Perplejidades de fin de siglo (14 page)

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Authors: Mario Benedetti

Tags: #Ensayo, Política

BOOK: Perplejidades de fin de siglo
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En los últimos tiempos es difícil estar al día con las opiniones de otro francés, Régis Debray, cuyas adhesiones y fobias políticas tienen más oscilaciones que la Bolsa, pero hace pocos días leí un texto suyo que me pareció interesante, aunque tal vez hoy mismo el propio Debray opine lo contrario: «Al ideal europeo de la izquierda progresista estadounidense se le ha adelantado la estadounización de la izquierda europea que incorpora con entusiasmo las Cruzadas exteriores de la Casa Blanca».

Ésa es, después de todo, una de las causas del pánico existencial de Michel Albert. Es obvio que el Capitalismo II (o sea el
renano
) tiene más en cuenta al ser humano como producto de su medio, su trama social, sus necesidades colectivas; pero todo esto referido casi exclusivamente al ciudadano local. Se echa en falta, sin embargo, una mínima extensión de esa comprensión y esa prodigalidad a los emigrantes que acuden a la Europa de sus sueños, como asidos a una última esperanza. No hace mucho el sacerdote y teólogo suizo Hans Küng, a quien el Vaticano retiró la venia docente por cuestionar la infalibilidad del Papa, acuñó una frase que excede lo religioso: «No hay un Dios nacional sino del mundo». Curiosamente, los más xenófobos, los más racistas del mundo occidental, suelen cobijarse en la Fe, pero me atrevo a dudar de que la Fe autorice a dividir a la humanidad en prójimos de primera y prójimos de segunda. Por lo pronto, no hablaría muy bien del Capitalismo II si con los escombros del Muro de Berlín se empezara a levantar un Muro de Europa que precisamente dejara fuera a los prójimos de segunda.

(1991)

No queremos ser liberados

Cuando a Estados Unidos le vienen las fiebres de liberación, en todas partes (y particularmente en el Tercer Mundo) suenan las alarmas. Después de cada una de esas cruzadas, y a la vista de los escombros liberados, los sobrevivientes del salvataje no siempre se muestran agradecidos. Para liberar a Panamá de las garras (afiladas en el pasado por la CIA) del general Noriega, las pragmáticas tropas norteamericanas se vieron dolorosamente obligadas a matar a dos mil panameños, a destruir totalmente el barrio El Chorrillo y prometer al fiel presidente Endara una ayuda financiera y restauradora que aún está por llegar.

Cuando la Unión Soviética y el bloque del Este dejaron de representar el tan anunciado peligro, y los países del ex Pacto de Varsovia se apuraron a liberarse antes de que llegaran los libertadores de siempre, el Departamento de Estado pasó momentos de verdadera angustia al no tener a nadie a quien liberar, pero, afortunadamente para los intereses imperiales, Hussein se acordó de la historia zonal (aunque se olvidó del desenlace de las Malvinas) y se propuso invadir Kuwait, no sin antes avisarle a la embajadora norteamericana en Bagdad que había decidido dar ese mal paso. La diplomática le juró sobre la Biblia que si ello acontecía, su gran nación no iba a intervenir (¿acaso Irak no había sido su aliado contra el satánico Khomeini?); con ese inesperado aval, al futuro «émulo de Hitler» se le acabaron las dudas y se metió en Kuwait. Ante esa brutal agresión, el emir kuwaití Ahmed el Sabah se vio obligado a interrumpir su discreta cuota anual de cien aleccionantes degüellos y buscó urgentemente algún refugio de cinco estrellas. Verdaderamente, un mal paso el de Saddam. Bush respiró tranquilo: ya había algo o alguien a quien liberar. Y Kuwait fue exhaustivamente liberado.

Hoy, ya expulsado el invasor árabe, los kuwaitíes se agregan a la lista de contempladores de escombros propios y quizá valoren cuánto mejor habría sido negociar. El expeditivo general Schwarzkopf quería que la liberación alcanzara también a los kurdos, pero éstos tuvieron la mala idea de empezar a morirse de hambre, de frío, del cólera y de la cólera. En Panamá, las tropas norteamericanas ofrecían seis dólares por cadáver sepultado, pero quizá en esta guerra sucia los cadáveres no alcancen esa cotización.

¿Será que el Nuevo Orden Internacional empieza con un flagrante desorden? ¿Se tratará de un Nuevo Orden o de una
nueva orden
? Por ejemplo: ¡apunten! ¡fuego! o tal vez ¡media vuelta a la derecha! Sin duda esta última orden ha sido obedecida, en diversas naciones, por militares y gobernantes, por conservadores y hasta por socialdemócratas, que también se han replegado en buen orden (internacional).

Sin solución de continuidad, el mundo pasó de la
guerra fría
a la
guerra sucia
. Una mañana, al despertar, nos encontramos con que ya no había Segundo Mundo, ya que había pasado a ser furgón de cola del Primero. Ahora sabemos que el abismo entre el Primer Mundo y el Tercero es cada día mayor, tal vez porque nadie se ha ocupado de proveer esa vacante dejada por el Mundo Dos.

