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Authors: Álvaro Naira

Politeísmos (64 page)

BOOK: Politeísmos
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—Lucien te droga. Para eso también te vale el satánico.

A Sara le entró la risa.

—SaTaNiCo. Cielos. Espero que no se le ocurra venir hoy...

—Joder —al lobo se le iluminó la cara—. Típico. Siempre pasa. Todo el mundo pensando: “Es imposible que venga ese gilipollas; si nadie le traga y lo sabe”. Y va y se presenta. ¿Apostamos? ¿Cómo va a faltar el tocapelotas del canal a una quedada? Todo canal del IRC que se precie de serlo tiene a su capullo integral. Es lo que le da lustre. Mira, me están dando ganas de ir sólo para saludar al cabrón. Y contarle los dientes, que estoy casi seguro de que le salté uno la última vez que le vi...

—Eres un fantasma, Álex —declaró ella, sonriente.

—Mi fama me precede, ¿eh, princesa? Sara —dijo, poniéndose repentinamente serio y regresando al tema previo—. ¿Qué haces en la bandada? Tú no eres un cuervo. Esto no te sirve para nada.

—Lucien me ayuda —repitió con un hilo de voz—. A cambio, le traigo gente.

Álex resopló.

—Cría cuervos, Sarita.

—Y te sacarán los ojos. Lucien es tu amigo, Álex —se quejó ella—. No me puedo creer que digas eso. Si te oyera...

—Si me oyera se reía fijo. Además, iba a decir: “Cría cuervos y tendrás muchos”. Lucien es un tío cojonudo y le confiaría a mi madre. Pero no le dejaría a mi dios para que lo modelara como plastilina, que a saber qué figuritas hace con él. Permíteme que desconfíe hasta de mi sombra, ahí detrás siempre, retorciéndose.

Atenea encogió los hombros.

—Cuando hacen sus cosas, me alejo. Cuando puedo, estoy con ellos. Con quien ande, Álex, es mi problema.

—Pero sabes que tengo razón, Sara. Lucien te deja quedarte porque es un cuervo y les mola coleccionar cosas brillantes. Más tarde o más temprano te echará. Asegúrate de conservar todas las plumas.

La chica acristaló los ojos azules y adoptó una expresión enigmática.

—La lechuza, Álex, aunque levante el vuelo, nunca se marcha. Da igual cuánto me mueva porque lo hago en círculos; siempre estoy en el punto de partida.

—De puta madre. ¿Y Lucien te sale más barato que un psiquiatra? Haz lo que te salga de las pelotas, princesa. Hombre... —hizo un gesto—. Mira quién está ahí. Voy a decirle hola.

Lilith, al fondo del local, observaba al lobo con una cara de asco de lo más expresiva, como si estuviera oliendo mierda. Álex iba a saludarla, sólo por joder, para de paso tocarle un poco las narices a Nevermore, que sabía que le tenía más miedo que al tifus y eso le hacía mucha gracia, cuando Atenea le cogió de la manga.

—Álex, estate quieto. Ella te detesta. Le hiciste una guarrería increíble.

—¿Qué? Venga ya. Sólo me la follé. Y pareció gustarle.

—Y luego la mandaste a la mierda, lobo. Me lo ha contado.

—La vida, Sara. Además, estaba hasta los huevos de pajaritos y de misticismos.

Atenea suspiró.

—Deberías buscar a alguien con cuatro patas, Álex.

—Precisamente. Me voy. ¡Lucien! —exclamó, al tiempo que mostraba el dedo medio en dirección a Corvuscorax, que le estaba mirando torvamente con un desprecio antológico—. ¡Me abro! Divertíos.

—Esperá, Haller —le pidió él acercándose—. Nosotros nos vamos también; desconozco cuánto se tarda en llegar al planetario y la cita es a las seis. Vayan saliendo, por favor —dijo, abriendo la puerta y sujetándola.

—¿Y vais a cerrar? Pero si son las cuatro y media —apuntó Atenea.

—Ángeles se queda a abrir la tienda y a despachar hasta la hora del cierre, querida.

