Parecía un muchacho cualquiera que se había detenido junto al surtidor de una estación de servicios en los suburbios de Madison, Kentucky.
Tenia una barba larga y tupida, el pelo le cubría las orejas y le caía muy por debajo del cuello; estaba haciendo auto-stop y un automóvil se había acercado… Al verlo allí, resultaba difícil imaginar que al día siguiente estaría buscándole casi toda la policía del condado de Basalt.
Y con más razón nadie hubiera podido suponer que para el jueves estaría huyendo de la Guardia Nacional de Kenctuky, de la policía de seis condados y de un buen número de civiles armados….
Ambos fueron soldados.
Ambos se vieron obligados a matar por su país.
Rambo en la guerra del Vietnam; Teasle en la guerra de corea.
Pero ahora eran adversarios y estaban enfrentados a muerte.
Un joven acosado, Salvaje, entrenado y acorralado contra un comisario totalmente enloquecido.
Su lucha desembocara en huracán de violencia.
David Morrell
Rambo. Acorralado
ePUB v1.5
ikero04.07.12
Título original:
First blood
David Morrell, 1972.
Editor original: ikero
ePub base v2.0
Se llamaba Rambo y parecía ser un muchacho cualquiera que se había detenido junto al surtidor de una estación de servicio en los suburbios de Madison, Kentucky. Tenía una barba larga y tupida, el pelo le cubría las orejas y caía muy por debajo del cuello; estaba haciendo auto-stop a un automóvil que se había acercado al surtidor. Al verlo allí, descansando el peso del cuerpo sobre una cadera, con una botella de gaseosa en una mano y el saco de dormir enrollado en el suelo junto a sus botas, resultaba difícil imaginar que el martes, el día siguiente, estaría buscándole casi toda la policía del condado de Basalt. Y con más razón, nadie hubiera podido suponer que para el jueves estaría escapándose de la Guardia Nacional de Kentucky, de la policía de seis condados y de un buen número de civiles amantes de las armas de fuego. Pero al verle andrajoso y cubierto de tierra en la estación de servicio, inmóvil junto a un surtidor, tampoco era posible adivinar qué clase de muchacho era Rambo y qué sería lo que iba a desencadenar los próximos acontecimientos.
Sin embargo, Rambo no ignoraba que sobrevendrían dificultades. Dificultades bien serias si alguien no ponía especial atención. El automóvil al que le estaba haciendo auto-stop estuvo a punto de atropellarle al salir de la estación de servicio. El empleado del local guardó en su bolsillo la libreta de ventas y un talonario de vales, y sonrió al ver las marcas que habían dejado las cubiertas del coche en el alquitrán caliente, cerca de los pies de Rambo. Pero cuando emergió de entre los otros automóviles el coche patrulla que se dirigía hacia él, Rambo se puso rígido al reconocer nuevamente el comienzo de la misma rutina.
—No, por Dios. Esta vez no. Esta vez no permitiré que me lleven por delante.
El coche tenía una inscripción que decía: Jefe de Policía, Madison. La antena de la radio vibró cuando se detuvo al lado de Rambo y el policía que lo conducía se inclinó hacia un lado sobre el asiento de adelante, para poder abrir la puerta del otro lado. Se quedó mirando las botas cubiertas de una costra de barro, los vaqueros arrugados y raídos en los bajos y remendados en un muslo, la camisa azul salpicada por algo que parecía ser sangre seca, y la chaqueta de cuero. Se demoró un momento más observando la barba y el pelo largo. No, eso no era lo que le molestaba. Era otra cosa, pero no sabía bien qué.
—Está bien, sube de una vez —le dijo.
Pero Rambo no se movió.
—Te he dicho que subas —repitió el hombre—. Debes tener un calor espantoso ahí parado con esa chaqueta.
Pero Rambo se limitó a beber su gaseosa observando pasar los coches y no se movió. Simplemente le dirigió una mirada al policía.
