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Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

Persuasion (26 page)

BOOK: Persuasion
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Pero Mrs. Smith no había terminado aún con mister Elliot. Ana, interesada en todo lo relacionado con su familia, había distraído a su amiga del primitivo relato. Y, debió entonces escuchar una narración que si bien no justificaba del todo el rencor actual de Mrs. Smith, probaba que la conducta de Mr. Elliot para con ésta había sido despiadada e injusta.

Supo así (sin que la amistad se hubiese alterado por el matrimonio de Mr. Elliot), que la intimidad de las familias había continuado y Mr. Elliot había prestado a su amigo cantidades que iban mucho más allá de su fortuna. Mrs. Smith no deseaba echarse ninguna culpa encima y con suma ternura achacaba toda la culpa a su esposo. Pero Ana pudo percibir que su renta nunca había sido igual a su tren de vida, y que desde el principio hubo grandes extravagancias. Por el retrato que de él hacía su esposa adivinaba Ana que Mr. Smith era un hombre de tiernos sentimientos, carácter fácil, hábitos descuidados, no muy inteligente, mucho más amable que su amigo y muy poco parecido a éste. Probablemente había sido dirigido y despreciado por él. Mr. Elliot, a quien su matrimonio hacía rico y ponía a su alcance todas las vanidades y placeres que podía sin comprometerse por ello (puesto que con toda su liberalidad siempre había sido un hombre prudente), y encontrándose rico en el preciso momento en que su amigo comenzaba a ser pobre, parecían haberle importado muy poco las finanzas de su amigo, por el contrario, le había alentado a gastos que solamente podían conducirlo a la bancarrota. Y en consecuencia, los Smith se habían arruinado.

El marido había muerto a tiempo como para no conocer la verdad completa. Ya habían sin embargo encontrado ciertos inconvenientes con sus amigos, y la amistad de Mr. Elliot era de aquellas que convenía no probar. Pero hasta la muerte de Mr. Smith no se supo enteramente el desastroso estado de sus negocios. Con confianza en los sentimientos de Mr. Elliot más que en su criterio, mister Smith lo había nombrado a ejecutor de sus últimas voluntades. Pero Mr. Elliot se desentendió de ellas y las dificultades y los trastornos que ellos ocasionaron a la viuda, unido a los sufrimientos inevitables en su nueva situación, eran tales que no podían ser contados sin angustia o escuchados sin indignación.

Ana tuvo que ver algunas otras cartas, respuestas a urgentes pedidos de Mrs. Smith, que mostraban una decidida resolución de no tomarse inútiles molestias, y en las cuales, bajo una fría cortesía, aparecía una completa indiferencia por todo lo que pudiese ocurrirle a ésta. Era una espantosa pintura de ingratitud e inhumanidad. Y en algunos momentos Ana sintió que ningún crimen verdadero podía haber sido peor. Tenía mucho que escuchar: todos los detalles de tristes escenas pasadas, todas las minucias, una angustia tras otra; todo lo que sólo había sido sugerido en anteriores conversaciones era ahora relatado con todos sus pormenores. Ana comprendió el alivio que esto proporcionaba a su amiga y solamente se admiró de la habitual compostura y discreción de ésta.

Había una circunstancia en el relato de sus pesares particularmente irritante. Tenía ella cierta razón para creer que algunas propiedades de su esposo en las Indias Occidentales, que durante mucho tiempo no habían pagado sus rentas, podían dar este dinero en caso de que se emplearan medidas adecuadas. Estas propiedades, aunque no fueran muy importantes eran suficientes como para que Mrs. Smith pudiese disfrutar de una posición desahogada. Pero no había nadie que se hiciera cargo de ello. Mr. Elliot no quería hacer nada y Mrs. Smith estaba incapacitada para ocuparse de ello personalmente, por su debilidad física o para pagar los servicios de otra persona, por su escasez de recursos. No tenía ella relaciones que pudieran ayudarla ni siquiera con un sano consejo y no podía asumir el gasto de un abogado. Esta era la consecuencia de los fines extremos a que había llegado. Sentir que podía encontrarse en mejores circunstancias, que un poco de molestia podría mejorar su situación y que la demora podía debilitar sus derechos, eran para ella una constante zozobra.

