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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

¿Quién es el asesino? (17 page)

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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Entre el descubrimiento del crimen y la detención del autor transcurrieron 14 horas.

Solución del enigma

Éste es el crimen sucedido en Oviedo, en la carretera a Tudela-Veguín, kilómetro 4,200.

La víctima fue el conductor José Raposo Abella, de 49 años, casado, con tres hijos.

Trabajaba en la jornada nocturna el automóvil matrícula de Barcelona 49319. El día de su muerte salió de casa después de cenar como era su costumbre, recibiendo el vehículo frente al hotel Pasaje a las nueve de la noche, de manos de su propietario, que lo trabajaba durante el día. Rápidamente marchó a ocupar su puesto en la parada oficial de la plaza de Galicia, de donde a las diez y diez salió en respuesta de una llamada que le llevaría a una muerte alevosa y cruel. El asesino fue el minero Rubén Sánchez Fernández, de 22 años, que cuando quería ganaba jornales de cinco y seis mil pesetas mensuales. El hecho sucedió el 3 de noviembre de 1955.

¿Cómo se descubrió al asesino?

Como ya se indicó en los primeros datos sobre
Rubén
cuando fue presentado como sospechoso, alguien vio al asesino dentro del taxi. Fue precisamente en la gasolinera de la carretera de Oviedo a Tudela-Veguín. Allí era muy conocido José, la víctima, por lo que se acercaron a saludarle los trabajadores de la estación. Uno de ellos pudo distinguir perfectamente el semblante del cliente que transportaba el taxista. Correspondía a un hombre joven, de pómulos acusados y pelo crespo. Eran las diez y veinte de la noche, es decir, diez minutos después de que el taxi hubiera salido de la parada, y poco antes de que se produjera el crimen. El testigo no pudo facilitar el nombre del viajero pero sí recordaba que solía llevar una moto y que debía de vivir en el cercano pueblo de Olloniego. Estas pistas permitieron la rápida detención del presunto criminal, al que se le encontró la cartera del taxista muerto y en la muñeca izquierda, el reloj que había sustraído al cadáver.

Rubén
confesó haber dado muerte a José, pero intentando pasar su relato como un homicidio en defensa propia.

Intriga en Girona

M
iguel Ventura, de 60 años, soltero, jornalero, dedicado al laboreo de pequeños terrenos, así como al aprovechamiento de leñas, corcho y otros productos del bosque, bajaba de la montaña después de haber gastado la jornada en tantear lo que daban de sí unos árboles. Con él había estado Bartolomé, su compañero, que vivía de alquiler en la misma masía. Había sido una jornada de duro trabajo. Y al emprender el regreso, Miguel se había parado en el pueblecito más cercano a comprar un kilo de pan porque había consumido todo lo que tenía, mientras que Bartolomé se adelantaba en la bicicleta para esperarle más adelante aprovechando que, aunque fría, hacía buena tarde, ya en el comienzo del ocaso. Miguel, pese a su edad, aparentaba una magnífica forma física y tenía un vigor que le hacía especialmente indicado para los trabajos a los que se dedicaba.

Desde hacía dos años residía en aquella zona, siempre en la masía donde disponía de una habitación espaciosa y con mucha luz. Había sido un buen trabajador y un hombre animoso, pero la muerte de su madre, tres años antes, significó un quebranto difícil de asumir, dando entonces un giro en su comportamiento, que se hizo más descuidado. Las cosas no le habían ido bien desde aquel momento. Por eso se alegró de que Bartolomé le propusiera compartir aquella oportunidad de los árboles de los que habrían de sacar un buen dinero. Era justo lo que necesitaba. Unos días de fuerte actividad que le proporcionaran buenos beneficios. Nunca había sido un hombre de trato fácil, pero desde que faltaba su madre, todavía se había enrarecido más. Era consciente de que no tenía muchos amigos, y de hecho, hasta el dueño de la masía quería echarlo desde algún tiempo atrás. Aunque, claro, había que reconocerle buenas razones, porque las cosas no se habían dado bien y debía el alquiler de seis meses. Eso hacía que no se fiara. Los que le conocían creían saber que guardaba a buen recaudo todo lo que tenía, incluso que llevaba todo su dinero encima, oculto en las botas o en algún lugar del pantalón. Miguel iba pensando en esta angustiosa situación mientras recorría el camino cercano al cementerio. Se preguntaba hasta dónde se habría adelantado Bartolomé con la bicicleta, pues no conseguía verlo por ningún lado. Bartolomé se había portado bien y había que darle las gracias por pensar en él para aquel trabajo que le devolvía la esperanza. Algo distraído observó al borde del camino unos ramajes de pino formando un puesto de cazador de conejos o perdices. Se acercó curioso, y cuando estaba a unos tres metros, se produjo el estampido. La violencia del disparo de la escopeta le alcanzó en el cuello provocándole heridas mortales. Caído en el suelo, observó impotente cómo el autor del disparo se acercaba sin dejar de apuntarle.