Hay quien dice que el Nuevo Orden Internacional será otro Yalta, pero en aquella denostada reunión hubo por lo menos tres protagonistas, mientras que este nuevo Yalta será un monólogo bushiano (ni siquiera estará la Thatcher para hacer de
partenaire
) o acaso un réquiem por la pobre ONU, creada en 1945 para preservar la paz y limitada hoy a respaldar la guerra. Una de las mayores tristezas de este siglo de imágenes, fue contemplar a Pérez de Cuéllar, Secretario General de la ONU, volando de aquí para allá y viceversa, como recadero de una poderosa nación que durante largos períodos se negó a pagar su obligatoria contribución a la Organización de Naciones Unidas. Es cierto que la ONU es sólo lo que sus miembros quieren que sea, pero esta vez lo decidió el Consejo de Seguridad, que actuó y resolvió (también el veto ha fenecido) como una vergonzante agencia del Departamento de Estado.

Este final de siglo confirma que la tan mentada
pax americana
es apenas un seudónimo de
casus belli
. En los últimos 50 años, a Estados Unidos nunca le interesó la consolidación de la paz. Su mayor concesión ha sido hasta ahora la
guerra fría
, ya que ésta le permite seguir vendiendo armas, que en definitiva es su industria prioritaria. Cada vez que aparece en el horizonte de la política internacional una propuesta de paz a corto o a largo plazo, los norteamericanos hallan siempre un motivo para liquidarla. Si bien Breznev y Carter firmaron en 1979 el tratado SALT II, el Congreso norteamericano nunca lo ratificó. Cuando, en plena crisis (todavía no
guerra
) del Golfo, Gorbachov y hasta el aquiescente Mitterrand intentaron presionar para que se siguiera negociando, con el fin de evitar la confrontación armada, Bush rechazó tajantemente el sondeo pacificador y resolvió
ipso facto
la invasión. Ésa es la tradición norteamericana, que incluye antecedentes tan reveladores como Hiroshima o el bombardeo de Libia, además de Santo Domingo, Granada, Panamá
e tutti quanti
.

Incluso las palabras Nuevo Orden traen el recuerdo ominoso (y nada casual) de antiguos sinónimos. «Somos los padres del Nuevo Orden», dijo un eufórico Bush. ¿Ah sí? ¿Y las abuelitas? No faltará un mal pensado que traiga a colación el
Ordine Nuovo
de Mussolini y el
Neue Ordnung
de Hitler.

Es obvio que ni los derechos humanos ni la vigencia democrática fueron acicates prioritarios para desencadenar la Tormenta del Desierto. Nada hay menos democrático que los monarcas petroleros del Golfo, amigos entrañables de Estados Unidos que suelen ajusticiar en la plaza pública a ladrones, criminales y ¡adúlteros! Ni siquiera el famoso petróleo fue un motivo tan relevante como se proclama. Sí lo fue la voluntad expresa de mostrar, tanto al Tercer Mundo como a sus viejos y nuevos aliados europeos, que desde ahora el que ordena, invade y dicta la ley, es Estados Unidos y punto. Desaparecido el riesgo de una confrontación más o menos equilibrada con la URSS, todo resulta más fácil en la carrera hegemónica. Si Irak, insistentemente pregonado como el cuarto poder militar del orbe, nada pudo hacer contra las armas supersofisticadas del Pentágono, ¿qué pueden pretender los países pequeños, subdesarrollados, endeudados y hambrientos del Tercer Mundo? El jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas norteamericanas, general Colin Powell, acaba de anunciar que no descarta una intervención militar estadounidense en El Salvador «si es necesario para defender la libertad». Es decir, que El Salvador puede ser el próximo país a ser liberado. No habrá muchos riesgos. El Salvador, la nación más pequeña de América, sólo tiene 21.000 km
2
de superficie, de manera que no es probable que el Pentágono necesite, como en el Golfo, el apoyo logístico de 29 países para liberarlo. Estas liberaciones siempre constituyen un buen negocio armamentístico-empresarial: las armas destruyen, las empresas reconstruyen.

Samuel Huntington dijo hace tiempo (lo menciona Bud Flakoll en un reciente reportaje), con sencillo cinismo: «Demasiada democracia es mala». ¿Para quién? ¿No será mala demasiada soberbia? Después de todo, tal vez Hussein haya sido un bárbaro títere que involuntariamente se prestó (trayendo destrucción y muerte a su propio pueblo) a un descomunal ejercicio de soberbia. Poco lúcido, y sobre todo poco líder. Su hipocresía casi vocacional le arrastró a una práctica del ridículo, poco menos que inédita en la historia de las conflagraciones, que le hizo desperdiciar la ocasión de liderazgo que necesitaba el mundo árabe. Su irrefrenable locuacidad lo llevó a seguir proclamando su victoria en el mismo instante en que sus tropas retrocedían a grito pelado.