Deseaba que Ana la ayudase en este asunto con mister Elliot. Había temido en algún momento que este matrimonio le hiciese perder a su amiga. Pero sabiendo luego que Mr. Elliot no haría nada de esta naturaleza, desde el momento que hasta ignoraba que ella se encontraba en Bath, se le ocurrió que quizá la mujer amada podría conmover a Mr. Elliot, y así, se apresuró a buscar la simpatía de Ana, tanto como podía permitirlo su conocimiento del carácter de Mr. Elliot, y en esto estaba cuando Ana, al rehusar tal matrimonio, cambiaba por entero las perspectivas, y si bien todas sus esperanzas desaparecían, tenía al menos el consuelo de haber podido desahogar su corazón.

Después de haber oído toda la descripción del carácter de Mr. Elliot, Ana estaba sorprendida de los términos favorables en que Mrs. Smith se había expresado al comienzo de la conversación. Parecía haberlo elogiado y recomendado.

—Mi querida amiga —respondió a esto Mrs. Smith—, no podía hacer otra cosa. Consideraba su boda con Mr. Elliot como cosa segura, aunque él no se hubiese declarado todavía, y no podía hablar de él considerándolo como lo consideraba casi su marido. Mi corazón sangraba por usted mientras hablaba de felicidad. Y pese a todo, él es inteligente, es agradable, y con una mujer como usted no deben perderse nunca las esperanzas. Mr. Elliot fue muy malo con su primera esposa. Fue un matrimonio desastroso. Pero ella era demasiado ignorante y burda para inspirar respeto y él nunca la amó. Estaba yo pronta a pensar que quizá con usted las cosas serían distintas.

Ana sintió en lo hondo de su corazón un estremecimiento al pensar en la desdicha que pudo haber tenido en caso de casarse con un hombre así. ¡Y era posible que Lady Russell hubiese llegado a persuadirla! Y en tal caso, ¿no hubiese sido aún mucho más desdichada cuando el tiempo lo revelase todo?

Era necesario que Lady Russell no siguiese engañada; y una de las consecuencias de esta importante conversación que preocupó a Ana buena parte de la mañana, fue que quedó en libertad de comunicar a su amiga cualquier cosa relativa a Mrs. Smith en la cual el proceder de Mr. Elliot estuviese involucrado.

CAPITULO XXII

Ana se dirigió a casa para reflexionar sobre lo que había oído. De alguna manera se sentía más tranquila al conocer el carácter de Mr. Elliot. Ya no le sugería ninguna ternura. Aparecía él, frente al capitán Wentwork, con toda su malintencionada intromisión. Y el mal causado por sus atenciones de la noche anterior, el irreparable daño, la dejaba perpleja y llena de sensaciones incalificables. Ya no sentía ninguna piedad por él. Pero solamente en esto se sentía aliviada. En otros aspectos, cuanto más buscaba alrededor y más profundizaba, más motivos encontraba para temer y desconfiar. Se sentía responsable por la desilusión y el dolor que tendría Lady Russell, por las mortificaciones que sufrirían su padre y su hermana, y por todas las cosas imprevistas que llegarían y que no podría evitar. A Dios gracias conocía a Mr. Elliot. Nunca había considerado que tuviera derecho a aspirar a ninguna recompensa por su trato hacia una antigua amiga como mistress Smith, y pese a esto había sido recompensada. Mrs. Smith había podido decirle lo que nadie más. ¿Debía comunicar todo a su familia? Pero ésta era una idea tonta. Debía hablar con Lady Russell, decirle todo, consultarla, y después, esperar con tanta tranquilidad como fuese posible; al fin y al cabo, donde necesitaba más sosiego era en aquella parte de su alma que no podía abrir a Lady Russell, en aquel fluir de ansiedades y temores que era para ella sola.

