Peluche (45 page)

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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hago a la idea de que estoy en Castellón, y que el lunes empiezo a currar

—Es que viajar es lo mejor, ¿y qué, algún oso?

—Alguno que otro

—Habrás ido con precaución

—Bueno

—Lucas

—Sí y no

—Tío, que te puedes joder

—Ya

—Prométeme que te cuidarás

—Te lo prometo

—Lucas, sólo hay una vida y estás empezando a vivirla, no la jodas

—Vale —mirando al padre

—¿Me quieres mirar a la cara!

—Perdona

—Va en serio

—Lo siento, dime

—Te emparras con tanta facilidad que a veces no sé si hablo contigo

o con una piedra

—Perdona

—No me digas perdona, que no soy tu madre, pero no puedes ir por

ahí tan feliz, la gente no es buena

—Tú si

—Yo no, Lucas, y tú tampoco

—¿Qué quieres decir?

—Que en cualquier momento se nos puede ir el tarro

—¿Y?

—Que hay otra realidad aparte de la que vives tú en tu cabeza

—¿Me quieres decir que vivo en un sueño?

—Si lo quieres llamar así, yo prefiero llamarlo en la parra

—Pero a mí me gusta estar ahí

—¿Y te vas a perder lo otro?

—¿Qué hay en la realidad?

—Nosotros

—Pero ahora estoy hablando contigo, ¿no?

—Conmigo, con el lector, con el padre que no le quitas el ojo de

encima...

—Es que me gusta

—¿Sólo por eso?

—Me da seguridad

—¿A qué tienes miedo?

—A la vida

—¿Por?

—Porque no puedo controlarla

—Es que no tienes que controlarla

—¿Por qué no?

—Porque nosotros no somos tus marionetas

—No quería decir eso

—¿No?

—Me refería a guardar mi sensibilidad

—¿Para quién?

—Para...

—¿Para ti?

—No sé

—Y a los demás que nos jodan. Tu sensibilidad, tu cariño, tu amor,

todo para ti. Y crees que a los demás nos basta con hablar, con una simple

conversación. ¿Es eso lo que quieres decir?

—No lo sé

—¿Yo no tengo derecho a que me des tu cariño?

—Claro, ¿y qué pasa con mi peor parte?

—Ahí también quería llegar

—¿A dónde?

—A tus defectos

—¿Cuáles?

—Tú sabrás, te conoces mejor que nadie

—No me gusta hablar de eso

—Te guste o no tienes que vivir con ellos

—¿Qué hay de malo?

—Eso mismo, que no hay nada malo

—No te comprendo

—Que quieres ser demasiado perfecto

—Bien, ¿no?

—No

—Me ha costado mucho tiempo ser así

—¿Y de qué te ha servido?

—¿Quieres que vuelva atrás?

—Quiero que reflexiones

—¿Más todavía?, ¿para qué?

—Para no reflexionar tanto

—Entonces no pienso

—Por ejemplo

—¿Y qué hago?

—Nada, actúa

—¿Cómo?

—Viviendo

—¿Es que acaso estoy muerto?

—En parte sí

—Eso es muy feo

—Pues, coleguita, es lo que hay

—Gracias, voy a tomar el sol a ver si me desintegro

—Tú mismo

Mierda de tía. Joder, ¿por qué no toma el sol y se preocupa de sus

cosas? Ah, bueno, sí lo hace, que está blanquísima, que le ha salido un

michelín que no le va a caber la ropa. Teníamos que haber quedado esta tarde

para el concierto y punto. Ya me ha jodido el día. Mierda, pero ¿qué coño he

hecho mal? No he tomado precauciones, y a ella ¿qué le importa, si me ha

dado por muerto ya? Ostia. Yo sólo quiero ser más bueno, todavía me acuerdo

de los rollos en que me metía cuando hacía las cosas sin pensar. El desengaño.

No tenía que haber girado esa rotonda a la izquierda. Sólo deseaba ver a la

persona que más quería. Tenía que haberme ido a casa. Pero no. Giré. Fui a su

casa. Le dije que era homosexual, que estaba enamorado de él, que si no se lo

decía iba a reventar. Y así me fue. Me amó por un día y luego me dejó. Tirado,

jodido, no correspondido. Aquel día me juré que no me iba a ocurrir más. Que

jamás volvería a enamorarme. Que no volvería a caer. Nadie más me

rechazaría. Antes de dar un paso pensaría. Razonaría. Y todavía no lo he

olvidado. Como si fuera ayer. Lo llevo dentro. Y no puedo hacer nada. Sólo

seguir. Volver a enamorarme. Dejarme llevar por la vida. Soltar de una vez esa

carga que llevo arrastrando tanto tiempo. Dejarle en paz y vivir en paz. Porque

él no volverá.

—Gisela, ven

—¿Qué quieres?