Según iban pasando al exterior, los chavales le echaban ojeadas recelosas a Álex. Una adolescente con un bolsito absurdo se detuvo frente a él. Torció la cabeza.

—¿Tú qué eres? —preguntó Cristina, extrañada.

—El lobo feroz, mocosa. Piérdete.

Corvuscorax, que iba detrás, le dedicó una sonrisa absolutamente repugnante.

—Capullo —le soltó Álex a la cara.

El cuervo emitió una carcajada breve. Respondió:

—Qué infantil.

Justo cuando el lobo apretaba los puños, la voz de Lucien retumbó en tono de advertencia. Sólo dijo:

—Haller, por favor.

Álex distendió la postura con gesto de fastidio. “Sólo por no oírte, Lucien”, rezongó. Apagó la colilla y salió de la tienda. Dieron la vuelta a la esquina y él pasó por delante de la vidriera del VIPS antes de girarse, pero Paula estaba sentada tranquilamente en el banco, como si hubieran cambiado los papeles; la melena castaña intensa caía como un manto a su espalda. A Álex se le cortó el aliento. La vio magnífica, gloriosa y temible, con los ojos ambarinos salvajes, asilvestrados, la cabeza gacha, la mirada tremenda. Paula pestañeó al ver a la bandada, que salía del callejón e invadía la Gran Vía. Se puso de pie con una curva en los labios, mientras se le deslizaba la cortina parda y líquida del pelo sobre los hombros suaves.

—Álex. ¿Y esta gente?

—Paula... —exhaló él—. ¿Cómo andas?

—Con los pies —contestó ella.

Él se masticó la sonrisa.

—¿Pero con cuántos?

Ella no respondió, pero se le afinaron los ojos cimarrones.

—¿Entras ahora a currar? —preguntó Álex.

—No —dijo simplemente.

—¿Libras hoy? De puta madre. Pues te presento —dijo Álex, conteniendo el deseo urgente de estrujarla entre los brazos. El lobo dudó, pensando que si se abalanzaba sobre ella se llevaría una dentellada impaciente y molesta, aunque todos sus sentidos le decían que la loba ya torcía el rabo para permitirle la cópula. Sin embargo, el cortejo lupino llevaba su tiempo: regalos, peleas contra competidores y juegos. Se limitó a cogerle la muñeca—. El capullo que se acerca sonriendo como un gilipollas es Lucien; la de blanco, Sara. Los demás carecen de importancia.

Ella enarcó una ceja.

—A éste lo conozco. Es el de “las papas”, que viene siempre con la mujer. ¿Pero esto de qué va? —preguntó, arrastrando los ojos por la bandada—. ¿Quiénes son?

—Colgados. Y cuervos.

Paula pergeñó una sonrisa lenta, atirantada, al tiempo que aprisionaba la mirada amarilla entre los párpados orillados de pestañas negras.

—Pobre lobo solitario, matrero, que se acompaña de los cuervos para ver dónde hay carroña con que alimentarse... —susurró con voz dulce, terrosa y afilada al tiempo, como miel caliente que goteara—. ¿Amigos tuyos? No me digas que están
dentro
, Álex...

—Todos. Pero te juro que no tiene nada que ver conmigo.

—Qué tal —dijo Lucien sin ocultar su satisfacción, ofreciéndole la mejilla que Paula apenas rozó—. Un gusto.

Atenea se limitó a alzar la mano con timidez, sonriendo de forma descolorida, vaga e imprecisa. Los transeúntes pasaban en fila india a los lados, porque la bandada se había posado en todo el recorrido. Un chico con un perro labrador intentaba atravesar, esquivando la masa humana y gruñendo. El animal movía la cola. En la esquina de la bocacalle, levantó la pata y orinó delante de ellos. Álex se sintió incapaz de cerrar la boca.

—Parece que Fran ha venido a buscarte... —dijo señalando al chucho con guasa, aunque al instante se arrepintió de haberle nombrado. Su sorpresa fue mayúscula cuando observó que ella sólo sesgaba la boca.