—¿Es que no oyes bien? —le dijo el policía— ¡Sube de una vez antes de que me enfade!
Rambo le observó en la misma forma en que el otro le había observado a él: parecía algo bajo y rechoncho sentado frente al volante, tenía arrugas alrededor de los ojos y abundantes y profundas cicatrices de viruela en las mejillas que se asemejaban a las vetas de una madera rústica.
—¡No me mires de ese modo! —dijo el policía.
Pero Rambo prosiguió estudiándole: uniforme gris, el primer botón de la camisa desabrochado, la corbata floja, el frente de su camisa empapado por el sudor. Rambo trató de averiguar qué clase de revólver tenía pero no lo logró. El policía lo llevaba del lado izquierdo, opuesto al lugar en el que se situaría su pasajero.
—Te lo repito —dijo el policía—. ¡No me gusta que alguien se me quede mirando a los ojos!
—¿Y a quién le gusta?
Rambo miró nuevamente a su alrededor y recogió su saco de dormir. Cuando subió al coche colocó el saco entre él y el policía.
—¿Hace mucho rato que estás esperando? —preguntó el policía.
—Una hora. Desde que llegué.
—Podías haber esperado durante mucho más tiempo. La gente de por aquí no suele llevar en su coche a nadie que haga auto-stop. Sobre todo si presentan un aspecto como el tuyo. Está prohibido por la ley.
—¿El parecerse a mí?
—No te hagas el listo. Quiero decir que está prohibido por la ley hacer auto-stop. Cuántas personas se han detenido para recoger a un muchacho en el camino y luego han aparecido muertas o robadas. Cierra la puerta.
Rambo bebió lentamente un trago de gaseosa antes de hacer lo que le ordenaban. Dirigió una mirada al empleado de la estación de servicio que permanecía junto al surtidor, sonriendo mientras el policía avanzaba con su vehículo entre el tráfico, rumbo al centro de la ciudad.
—No debe preocuparse —le dijo Rambo al policía—. No pienso robarle a usted.
—Qué gracioso. Por si no has visto lo que está escrito en la puerta, debo notificarte que soy el jefe de policía. Teasle. Wilfred Teasle. Pero supongo que no tiene sentido decirte cómo me llamo.
Atravesó un cruce principal en el momento en que la luz se ponía amarilla. Numerosos comercios se agrupaban a ambos lados de la calle: una farmacia, un salón de billares, una tienda de deportes, muchos otros más. Por encima de ellos, rumbo al horizonte, se alzaban las montañas, altas y verdes, con un toque de colorado y amarillo aquí y allá, donde las hojas habían comenzado a marchitarse.
Rambo observó la sombra de una nube que se deslizaba sobre las montañas.
—¿Adónde piensas ir? —oyó que le preguntaba Teasle.
—¿Acaso tiene alguna importancia?
—No. Reflexionando un poco, supongo que no tiene mucha importancia el saberlo. Pero no obstante, ¿hasta dónde te diriges?
—A Louisville, tal vez.
—Y tal vez no.
—Así es.
—¿Dónde dormiste? ¿En el bosque?
—Así es.
—Quizás por el momento no sea peligroso. Las noches se están haciendo más frías y las víboras prefieren quedarse en sus cuevas en lugar de salir a cazar. Lo que no impide que uno de estos días te encuentres con una compañera de cama enloquecida por el calor de tu cuerpo.
Pasaron junto a un lugar donde se lavaban automóviles, un A & P, uno de esos lugares donde sirven refrescos y sándwiches en los coches y en el que había un enorme cartel del Dr. Pepper en la ventana.
—¡Qué te parece ese restaurante, es como para mortificarle a uno! —dijo Teasle.
Desde que tuvieron la brillante idea de instalarse en la calle principal, todo el día hay muchachos que llegan con sus coches haciendo sonar las bocinas y tirando basura a la calle.
Rambo bebió otro trago de su gaseosa.
—¿El que te recogió era alguien de la ciudad? —preguntó Teasle.
