—Hola —dijo ella con pereza.
—No pretendía despertarte.
Noé le hizo un gesto indicándole que se acercase.
—Mi siesta ha terminado. Necesito tu lanza para despabilarme. —Comenzó a desvestirlo lentamente, pero luego renunció y dejó que él acabase por su cuenta. Al fin lo cubrió con su manta.
—Mmmm... Estás frío —susurró deliciosa.
—Tú estás caliente. Me siento como una hogaza de pan en el horno.
—Mmmm... —Ella se dispuso a dormir nuevamente, pero un sector de su cerebro permaneció despierto y continuó excitándolo hasta que hicieron el amor. Noé se mostró a cada instante menos pasiva, y finalmente emitió un fuerte gemido y se sentó en la cama, rodeándose el cuerpo con los brazos.
—¿Qué haces en la ciudad? Pensé que estabas en las montañas.
—Estoy buscando rodamientos —rió Gaet.
—Hoemei dijo que fabricabas carretas. No le creí. Aseguró que eran tan ligeras que podían ser levantadas por dos hombres.
—Puedo hacerlo solo. Son unos vehículos muy rápidos. Haremos construir unos cincuenta o setenta antes de que se produzca la hambruna en la costa. Pero para eso debo encontrar artesanos que me proporcionen esos malditos rodamientos.
Ella emitió una risita.
—Sólo Hoemei es capaz de convencerte para que te dediques al comercio.
—Sólo Hoemei es capaz de convencerte a ti para que
trabajes
—replicó él.
—Venir al templo significa administrar el trabajo de cincuenta jóvenes, recién llegados de las guarderías. ¡El Claustro es como una olla a presión humana! ¡Hay tanto que hacer!
—¿Y se obtienen buenos resultados?
—¡Puedes apostar por ello! Los he puesto a trabajar en diez equipos paralelos. Me tienen terror. Creen que los convertiré en sopa si no hacen las cosas bien. ¿Adivina quién nos ahorró semanas de trabajo?
—Te traje unos pasteles de miel, por si estabas despierta.
—¿Sólo puedes pensar en eso? ¿En engordarme para poder agarrarte mejor? Nunca me escuchas.
—Muy bien, ¿quién nos ahorró semanas de trabajo?
Ella mordió un pastel.
—Nuestra prometida.
—¿Kathein?
—No. Oelita. Íbamos a solicitar muestras de los escarabajos comedores de trigo, pero antes de que emitiéramos la orden nos llegaron por medio de un soplador de vidrio itinerante. Oelita parece ser una mujer observadora. Hace un tiempo recogió algunos y se los entregó a un sacerdote Stgal renegado, que se dedica al cultivo de vegetación profana desintoxicada. El hombre fue lo bastante sensato como para enviar los ejemplares al Claustro. Además, Oelita escribió una descripción muy detallada del ciclo vital de este insecto.
—¿Contiene genes humanos, tal como asegura Hoemei?
—Ya lo creo que sí. Es un crimen increíble. Significa un Banquete del Juicio para los Mnankrei. Tendremos que dividir al clan reduciendo su estatus, o tal vez destruirlo.
—Antes de que eso suceda, llevarás a Luna Adusta colgada del cuello. Es imposible. Ya lo intentaron con los Arant, y aquí estamos.
Los ojos de Noé parecieron arder.
—¡Somos Kaiel... no Arant!
Él rió.
—Por lo que veo tú crees en la historia que inventaron.
—¡Dejan salir a demasiados ateos como tú de las guarderías! —Antes que nada, Noé era una patriota aristocrática.
Gaet no se molestó en recordarle que las guarderías habían sido idea de los Arant, o que probablemente las máquinas ectogenéticas en que se basaba la herejía Arant habían existido y fueron destruidas durante la terrible cruzada. En lugar de ello cambió de tema.
—Supongo que Congoja podrá resistir a los Mnankrei. Cuentan con reservas suficientes para ello. Si para entonces el escarabajo continúa comiendo trigo, los Stgal estarán condenados.
Noé esbozó una sonrisa presumida.
—Ya tenemos el ritual para controlar al escarabajo. Todavía no logramos calmar a Dios, pero lo haremos.
—¡Eso se llama trabajar rápido!
—Yo soy una mujer rápida —coqueteó ella—. ¿Por qué crees que te enamoraste de mí en un instante?
—¿No fue por el dinero de tu familia?
—¿No lo recuerdas? Fue justo después de que te ofrecí ese trago púrpura —bromeó Noé mientras se chupaba la miel de los dedos—. Extracto pituitario.
—¿Eso es lo que les preparas a los escarabajos? ¿Colocar algo en sus bebidas?
—Sólo tenemos que sintetizar tres genes artificiales.
—¿Con qué propósito?