Al llegar a casa comprobó que había podido evitar a Mr. Elliot. El había estado allí y les había hecho una larga visita. Pero apenas se comenzaba a felicitar de estar a salvo hasta el día siguiente, cuando se enteró de que mister Elliot regresaría por la tarde.

—No tenía la menor intención de invitarlo —dijo Isabel con afectado descuido—, pero él lanzó muchas indirectas; al menos eso dice Mrs. Clay.

—Lo digo en serio. Jamás he visto a nadie esperar con tanto interés una invitación.

¡Pobre hombre! Realmente me ha entristecido. Porque la dureza del corazón de Ana ya está pareciendo crueldad.

—Oh —dijo Isabel—, estoy demasiado acostumbrada a esta clase de juego para que me sorprendieran sus indirectas. Sin embargo, cuando me enteré cuánto lamentaba no haber encontrado a mi padre esta mañana, me vi en cierto modo interesada, porque jamás evitaré una oportunidad de que él y Sir Walter se reúnan. ¡Parecen beneficiarse tanto de su mutua compañía! ¡Se conducen tan amablemente! ¡Mr. Elliot lo mira con tanto respeto!…

—¡Es realmente delicioso! —exclamó Mrs. Clay, sin atreverse a mirar a Ana—. Parecen padre e hijo. Mi querida miss Elliot, ¿no puedo acaso llamarlos padre e hijo?

—No me preocupan las palabras… ¡Si usted piensa así…! Pero palabra de honor que apenas he notado si sus atenciones son más que las de cualquier otro.

—¡Mi querida miss Elliot! —exclamó Mrs. Clay levantando las manos y alzando los ojos al cielo y guardando de inmediato un conveniente silencio para manifestar su extremo azoramiento.

—Mi querida Penélope —prosiguió diciendo Isabel—, no debe alarmarse tanto. Yo lo invité a venir, ¿sabe usted? Lo eché con sonrisas, pero cuando supe que todo el día de mañana lo pasaría con unos amigos en Thomberry Park, me compadecí de él.

Ana no pudo menos que admirar los talentos de comedianta de Mrs. Clay, quien era capaz de mostrar tanto placer y expectación por la llegada de la persona que estorbaba su principal objetivo. Era imposible que los sentimientos de Mrs. Clay hacia Mr. Elliot fueran otros que los del más enconado odio, y sin embargo podía adoptar una expresión plácida y cariñosa, y parecer muy satisfecha de dedicar a Sir Walter la mitad de las atenciones que le hubiera prodigado en otras circunstancias.

Para Ana era inquietante ver entrar a Mr. Elliot en el salón; doloroso verlo acercarse y hablarle; se había acostumbrado a juzgar sus actos como no siempre sinceros, pero a la sazón descubría la falsedad en cada gesto. La deferencia que mostraba hacia su padre, en contraste con su lenguaje anterior, resultaba odiosa; cuando pensaba en lo cruel de su conducta hacia Mrs. Smith, apenas podía soportar la vista de sus sonrisas y su dulzura o el sonido de sus falsos buenos sentimientos. Deseaba ella evitar que cualquier cambio de maneras provocase una explicación de parte de él. Deseaba evitar toda pregunta, pero tenía la intención de ser con él tan fría como lo permitiera la cortesía y echarse atrás tan rápidamente como pudiera de los pocos grados de intimidad que le había concedido. En consecuencia, estuvo más retraída y en guardia que la noche anterior.