—Abrázame

—Claro

—Gracias —le digo llorando

—Tranquilo

—Lo siento

—No llores

—Perdona, eres la persona que más quiero en el mundo

—Pero no llores más

—Vale

—Alegra esa cara

—¿Así?

—Tonto

Me tumbo en la toalla. Abro los ojos. El sol. Respiro. Mis pulmones

se llenan de aire. El corazón comienza a latir.

—Coleguitas, que os vais a poner como dos gambas —nos dice el

Dani

—Ei, ¿qué pasa?

—Traigo cervecita fresca

—Dame una —le pido

—¿Quieres, Gisela?

—Bueno, probaremos la cerveza española

—En el coche llevo unas latas de
Guiness

—¿Qué dices?

—Es broma. Bueno, ¿vais a contarme qué está pasando aquí?

—Nada —digo mirando a Gisela—, que me estaba dando caña

—Anda que tú has tardado poco —Dani a Gisela—, no llevas ni un día

en España y ya ha caído el primero, sin contar mi puñalada de anoche

—No me cabrees que tú tienes muchos boletos

—Vale, vale, ¿un cigarrito?

—Gracias —cogemos

Fumamos.

—¿Qué horario te han puesto, Dani? —pregunto

—Al final me lo han cambiado, estaré de seis a diez en el
backstage
,

y hasta las doce en la barra de siempre

—¿Y la de los rizos?

—Me ha dicho que se pasará

—De puta madre, ¿no?

—Ya te digo

—¿A qué hora paso a recogerte? —pregunto a Gisela

—Nos vemos allí, yo cojo un taxi que ya te he molestado bastante,

Lucas

—Tía, que me viene de paso, haz el favor

—Bueno, cuando quieras

—¿A las seis menos diez?

—Estaré preparada

EL FIB

Seis menos cuarto en el reloj del coche. Arranco. Zapatillas, piratas y camiseta de Radiohead. Bajo la ventanilla. Tabaco, mechero y pelas. Cinturón. La entrada. Pongo la primera y salgo. Agacho la cabeza y miro hacia arriba. Mi madre en la ventana con mi sobrina en brazos. Les lanzo un beso y un adiós con la mano. Quema el volante. Sin aire acondicionado. Acelero y entra aire menos caliente que el de aquí dentro. Paro en el paso de cebra. Cruza un pedazo de oso con la camiseta entreabierta y los pechos colgando. Trago saliva. La boca seca. Bulto en la entrepierna. Masturbo el freno de mano. Primera. Salgo. Fuerzo el cuello hasta que me hago daño. Grito por dentro: ¡chubi, chubi, chubi! Acelero. Llego a la famosa rotonda. Media sonrisa en la trágica salida. Sigo adelante. Más ligero. En la recta del Grao dos gorditos corriendo sin camiseta. Yo no quiero ir al FIB. Sigo. Pongo la radio. Me olvido. Giro. Badenes. Llego a casa de Gisela. Toco el timbre.

—Cinco minutos —contesta

—Vale

—¿Quieres entrar?

—Abre

Paso, cierro, entro en el complejo. Asomo la cabeza por la puerta.

—Pasa, Lucas —la madre

—¿Cómo está?

—Muy bien —dándome dos besos— ¿Ya os vais?

—Sí

—Gisela no ha estado ni dos horas en casa

—Anoche estuvimos con ella

—¿Llegasteis tarde?

—No mucho

—¿Dónde trabajas ahora?

—En una empresa, de administrativo, he estado de vacaciones quince

días y el lunes empiezo

—¿En agosto?

—Sí, pero sólo por la mañana

—Ah, está bien

—¡Mamá, por favor! —Gisela gritándole desde el piso de arriba—. ¡No

le agobies!

—No le haga caso —le digo a su madre

—Mira lo que he hecho

—Qué bonita —mirando una tinaja de cristal recubierta de figuras de

estaño

—Aún no está acabada

—¿Qué le falta?

—Quiero llenarla de arena

—¿De colores?

—No lo había pensado, oye, quedaría bien

—En la escuela rellenábamos jarrones o tarros de cristal con sal de

colores

—¿Ah, sí?

—Era un poco coñaz...pesado, colocabas la sal en la mesa y le dabas

con una tiza de color hasta que la sal cogía tono

—Qué buena idea

—Luego la echábamos con un embudo de papel formando montañas.

Primero un color y encima otro

—Podría quedar muy bien —mirando la tinaja

—Lo que me parece que es un poco grande

—¿Sí?

—Qué pueden caber, ¿cuarenta, cincuenta?

—Es una tinaja de aceite de cincuenta litros

—Pues creo que es mejor rellenarla con otra cosa, si no, se puede

mori...cansar de darle tanto a la sal

—También quedaría bonita con piedras, pero la boca es demasiado

pequeña

—Sí, además luego pesaría un huev...demasiado

—Y la clara del otro

—¿Cómo?