—Vine caminando. Llevo caminando desde el amanecer.
—Lo siento mucho. Espero que este viaje en coche te descanse un poco, ¿verdad?
Rambo no le contestó. Sabía lo que vendría después. Cruzaron un puente debajo del cual corría el arroyo que atravesaba la plaza principal, en cuyo extremo se alzaba el viejo edificio de piedra de los tribunales de justicia flanqueado por numerosas tiendas a ambos lados.
—Sí… la comisaría está al lado de los tribunales —dijo Teasle.
Pero siguió avanzando dejando atrás la plaza, continuando por la misma calle hasta que solamente se vieron casas, prolijas y de buen aspecto al principio, pero que luego se convirtieron en unas grises y destartaladas casillas de madera frente a las cuales numerosos chicos jugaban en medio de la basura. El camino subía entre dos riscos hasta llegar a una planicie en la que ya no había más casas sino el rastrojo de un sembrado de maíz que había adquirido un tono marrón por el sol. Salió del pavimento y detuvo el coche justo después de pasar el cartel que decía Está usted saliendo de Madison.
Conduzca con prudencia.
—Ten cuidado —dijo.
—Y no te metas en líos —replicó Rambo—. ¿Así es como sigue, verdad?
—Exacto. Ya has estado antes en esta ruta. Creo que no necesito explicarte que los tipos con un aspecto como el tuyo tienen una marcada tendencia a convertirse en elementos perturbadores. —Agarró el saco de dormir que Rambo había colocado entre ambos, lo puso en el regazo de éste y se inclinó por encima de Rambo para abrir la puerta del lado de su acompañante—. Cuídate bien.
Rambo se bajó lentamente del coche.
—Hasta la vista —dijo cerrando la puerta de golpe.
—No —respondió Teasle por la ventanilla abierta—. No creo que nos volvamos a ver.
Se adelantó un poco por el camino, dio una vuelta en U, y se dirigió nuevamente hacia la ciudad, haciendo sonar la bocina al pasar frente al muchacho.
Rambo se quedó mirando el automóvil, hasta que éste desapareció entre los riscos. Bebió lo que quedaba de la gaseosa, tiró la botella a una zanja, se colgó el saco de dormir de un hombro y se encaminó otra vez hacia la ciudad.
El aire estaba saturado de olor a grasa para freír. Rambo observó cómo la mujer vieja que le atendía en el mostrador inspeccionaba por detrás de unas gafas bifocales su ropa, su pelo y su barba.
—Dos hamburguesas y una gaseosa —le dijo.
—Atiendan ese pedido —oyó que decían a sus espaldas. Alzó la vista hacia el espejo que colgaba detrás del mostrador y vio reflejada en él la imagen de Teasle, ante la entrada, abriendo la puerta, y dejándola cerrarse con un golpe seco.
—Y que marche bien rápido, por favor Merle —dijo Teasle—. Este chico tiene mucha prisa.
Había muy pocos clientes en el lugar, unos estaban sentados junto al mostrador y otros ocupaban algunos de los reservados. Rambo observó sus imágenes reflejadas en el espejo, advirtiendo que dejaban de masticar y que concentraban en él sus miradas. Pero Teasle se inclinó contra la máquina tocadiscos situada cerca de la puerta y como parecía que nada serio iba a suceder, siguieron comiendo.
La mujer que estaba detrás del mostrador inclinó su cabeza blanca hacia un lado, desconcertada.
—Y este… Merle, qué te parece si me sirves un café bien rápido mientras preparan el resto —agregó Teasle.
—Lo que tú digas, Wilfred —dijo ella, aún desconcertada, apresurándose a servir el café.
Rambo se quedó mirando la imagen de Teasle reflejada en el espejo, que le miraba a él a su vez. Teasle tenía una insignia de la American Legion en el lado opuesto de la camisa al que ostentaba su chapa. Me pregunto a qué guerra corresponderá, pensó Rambo. Era demasiado joven para haber tomado parte en la segunda.