Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción (48 page)

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
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No podía privarse de aquellas sensaciones conjuntas, así que, de vuelta a casa, tomó definitivamente una decisión: por la mañana se pondría en contacto con Óscar. Era el camino más corto hacia Virtual Cognition y hacia Amanda.

12

Laura y Álex no dijeron nada a ninguno de sus compañeros, que seguían pegados a sus terminales como si en el mundo no existiera nada más que una pantalla y un teclado. La relación en el trabajo se limitaba a los miembros del equipo de programación independiente.

Salieron a la calle. Hacía un sol espléndido.

—Bien, vamos en mi coche —dijo Laura—. He quedado con Tomás en el bar. Vendrá en cuanto haya matado unos cuantos robots y haya sudado lo necesario para expulsar esa tensión tan característica en él.

Álex aprovechó la sarcástica observación para introducir un tema que le preocupaba.

—Es un poco violento e impulsivo —dijo.

—Sí —fue la lacónica respuesta de Laura.

Álex hizo un corto silencio.

—¿Qué te parece lo de Virtual Cognition?

—Excitante. Lo más excitante que me ha ocurrido nunca —admitió ella.

—Sí, de acuerdo, pero no me gusta que me digan lo que debo hacer, y mucho menos que me obliguen. Últimamente creo que Tomás nos está controlando a su antojo. ¿No te lo parece?

Laura se quedó pensando unos segundos sin saber qué responder. Al final decidió no decir nada. Se limitó a levantar los hombros y continuar caminando.

—El toma casi todas las decisiones, y parece que lo sabe todo: lo que quieren los guerreros, lo que quiere la Comisión y lo que queremos nosotros. Debería comenzar a pensar en lo que realmente quiere para él en lugar de desahogarse con los robots. Y espero que en Virtual Cognition tengan algo semejante para que se relaje. Si no, va a resultar insoportable.

—Deberías estar acostumbrado a las rarezas de Tomás. Llevamos cinco años trabajando juntos.

—Tienes razón.

Álex volvió a hacer una pausa que presagiaba una nueva pregunta... peliaguda:

—¿Tendremos que operarnos?

—¡Naturalmente que no! —respondió Laura escandalizada—. Las librerías sensitivas son infalibles y no necesitan comprobación. Además, sería un gasto enorme intervenir a los ochocientos programadores de Virtual Cognition.

—Pues yo pienso operarme —dijo Álex totalmente convencido.

Laura se detuvo en medio de la calle y paró bruscamente a su compañero.

—Tú estás loco, ¿o qué? —gritó ella.

—No. No estoy loco —respondió bruscamente Álex—. Simplemente quiero hacer mi trabajo lo mejor posible. Si he de hurgar en el cerebro de la gente, quiero conocer todos los detalles y conseguir que por lo menos resulte una experiencia formativa para ellos.

¿Formativa? Laura no tardó en intuir lo que pasaba por la cabeza de Álex. Y no le gustó nada.

13

La habitación del hospital era luminosa, toda blanca, llena de multitud de aparatos que Ricardo no había visto hasta el momento. Intentó recostarse para ver la calle desde la ventana, pero la cabeza le dolió mucho al dirigir sus ojos al exterior.

«Quizá no valga la pena.»

Giró hacia la izquierda y vio cómo dormía su compañero de habitación. Vio también el tatuaje en el cuello, que indicaba la posición del conector de impulsos electromagnéticos que uniría el cerebro con el ordenador más potente que nadie podía imaginar. Trabajaba para el deleite de las sensaciones de miles de abonados a Virtual Cognition.

Lentamente, su compañero abrió los ojos y se llevó las manos a la cabeza. No había duda, acababan de colocarle los electrodos.

—Buenos días —dijo cortésmente Ricardo—. ¿Cómo se encuentra?

—Hola —contestó con dificultad el compañero de habitación—. Bastante bien, si este dolor puede considerarse algo bueno.

Silencio. El leve zumbido del aire acondicionado cubrió la estancia.

—Me llamo Ricardo.

—Yo Álex. Disculpe que no me levante para estrecharle la mano, pero creo que el esfuerzo me mataría.

—Duerma unas horas más y verá cómo mejora —le recomendó Ricardo.

—No, no. Me sería imposible dormir. Acaban de operarme y...

—Ya lo he notado. Por el tatuaje en el cuello.

Álex se llevó instintivamente la mano hacia la garganta.

—Ah, claro. No se lo han dicho todavía —continuó Ricardo— El tatuaje que lleva en el cuello sirve para encajarlo con unos terminales de forma parecida a los que hay en los collares de conexión.

—Espero que pueda disimularse bien —terció Álex, haciendo un esfuerzo por tomarse el asunto con sentido del humor—. ¿Cuándo le han operado a usted?

—Ayer. Esta tarde comenzarán con el ajuste durante mi primera conexión. ¿Usted lleva mucho tiempo conectándose? Yo antes pasaba Estancias en Intercom.

«Cuatrocientas treinta y seis habitaciones en el hospital y tenía que tocarme a mí uno de los paranoicos de Intercom. Un consumidor de fuentes luminosas y diseño kitsch con pretensiones futuristas.»