El deseó despertar nuevamente su curiosidad acerca de cuándo y por quién había sido ella elogiada. Deseaba ardientemente que le preguntara. Pero el encanto estaba roto: comprendió que el calor y la animación del salón de conciertos eran necesarios para despertar la vanidad de su modesta prima; comprendió que nada podía hacerse en esos momentos por ninguno de los medios usuales para atraer la atención de las personas. No llegó a imaginar que había entonces algo en contra de él que cerraba el pensamiento de Ana a todo aquello que no fueran sus actos más sucios.

Ella tuvo la satisfacción de saber que en verdad se iba de Bath al día siguiente temprano y que sólo volvería dentro de dos días. Fue invitado nuevamente a Camden Place en la misma tarde de su regreso; pero de jueves a sábado su ausencia era segura. Bastante incómodo era ya que Mrs. Clay estuviera siempre delante de ella, pero que un hipócrita mayor formara parte de su grupo bastaba para destruir todo sosiego y bienestar. Era humillante pensar en el constante engaño en que vivían su padre e Isabel y considerar las mortificaciones que se les preparaban. El egoísmo de Mrs. Clay no era ni tan complicado ni tan disgustante como el de Mr. Elliot, y Ana de buena gana hubiera accedido al matrimonio de ésta con su padre de inmediato, pese a todos sus inconvenientes, con tal de verse libre de todas las sutilezas de Mr. Elliot para evitar la mentada boda.

En la mañana del viernes se decidió a ver bien temprano a Lady Russell y a comunicarle lo que creía necesario; hubiera ido inmediatamente después del desayuno, pero Mrs. Clay salía también en una diligencia que tenía por objeto evitar alguna molestia a su hermana, y debido a esto decidió aguardar hasta verse libre de tal compañía. Mistress Clay partió antes de que ella hablase de pasar la mañana en la calle River.

—Muy bien —dijo Isabel—, no puedo mandar más que mi cariño. Oh, puedes además llevar contigo el aburrido libro que me ha prestado y decirle que lo he leído. Realmente no puedo preocuparme de todos los nuevos poemas y artículos que se publican en el país. Lady Russell me aburre bastante con sus publicaciones. No se lo digas, pero su vestido me pareció detestable la otra noche. Pensaba que ella tenía cierto gusto para vestirse, pero sentí vergüenza por ella en el concierto. Es a veces tan formal y compuesta en sus ropas. ¡Y se sienta tan derecha! Dale cariños, naturalmente.

—Y también los míos —dijo Sir Walter—. Mis mejores saludos. Puedes decirle también que iré a visitarla pronto. Dale un mensaje cortés. Pero solamente dejaré mi tarjeta. Las visitas matutinas no son nunca agradables para mujeres de su edad, que se arreglan tan poco como ella. Si solamente usara colorete no debería temer ser vista; pero la última vez que fui observé que las celosías fueron cerradas inmediatamente.

Mientras su padre hablaba, golpearon a la puerta. ¿Quién podía ser? Ana, recordando las inesperadas visitas de mister Elliot a todas horas, hubiera supuesto que era él, de no saber que se hallaba a siete millas de distancia. Después de los usuales minutos de espera se oyeron ruidos de aproximación y… Mr. y Mrs. Musgrove entraron en el salón.

La sorpresa fue el principal sentimiento que provocó su llegada; pero Ana se alegró sinceramente de verlos y los demás no lamentaron tanto la visita que no pudieran poner un agradable aire de bienvenida, y tan pronto como quedó claro que no llegaban con ninguna idea de alojarse en la casa, Sir Walter e Isabel se sintieron más cordiales e hicieron muy bien los honores de rigor. Habían ido a Bath por unos pocos días, con la señora Musgrove, y se alojaban en White Hart. Esto se entendió prontamente; pero hasta que Sir Walter e Isabel no se encaminaron con Maria al otro salón y se deleitaron con la admiración de ésta, Ana no pudo obtener de Carlos una historia completa de los pormenores de su viaje, o alguna sonriente explicación de los negocios que allí les llevaban y que María había insinuado, con algunos datos confusos acerca de la gente que formaba su grupo.

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