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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

Retrato de un asesino (17 page)

BOOK: Retrato de un asesino
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Wynne Baxter era un abogado y juez de instrucción experimentado que estaría al frente de la investigación judicial entorno a Joseph Merrick dos años después. No toleraba mentiras ni transgresiones del protocolo. Estaba indignado por el hecho de que dos internos del asilo se hubieran encargado de desvestir a Mary Ann Nichols. Interrogó con rigor al confundido y enfermizo Mann, quien mantuvo a toda costa que la ropa de la mujer no estaba desgarrada ni cortada. Lo único que habían hecho él y Hatfield había sido desnudar a la muerta y lavarla antes de que llegase el médico, con el fin de ahorrarle molestias.

Ellos hicieron jirones de los atavíos de la finada para simplificar y acelerar la tarea. Mary Ann llevaba muchas prendas, algunas acartonadas por la sangre, y es muy difícil desvestir a un cuerpo rígido como una estatua. Cuando Hatfield subió al estrado, corroboró todo lo que Mann había dicho, esto es, que los dos internos abrieron el depósito después de desayunar y que estaban solos cuando cortaron la ropa de la muerta.

La lavaron mientras estaban a solas con el cuerpo, y no tenían motivos para pensar que fuera algo inapropiado. Las transcripciones de sus testimonios sugieren que los hombres estaban asustados y sorprendidos, porque no creían haber hecho nada malo.

No entendían a qué se debía tanto alboroto. De todas maneras, el depósito del asilo no estaba destinado a casos policiales, ya que no era sino un lugar de tránsito para los muertos del propio albergue, que luego se enterraban en fosas comunes.

La palabra «forense» proviene del latín
forum,
que significa «foro», esto es la plaza pública en la que los oradores y letrados romanos presentaban sus argumentos ante los magistrados. La medicina forense es la medicina de los tribunales, y en 1888 era prácticamente desconocida. La triste verdad es que en el caso de Mary Ann Nichols no había muchos indicios físicos que aprovechar o echar a perder, pero no saber a ciencia cierta si su ropa estaba cortada o desgarrada cuando llegó al depósito es una importante desventaja. Los actos del asesino revelarían algo más sobre sus emociones en el momento del crimen.

Basándome en las descripciones del cadáver de Mary Ann en el escenario del crimen, sospecho que su ropa estaba desordenada pero no cortada ni desgarrada, y que fue en la madrugada del 31 de agosto cuando el Destripador pasó al siguiente nivel de violencia. Le levantó el abrigo, la falda, las enaguas y la ropa interior de franela. Le practicó un corte irregular, «tres o cuatro» descendentes y «varios» transversales, casi en forma de cuadrícula, y, tras asestarle algunas puñaladas poco profundas en la zona genital, desapareció en la oscuridad.

Sin ver diagramas o fotografías de la autopsia, es difícil reconstruir las lesiones y especular sobre lo que hizo o sintió el asesino. Las heridas pueden ser atroces o titubeantes. Pueden reflejar vacilación o ensañamiento. Tres o cuatro incisiones superficiales en la muñeca, además de la profunda que horadó las venas, cuentan una historia diferente sobre un suicidio de la que relataría un único tajo decidido.

Los psiquiatras deducen el estado mental y las necesidades emocionales de un paciente a través de la forma en que éste se comporta y lo que refiere de sus sentimientos. Los médicos de los muertos deben hacer esas interpretaciones basándose en una especie de sistema braille de lesiones nuevas y antiguas, detritus hallados en el cuerpo, la vestimenta de la persona y el lugar donde murió. Escuchar el mensaje de los muertos es un don extraordinario, y exige un entrenamiento especializado por demás. A veces resulta difícil entenderlos, y podemos interpretarlos mal, o hallarlos cuando sus informaciones sean ya poco precisas. Pero si todavía tienen algo que decir, su veracidad es incuestionable. En ocasiones continúan hablando incluso después de quedar reducidos a huesos.

Si una persona bebe mucho y luego conduce o se enzarza en una pelea, su cadáver lo admitirá a través del índice de alcoholemia. Si un hombre fue adicto a la heroína y la cocaína, su cadáver presentará pinchazos, así como altos niveles de metabolitos morfínicos y ecgonina benzoica en la orina, la sangre y el humor vítreo de los ojos. Si alguien practica sexo anal, o tiene tatuajes o algún
piercing
en los genitales, o si una mujer se rasura el vello pubiano porque su amante fantasea con mantener relaciones sexuales con una niña, sus cuerpos lo dirán sin tapujos después de la muerte. Si un adolescente busca un orgasmo más intenso masturbándose vestido con ropa de cuero y comprimiendo los vasos sanguíneos del cuello con una soga —aunque no tenga intención de caerse de la silla y ahorcarse—, su cadáver confesará. La vergüenza y las mentiras quedan para aquellos que les sobreviven.