Un segundo después le descargaba otro tiro en la cabeza, matándolo en el acto. Un labrador había muerto de dos disparos. ¿Quién lo había matado? ¿Por qué lo habían asesinado?

Sospechosos

• Pedro,
el dueño de la masía en la que vivía realquilado Miguel Ventura. Tras seis meses de acumulación del alquiler sin pagarle, había acabado por odiar a su inquilino. Además deseaba utilizar la habitación que ocupaba la víctima para una de sus nietas que estaba a punto de casarse.

• Jorge,
el varón de un matrimonio que residía en la misma casa que el fallecido. La víctima miraba con ojos llenos de deseo a la esposa, Manuela, a quien piropeaba y acosaba cuando tenía ocasión.
Jorge
había sufrido crisis de celos y rabia ante el mal comportamiento de Miguel.

• Bartolomé,
el compañero que había subido con la víctima a la montaña y que se había adelantado en el regreso diciendo que le esperaría en el camino a la masía. Pese al buen comportamiento de este sospechoso con la victima, existían viejos resentimientos entre ambos.

Pistas


La víctima, Miguel, era un hombre recio y fuerte al que daba miedo enfrentarse. Cuando supo que querían echarle por no pagar el alquiler, había hecho esta manifestación en la taberna: «Esa gente me quiere echar de la masía, pero antes de irme yo a la calle, me cargaré lo menos a tres».


El arma del crimen fue encontrada en un canal cercano al lugar de los hechos. Se trataba de una escopeta de caza de dos cañones, recortada hasta convertirla en un pistolón que se asemeja al de los antiguos bandoleros.


A
Bartolomé,
cuando se preparaba algún conejo u otro animal de corral, le daba verdadero pánico tanto el sacrificio como ver la sangre.


Los proyectiles empleados para dar muerte a Miguel eran esas bolas de plomo que penden de las orillas de redes utilizadas por pescadores en los ríos.


El cadáver fue descubierto por Emilia, una joven que volvía a su casa y que descubrió el cuerpo de un hombre tendido en tierra, bañado en abundante sangre, sin que pudiera reconocerle por los destrozos que presentaba en la cabeza.


Los investigadores averiguaron que quienquiera que fuese el autor de los disparos se apostó al borde del camino en espera de su víctima. Es decir, no se trataba de un crimen improvisado sino de la ejecución de un plan trazado de antemano.


Aparte de
Bartolomé,
el compañero de quien se consideraba amigo, Miguel no se llevaba bien con ninguna de las otras personas que compartían la misma residencia y que recordemos que eran
Pedro,
el propietario;
Jorge,
otro de los sospechosos, y la mujer de este último, Manuela.


Consecuencia del aislamiento en la vivienda apartada,
Bartolomé
había acabado teniendo relaciones prematrimoniales con Joaquina, una nieta del propietario de la casa en la que se alojaba. Esa nieta tenía un hijo natural de 6 años.


La víctima iba a ser objeto de un desahucio que fue interrumpido por su muerte.


Desde el fallecimiento de su madre, Miguel se había hecho vago y pendenciero.

Solución del enigma

Éste es el crimen alevoso ocurrido el 21 de febrero de 1956, en el camino de Salt (Girona), cerca del cementerio. La víctima fue Miguel Ventura Ventura, de 60 años, labrador residente en la masía Santigosa, aldea de Estañol, del término municipal de Bescanó (Gerona). El autor de los disparos que acabaron con su vida fue su compañero,
Bartolomé Porti Iglesias,
de 28 años, quien se adelantó con la bicicleta cuando ambos regresaban a la vivienda y se apostó en el camino, sacando entonces la escopeta recortada que había mantenido oculta hasta ese momento y dando muerte a Miguel desde un puesto parecido al que se improvisa para la caza del conejo o la perdiz. Pero la Guardia Civil no se dio por conforme con estas indagaciones y acabó descubriendo que en este crimen había un «tercer hombre».

¿Y quién era ese «tercer hombre»?

El dueño de la masía en la que estaba realquilado Miguel Ventura,
Pedro Plaja Aguilar,
quien enterado de que la víctima iba propalando que antes de irse mataría al menos a tres, se dio por aludido y decidió, junto con
Bartolomé,
quitarle la vida. Se daba además la circunstancia de que
Bartolomé
y la nieta del dueño de la masía pensaban trasladarse a vivir allí cuando se casaran, por lo que necesitaban la amplia y luminosa habitación que ocupaba Miguel.

