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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

Rito de Cortejo (15 page)

BOOK: Rito de Cortejo
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—Encontraremos fósiles humanos. Ya lo verás. ¡Nunca se han buscado! ¡Y no los han buscado porque no se han atrevido! Pero sí se encontraron herramientas de hueso.

—Son recientes.

—¡Teenae! Hace poco no éramos más que insectos que fabricábamos herramientas. No éramos muchos. Ha sido una evolución rápida.

—Porque nos
comimos
a los menos inteligentes. —Teenae había estado esperando la ocasión para mencionar esta contradicción en su filosofía. Oelita condenaba el canibalismo, pero al mismo tiempo aseguraba que la vitalidad de la Raza provenía del mismo.

—Sí —fue la desafiante respuesta—, ¡porque nos
comimos
a los menos inteligentes! La gente siempre me interpreta mal. Dicen que no creo que debamos seguir el camino del kalothi. ¡Yo creo en el kalothi! Él nos creó de los insectos y es nuestro destino. No hemos dejado de evolucionar, y yo no deseo que dejemos de hacerlo. ¡Pero no necesitamos
comernos
unos a otros para evolucionar! Hay otras formas. A mí se me ocurren otras formas.

Hubo una larga pausa mientras Teenae reflexionaba.

—¿Qué sugieres?

—Si las mujeres nos ponemos de acuerdo y sólo engendramos hijos de hombres con alto kalothi, sería una manera. Las que, como yo, tienen genes defectuosos, pueden decidir no reproducirse. Ésa es otra forma.

Discutieron mientras comían, pero Teenae no trató de ganar. Oelita era demasiado ignorante en muchos aspectos para que valiese la pena mantener una polémica lógica.
Había
un Dios. Ése hecho era tan evidente con los conocimientos apropiados. Sin ellos, uno sólo dependía de la fe. Oelita no tenía ni conocimientos ni fe. Era una muchacha de campo, ignorante y autodidacta. A Teenae le agradaba, pero experimentaba cierto horror ante la idea de estar casada con ella. Aesoe era un soñador demente. Cuando tuviese a Oelita en Kaiel-hontokae, lo convencería de que había un camino mejor que el matrimonio.

¡Oh, Kathein, te quiero tanto!,
pensó.

El sol se había ocultado hacía mucho cuando las dos mujeres terminaron de hablar y despejaron la mesa. Teenae leyó parte del nuevo manuscrito. Luego aceptó un pequeño obsequio de Oelita y le entregó otro a cambio, despidiéndose con la promesa de que pronto volverían a reunirse para cenar.

—¡Pronto!

—Pronto —sonrió Oelita.

Las grandes olas rompían con el viento y esparcían un rocío salado por toda la aldea. La oscuridad era completa, ya que Luna Adusta estaba oscura al atardecer. Teenae regresó a casa bajo la escasa luz de las estrellas. Iba a saborear su triunfo sobre Joesai. Había dado los primeros pasos de una verdadera negociación, y se sentía alborozada.

Una mano se cerró sobre su boca, ahogando sus protestas, mientras otros dos hombres sujetaban fuertemente su cuerpo que forcejeaba.

Capítulo 15

Durante su vida, un hombre paseará sobre todas las piedras de un río, las grandes y las pequeñas, las planas y las fangosas. Las piedras que no advierta lo matarán. El hombre despiadado no logra ver la piedad, y por eso cuando la necesita, sus pies no consiguen encontrarla. El hombre que es demasiado orgulloso para mostrar sus errores se pone en ridículo cuando da un traspié. El hombre que vive en aguas peligrosas y salta ágilmente de sospecha en sospecha no logrará cruzar el río porque no confía en las rocas sólidas.

Foeti pno-Kaiel, maestro de guardería de los maran-Kaiel

Joesai estaba preocupado, aunque todavía no estaba desesperado. Tenía la nota de Teenae y se sentía enfadado porque hubiese salido sin su protección por aquella aldea, donde dos familias Kaiel habían sido asesinadas; pero ella no había prometido volver antes del amanecer, y Getasol apenas si se encontraba un diámetro sobre el horizonte. Noé, Dios la bendiga, nunca se hubiese marchado sin consultar con todos. Pero Teenae era Teenae. A ella le gustaban los secretos. Cinco de sus hombres ya la estaban buscando.

