Read Premio UPC 1995 - Novela Corta de Ciencia Ficción Online
Authors: Javier Negrete César Mallorquí
Tags: #Colección NOVA 83
Vega dio una rápido vistazo a los periódicos y se volvió hacia Uribe.
—¿Has averiguado algo sobre la Hidalgo y su marido?
Uribe sonrió con sarcasmo.
—¿En medio de todo este jaleo? No, comisario. Apenas sé nada de ellos... Al parecer, Leonor Hidalgo es una multimillonaria norteamericana, aunque nació aquí. Por lo visto, tras vivir mucho tiempo en Estados Unidos, volvió a España en el 36... Ignoro a qué se dedica; unos dicen que apoya a los franquistas, y otros aseguran que no para de amontonar dólares en las manos de los jefes republicanos. Probablemente haga ambas cosas a la vez. Sea como fuese, esa mujer goza de muchos contactos a alto nivel.
—¿Y Mario Yáñez-Borghese?
—Es un fascista, comisario. Tiene doble nacionalidad, española e italiana, y milita tanto en la Falange como en los Camisas Negras de Mussolini. Ignoro dónde pueda encontrarse ahora, aunque se le vio a finales de año en Roma... Eso es todo lo que sé.
—De acuerdo —dijo Vega—. Sigue investigando. Sobre todo, me interesa conocer el paradero de Yáñez-Borghese.
Uribe suspiró. Iba a añadir algo, pero finalmente optó por abandonar en silencio el despacho.
Vega permaneció en la DGS hasta las siete de la tarde. Luego, con los periódicos norteamericanos bajo el brazo, se encaminó a su piso de la plaza de Olavide. Una vez allí, el policía se sirvió un vaso de ginebra y buscó los papeles que le había entregado Leonor Hidalgo. Tomó asiento en un sillón, abrió el
New York Times
del lunes anterior y buscó las páginas financieras. Con mucha atención, comenzó a comparar las cotizaciones bursátiles con las predicciones que figuraban en aquellas hojas mecanografiadas.
Notó cómo el corazón le daba un vuelco. Apuró la ginebra de un trago y buscó apresuradamente las páginas deportivas. Confrontó los tanteos de los partidos de
football
y béisbol con los resultados vaticinados por la mujer.
Experimentó un intenso aturdimiento.
Con evidente nerviosismo, cogió el periódico del martes y siguió comprobando aquellos vaticinios asépticamente escritos a máquina.
Apenas media hora después, Vega había terminado de revisar todos los diarios. Se sirvió una generosa ración de ginebra y, con la mente más bien confusa, intentó sacar alguna conclusión de todo aquello.
Pero nada parecía tener sentido.
Porque en aquellas hojas que le había dado la misteriosa mujer, se predecían, con toda exactitud, las cotizaciones futuras de la Bolsa neoyorquina y los resultados pormenorizados de un buen número de eventos deportivos.
Y eso no podía ser.
Vega se incorporó bruscamente, cogió su abrigo y salió de la casa a toda prisa. Había tenido mucha razón Leonor Hidalgo cuando le dijo que se moriría de ganas de volver a hablar con ella.
—¿Cómo lo ha hecho? —preguntó Vega.
Leonor Hidalgo cruzó las piernas y se reclinó contra el respaldo del sillón. Parecía divertida.
—¿Comprobó todos los datos, comisario? —preguntó.
—Los suficientes. Y no lo entiendo... Es imposible que alguien conociera todo eso por adelantado.
—Al parecer, yo sí —sonrió—. No sé si se ha dado cuenta, comisario, pero con la información que le di podía haber ganado una fortuna.
—De haber estado en América, quizá. —Suspiró—. ¿Cómo lo ha hecho...?
—Ya le dije que se lo iba a contar todo, comisario; pero sólo cuando estuviera en disposición de creerme. Supongo que ahora, cualquier cosa que le cuente, por muy fantástica que parezca, será menos inconcebible que el hecho de conocer el futuro... Sin embargo, se trata de una historia un poco larga. ¿Quiere tomar algo?