—Nada

—Otra opción es con bolas de papel —observo

—Ah

—De pequeño también hacíamos unas manualidades que consistían

en dibujar un objeto sobre una madera tamaño folio, por ejemplo: un pez con

estrellas de mar lanzando burbujas de agua. Pues nada, cogíamos bolitas de

papel de colores y las íbamos pegando siguiendo las formas dibujadas.

Quedaba chulo

—Pues eso voy a hacer, bolitas de papel

—Ya estoy aquí —Gisela bajando escaleras—, lo siento, Lucas, todavía

no había tenido tiempo de abrir las maletas y no encontraba nada que ponerme,

como me he llevado toda la ropa a Dublín, pensaba que me había dejado algo

aquí del verano pasado cuando fuimos al FIB. Ay, ¿a ver?, las llaves, espera

que ahora bajo, enseguida nos vamos —dice subiendo escaleras

—Tranquila —le digo

—¿Y qué te parece el cuadro? —me pregunta la madre

—¿Lo ha pintado usted?

—El año pasado fui a clases

—¿Cuánto tiempo?

—Tres o cuatro meses

—Jod...está muy bien

—Bueno, tampoco es nada del otro mundo

—¡Mamá, por favor! —Gisela gritando—, ¡déjalo,
pobret,
que lo vas a

marear!

—Siga —le digo a la madre

—Primero lo dibujas, bueno, antes marcas unas líneas horizontales y

otras verticales, como cuadrados, para situar la figura y luego empiezas a

pintar

—Vaya

—Éste lo saqué de una foto

—Qué bonito

—La cara me ha quedado un poco desfigurada

—Está bien

—Y las manos tampoco están muy logradas

—Bien, bien

—Y éste es el último que he hecho

—Ah

—Ya, mamá —interrumpe Gisela—, nos vamos que me lo vas a...

—Hasta luego, Lucas —me dice la madre

—Adiós

Le pego un abrazo a Gisela antes de subir al coche. Huele a lavanda.

Yo sudado pese a estar recién duchado. Arranco. Cinturón. Gisela retocándose

el pelo en el espejo con mirada de anuncio de televisión. Yo lo mismo en el

retrovisor. Estamos preparados. Ella a su olla. Yo un poco nervioso. Ella como

en casa. Yo como si se acabara el mundo. Ella auténtica. Yo que la situación

no me sobrepase. Ella, ella misma. Yo cualquiera.

—Vaya cola —observa

—Es normal

—Tampoco hay prisa

Radio 3 anuncia los conciertos de esta noche.

—Ya parece que se mueven —digo

—Sí

—Creo que ha habido un accidente

—¿Dónde?

—¿Ves la ambulancia?

—Sí, hay un camión parado

—¿Se ha incendiado?

—Sólo ha reventado una rueda

—Menos mal

—¡Lucas, que ya estamos!

—Sí

—Tenía unas ganas

—Me voy a meter por aquí

—¿Seguro?

—Es un atajo

—No se ven coches

—Sí, es por aquí

—Como veas

—Ahora a la derecha

—Por aquí salimos detrás del FIB, ¿no?

—En la zona de acampada

—De puta madre, así no tendremos que cruzar la carretera

—Mira las tiendas de campaña

Aparcamos. Meo en un almendro. Subo la bragueta. Pasan dos

chicos. Uno delgado y el otro buenorro. El delgado me mira pero mis ojos al

otro. Lleva la camiseta enrollada y metida en el bolsillo del pantalón por una

punta. La otra le roza los pelos del muslo. El que me mira me dice adiós. Le

digo adiós con el corazón que con el alma no puedo. Joder, si le conozco,

acabo de quedar fatal. Pero bueno, su amigo no se me olvida jamás.

—¡Despierta! —me dice Gisela

—Vamos, va

Cogemos un par de folletos en la caseta de información. Miramos

fechas y horarios. Recorto la hoja del sábado y tiro las otras a la papelera.

Cambiamos la entrada por la pulsera que nos abrochan en la muñeca. Hacemos

cola y ya estamos dentro. Nos abrazamos. Como la primera vez. Establecemos

un lugar de encuentro por si nos perdemos. Todavía no han empezado los

conciertos. Me equivoco. Están tocando en la primera carpa. Creía que era

música de fondo. Compramos ticket de bebida. Llegamos a la barra. Pedimos.

El chico que nos ha servido no me ha cobrado porque me conocía de una

acampada que hicimos a no sé dónde no sé cuándo y sólo me acuerdo que

hablábamos por las noches de filosofía y la vida y esas cosas que dices cuando

vas de porros hasta el culo que ya sé que no debo fumar porque me pega el

bajón y se me ponen los ojos rojos. Debe ser porque tengo la tensión baja, la

última vez que me la tomé la tenía al diez y al seis, o también puede que el

costo que pasan es malo. Me dijo el Dani que el bueno es ese que se derrite en

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