¡Maldición, le daré una paliza en el trasero cuando la encuentre!,
se dijo. Inquieto, dejó la posada y comenzó a caminar por el largo muelle.
Si le han hecho daño, los despellejaré y luego los colgaré en medio de un enjambre de abejas,
se prometió.

Al volverse, Joesai vio que Eiemeni se acercaba con Oelita y cuatro de sus hombres. Su forma de caminar parecía una mal presagio. Traían mucha prisa, y sus túnicas se agitaban con la brisa marina.

Le traían noticias de su esposa. Por un instante, Joesai imaginó que Oelita respondía a su trampa con otra trampa mortal.

¡Si Teenae está en peligro la mataré!,
se dijo. Cuando Oelita estuvo lo bastante cerca para que pudiese verle el rostro, supo que sus conjeturas habían sido correctas.

—¡Teenae! —murmuró mientras controlaba su ira y se preparaba para lo peor.

—¡Los Mnankrei tienen a tu esposa! ¡Es mi culpa! —La voz de Oelita mostraba consternación.

Por supuesto que Joesai no la creyó. Ella tenía a su testaruda esposa y ahora se vengaba de él con alguna broma macabra.

—Explícate.

—Tu mujer salió de mi casa y fue secuestrada por cuatro malhechores. Dos de mis guardias, quienes la habían seguido para brindarle protección, trataron de intervenir. Los rufianes dejaron inconsciente a uno. El otro los siguió para espiarlos. —Un hombre alto, de profundas cicatrices, hizo una pequeña reverencia. Oelita continuó sin resuello—. No sé por qué se la llevaron. Tal vez pensaron que era yo.

—¿Los que te desafiaron con un Rito Mortal? —preguntó él sin que su rostro mostrase ningún rastro de incredulidad.

—¿Los Mnankrei? Sí. No los comprendo —dijo ella.

¡Vaya una jugada!

—¿Dónde está Teenae ahora? —¿
Cuál es tu precio?,
quería decir.

—En su barco. Llegó ayer con la noticia de que se ha iniciado una hambruna en el sur.

Joesai hizo una seña a Eiemeni y el muchacho se marchó a toda prisa. El rostro de Oelita mostraba compasión. Él no supo qué decir. Aquella mujer parecía capaz de mentir tan bien como él. Joesai no se atrevía a expresar su desconfianza por miedo a caer en una trampa. Sin duda ella merecía respeto. No contenta con organizar una defensa contra el ataque, le replicaba con un contraataque despiadado. Nunca antes le había ocurrido algo así.

—Yo amo a esa mujer —dijo con tono sombrío mientras la miraba a los ojos—. Destruiré a cualquiera que le haga algún daño.

Oelita le tocó el brazo. Su traidora compasión incrementó la ira de Joesai.

—¿Por qué estaba contigo? —le preguntó él.

—Conversábamos sobre una posible publicación en la que he estado pensando desde hace un tiempo. En realidad no hablamos mucho de ello. Jugamos al juego del Kol, y conversamos sobre la bondad y las razones por las cuales la gente no debería destruirse entre sí. Tu esposa piensa que puede ayudarme a lograr que se imprima un libro mío.

Así fue como lograste acercarte a la hereje,
pensó Joesai. Entonces se maldijo a sí mismo. Durante todo el viaje por la costa hasta Congoja, Oelita había sabido quién era él y lo había estado estudiando bien mientras preparaba su contraofensiva. Y ahora tenía la audacia de enfrentarse. Pero por el momento, él no podía hacer nada salvo fingir inocencia mientras ella hacía lo propio.

—Quiero que vuelva —dijo.

—Todavía están aquí.

—¿Quiénes?

—Los Mnankrei. —Oelita señaló con impaciencia—. Su barco.

Muy a su pesar, Joesai tuvo que admitir que ella construía muy bien su historia. A cierta distancia se veía un carguero Mnankrei anclado en la bahía, con las velas plegadas. Ni por un momento creyó en la posibilidad de que Teenae estuviese a bordo.