Vega asintió.
—Ginebra.
En aquella ocasión no se encontraba presente Abby, el guardaespaldas de la mujer. De modo que fue la propia Leonor quien se ocupó de servir las bebidas, una ginebra para el policía y un jerez para ella.
—Todo este asunto comenzó para mí hace mucho tiempo —dijo Leonor, tras dar un sorbo a su copa—. En 1923 mis padres fallecieron en un accidente ferroviario. Yo acababa de cumplir veinte años y me quedé, literalmente, sola en el mundo, sin oficio ni beneficio. Oh, es cierto que heredé cierta cantidad de dinero, lo suficiente como para vivir holgadamente un par de años. Pero, aparte de eso, carecía de familiares o amigos que pudieran ayudarme.
—Entonces, unos tres meses después de la muerte de mis padres, ocurrió algo extraordinario. Una noche, al ir a acostarme, encontré encima de mi almohada un sobre en cuyo dorso aparecía mi nombre y la fecha de aquel día, así como los tres sellos de Thule, mata-sellados. Dentro del sobre había una nota mecanografiada en la que se predecían los números ganadores de los tres siguientes sorteos de la lotería. Pensé que era una broma, por supuesto, aunque me inquietó ignorar el modo en que había llegado ese sobre a mi cuarto. Quizá por eso guardé aquella hoja de papel y comprobé en cuanto pude el resultado del primer sorteo. El número pronosticado era el número del premio mayor de la lotería.
«Huelga decir que adquirí todos los décimos que logré encontrar de los otros dos números que aparecían en la nota. Y así, mi pequeña fortuna se multiplicó por cinco. Entonces recibí la segunda carta de Thule...
Sobrevino un silencio. Leonor dio un nuevo sorbo a su bebida mientras contemplaba abstraída los troncos que ardían en la chimenea.
—¿Me va a decir lo que ponía esa carta? —preguntó Vega, comenzando a impacientarse.
En lugar de contestar, la mujer dejó la copa sobre la mesa, se incorporó, caminó hasta la librería y cogió un libro encuadernado en rústica.
—¿Ha leído a Wells, comisario? —preguntó, hojeando distraídamente las páginas del libro—. ¿Conoce su novela
La máquina del tiempo
? —Vega negó con la cabeza. La mujer suspiró y devolvió el libro a su lugar. Tomó asiento de nuevo—. Wells escribe ciencia ficción, un género que se está haciendo muy popular en Estados Unidos. En una de sus obras habla de un hombre que podía viajar a través del tiempo. —Hizo un pausa—. ¿Cree que es posible viajar en el tiempo, comisario...?
Vega permaneció inexpresivo.
—¿Qué decía esa carta, señora Hidalgo?
—Es usted un hombre impaciente... —La mujer sonrió con cansancio—. Aquella carta era algo así como una oferta de trabajo. Las personas que la habían escrito, podemos llamarlas «thulanos», se ofrecían a suministrarme información exacta sobre el comportamiento futuro de la Bolsa, así como pronósticos precisos acerca de todos los resultados deportivos. Como comprenderá, esto era algo que podía hacerme inmensamente rica. A cambio, yo tenía que limitarme a mandarles a ellos cierto tipo de información.
—¿Quiénes eran esos... thulanos?
—Llegamos al punto central de mi relato, comisario. —Leonor clavó su mirada en los ojos de Vega—. Los thulanos son gente del futuro. Personas que vivirán dentro de muchos, muchos, muchos siglos.
Vega parpadeó.
—¿Quiere decir que hay gente del futuro viajando al pasado?
—No, comisario —rió la mujer—. Nadie puede viajar en el tiempo. Lo que pretendo decirle es que cierta gente del futuro está mandando cartas al pasado.
Vega resopló y sacudió la cabeza.
