha fe en los monstruos que creó —dijo Méndez—, para dejarnos compartir este conocimiento.

—Fe o desesperación. Supongo que yo capté de él una mezcla de ambas cosas.

—¿Tiene hambre?

—¿Qué?

—¿Quiere cenar ahora, o conectamos primero?

—Eso sí que me apetece. Hagámoslo.

Él se levantó y dio dos sonoras palmadas.

—A la sala grande —gritó—. Marc, quédate fuera y monta guardia.

Seguimos a todo el mundo hasta una puerta doble situada al otro lado del atrio. Me pregunté en dónde me estaba metiendo.

6

Julián estaba acostumbrado a ser diez personas a la vez, pero resultaba agotador y confuso en ocasiones, incluso con gente con la que habías llegado a intimar. En realidad no sabía qué esperar al conectar con quince hombres y mujeres a los que no había visto jamás, que llevaban veinte años conectados entre sí. Eso sería territorio extraño incluso sin la transformación pacifista de Marty. Julián había utilizado su enlace horizontal para conectar débilmente con otros pelotones, y eso era siempre como introducirse en una discusión familiar.

Ocho de aquellas personas habían sido mecánicos, al menos, o protomecánicos. Lo ponían más nervioso los otros, los criminales y asesinos. También sentía más curiosidad por ellos.

Tal vez aprendiera algo de ellos acerca de vivir con ciertos recuerdos.

En la «sala grande» había una mesa en forma de anillo que rodeaba un pozo de holos.

—La mayoría de nosotros nos reunimos aquí para las noticias —dijo Méndez—. Películas, conciertos, obras. Es divertido compartir los distintos puntos de vista.

Julián no estaba tan seguro. Había mediado en demasiadas discusiones en su pelotón, cuando una persona llegaba con una firme opinión que dividía a los diez en dos bandos en disputa. Tardaba un segundo en empezar, y a veces una hora en terminarse.

Las paredes eran de caoba oscura y la mesa y sus sillas eran de fino abeto. Un leve aroma de aceite de linaza y pulimento. En el pozo, la imagen del claro de un bosque, la luz del sol sobre las flores silvestres.

Había veinte asientos. Méndez ofreció a Julián una silla y se sentó junto a él.

—Quizá quiera conectarse primero —dijo—; que los otros se vayan conectando uno a uno y se presenten.

—Claro.

Julián advirtió que todo aquello estaba ensayado. Contempló las flores silvestres y se conectó.

Méndez fue el primero en llegar y saludarlo con un silencioso
hola
. El enlace resultó extraño, potente hasta un punto que nunca había experimentado. Era sorprendente, como ver el mar por primera vez… y era como el mar en el sentido literal: la conciencia de Méndez flotaba en una extensión aparentemente interminable de recuerdo y pensamiento compartidos. Y se sentía cómodo con eso como un pez se siente cómodo en el mar, moviéndose a través de su invisibilidad.

Julián trató de comunicar su reacción a Méndez, junto con una sensación de pánico; no estaba seguro de poder manejar dos universos como aquél, mucho menos quince. Méndez dijo que se iba haciendo más fácil con el número, y entonces Cameron conectó para demostrarlo.

Cameron era un hombre mayor, que había sido soldado profesional antes de presentarse voluntario para el proyecto. Había ido a una escuela de tiradores en Georgia, para entrenarse en asesinatos a larga distancia con armas muy diversas. Principalmente había utilizado el Mauser Fernschiesser, que podía alcanzar a la gente doblando una esquina o incluso más allá del horizonte. Había cometido cincuenta y dos asesinatos, y sentía culpabilidad por cada uno de ellos individualmente y un dolor especial por la humanidad que había perdido con el primer disparo. También recordaba el júbilo que las muertes le habían producido en su momento. Había combatido en Colombia y Guatemala, e hizo automáticamente una conexión con los días de la jungla de Julián, absorbiéndolos e integrándolos casi al instante.

Méndez seguía allí, y Julián fue consciente de su inmediata conexión con Cameron, abriéndose paso casualmente a través de lo que el soldado había tomado de su nuevo contacto. Esa parte no era tan extraña, excepto por su rapidez e integridad. Y Julián comprendió por qué el conjunto se esclarecía a medida que se unía más gente: toda la información estaba allí ya, pero algunas partes se enfocaban mejor ahora que el punto de vista de Cameron se había combinado con el de Méndez.

Ahora Tyler. Era una de las asesinas, también, y había matado sin piedad a tres personas en un año, por dinero, para mantener su drogadicción. Eso fue antes de que el dinero en metálico quedara obsoleto en los estados; fue capturada en una comprobación de rutina cuando trató de emigrar a un país que tuviera dinero de papel y drogas de diseño. Aquellos crímenes eran anteriores al nacimiento de Julián y, aunque ella no negaba ninguna responsabilidad legal o moral por ellos, literalmente habían sido cometidos por una persona distinta. La drogadicta que engañó a tres camellos para que se acostaran con ella y los mató, como favor a sus jefes, era sólo un vivido recuerdo melodramático, como una película vista unas cuantas horas antes. En su aspecto pacífico, Tyler formaba parte de los Veinte, como aún se llamaban a sí mismos mentalmente aunque ya hubiesen muerto cuatro; en ocasiones trabajaba como intermediaria, comprando y regateando en docenas de países diferentes, de la Alianza y Ngumi. Con su propia nanofragua, los Veinte podían sobrevivir sin dinero… pero si la máquina pedía una taza de praseodimio, era conveniente tener unos cuantos millones de rupias a mano, para que Tyler lo comprara sin tener que pasar por un montón de papeleo agotador.

Los otros llegaron más rápidamente, o eso pareció, una vez que Julián superó la extrañeza inicial.

Mientras cada uno de los quince se iba presentando, otra parte de la enorme pero ahora no infinita estructura quedó clara. Cuando todos conectaron, el océano era más parecido a un mar interior, grande y complejo, pero completamente cartografiado y navegable. Y navegaron juntos durante lo que parecieron horas, en un viaje de exploración mutua. La única persona con la que habían conectado fuera de los Veinte era Marty, que era una especie de padrino, una figura remota porque ahora sólo conectaba con ellos unidireccionalmente.

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