—Eres imbécil, Álex.

—¿Por qué no nos acompañan a la reunión los dos? —inquirió Lucien con una sonrisa encantadora—. Vengan, por favor.

Paula parpadeó. Dobló el cuello.

—Álex, ¿en qué estás metido?

—A mí no me mires. Estos colgados han montado una convención de friquis para “intercambiar experiencias”, dar clases de yoga y alcanzar el nirvana. Yo prefiero que nos vayamos a mi casa.

—No le hagas caso, querida —intervino Lázaro—. Sólo es una quedada del canal #Politeismos del chat. Vamos a un parque a charlar. No sé cuánta gente va a ir... pero todos están
dentro
—Lucien hizo una pausa—. Ellos te van a poder ayudar.

Paula puso una cara de lo más elocuente.

—Álex —le interpeló con disimulo—. ¿A qué te has dedicado estos años? ¿Has montado una secta?

—¡Que no es cosa mía, joder! —gritó él—. ¿Nos vamos a follar?

—Qué dices —le detuvo ella, porque ya la tiraba de la mano para llevársela—. La verdad es que me muero de curiosidad por saber en qué andas metido.

—Haller —le incitó Lázaro—. Ossian te va a extrañar si no vas.

Él bufó un par de tacos. Paula se unía al grupo. Acabó siguiéndola a regañadientes, mientras el cuervo no dejaba de sonreír apaciblemente. Llenaron el autobús 148 ante la estupefacción del conductor y se bajaron en la Avenida del Planetario. Eran las cinco cuando entraron al parque. Álex se quedó atónito al divisar el auditorio al aire libre, con el escenario inclinado, ruinoso, y la orquesta resquebrajada de hormigón armado. Las gradas eran descomunales peldaños de argamasa con amplias plataformas de césped.

—Joder. ¿Qué coño es este sitio?

Se oyó una voz grave, afable, desde la escalinata.

—Lo construyeron para conciertos, Haller, y se les derrumbó toda la parte de las columnas. No se puede utilizar; imagínate la hostia que se podría pegar alguien dando botes con una guitarra si se le mete el pie en una grieta. Entran cinco mil personas, pero no creo que pasemos de cien hoy. Sólo vendrá la gente de Madrid, con suerte.

Un tipo de unos veinticinco años ascendía los bloques. Era grande como un armario, y robusto, como si se machacara el cuerpo en un gimnasio. Tenía un pelazo marrón, liso y largo, que le caía sobre los hombros. Vestía con vaqueros, deportivas, cazadora y camiseta de un grupo musical con la imagen de unos dragones enroscados en torno a un laúd. Los ojos eran enormes, pardos y dóciles, impresionantes. En conjunto resultaba sumamente armónico; daba una imagen de vigor, de potencia y de salud. Puso un pie sobre el borde de piedra del escalón, con los pulgares metidos en los bolsillos.

Álex se quedó quieto en seco.

—¿De dónde cojones has salido, Ossian?

Los cuervos empezaron a hablar entre ellos, armando escándalo. Los más jóvenes se lanzaron a corretear descendiendo a brincos por la gradería hasta el proscenio.

—¿Nos falla el olfato? —respondió el otro con una sonrisa—. Estaba sentado abajo con unos amigos. Y a ti se te oye gritar desde la entrada del parque.

—Sólo guardo silencio cuando voy de caza. Así que da gracias.

Ossian soltó una carcajada. Saltó el último peldaño y se plantó delante.

—Creía que no vendrías, lobo. Hace un año que no te veía el pelo.

—Mejor para ti, Bambi —rebuscó el paquete de tabaco en el bolsillo y se sacó un pitillo—. No voy a hacer ningún chiste sobre tu cornamenta, pero cada vez que te veo te ha crecido un centímetro. ¿Tu novia qué tal?

Ossian estalló en risas. Le estrechó la mano con ímpetu, dándole una colleja.

—Sigues igual que siempre. Me alegro de verte, Haller.