—¿De qué demonios me está hablando...?
Leonor apoyó los codos sobre las rodillas y el mentón en las manos.
—Ellos, los thulanos, no me han dado muchas explicaciones sobre sí mismos —dijo pausadamente—, Así que parte de lo que le voy a decir ahora son puras especulaciones. —Respiró hondo—. Thule es un centro de investigaciones históricas, una especie de instituto del Tiempo fundado por científicos de un futuro remoto. Por lo que deduzco, Thule no se encuentra en la línea de tiempo norma!, sino en una especie de tiempo paralelo al nuestro. Algo así como un río que discurriese junto a otro.
»El propósito de Thule, comisario, es la investigación histórica. Con ese fin, los thulanos han desarrollado un sistema para mandar mensajes a través del tiempo: los sellos de Thule. ¿Cómo funciona...? Muy sencillo: se mete en un sobre el material que se desea enviar, papeles, fotos, lo que sea, siempre que no se trate de algo vivo, y se escribe en el dorso el nombre del destinatario y la fecha en que debe recibir el mensaje. Luego se pegan los tres sellos de Thule y se echa la carta a un buzón. Eso es todo.
Vega cerró los ojos con desánimo.
—¿Me está tomando el pelo...? —preguntó—. Cartas que viajan por el tiempo... Por favor, es absurdo...
—¿Por qué, comisario?
—Porque no tiene sentido. Si esos mensajes del futuro llegasen a través de ondas electromagnéticas o, qué sé yo, de cualquier otro medio científico... Pero un correo del tiempo resulta... sencillamente ridículo. —Sacudió la cabeza—: Según usted, ¿quiénes serían los carteros...?
—No hay carteros. Los sellos de Thule funcionan por sí solos. —Leonor se cruzó de brazos—. Es curioso, comisario, si le hubiese dicho que estoy en contacto con el futuro a través de un artefacto, una especie de superemisora de radio, el asunto le parecería más aceptable. Pero, tratándose de cartas, le resulta increíble. Sin embargo, lo que debería preguntarse es si la comunicación a través del tiempo es posible, o no. Ésa es la cuestión, y no el modo en que la comunicación se realice. —Suspiró—. ¿Recuerda cómo son esos sellos? Contienen la imagen de un anciano alado que lee un libro— El anciano alado es el símbolo del tiempo, que vuela, y el libro la representación de la vida. El tiempo pasando las hojas de la vida, ¿comprende? Y luego está la frase en latín,
«Mobile quod movetur»
, que significa «móvil que es movido», es decir, la definición que Guillermo de Occam hace del tiempo en su... ¿cómo era...?
Summa Totius Logicae
, sí. Y, finalmente, Thule, la tierra donde el tiempo transcurre de forma distinta. Todo muy simbólico —sonrió con ironía—. En cualquier caso, comisario, lo cierto es que yo poseo información sobre el futuro, como ha podido comprobar. ¿Por qué no acepta mi palabra, por lo menos a modo de hipótesis de trabajo?
Vega se encogió levemente de hombros.
—De acuerdo —dijo—. La gente de Thule le adelantaba los resultados de la Bolsa y los deportes, y usted, a cambio, les proporcionaba información. ¿De qué clase?
—Información histórica. Datos, descripciones, libros y fotos, muchas fotos. A los thulanos parecían interesarles sobremanera los conflictos bélicos, así que, mientras me hacía multimillonaria, me dedicaba a viajar por el mundo, de guerra en guerra... Algo muy incómodo, créame.
—Y mandaba toda esa información al futuro mediante los sellos de Thule...
—No, comisario. Los thulanos se ponían en contacto conmigo usando los sellos. Pero yo me comunicaba con ellos de otra forma. Me ordenaron que construyese unas cápsulas herméticas, destinadas a mantener intacto su contenido durante miles de años. Cuando quería mandar algo al futuro, introducía en una cápsula la información solicitada y la enterraba en un lugar prefijado. Siglos después, los thulanos no tenían más que excavar y rescatar la cápsula.