—No, yo no me conecto —dijo secamente Álex, que ya no sentía el más mínimo interés por su compañero.

—¿Entonces para qué se ha operado? —preguntó Ricardo sin sospechar la antipatía que despertaba en su interlocutor.

—Soy programador. Llevo trabajando en Virtual Cognition unos dos meses. Programo mundos para guerreros. —No se podía ser más telegráfico.

—¿Y para qué quiere los electrodos? —insistió Ricardo.

—Para probar mi trabajo. No estoy del todo satisfecho si no lo compruebo todo personalmente. A lo mejor usted ha visto mi trabajo —dijo Álex con sorna—: antes también trabajaba en Intercom.

—No. No me gustan las guerras, prefiero vivir en la ciudad. ¿Crea usted ciudades?

—No, me dedico sólo a trabajar para un montón de locos que disfrutan machacando los cráneos de sus enemigos —explicó Álex con un tono que no invitaba precisamente a la conversación. Aunque hay gente que no entiende cómo funcionan los códigos implícitos de la comunicación humana.

Y uno de ellos era aquel maldito Ricardo.

—Pues yo también trabajo para Intercom —dijo ufano—. Soy V-diseñador. Ahora esperaré a que me conozcan un poco en Virtual Cognition. Como ya tengo un poco de fama..., la noticia de mi paso a otra empresa ha salido en varias revistas. Hasta con fotos mías... bueno, con las fotos de mi otro yo...

«Este tío está loco», pensó Álex.

—... fíjese —continuaba Ricardo que, no se sabe bien por qué, había encontrado en su compañero de habitación una especie de confesor—, yo era un personaje bastante mediocre en el mundo real. No levantaba cabeza, pero el mundo virtual me ha dado nuevas fuerzas. Allí soy un genio, la gente aprecia mi talento; en cambio, jamás nadie se interesó por mí en el mundo real. Es paradójico, ¿verdad?

—¡Oh, sí! —respondió Álex con un tono falsamente afectado—. Perdone, no es que su charla me aburra, pero me duele mucho la cabeza. Creo que intentaré dormir un poco más; espero que no se moleste.

—¿Molestarme? ¡No, por favor!, ya he pasado por eso y sé lo que es. Espero no haberle agravado el dolor con mi cháchara.

—No, tranquilo —mintió Álex mientras se daba media vuelta e intentaba dormir.

Ricardo se quedó mirando al techo imaginándose a Amanda. En alguna habitación de aquel inmenso hospital estaría ella, ¿quizá pensando en él? ¿Le dolería también la cabeza? Seguro que sí.

Pero valía la pena. A partir de ahora todo sería diferente: vivirían juntos en una enorme casa sobre las playas de moda, podrían tocarse, besarse y hacer el amor como todas las noches húmedas que había imaginado. Sería una vida totalmente normal, la realidad virtual real. Se verían después del trabajo y tendrían todos los fines de semana para ellos, para arreglar un poco la casa, para divertirse, para ir de compras por la gran ciudad...

Sería estupendo.

14

Cuando Álex despertó se encontró con la cara de Laura sonriéndole.

—¿Cómo estás? —dijo mientras le daba un corto beso en la frente.

—Bien, bien. ¿Y vosotros, qué tal?

—Te ingresaron ayer. No han pasado tantas cosas, tan sólo que Tomás quería presentar esta mañana el programa Anthrax y entregarlo antes de que tú lo pudieras probar.

—¿Y le has dejado?

—Sí, pero no ha podido hacer nada. El terminal de pruebas no aceptaba entradas y las órdenes que llegaban de los trajes eran todas incorrectas —dijo ella riéndose.

—¿No tendrás tú algo que ver con eso?

—¿Yo? —respondió mientras sonreía—. La culpa fue de un pequeño programa que ha destrozado un par de rutinas en memoria y ha hecho que lo interpretara todo al revés. Fue fácil.

—Eres una buena alumna: sabes mucho más de lo que te he enseñado. Cuando salga de aquí tendré que llamarte maestra para merecer tu atención —dijo Álex solemnemente—. Por cierto, ¿has solucionado el problema de las protecciones sensoriales? ¿Las has podido poner a cero?

La expresión de Laura se volvió más grave.

—Sí, pero por poco muere un hombre, un guerrero. Lancé un programa que elegía a un luchador cualquiera en un planeta cualquiera y le bajaba las protecciones a nivel dos.

—¿Y?.

—Lo ingresaron en el hospital con un ataque de corazón. No se pueden dejar a menos de veinte. Lo sé porque hice un programa que fue bajando paulatinamente las protecciones de otro guerrero y a nivel veinte saltó la alarma del sistema de seguimiento cardíaco.

—¿Y cómo pudiste burlar la alarma con el primer guerrero, el que tuvo el infarto?

—Sencillo. Tengo control supremo sobre todo el sistema informático de Virtual Cognition. Puedo hacer lo que me dé la gana sin dejar rastro, así que será difícil que me busques otro reto más fuerte.

