Los ojos de Mary Ann Nichols estaban abiertos cuando descubrieron su cadáver en la calle. Miraba a ciegas en la oscuridad, su cara teñida de una pálida tonalidad amarilla por la tenue llama del farol.
En
La expresión de las emociones en el hombre y en los animales,
Charles Darwin afirmó que los ojos muy abiertos acompañan al «horror», un sentimiento que se asocia con el «miedo extremo» o el «espantoso dolor de la tortura». La idea de que una persona muere con su última emoción grabada en la cara es una falacia con siglos de antigüedad. Sin embargo, en un sentido simbólico, la expresión de Mary Ann pareció captar lo último que había visto en vida: la oscura silueta del asesino que la apuñaló. El hecho de que la policía mencionara en su informe aquellos ojos desorbitados y escrutadores podría ser un indicio de lo que los hombres de azul empezaban a pensar del asesino de Whitechapel: era un monstruo, un espectro que, en palabras del inspector Abberline, no dejaba «la menor pista».
Los testigos tardarían en olvidar la imagen de aquella mujer degollada y con la mirada perdida en la nada. Sickert no la habría olvidado. Habría recordado mejor que nadie la expresión que tenían los ojos de Mary Ann Nichols mientras la vida escapaba de su cuerpo. En 1903, si sus fechas son fiables, dibujó una mujer con los ojos muy abiertos y la mirada ausente. Parece muerta, y una inexplicable raya oscura cruza su cuello. El dibujo lleva el inocente título de
Dos estudios de la cabeza de una mujer veneciana.
Tres años después, pintó un desnudo grotescamente despatarrado sobre una cama de hierro y lo tituló
Nuri d'Été, o Noche de verano.
Cuesta no pensar que Mary Ann Nichols murió a manos de su asesino una noche estival. La mujer del boceto y la del cuadro se parecen. Sus rostros guardan semejanza con el de la imagen de Mary Ann Nichols en una fotografía tomada en el depósito, después de que Mann y Hatfield, los internos del asilo, la «aseasen».
Las fotografías del depósito se tomaban con una cámara de madera grande que sólo enfocaba las imágenes de frente. Cuando la policía necesitaba plasmar la imagen de un cadáver debía ponerlo de pie o apoyarlo contra la pared, ya que era imposible girar el objetivo hacia abajo o hacia los lados. A veces se colgaba de un gancho o un clavo el cuerpo desnudo por la nuca. Si se observa con atención la fotografía de Catherine Eddows, una víctima posterior, se ve que su cuerpo estaba suspendido, con un pie rozando apenas el suelo.
Estos daguerrotipos degradantes y morbosos se utilizaban sólo para identificar el cadáver, y no se hacían públicos. Sólo las personas que habían visto a Mary Ann Nichols en el escenario del crimen o en el depósito podían saber qué aspecto tenía después de muerta. Si el boceto de la supuesta «mujer veneciana» es, en efecto, una representación de la cara de ojos desorbitados de la difunta Mary Ann Nichols, Sickert debió de estar en el lugar de los hechos o acceder de alguna manera a los informes policiales; a menos que ese detalle se mencionara en un artículo periodístico del que no tengo noticia. Incluso si vio a Mary Ann en el depósito, los ojos de la mujer estarían cerrados, tal como aparecen en la fotografía. Cuando la fotografiaron y mostraron el cuerpo a quienes podían identificarla y a los miembros del jurado del proceso, Mary Ann tenía ya las heridas suturadas y el cuerpo cubierto hasta la barbilla, para ocultar los cortes del cuello.
Por desgracia, existen pocas fotografías de las víctimas del Destripador, y las que se conservan en los archivos municipales de Londres son pequeñas y de mala resolución, un defecto que empeora con las ampliaciones. El tratamiento de imágenes mediante la tecnología forense ayuda un poco, pero no demasiado. Es posible que no se tomara fotografía alguna en otros casos que no se vincularon con el Destripador en su momento (ni después). Si se hicieron, las fotos en cuestión parecen haber desaparecido. No era habitual fotografiar el escenario del crimen, a menos que éste se hubiera cometido en el interior de una casa. Incluso entonces, el caso debía ser excepcional para que la policía llevase su pesada cámara de madera.
En las investigaciones forenses actuales, los cadáveres se fotografían repetidas veces y desde distintos ángulos con equipos muy diversos, pero en la época de los homicidios del Destripador, rara vez se solicitaba una cámara. Habría sido aún más extraño que los depósitos de cadáveres o casas mortuorias dispusieran de una. La tecnología no había avanzado lo suficiente para captar imágenes nocturnas. Como consecuencia de estas limitaciones, existen pocos documentos gráficos de los crímenes del Destripador, a menos que uno hojee un libro de la obra de Walter Sickert o contemple sus cuadros de «asesinatos» y desnudos, que se encuentran en grandes museos o en manos de coleccionistas. Dejando a un lado el análisis artístico y académico, la mayoría de los desnudos de Sickert parecen mutilados o muertos.