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Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

Por prescripción facultativa (29 page)

BOOK: Por prescripción facultativa
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—No era ésa la idea que yo tenía. —McCoy parecía meditabundo—. ¿Qué es un anatema? —preguntó luego.

—Creo que es una maldición —replicó Sulu, con un tono exento de seguridad—. O un pez pequeñito que corre cuando hay luna llena.

—Debía preguntarlo. ¿Y cómo va nuestro anatema privado en este momento?

—Nos sigue a velocidad de propulsión —replicó Chekov—. Acelera a plena potencia.

—Vaya por Dios, realmente quiere negociar, ¿verdad? —masculló McCoy. En términos generales, un buen capitán de nave estelar intentaba evitar las velocidades próximas a las relativistas; tendían a hacer cosas raras con los motores de uno… y con la tripulación. Pero aquel perseguidor obviamente pensaba que el premio bien merecía la pena de unos desgarrones y un poco de desgaste.

—¿Cuál es nuestra propia velocidad?

—El ochenta por ciento de la suya, de momento. Estamos al límite. Correr demasiado sin escudos protectores no es muy saludable… pero las computadoras están bien hasta ahora, no presentan ningún problema de sincronización. ¿Señor Spock?

Ante su terminal, Spock asintió con la cabeza.

—Al menos por el momento. Pero si incrementamos mucho la velocidad sin ninguna protección, las computadoras acabarán por sufrirlo. No me gustaría llevarla mucho más allá de tres cuartos de impulso.

—De acuerdo —dijo McCoy—. Déme un grito si se encuentra con alguna otra cosa que yo deba saber.

—Por supuesto.

Aquello era lo mejor de todo, pensaba McCoy. A nadie le importaba que él fuera el comandante… no había competitividad, no había tensiones; todos deseaban que tuviera éxito. Pero, por otra parte, todos tenían el mismo pensamiento: él debía resistir hasta que Jim pudiera regresar al asiento central. Deseaban que Jim estuviese allí tanto como McCoy… si eso era posible. Por mucho cariño que le tuviera a la tripulación, y por bien que conociera la lealtad de todos ellos, McCoy tenía sus dudas.

—La nave de Orión acelera más —anunció nervioso Sulu—. Acortan ligeramente las distancias. Diez minutos para propulsión.

—¿Qué probabilidades hay de que vean la pista de nuestros motores? —inquirió McCoy.

Spock sacudió la cabeza.

—Eso dependerá de la dirección en la que apunte su principal instalación sensora al principio de ese período. Es muy posible, si aceleramos con bastante lentitud, que pierda la pista de ionización durante algunos segundos, quizás un minuto, más o menos. Si ése fuera el caso, todo eso serán datos de menos que tendrán para predecir qué curso tenemos intención de seguir.

—Cuanto menos vean de nosotros, mejor —concluyó Chekov—. Simplemente hemos de esperar que nos busquen mucho más afuera de lo que realmente estamos.

—Esta operación requiere demasiada suerte —refunfuñó McCoy—. No son las mejores probabilidades para un comandante novato.

—Muy al contrario, doctor —le contradijo Spock, que levantó la mirada de su trabajo—, un comandante inexperto tiene unas probabilidades mucho más altas de sobrevivir en una situación así que uno experimentado. El comandante novato no sabe qué errores puede cometer, y por lo tanto su adversario tiene más dificultades para juzgar dichos errores y las razones que los han motivado. Sus decisiones tácticas tienden a ser más impredecibles y, cuando tienen éxito, son de lo más eficaz. También existe una ligera ventaja, estrictamente estadística: por el hecho de que no haya estado recientemente en batalla, las leyes del promedio se combinan con la teoría del caos para…

—… provocarme un dolor de cabeza, básicamente —lo interrumpió McCoy—. Gracias, señor Spock… Chekov, ¿qué hacen los klingon?

—Están todos en órbitas cometarias largas, como la nuestra, pero trazadas de manera que les permiten tanto la salida rápida del sistema como la detención de la velocidad hiperespacial y la caída rápida de vuelta al interior —replicó Chekov—. Todo muy cauteloso. Creo que saben que los de Orión nos superan en armamento, pero quieren ver si tenemos algún truco en la manga sobre el que deban informar al imperio.

—Una vez más, nuestra reputación nos precede —comentó suavemente McCoy—. Me parece que no me gusta eso de la fama. Impide llevar una vida apacible.

En aquel instante la nave se estremeció; una sacudida muy brusca y perceptible, diferente de la habitual, bastante suavizada. Pero se debía tener en cuenta que no llevaban los escudos activados, así que cada sacudida iba a ser tres veces más aguda de lo normal.

—¿Ha sido otro disparo de prueba de alcance? —inquirió McCoy.

—Creo que sí, doctor —le respondió Sulu—. No están seguros de dónde nos hallamos, así que prueban algún disparo ocasional hacia la oscuridad. Pero he visto hacia dónde estaba dirigido el rayo. Tienen nuestra posición bastante equivocada.

—Demos gracias a los cielos por los pequeños milagros. Cuando viremos, estará todavía más equivocada, ¿verdad?

—Exacto.