Es sorprendente lo que pueden decir los muertos. Nunca dejan de sorprenderme y afligirme. Un joven estaba tan empeñado en acabar con su vida que, al ver que no lo había conseguido tras dispararse en el pecho con una ballesta, arrancó la flecha y repitió la operación. Ira. Desesperación. Impotencia. No hay vuelta atrás. Quiero morir, pero de todas maneras organizo unas vacaciones familiares y escribo las instrucciones para mi entierro con el fin de ahorrar molestias a mi familia. Quiero morir, pero también quiero tener buen aspecto, decide una mujer a quien su marido acaba de abandonar por otra más joven, así que se maquilla, se peina y se dispara en el corazón para no destrozarse la cara.

Te dispararé en la boca, puta, porque estoy harto de oír tus quejas. Meteré tu cuerpo en la bañera y lo cubriré con ácido, guarra. Es lo que te mereces por ponerme los cuernos. Te apuñalaré en los ojos porque estoy hasta la coronilla de tus miradas. Te sacaré la sangre y me la beberé, porque los extraterrestres se están llevando la mía. Te descuartizaré y herviré los pedazos, porque así podré arrojarte por el inodoro sin que nadie se entere. Sube a mi Harley, zorra, y te llevaré a un motel donde te haré centenares de cortes con una navaja de afeitar y una tijera, y luego contemplaré tu lenta agonía, porque ése es el rito iniciático para formar parte de mi pandilla.

Las heridas de Mary Ann Nichols nos dicen que el Destripador no quería que ella luchase o gritase, y que estaba preparado para dar el siguiente paso: apartar el cuchillo de su garganta y mutilar su cuerpo desnudo. Pero aún no era un experto en esta maniobra y no pudo llegar más lejos. No le extirpó los intestinos ni otros órganos. Los cortes no fueron demasiado profundos. No se llevó una parte del cuerpo como trofeo o talismán para alimentar sus fantasías sexuales mientras estaba solo en una de sus habitaciones secretas. En mi opinión, era la primera vez que el Destripador destripaba, y necesitaba pensar en ello durante un tiempo, meditar sobre lo que había sentido y decidir si quería repetir la experiencia.

«Me gusta el trabajo con más sangre», escribió el 5 de octubre. «Necesito más», escribió el 2 de noviembre. Apenas una semana después, Jack el Destripador hizo su primera aparición pública con ese terrible nombre. Tiene sentido. Antes del asesinato de Mary Ann Nichols, no había «destripado» aún. Sickert se puso el nombre artístico de «Mr. Nemo» por una razón que no era precisamente la modestia. Quizá tuviera también un buen motivo para elegir el nombre de «Jack el Destripador». Sólo podemos especular al respecto.

«Jack» significaba marinero u hombre en el argot callejero, y «destripador», en inglés
ripper,
es alguien que desgarra. Pero Walter Sickert no era amigo de las obviedades. Consulté una docena de diccionarios y enciclopedias publicados entre 1755 y 1906 para cotejar las definiciones. Sickert podría haberse inspirado en Shakespeare para escoger el nombre de «Jack el Destripador». Según escribió Helena Sickert en sus memorias, a sus hermanos y a ella les «chiflaba» Shakespeare cuando eran niños, y Sickert solía citar largos pasajes de la obra de este autor. Le encantaba ponerse de pie en las fiestas y recitar monólogos de Shakespeare. La palabra «Jack» se encuentra en
Coriolano, El mercader de Venecia
y
Cimbelino.
Aunque Shakespeare no usa el término
ripper,
se encuentran variaciones de éste en
El rey Juan
y
Macbeth.

Entre las acepciones de «Jack», hallamos las siguientes: botas; diminutivo de John para aludir a un descarado; criado encargado de quitarle las botas a su amo; grito; macho; desconocido o zopenco en argot americano; individuo artero capaz de hacer cualquier cosa, como en la frase
«Jack of all trades»y
que hace referencia a un factótum.
Ripper
también tiene distintas acepciones: alguien que rasga; alguien que rompe; alguien que desgarra, alguien que corta; nombre refinado que viste con elegancia; caballo veloz; obra o papel teatral de calidad.

Jack el Destripador era un desconocido, un individuo artero capaz de hacer cualquier cosa. Tenía «el vientre lleno de beligerancia». Era un «macho insuperable». Desgarró «el útero de vuestra querida madre Inglaterra». En los profundos recovecos de su psique, Sickert pudo pensar que había sido «desgarrado» en el útero de su propia madre. Lo que le ocurrió allí fue injusto e inmerecido. Se vengaría.

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