—Oye, aquí hay cuatro gatos —comentó el lobo—. Vaya mierda de evangelización la tuya, comeflores. ¿Cuántos has metido tú? ¿Cinco, diez? Tu chica no cuenta, que entró en esto solita. Si vienen los míos sí que no cabemos, porque ni yo sé cuántos son...

Ossian saludó a Paula de forma entusiasta, mientras ella lo contemplaba maravillada. La cornamenta colosal del alma le hacía un enramado semejante a brazos con las manos abiertas. Ossian era como un árbol que caminara.

—¿Quieres ponerme celoso, princesa? —le murmuró Álex al oído en cuanto Ossian se alejó—. Deja de comértelo con los ojos si no quieres que le meta una hostia, y no me apetece una mierda medirme con él, que los dos sabemos quién gana y quién pierde en una pelea de un lobo viejo y un pedazo de ciervo adulto con unos cuernos con veinte puntas que pasarán del metro. Como no me ponga a correr entre los árboles a ver si se queda enganchado como un capullo...

La chica se mordió el labio.

—Tenías razón, Álex.

—¿En qué?

—En que hasta que no crees que hay algo... no lo puedes ver.

X

A Paula le brillaban los ojos del color del caramelo derretido. El lobo le apretó la mano. La miró con intensidad.

—Es un ciervo magnífico —dijo ella.

—Sí que lo es, sí —valoró Álex, un pelín cabreado de que siguiera observándole y loco de contento de que lo
viera
—. Paula, es caza mayor. Tendríamos que ser cinco para poder con él, así que olvídate.

—... Y tú, Lucien —decía Ossian—, dame un abrazo, joder. Otro que levantó el vuelo —el argentino y el ciervo se saludaron con efusión. Lucien le preguntó por su pareja. Él respondió que estaba abajo, con los demás. Se reía alegremente al ver a la bandada—. Cuánto pajarito, cuervo. Veo que has estado ocupado.

—Hola, Ossian. Yo soy Atenea —intervino la lechuza, acercándose—. Encantada de conocerte al fin cara a cara.

—La leche —él se la quedó mirando asombrado—. Cuando me comentaste que eras gótica, te juro que te imaginé de cualquier forma excepto así.

La chica soltó una carcajada melódica. Se atusó las prendas con las uñas pintadas de blanco como si se acicalara las plumas con el pico.

—Hay que tener personalidad.

El ciervo se rió, echando el pelo hacia atrás. Casi se escuchó el silbido de las cuernas del alma en el viento.

—Se me hace rarísimo hablar contigo en persona, Atenea. ¿Cómo te llamabas de verdad?

—Sara. A mí me pasa lo mismo. Ya llevaremos año y pico leyéndonos a diario en el IRC...

—Vamos bajando —Ossian empezó a descender a zancadas—. Hasta que no se acerquen no hay forma de saber quiénes están aquí de botellón y quiénes están
dentro
. Supongo que los tipos que andan con perro sólo estarán de paso —dijo, señalando a un chaval sentado en un extremo, que le tiraba una pelota a un dóberman, con otros dos a los pies—. Este sitio es muy tranquilo; por la noche no hay ni un alma. Sólo gente sacando a los chuchos.

—Y a ti te viene de puta madre porque vives a dos patadas, Ossian —gruñó el lobo—. Espero que al menos tengáis alcohol.

—Un huevo, pensando en ti.

—Pues vas mal. Con una birra me conformo. Me he vuelto abstemio desde hace por lo menos tres semanas.

Paula abrió la comisura de la boca.

—El lobo harto de carne, métese a fraile.

—Qué tontería —replicó Álex—. El lobo nunca se harta de carne.

—Pues entonces no sé si presentarte a las chicas, que igual te las meriendas —comentó el ciervo con una sonrisa.

—Qué va. ¿No ves que tengo loba? —dijo Álex, pasando un brazo por encima de los hombros de Paula, esperando que le lloviera una hostia en cualquier momento y creciéndose al comprobar que el bofetón se retrasaba y la chica sólo le miraba cínicamente—. El lobo es furiosamente monógamo toda su vida.

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