El vagón abandonado

E
l hombre lleva de la mano a la mujer joven que le sigue obligada. La intimida mostrándole un objeto punzante que ella no puede distinguir. Camina aguantando apenas las lágrimas mientras el tipo malcarado la empuja por los lugares más solitarios, a través de los descampados buscando las vías del tren. No hay nadie en su camino, así que el hombre utiliza impunemente su brutalidad para que ella le siga por donde quiere. El individuo, que abusa de superioridad armada, goza además de una punta de suerte porque no se cruza con los guardas escopeteros que patrullan los terrenos de la estación.

Precisamente en este momento, el hombre tira de la mujer hacia los vagones estacionados en vía muerta. Ella se resiste, segura de que allí quedará totalmente a su merced, pero no se atreve a gritar porque él la amenaza con lo que ha visto que es una navaja muy afilada.

Sin saber qué hacer, la mujer se deja arrastrar hacia su terrible destino mientras el hombre la conduce a uno de los vagones, precisamente el marcado con la inscripción J. Fv 600 (iniciales que en la jerga de RENFE se refieren al freno vacío con una letra y número de serie). Es una unidad antigua de puertas correderas, sin estribo, lo que pone muy difícil acceder a él, pero el hombre empuja a la mujer haciendo que se encarame al vagón que está abierto e inmediatamente después salta al interior sin permitir que ni por un instante quede libre de su presencia amenazadora. Obliga a su víctima a apartarse de la luz para evitar ser descubiertos y la aprisiona contra una de las paredes de madera. La mujer se resiste, protesta, se defiende. Se niega al agobio sexual y hasta se rebela plantándole cara a su agresor con valentía. El hombre la golpea exasperado sin entender que allí donde está a su merced, todavía tenga arrestos para mostrarse esquiva. La sujeta por el cuello y la lanza con fuerza contra la pared. Ella llora de miedo y de rabia pero no cede a las exigencias del hombre, que se da cuenta de que no se dejará dominar nunca. Es un individuo violento, acostumbrado a salirse con la suya, que tiene un propósito definido. Al verse contrariado, la amenaza de nuevo con la navaja, un arma temible, afilada y punzante. Ella se cubre el cuerpo con los brazos y trata de escapar arrojándose del vagón, pero el hombre al mismo tiempo que la sujeta por el cabello le hunde la navaja dos veces en el pecho, cerca del hombro izquierdo. La mujer grita aterrorizada: «¡Auxilio, socorro!».

Pero sus gritos son sólo el principio de su agonía. El hombre le infiere una herida mortal que la deja en el suelo desangrándose. Una mujer joven ha sido asesinada, pero ¿quién la ha matado? ¿Por qué le han quitado la vida?

Sospechosos

• Celestino,
un violador con antecedentes, de unos 30 años, que ha sido encarcelado en dos ocasiones: una por exhibicionista, y otra por intento de violación. Su forma de vida son los pequeños robos. Suele quedarse con los objetos de valor de las mujeres a las que ataca. El motivo de
Celestino
para matar a la víctima pudo ser que se resistió al intento de abusar de ella.

• Daniel,
un antiguo novio, soltero, de 28 años. Trabajador, de familia respetable, dedicado a negocios de comercio. Tuvo una relación con la víctima en Gijón, lugar de residencia de ambos antes de que la mujer se trasladara a Madrid. El motivo de
Daniel
para matar a la víctima pudo ser un repentino e insufrible ataque de celos.

• Honorio,
un guarda jurado obsesionado con las mujeres. Aparentemente lleva una vida normal, pero su existencia gira en realidad en torno a satisfacer la líbido. Hasta el momento del crimen carece de antecedentes. Trabaja cerca de la estación de mercancías y suele llevar allí a las que consigue atraer con citas amorosas.

Pistas


La víctima fue identificada como Manuela Fernández, de 23 años, casada, separada y con un hijo de corta edad.


Fue encontrada en el interior del vagón, en su parte izquierda, por un mozo de la RENFE que trabajaba como encargado de precintar los vagones, llamado Domingo.


El crimen se cometió un lunes a las seis y media de la tarde. El mozo-«precinta» escuchó los gritos de auxilio de la víctima, pero cuando llegó hasta el mercancías sólo pudo ver a la mujer muerta y la huida del asesino. El hombre que escapaba a la carrera era joven, alrededor de los treinta años, estatura normal. Iba vestido de gris y no usaba abrigo.


Los guardas no estaban de servicio en la vía porque a esas horas se encontraban custodiando la recaudación del día en la oficina de la estación.


La víctima trabajaba como aprendiza de mostrador en una céntrica cafetería. Había abandonado su tierra natal después de un matrimonio desgraciado y trataba de rehacer su vida.

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