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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

¿Quién es el asesino? (12 page)

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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¿Por qué lo habían asesinado?

Sospechosos

• Carlos,
dueño de un bar cercano en el que la víctima había estado bebiendo la noche que fue asesinada.

• Pedro,
novio de Marily, una chica que coqueteaba con el muerto pese a que éste había sido amenazado por su novio.

• Manuel,
limpiabotas del Centro Asturiano, que algunas veces coincidía con el fallecido en los bares que los dos frecuentaban.

Más sobre los sospechosos

• Carlos,
el dueño del bar en el que la víctima estuvo tomando las últimas copas, se quedó con la gabardina del joven Luis porque éste no pudo pagar sus últimas consumiciones. Del establecimiento salió después de una agria discusión.

• Pedro,
el novio de Marily, supo aquella tarde que la víctima había ido a estar con su chica, haciendo caso omiso de sus advertencias.

• Manuel,
el limpiabotas, acompañaba a la víctima desde hacía mucho rato aquella noche. Luis le pidió que pagara las últimas consumiciones que habían hecho ambos, cosa a la que Manuel se negó.

Pistas


En el barrio en el que murió, Luis tenía fama de agresivo y de aficionado a las faldas y al vino.


A todo el mundo le pareció muy extraño que el sereno confundiera los tiros con petardos.


Más de cien personas fueron interrogadas por la policía.


La víctima, Luis Miranda, era según su madre y su novia, porque tenía novia formal que se llamaba Mari Ángeles, un buen chico, generoso e incapaz de guardar rencor a nadie.


Varias personas del concurrido entorno sabían algo del suceso, pero callaron incumpliendo las más elementales normas de civismo. Por su culpa, el criminal estuvo suelto demasiado tiempo.


Como se hallaba en libertad, el criminal se personó en el entierro de su víctima sin ser molestado por nadie ni levantar sospechas. En el colmo del cinismo, le dio el pésame a la familia. Incluso dijo en voz alta que el que había matado a un chico tan joven merecía la horca.


La madre de la víctima tenía el presentimiento de que algo malo le iba a pasar a su hijo. Esa intuición estaba basada en las compañías de Luis, que no le gustaban.


El día de su muerte, Luis Miranda se hallaba especialmente contento.


Se despidió de su madre muy alegre diciéndole: «Mamá, hoy voy a ver a Marily».


Marily, aunque tenía a
Pedro
como pretendiente, prefería salir con Luis, la víctima, desafiando la ira de aquel, que sabía además que la víctima tenía novia formal, Mari Ángeles.


El día del crimen, desde las siete y media de la tarde, Luis había estado recorriendo bares con otro chico de su edad que partía de madrugada a incorporarse a filas para hacer la «mili».

Más sobre los sospechosos

• Carlos,
el dueño del bar, era un individuo autoritario que no solía dejar a los clientes que se marcharan sin pagar.

• Pedro,
el novio celoso, el día del crimen buscó a Luis, la víctima, para acabar de una vez por todas con los coqueteos con su novia.

• Manuel,
el limpiabotas, arrastraba un complejo de inferioridad que le hacía mentir sobre su pasado.


Extrañamente, el sereno siguió afirmando hasta el final que no había visto sangre en las ropas de la víctima y que no le resultaba familiar como visitante del barrio, aunque luego se supo que era un habitual y que tenía las ropas empapadas en su sangre. Por una de las heridas, se había desangrado.

Solución del enigma

Éste fue el conocido crimen de Luis Miranda Iglesias, alias «Piqui», que se cometió en Oviedo el 16 de marzo de 1955, de madrugada. La víctima fue encontrada agonizante entre las céntricas calles de San Juan y Schulz por el sereno Fermín Fernández Peláez. El asesino fue
Manuel Cuesta González,
limpiabotas del llamado Centro Asturiano de La Habana, que había sido cabo del Ejército y tenía una licencia de armas para la pistola del 7,65 que llevaba siempre en la cintura, con la que solía amenazar a alguno e intimidar a todos.
Manuel Cuesta,
casi una semana después de su crimen, ya se sentía poderoso y a salvo, como si hubiera pasado el peligro. De ninguna manera esperaba ser descubierto.

Con su carácter bronco y cínico había amenazado y hecho callar a cuantos sabían algo de la noche del crimen y se creía intocable cuando fue detenido. La noche del asesinato, la víctima, Luis Miranda, había estado bebiendo vino en un bar llamado La Belmontilla, en la calle del Águila, a pocos metros de donde caería muerto. Junto con él había estado
Manuel Cuesta,
presumiendo todo el rato de que podía «pegarle dos tiros a quien quisiera».