—Beberé por eso —declaró McCoy— más tarde.

Suspiró y pensó en Kaiev, que estaría en alguna parte de aquella oscuridad exterior, con su síndrome hepático y su aspecto nervioso. Nunca podía uno saber quién acudiría a ayudarle en caso de apuros. «Decididamente, hay alguien a quien deseo invitar a una copa cuando todo esto haya terminado —pensó—, si los hados son benevolentes y tenemos unos cuantos minutos para colaborar después de que se hayan solventado todos estos problemas. Si sobrevivimos…»

En la pantalla, observaba cómo se acercaba lentamente el punto en el que volverían a encender los motores de impulsión. No faltaban ya más que unos pocos minutos. McCoy miraba fijamente el pequeño punto de luz que representaba a la nave de Orión y se preguntaba: «¿Qué hace que se comporten así? ¿Es que piensan que eso no es más que un trabajo, algo que deben hacer? ¿Llega a pensar alguno de ellos en la gente que matan y esclavizan, en los planetas que han aterrorizado a lo largo de los años? Algunos de ellos tienen que hacerlo. Seguramente algunos de los que van a bordo de esa nave han lamentado, con el paso del tiempo, cosas que han hecho. Algunos seguramente quieren dejarlo.»

Probablemente van a conseguir dejarlo, porque vamos a tener que matarlos… o al menos intentaremos hacerlo. No van a dejarnos en paz; somos una presa demasiado valiosa, y amenazamos su sustento. No tienes forma de escapar de ésta por medio de las palabras, Leonard, muchacho. Ahí fuera, el único recurso es la buena navegación estelar, y la buena y fría oscuridad para esconderse en ella…

—Dos minutos —informó Sulu—. Doctor, ellos todavía siguen su curso anterior. Si continúan navegando en esa dirección, cuando demos la vuelta los perderemos definitivamente. Están demasiado lejos de nosotros para captar el calor de los impulsores, si están enfocados en la dirección equivocada.

—Conserve ese pensamiento —dijo McCoy.

Un nuevo minuto que se arrastró lenta, muy lentamente. McCoy contemplaba el diagrama y consideraba las opciones que tenía. ¿Qué iba a hacer en el caso de que aquel monstruo no girara también?

—Nosotros tenemos obligatoriamente una maniobrabilidad superior a la de esa cosa, a velocidad de impulsión —comentó.

—Así lo creo yo —replicó Spock desde su terminal—. Está muy bien provista de motores de impulsión, pero al mismo tiempo ha de mover tanta masa muerta que está peligrosamente próxima a su punto de disminución del rendimiento proporcional.

McCoy asintió con la cabeza.

—Dadas las circunstancias, parece un error dejarles que nos obliguen a entrar en el hiperespacio. —Incuestionable. Esa nave está sin duda mejor armada que la nuestra. Tendría una ventaja considerable a velocidad hiperespacial; yo resistiría, en efecto, la tentación. —Spock hablaba con una vehemencia insólita en él.

—Spock, si nuestra ventaja reside en la velocidad de impulsión, ahí nos quedaremos. No necesita convencerme.

Pero el problema era que no podrían permanecer a velocidad de impulsión durante toda la eternidad. Debería haber una resolución para aquel problema… y McCoy no podía ver dónde estaba.

—Treinta segundos —anunció Sulu.

McCoy contemplaba la pantalla, observaba el pequeño punto blanco que representaba a la
Enterprise
, que avanzaba centímetro a centímetro hacia la parte marcada de la parábola.

—Compruebe curso.

—Confirmado —replicó Chekov, y leyó una lista de números.

Sulu asintió con la cabeza.

—Yo le compruebo a usted —dijo—. ¿Doctor? Última oportunidad para dar una contraorden.

—Adelante —respondió McCoy.

Los motores de impulso se encendieron, todos a un tiempo, como solían hacer; no hubo un lento aumento de sonido que vibrara en los huesos de la nave, sino un poderoso ¡whoom! de energía. McCoy se irguió en su asiento, atónito.

—¿Funcionan bien esos motores? —preguntó.

—Se debe a que todo estaba apagado —respondió Sulu por encima del ruido… que realmente no era tan fuerte cuando uno lo oía durante un segundo—. Parece más fuerte por comparación.

—Ya lo creo —comentó McCoy.

El encendido continuó. Normalmente, el funcionamiento de los motores de impulsión era prácticamente indetectable, pero en aquel momento McCoy tenía ganas de llamar a la sala de máquinas y averiguar si no podían conseguir de algún modo que aquellas cosas hicieran menos ruido. Era absurdo; era imposible que los piratas pudieran oírlos en el espacio. Pero de todas formas, McCoy se crispaba.

El ruido continuó y continuó. Pareció continuar durante toda una eternidad, desde luego durante el tiempo suficiente para que alguien que no fuera completamente ciego pudiera ver la pista de iones que dejaban…

El ruido se interrumpió. El médico respiró con alivio.

—¿Y bien? —les preguntó a Sulu y Chekov.