—¿Y no sería más sencillo usar esos sellos mágicos?
—Sí... Pero creo que no se ha dado cuenta del riesgo que entrañan los sellos de Thule, comisario. Piense que quien los posea tendrá la posibilidad de cambiar el pasado. De hecho, eso ya ha ocurrido.
—Claro... En su caso, convirtieron a una pobre huérfana en una multimillonaria, ¿no es así...?
—Por supuesto. E igual ha ocurrido con todos los agentes, quizá sería mejor llamarnos corresponsales, que los thulanos tienen en las diversas épocas. Pero esos cambios no son significativos, por lo menos a largo plazo. Quienes estamos al servicio de Thule tenemos un estricto código de comportamiento. Somos millonarios, pero vivimos de las rentas, sin intervenir de ninguna manera en el entramado financiero mundial. Digamos que somos discretos, no nos hacemos notar mucho.
—Pero, en realidad, cuando decía que era posible cambiar el pasado, me estaba refiriendo a otra cosa. Hablaba de cambios drásticos en la Historia. —Desvió la mirada y añadió—: Por ejemplo, el resultado de nuestra guerra civil... —Suspiró—. Verá, comisario, como le he dicho, los agentes de Thule enviamos información al futuro mediante cápsulas herméticas. Se trata de un método razonablemente seguro, pero no infalible. Algunas cápsulas, con el transcurso del tiempo, se deterioraban, perdían la estanqueidad y su contenido quedaba destruido. Por eso, cuando se trataba de información de gran interés para los thulanos, éstos hacían llegar a alguno de sus agentes los tres sellos necesarios para hacer envíos directos a través del tiempo. No era una práctica normal, por supuesto. Baste decir, que en el transcurso de los últimos dieciséis años, sólo una vez han pasado esos sellos por mis manos. Los thulanos no quieren que circulen libremente por el tiempo. Y, sin embargo, hubo un fallo de seguridad...
—El agente de Thule destinado a cubrir los acontecimientos de la guerra de España se llamaba Melchor Barrera. Recientemente, sus cápsulas comenzaron a fallar, perdiéndose así valiosa información histórica. Por eso, ante un envío importante, los thulanos le mandaron a Barrera tres de sus sellos. Pero, el día 1 de enero, Barrera fue asaltado y asesinado por unos malhechores. Entre los objetos que le robaron estaban los tres sellos de Thule, que ahora se encuentran dispersos por Madrid.
—Un momento. —Vega frunció el ceño—. Si esos... thulanos dominan el tiempo, ¿por qué no le enviaron un mensaje a Barrera contándole que su vida peligraba?
—Lo hicieron. Pero Barrera no tomó en cuenta la advertencia. —Leonor se cruzó de brazos—. Lo cierto es que Barrera quería hacerse con los sellos de Thule para su uso particular. Probablemente saboteó sus propias cápsulas con el fin de conseguir que los thulanos se los enviaran.
—Pero, si los thulanos saben todo lo que va a pasar, ¿por qué no decidieron, simplemente, no mandarle los sellos a Barrera?
—Porque para saber que Barrera quería quedarse con los sellos, tenían primero, que enviárselos. Cambiar
a posteriori
de idea supondría la existencia de un «efecto» anterior a su «causa». Es decir, una paradoja. Y a los thulanos les aterran las paradojas, créame.
Vega suspiró.
—La verdad, señora Hidalgo, no estoy seguro de entenderlo...
—No importa, comisario. Lo fundamental es que comprenda que Thule mandó los sellos a nuestra época, y que ése es un hecho inamovible. Como inamovible es el asesinato de Barrera, ya que no sabemos quién lo hizo, ni cómo, ni dónde. Pero lo que sí podemos hacer es encontrar los sellos e impedir que lleguen a manos de mí marido.