—¿No decías que no te interesaba volar protecciones? —le regañó Álex.

—Al principio sí, pero reconozco que tiene mucha gracia. Ya te lo enseñaré. Pero bueno, cuéntame algo. ¿Qué has hecho aquí tan solo?

—Pues hablar un rato con uno de esos chiflados con doble personalidad. Es mi compañero de habitación y es todo un número: antes estaba en Intercom, pero ahora quiere tener sensaciones. Cuando me describió la decoración de su casa se me cayó el alma al suelo. Tanto mal gusto debería ser delito.

En ese momento la puerta se abrió y entró Ricardo en una silla de ruedas que empujaba una gruesa enfermera con cara de pocos amigos.

—Veo que ya se ha despertado. ¿Cómo se encuentra ahora? —preguntó amablemente mientras la enfermera le ayudaba a sentarse en la cama.

—Mucho mejor, gracias.

—Pues espere a las primeras pruebas —dijo Ricardo sin poder contener su entusiasmo—. ¡Es increíble! Es todo real: puedes saborear una manzana, tocar una flor, incluso sentir dolor.

Porque aquello era la vida hecha a medida, el mundo ideal para Richard y para Amanda. No era real, pero tampoco era falso. Simplemente era mejor, creaba el entorno perfecto para acoger lo que ellos dos sentían mutuamente. Y que en absoluto era mentira.

15

Ricardo se miró al espejo del cuarto de baño de su casa. En su mano derecha sostenía el folleto de instrucciones que explicaba los detalles necesarios para la correcta colocación del collar. Miró el tatuaje, dos triángulos invertidos a la altura de la tráquea. «Como el mordisco de un vampiro», pensó.

Rodeó su cuello con el conector, haciendo coincidir los dos sensores de su cara interna con las marcas creadas durante la operación. Sus neuronas y el ordenador estaban así unidos; ahora sólo faltaba accionar una pequeña palanca que fijaba el collar al cuello e impedía los movimientos y, por tanto, la desconexión.

Tensó los tendones del cuello para ver cuánto podía molestarle el collar. Bueno, era tan sólo cuestión de acostumbrarse.

Pasó a la habitación contigua, ocupada al completo por dos grandes terminales. Uno de ellos era el viejo aparato de Intercom, que a partir de ahora sólo utilizaría para trabajar y para hacer alguna que otra aparición en público. Más reluciente y de un diseño más moderno era el nuevo terminal de Virtual Cognition, «una máquina que a partir de ahora tendrá mucho trabajo que hacer», admitió para sí Ricardo.

Como nuevo usuario debía preparar su entorno, y eso se traducía de un sinfín de preguntas sobre el lugar donde quería vivir, el tipo de casa, su decoración... Tan pronto se conectó, apareció en una sala hexagonal con ventanas también hexagonales. Ante él se extendía una larga mesa y un agradable olor le rodeaba de frescor. Era la primera vez que notaba esa sensación en el mundo virtual. Y le gustó.

Acercó la mano a la mesa y notó su tacto líquido y tibio. Entonces se iluminó una de las enormes losas del suelo y apareció Óscar. Ricardo se acercó a él para darle la mano, pero no notó el apretón; era como si aquella figura fuera un fantasma.

—Tranquilo; tu sensor no se ha estropeado —dijo.

—¿Trabajas también para Virtual Cognition? —preguntó sorprendido Ricardo.

—Bueno, digamos que soy un
free lance.
Tengo una amplia cartera de V-diseñadores y dos grandes clientes. Tú eres uno de mis mejores representados y, naturalmente, en Virtual Cognition también quieren beneficiarse de tu talento. ¿Qué te parece?

—Bien... supongo.

—Perfecto entonces. Ahora acompáñame. Te he comprado un terreno en la parte más elegante de la ciudad y he trasladado allí la casa y todo lo que tenías en Intercom. Fue difícil convencerles, pero no tardaron en comprender que no podían perder las simpatías de uno de sus V-diseñadores más reputados.

—Siempre vas un paso por delante de mí —reconoció Richard.

—Ese es mi trabajo —dijo Óscar sonriendo.

Los dos salieron de la habitación, bajaron por un ascensor exterior y se dirigieron al aparcamiento. Subieron al coche de Óscar. Tecleó la nueva dirección de la casa de Richard y el ordenador del deportivo respondió mostrando en un mapa la localización de la calle y la posición actual del vehículo. Salieron al exterior y avanzaron a gran velocidad.

La casa se encontraba a una media hora de puentes de luz que flotaban entre grandes edificios de formas redondeadas y brillantes. A primera vista, aquella ciudad no era muy diferente a la de Intercom. Lógico. La gran mayoría de V-arquitectos de Intercom había emigrado a Virtual Cognition y muchas de las obras eran meras copias de aquellos originales que les habían permitido pagarse la operación cerebral. No obstante, la ciudad se hallaba vacía. Claro que, bien mirado, eran las once de la mañana de un miércoles, y a esa hora la gran mayoría de los abonados se encontraba fuera de casa trabajando para poder pagar las cuotas mensuales.

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