Chekov miraba los listados de su computadora; Sulu no esperó: estaba ocupado en estudiar la órbita que ellos seguían y la de los piratas de Orión. Realmente parecía que sus perseguidores se alejaban más y más hacia el exterior del sistema…

—Ha funcionado bien —informó Sulu—. Hemos descrito la hipérbole cerrada, como estaba planeado, y obtendremos el efecto honda deseado. Por otra parte, no parece que nuestros amigos nos hayan visto…

«Espero que Kaiev sí lo haya hecho.»

—Felicitaciones, caballeros —les dijo McCoy—. Informe de los klingon.

—Kaiev ha desaparecido del campo de los sensores, doctor —replicó Spock—. Según mis proyecciones, debería estar por aquí. —En la pantalla, un pequeño punto de luz roja marcó la posición indicada, que se alejaba todavía del planeta y entraba en una órbita que eventualmente se cruzaría con la suya—. También él debe estar a punto de encender los motores de impulsión, por lo que ha tomado las mismas precauciones que nosotros para no ser visto. —Spock parecía satisfecho—. Preferiría no especular sobre si ésta es una táctica que él ya había considerado o si la copió de la nuestra, pero parece una elección sensata, en mi opinión.

McCoy pensó durante un momento.

—Veamos, Uhura, ¿nos queda alguna de esas boyas de datos?

Ella lo miró con expresión de infelicidad.

—Nos queda una, doctor, pero hasta ahora no he tenido tiempo de cargarla.

—Está bien. No quiero cargarla, como no sea quizá con un poco de basura. Mire… —Se levantó, se acercó a la pantalla y miró de cerca el punto en el que la órbita de la
Enterprise
se cruzaría más o menos con la de la
Ekkava
—. Lo que yo pensaba —continuó— era poner la boya por aquí… —Señaló un punto que estaba un poco más cerca del planeta que el punto de intersección— y hacer que comience a transmitir justo antes de que nosotros lleguemos a ese punto. Haga que parezca una fuga de datos. No, mejor aún… —Sonrió abiertamente—. Que transmita nuestra identificación y una señal de socorro. Haga que parezca que somos nosotros.

Uhura también sonrió, con expresión malvada.

—Puedo falsificar una respuesta, si quiere —le dijo—. La Flota Estelar informando que el grupo de operaciones llegará con un poco de retraso, que debemos resistir… o puedo dar a entender eso en el mensaje enviado por nosotros.

—Hágalo. Creo que eso último es un poco más astuto.

Spock contemplaba la pantalla con interés.

—Usted —comentó— pretende atraer a los piratas a un punto entre nosotros y la
Ekkava
.

—Correcto. ¿Alguna sugerencia?

Spock se puso a pensar.

—Yo sugeriría este punto en lugar del otro —replicó pasado un momento, y señaló uno más cercano a la intersección de las órbitas—. Postulando el peor de los casos, que en este tipo de situaciones siempre es sensato, lo deseable sería mantener la distancia máxima entre las naves de ambos y la de los piratas lo más reducida posible. Nuestra mayor maniobrabilidad, ventaja que también tienen los klingon, nos capacitará para reaccionar mucho más rápidamente ante los movimientos de la nave de mayor tamaño y ésta a su vez tendrá dificultades para reaccionar rápidamente ante los nuestros debido a la proximidad.

—Eso debe tener algún inconveniente.

—Naturalmente, también tiene desventajas. Si la nave de Orión nos ve y nos dispara, sus probabilidades de fallo son realmente muy bajas. Pero juzgo que el peligro queda más o menos compensado por nuestra ventaja.

McCoy sonrió irónicamente.

—¿Más o menos?

—Doctor, como bien sabe usted por su experiencia con el ajedrez, las situaciones tácticas de esta índole son expresables en porcentajes, o en términos de promedio estadístico. Existen demasiadas variables, incluido el surgimiento de una intuición repentina, o la intervención de factores que no han sido tomados en cuenta. —Spock parecía considerar el comentario del médico como una transgresión del buen gusto—. Pero el equilibrio de efectos es sencillamente lo mejor que podemos esperar en la presente situación. Su plan respecto a la boya está bien razonado. Los piratas de Orión creerán que la nave hace exactamente lo que hace en este momento, escapar en silencio, y atacarán ávidamente el punto en que la repentina fuga de señales les diga que está. Eso, si todo sale bien. La pregunta siguiente es entonces: ¿qué hacer a continuación?

—Tiene toda la razón —murmuró McCoy. Su mente estaba llena de imágenes de la
Ekkava
disparando a la nave pirata por la retaguardia, mientras los de Orión no le prestaban más atención que si se tratara de una mosca—. Simplemente espero que dos seamos suficientes.

—He estudiado las lecturas que los sensores han hecho de la nave de Orión, en busca de posibles áreas vulnerables —continuó Spock—. Ésa probablemente sea nuestra mejor línea de investigación. No es lógico intentar convertir una nave tan grande en algo completamente a prueba de balas; siempre habrá áreas consideradas menos prioritarias respecto a las necesidades de protección, y demasiado bien protegidas por otras defensas «activas» como para necesitarla. Señor Sulu, agradeceré su opinión a ese respecto, al igual que la suya, señor Chekov.

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