Cuando fue detenido confesó en seguida su crimen. La víctima y él habían discutido y salieron juntos del establecimiento de bebidas. En la calle prosiguieron la disputa y, en un momento de arrebato, envalentonado por el alcohol,
Manuel
sacó su pistola con ocho balas en el cargador, y otra en la recámara, que llevaba siempre lista para disparar, y apretó el gatillo tres veces. Dos de las balas mataron a Luis, y la tercera se incrustó en una caja de caramelos de un escaparate.

Posibles móviles

En esta ocasión, el móvil del crimen fue la proyección del complejo de inferioridad del limpiabotas, que fue cabo y se decía sargento, que quiso demostrarle a la víctima que era «lo suficientemente hombre como para pegarle dos tiros a cualquiera». Fue un crimen irracional y estúpido fruto del alcohol.

Misterios aclarados

Manuel Cuesta González,
el asesino, tenía entonces 49 años, había nacido en Oviedo y estaba casado. Consiguió escapar durante los primeros días del acoso policial porque fue capaz de meter miedo a todos. La noche del crimen se cruzó con un panadero al que le dijo que había disparado contra un individuo al que no sabía si había matado. Pero el panadero, seguramente por miedo, no contó nada a la policía. El misterio de la gabardina fue otra de las dificultades resueltas por el cuerpo policial. La víctima había salido de casa con gabardina pero cuando encontraron el cadáver la había perdido. Era ropa imprescindible en esas fechas en Oviedo. Lo que pasó fue que el dueño del bar silenció durante varios días que se había quedado con ella, en prenda para que le pagaran las consumiciones. Y, al parecer, guardaba silencio por miedo al limpiabotas.

La sentencia

A pesar de todo,
Manuel Cuesta
fue juzgado y sentenciado por la muerte de Luis Miranda, «Piqui». Aunque en este asunto, como ocurre en algunos casos, debido a la frialdad y brutalidad del crimen, los años de cárcel que le cayeron, con ser bastantes, parecieron pocos. No obstante, de la prisión, el asesino saldría cargado de años, convertido en un anciano que no volvería a amenazar a nadie.

Un café con la muerte

L
a plaza con las terrazas de los bares llenas de gente presenta un aspecto radiante de noche agradable y cálida. De pronto, una mujer alta, de rotundas formas, tan llamativa como un diamante en el chocolate, con una ropa vistosa sobre su cuerpo esbelto, comenzó su travesía por la acera. Numerosos ojos se posaron en su cuerpo, viéndola caminar con garbo entre la mucha gente que a esa hora llenaba la plaza. Entre otros, se aprecian hinchas sevillanos y bilbaínos que han acudido para presenciar el partido final de la Copa y celebran aquella noche de sábado los nervios que seguramente pasarán al día siguiente, en el que se celebrará el esperado encuentro deportivo. Van de bar en bar, aumentando el bullicio y expandiendo una euforia en la que se mezcla el alcohol con el ruido de las conversaciones. La mujer, que centra todas las miradas, mueve su cuerpo ondulante, en su lento paseo, sonriendo y dejándose querer por la euforia de la noche. En la plaza desembocan los paseantes, los jóvenes que han salido de copas aquella noche y los hinchas venidos de fuera que se divierten en los establecimientos de bebidas, en uno de los laberintos de calles que, en aquella época, reúnen mayor número de locales de diversión.

La mujer que pasea concitando tantos pensamientos y deseos es guapa, tiene 31 años, no parece tener prisa. Se muestra sorprendida de que haya tanta gente compitiendo por pasárselo bien en unos cuantos metros cuadrados, pero lo que ve le gusta. Cada vez que pasea la vista se da cuenta de que es objeto de miradas cálidas y podría decirse que se siente halagada por ello. Es una mujer alta, atractiva, que viste de una forma provocativa, pero que, aunque cualquiera diría lo contrario, no goza de demasiada buena suerte. De repente, y sin que nadie acierte a verlo con claridad, la mujer se tambalea y cae al suelo con el cuello cortado. Parece una escena imposible entre tanto público, a una hora tan temprana y en una jornada festiva. Pero sin que nadie haya podido evitarlo, la muchacha más llamativa que pisa la plaza ha caído al suelo degollada. Alguien que ha sido más rápido que los muchos pares de ojos que la observan le ha producido un tajo mortal en el cuello con una navaja barbera. Hay un pequeño revuelo. Mientras unos se acercan sin saber qué hacer para auxiliar a la mujer que se desangra en el suelo, otros corren hacia el lugar que señala un hombre de unos 50 años, bajo y calvo, que va gritando: «¡Ése ha sido! ¡Ése ha sido!», mientras guía a un grupo por una de las bocacalles por la que presuntamente ha huido el criminal. La muchacha sigue en el suelo, con la vida que se le escapa a borbotones, hasta que un taxista decide apear su pasaje y con la ayuda de un periodista, y de un torero, la suben al coche trasladándola a una clínica de urgencia; pero muere en el trayecto.