—Este escarabajo lleva consigo casi cien pequeñas simbiosis en el caparazón cervical, el cual emite una sustancia que fortifica sus alas para el vuelo de migración. Cuando el escarabajo come en exceso, la población comienza a sucumbir. Un insecto muerto desencadena la fase sexual de los simbiontes, cuyas larvas se alimentan del cadáver. En su fase alada buscan escarabajos vivos y cuando éstos se encuentran saturados, se inicia la migración. Hemos descubierto un método para emplear la proteína humana en el escarabajo aberrante, desatando la fase sexual del simbionte mientras el insecto aún está con vida. De este modo lo comen vivo. Las larvas maduran y buscan otros escarabajos. Si el nuevo insecto es de la variedad sintetizada por los Mnankrei, la fase sexual vuelve a iniciarse de inmediato. Si no, el simbionte establece una relación normal.
—Muy astuto. ¿A quién se le ocurrió?
—¡A mí, patán! —Noé lo abofeteó—. Mientras leía la descripción de Oelita sobre el ciclo vital del escarabajo aberrante. Vístete. Te lo enseñaré.
—¡Acabo de desvestirme!
El laberinto del Claustro contenía aproximadamente un tercio de toda la fortuna Kaiel. Allí había tapices, vitrales, panes de oro e incrustaciones de plata, pero eso era para exhibir. La principal inversión eran los aparatos bioquímicos de complicada confección, las salas esterilizadas y libres de polvo, los ojos electrónicos, las técnicas argentográficas capaces de capturar la imagen de una cadena de proteínas sobre películas de anatasa de boro. Había salas donde microcélulas modificadas y truncadas genéticamente fabricaban complejos productos químicos. Dentro de este laberinto, la antecesora de la madre de Gaet había sido sintetizada mediante un cruce de genes humanos y artificiales. Incluso entre los clanes sacerdotales, donde la reproducción y la bioquímica eran artes difundidas, los Kaiel eran conocidos como magos.
Mientras Noé dormía una siesta con la cabeza apoyada en el escritorio, Gaet examinó los argentógrafos más importantes y meditó sobre cientos de variantes de cadenas genéticas hipotéticas, las cuales habían sido introducidas y probadas en los simbiontes. Aquella no era su especialidad, pero de todos modos pudo leer el trabajo del grupo. En el idioma getanés se empleaba la misma palabra para «sacerdote», «líder» o «biólogo». Nadie que no fuese un buen bioquímico lograba sobrevivir a las guarderías.
—¡Oye, éste parece funcionar!
Noé se despertó y observó el origen de su entusiasmo. Entonces sonrió con satisfacción.
—Es lento, pero mis niños lo están perfeccionando.
—Todavía estás adormecida.
—Necesito el viento de la montaña en mi rostro.
—¿Qué te parece un paseo en mi skrei rodante?
—¿Es peligroso?
Era peligroso, así que a Noé le resultó fascinante. Aferrada a la espalda de Gaet, viajó más rápido de lo que jamás hubiese sido posible a pie. El suelo corría bajo sus ojos como en ese momento de vértigo cuando un planeador se disponía a aterrizar, pero no hubo ninguna sacudida ni plegado de las alas... la tierra siguió pasando en un orgasmo interminable.
Observa cómo el gran maelot es capturado por un verdadero señor de los mares. No atrapamos a esta criatura con el primer tirón. El maelot es fuerte y el sedal es frágil. Deja que el animal escape basta que haya perdido toda esperanza. Entonces será más frágil que el sedal.
El mago del tiempo Mnankrei e'Nop, del Templo de los Mares Embravecidos
Tonpa, el Amo de las Tormentas, esperaba en un pequeño bote detrás de su nave cuando se escuchó el grito. En ese momento podía haberla atrapado fácilmente, pero no lo hizo. Ordenó que sus remeros la siguieran a una distancia prudencial para que conservara la esperanza, pero ordenó que avanzaran lo bastante rápido para que la agotase la desesperación.
Cuando finalmente la atrapó, Teenae lo arañó con furia y los hombres tuvieron que atarle los pies mientras él la sujetaba. Ajustaron el cordel de tal modo que quedó tendida boca abajo en el bote, luchando frenéticamente para respirar. Tonpa la vigiló con gran atención. Si dejaba de moverse significaría que se estaba ahogando.
El bote se deslizó sobre las olas hasta acercarse a la nave nodriza. Una vez allí la subieron a bordo por los pies, golpeándola contra el casco del barco, y luego la dejaron colgada de los tobillos.
Tonpa no intentó hablarle ni tampoco prestó atención a su rostro arañado. Con expresión impasible, supervisó a sus hombres mientras éstos la ataban a los cuatro obenques, como si sus miembros hubiesen sido cuatro esquinas de una vela que reemplazaba a la gavia del trinquete. Sin duda su esposo la vería allí al amanecer, cabeza abajo, recortada contra el cielo.
Arap también fue atado al aparejo, pero cabeza arriba y más abajo que Teenae. Tonpa le dijo que el placer se recordaba mejor cuando iba acompañado por el dolor. Y entonces se echó a reír.
—¿De qué otro modo la convencería para que persuada a su esposo de que lo que le has dicho es la verdad?
Como precaución adicional se alejó de la bahía en silencio y sin luces, para frustrar cualquier intento de rescate que pudiese emprender su marido. No habría necesidad de ello. Al amanecer regresarían y entregarían a ese hombre lo que quedase de ella.