Sólo Bush logró superar a Saddam en hipocresía, palabra clave de esta
guerra sucia
. Por lo pronto, prohibió a la televisión que mostrara cadáveres, no fuera a repetirse el desánimo en cadena que anticipó el desastre de Vietnam. Ergo: lo malo no es matar, sino mostrar cadáveres. La única vez en que perdieron el control de la imagen, cuando el bombardeo al refugio de Bagdad, con mil civiles muertos, trataron de tapar ese traspié publicitario con el increíble cuento de que los muertos eran militares (¿también los ancianos? ¿también los niños?) disfrazados de civiles. Como imaginación, cero en conducta. Como conducta, cero en imaginación.

Para el Tercer Mundo, la combinación
debilitamiento de la Unión Soviética más victoria del Golfo
puede resultar sencillamente aterradora. Lo primero, por la ruptura del equilibrio militar internacional que de algún modo servía para contener las ansias dominadoras de Estados Unidos; lo segundo, porque la soberbia y el menosprecio resultantes de ese triunfo (vaya, vaya: 30 países contra uno), pueden estimular las aventuras imperialistas más descabelladas.

¿Qué hacer? interrogaba premonitoriamente el pobre Lenin. Pues no hay muchas opciones. Se oyen ofertas. Mientras tanto, recémosle al Santo Padre, a Moloc, a Venus Afrodita, a Siva, a Odín, a Zeus, a Baal, a Alá, a Tezcatlipoca y otras conspicuas divinidades, a fin de que, como colectivo, traten de convencer a Bush y a Powell de que no vengan a liberarnos.

(1991)

Se acabó el simulacro

El protagonismo del desnudo, parcial o total, ha invadido las playas, la publicidad, el cine, la prensa, la fotografía, la ex pudibunda televisión y hasta las computadoras. Hay sin embargo otros desnudamientos que, más que con el cuerpo humano, tienen relación con el cuerpo social. Es cierto que en los últimos años el
socialismo real
quedó al desnudo. Sin embargo, aunque aún se mantienen los quepis, sotanas y levitas del
capitalismo real
, lo cierto es que también éste va quedando en cueros.

Hasta la crisis de los países del Este, y aun bastante después, el capitalismo no descuidaba su capacidad de seducción y organizaba cuidadosamente sus simulacros. Verbigracia, desde Estados Unidos, o sea desde el sustrato de la discriminación racial, se clamaba increíblemente por los derechos humanos (en otras regiones del mundo, por supuesto); desde su
supermarket
de condenados a muerte (en julio de 1991 había 2.400, sólo en Estados Unidos) exigía clemencia para algunos reos del exterior, seleccionados con criterio político antes que humanitario. Pero Estados Unidos no tiene la exclusividad del simulacro. Desde el Vaticano, por ejemplo, donde está prohibido que sus trabajadores se sindicalicen, el papa Wojtyla se jugó entero, en su momento, por la legalización del sindicato de Lech Walesa. Después de todo, la infalibilidad tiene sus falibilidades.

Por otra parte, desde las cúpulas del narcotráfico, eran (y posiblemente siguen siendo) financiadas algunas deslumbrantes campañas de pudorosos candidatos. Y más aún: desde la vacua retórica de concordia mundial, el Primer Mundo cerraba sus puertas, ventanas y postigos en las oscuras narices del Tercer Mundo.

Eso hasta allí. Pero desde que el Este se mudó al Oeste, aunque el Sur siga siendo Sur, los capitalismos (tanto el salvaje como el refinado) se sienten tan seguros y soberbios, que ya no invierten dinero en simulacros y se despojan de sus costosas máscaras y atavíos. Ahora al Fondo Monetario Internacional ya virtualmente no le importan las otrora famosas
cartas de intención
, firmadas por varias promociones de gobernantes transigentes y serviles. Si quieren firmarlas, pues que las firmen; si no quieren, peor para ellos (¿
ellos
seremos
nosotros
?). Lo normal es que entonces el Ministro de Economía, con su más carismática expresión de mala sombra, mal agüero y malas pulgas (males completos, en fin), nos anuncie, en apretada síntesis, el evangelio de desgracias inminentes.

Desnudo integral, pues, sin hoja de parra, ni siquiera de trébol. En consecuencia, estamos autorizados a denunciar a grito pelado las seis o siete ejecuciones consumadas en Cuba (aclaro que no las justifico, ya que antes y ahora he sido contrario a la pena de muerte), pero no vayamos a mencionar, Alá no lo permita, a los 757 ejecutados en Irán (¿acaso no es el tradicional enemigo de Saddam Hussein, ese maldito?) ni a las decenas de ahorcados en Arabia Saudita (¿no fue acaso el querido aliado en la guerra del Golfo?) por delitos de robo y/o adulterio. Y si de países comunistas se trata, tampoco denunciemos las 730 ejecuciones llevadas a cabo en China (todas estas cifras pertenecen a 1990), no sea que los chinitos se enojen y el capitalismo occidental deba descartar un mercado de mil millones de potenciales consumidores de chiclets, cocacolas y
ainda mais
. Si se observa cuán bien dispuestas al perdón y al
marketing
se muestran las potencias occidentales frente a las violaciones chinas de los derechos humanos, uno se pregunta si el delito de Cuba será su tozudo marxismo-leninismo o más bien sus escasos diez millones de eventuales consumidores.

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