La policía acude rápidamente al céntrico lugar en el que se han desarrollado los hechos.

Comienza sus indagaciones constatando que el asesino ha logrado escapar aprovechando la confusión que el crimen ha generado. Los investigadores recogen del suelo los trozos del vaso que llevaba la víctima y suponen que esta pista puede facilitarles la identificación de la mujer. Preguntan en los locales cercanos y en uno de ellos, un bar de alterne, la encargada reconoce el vaso, que tiene ciertas características especiales, como perteneciente al local. Es, sin ninguna duda, el que ella le había dado a una de las camareras, llamada Irene, para que le trajera un café con leche, puesto que en ese establecimiento sólo se venden licores. La víctima es Irene López Navarro, que está casada y es madre de una niña de siete años, que vive con su abuelo porque el matrimonio de la muchacha ha fracasado.

Una bella mujer ha muerto en plena calle, pero ¿por qué la han matado? ¿Quién la ha asesinado?

Sospechosos

• Juan,
un joven que está haciendo la «mili» en Ceuta y que mantiene una relación sentimental con la víctima. El día del crimen disfruta de un permiso que le permite ver a su enamorada.

• Claudio,
un seductor que aspira a vivir de Irene.

• Jorge,
un barbero, hincha del Sevilla Club de Fútbol, que estaba muy cerca de la víctima cuando fue asesinada, precisamente con una navaja barbera.

Pistas

• Juan,
el militar, le ha escrito cartas febriles y llenas de amor a Irene, que hace tiempo que no le contesta. Al aprovechar el permiso se dispone a aclarar con ella la situación de sus amores.

• Claudio,
el seductor, tiene otras cinco mujeres trabajando para él. Pero últimamente está prendado de Irene. Ha dejado a las otras en un segundo plano.

• Jorge,
el barbero, es un borrachín alborotador que siempre lleva una navaja. Es una costumbre que le ha quedado de su oficio.


A la víctima le seccionaron la garganta en un único golpe maestro, dado con seguridad y rapidez.


El hombre que la mató, según el forense, estaba situado a la derecha de la mujer y muy próximo a ella. Tal vez, sujetándola con su brazo izquierdo.

La víctima


Desde que se quedó sola, Irene se había ganado la vida de muchas formas. Una de ellas había sido en la calle, vendiendo tabaco, donde llamaba mucho la atención por su rotunda figura de chica alta y guapa. Fue en los años de apogeo del estraperlo, por lo que había sido detenida y fichada por la policía.


En el momento de su muerte llevaba tres años trabajando en el bar de alterne del que había salido para buscar un café con leche. Como camarera, Irene era simpática y siempre estaba de buen humor, por lo que la mayoría de los clientes la prefería para disfrutar de su compañía.

Más pistas

• Juan,
el militar, había estado en el local de alterne la misma tarde para solicitarle a Irene una cita urgente, preso de urgencias amorosas que no podía reprimir. Ella no le había hecho ningún caso.

• Claudio,
el seductor, había conocido a Irene, la víctima, visitando el bar en el que trabajaba haciéndose pasar por uno más de los clientes que la preferían.

• Jorge,
el barbero de Sevilla, hincha de fútbol, también conocía a la víctima porque había pasado parte de la tarde bebiendo en el bar en el que trabajaba y hablando con ella.


Del bar en el que trabajaba la noche del crimen, Irene no había salido sola sino con un hombre que la conocía y que había ido a buscarla aquella tarde varias veces.


La pareja aprovechó para solventar sus diferencias en la salida por el café para la encargada.

Más sobre los sospechosos

• Juan,
el militar, ese día vestía de paisano. Se afeitaba con una navaja barbera.

• Claudio,
el seductor, iba normalmente a que le afeitaran a la barbería, dado que se creía un dandy y que sus ingresos, los que le proporcionaban las mujeres que le mantenían, le daban para ello.

• Jorge,
el barbero, como se ha dicho, no sólo utilizaba normalmente la navaja en su trabajo sino que siempre la llevaba encima.

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