Cuando desaparecieron las estrellas y Getasol asomó sobre el Njarae por detrás de las montañas, dos fornidos marineros bajaron a Teenae y rociaron su cuerpo contraído con agua salada. Luego la secaron con una toalla mientras bromeaban cruelmente. Un marinero taciturno le afeitó la franja de la cabeza. Le dieron de comer. Ella guardó silencio todo el tiempo. Durante un buen rato la mantuvieron bajo cubierta, y entonces la subieron, desnuda, para enfrentarla con Oelita. Ella hubiese preferido morir en el mástil. La Dulce Hereje no estaba sola. La acompañaban varios pobladores de Congoja a quienes Teenae conocía. Con incredulidad, Oelita le pidió que repitiese una y otra vez lo que tenía que decir. Aquella era una tortura especial.
Al fin, Oelita se volvió hacia Tonpa y le habló con una fuerza casi eléctrica.
—¿Está hablando bajo coacción? ¿La obligas a decir esto?
—¿Crees que la gente sólo dice Falsedades bajo coacción? Sí, ella habla bajo coacción. ¿Supones que esta Verdad le resulta agradable? Ella dice la Verdad bajo la amenaza de muerte.
—Parece estar maltratada.
—No tengo ninguna obligación de tratarla bien.
—¿Qué le ocurrirá?
—Perderá la nariz por calumniar a los Mnankrei, y luego te la entregaremos para que hagas con ella lo que te plazca.
—¡No le causarás ningún daño o yo calumniaré a los Mnankrei como nunca podrías imaginar!
El sacerdote marino emitió una risita.
—Ah, la Dulce Hereje. La que perdona a su peor enemigo. Flores para la criminal. Como gustes. —Hizo una reverencia—. Pero cometes un grave error.
—¿Puedo hablar con ella a solas, para comprobar que no dice lo que le han ordenado bajo tortura?
—Por supuesto.
En la cubierta, cuando estuvieron a solas, Oelita cubrió a Teenae con su mantón para protegerla del viento frío.
—¿Por qué? Dime por qué.
Teenae sacudió la cabeza.
—¿Por qué? —insistió Oelita con la fuerza de una tempestad.
—Era una proposición —dijo Teenae con voz apenas perceptible, mientras miraba la cubierta.
—¿Una qué? —La desorientación hizo que Oelita sonara hostil.
—Una propuesta de matrimonio.
Oelita la miró.
Teenae estaba en estado de conmoción.
—Nuestro matrimonio está incompleto. Necesitamos otra mujer.
Finalmente, la Hereje de Congoja se suavizó y comenzó a tratarla como a una demente.
—¿Es una costumbre Kaiel asesinar a la novia? —preguntó como si la hubiese estado interrogando el clima.
—Si sobrevives, eres merecedora.
—¿Y crees que yo estaría dispuesta a ofrecer mi gral después de semejante cortejo? —El gral era el obsequio de la novia, una cesta de alimentos sagrados y profanos.
Teenae dejó caer la cabeza.
—¿Asi fue como te cortejaron a ti?
—No —dijo Teenae con una nostalgia ensimismada. Su mente apenas funcionaba—. Mis esposos me llevaron a las montañas. Entonaron canciones. Yo no era más que una niña. Ni siquiera tenía pechos. Fueron amables. —Estaba llorando—. ¿No lo comprendes? ¡Ellos no te querían! ¡Les ordenaron que se casaran contigo! Nosotros queríamos a otra —sollozó—. Es demasiado complicado. Joesai no era el más apropiado para venir, pero lo enviaron a él porque todos los Kaiel que mandaron fueron asesinados. Es un hombre violento... se suponía que yo tenía que apaciguarlo, pero no lo hice. —Teenae siguió hablando, pero el resto ya no fue comprensible.
Oelita llevó a la joven hasta el camarote de Tonpa.
—Ahora nos iremos —dijo desafiando a cualquier Mnankrei que intentase detenerla. Sin que nadie se lo impidiese, se marchó sujetando a Teenae por los hombros. Los Mnankrei ya tenían lo que querían... testigos que hablasen de los fraudes y flaquezas Kaiel.
Al llegar al grupo silencioso que esperaba en el muelle, Oelita reunió a Joesai con su esposa.
—Cuídala.
—Gracias por este favor —dijo él fríamente.
—Me alegro de verte —murmuró Teenae mientras ocultaba su desnudez en el pecho de Joesai.
—La he traído de vuelta sin matar a nadie. —Oelita parecía desafiante.
Joesai se echó a reír de tan feliz como era por volver a tener a Teenae entre sus brazos. Su risa ardió como el acero en la fundición.
—Pero imagina la violencia que se ha cometido contra mi orgullo. —Sus dedos peinaron los largos cabellos de Teenae—. Para extinguir ese fuego tendré que matarlos a todos.
—Está mal matar —dijo Oelita.
—No —respondió él.
—Siento desprecio por las trampas que me habéis tendido. ¡Los dos!
—La próxima vez tendremos más cuidado para ganarnos tu respeto —replicó Joesai con ironía.
—¡Así que no me dejarás tranquila!