—¿Qué crees que quieran de ella? —Preguntó con disimulado sarcasmo—. ¿Un rescate?

Oelita se volvió hacia el barco con odio.

—¿Qué crees que quieren
de mi?
Yo te la traeré. Debo arreglar algunas cuentas con ellos.

—Eso suena muy brutal viniendo de la Dulce Hereje.

Oelita esbozó una breve sonrisa y le pellizcó la nariz.

—Hay maneras de arreglar cuentas sin ser brutal, mi muchachito de corazón tierno. ¡Obsérvame! Verás que tengo algún poder. Piensan utilizar a tu esposa para atraparme, ¡pero yo los atraparé a ellos!

Eiemeni regresó corriendo por el muelle.

—La tienen en aquella nave. Está confirmado. —Eiemeni fijó su mirada en Joesai.

Por primera vez, Joesai se volvió hacia el barco con alarma, pero entonces se contuvo. No debía precipitarse, pensó. Eiemeni no era lo bastante maduro para tener conciencia de los intrincados recovecos de una trampa. Un mago era capaz de convencerle a uno de que su cabeza estaba llena de guijarros.

Joesai exploró diferentes teorías. Si Oelita estaba aliada con los Mnankrei, hubiese comprendido de inmediato que lo del Rito Mortal era un engaño. Pero si tal alianza existía, entonces Oelita era realmente peligrosa. Y rescatar a Teenae podía entrañar un grave riesgo o incluso ser imposible.

Me veré forzado a negociar con ella,
concluyó.

Oelita partió con la promesa de regresar. Joesai reunió a los estrategas de su grupo en la posada, esperando recibir más información. Según los rumores, en el templo había sacerdotes Mnankrei que ofrecían producir más trigo para los Stgal, en caso de ser necesario. Finalmente, uno de los informadores de Joesai regresó con una sonrisa. Había abordado el barco Mnankrei como «inspector del puerto», y pudo ver a Teenae bajo la cubierta mientras él fingía controlar que se cumpliesen los reglamentos portuarios. Estaba desnuda y maniatada.

Eso era todo lo que Joesai necesitaba saber.

—Hundiremos el barco —les dijo.

Cuando recupere a Teenae, yo mismo la tendré maniatada,
pensó con mal humor, aunque sabía que no lo haría. Entonces convocó una reunión para decidir su estrategia.

Capítulo 16

El purpúreo Njarae es el generador de nuestra capacidad. ¿No es él quien ahoga al marinero descuidado?

Proverbio de los Mnankrei

El Sacerdote Marino Tonpa, Amo de las Tormentas, se hallaba sentado en su silla giratoria esculpida. Tenía la larga cabellera trenzada con la barba y el rostro marcado con el diseño de las olas tempestuosas. Examinaba a Teenae, quien se hallaba desnuda, con los tobillos y las muñecas sujetas por una cadena de bronce.

Ella mantenía la cabeza erguida, y estaba custodiada por dos marineros muy tiesos. La jovencita le despertaba cierta simpatía paternal, pero era necesario que lo ocultase para poder aterrorizarla.

Por el temblor de su boca, Tonpa podía notar que ella sufría por la humillación. Probablemente guardaba silencio para contener las lágrimas. Estos Kaiel que reblandecían su estirpe con los genes de los clanes inferiores no eran más que una farsa. Tal como rezaba el dicho eran de esa clase de gente que sólo podían jugar sobre una mesa firme.

—Después de afrontar una tormenta —dijo con severidad—, llegamos aquí trayendo provisiones de auxilio para el sur. En nuestro camino de regreso nos hemos desviado para tocar este puerto, pero consideramos que es nuestra obligación informar sobre la plaga que ha llevado el hambre a las comunidades Stgal meridionales. Cuando el trigo madure, la hambruna se extenderá hasta aquí. ¿Y con qué nos encontramos? Con mentiras. Con calumnias contra los Mnankrei. No podemos tolerarlo.

Tonpa aguardó su respuesta. Ella no dijo nada, y permaneció con una expresión algo disgustada, como si el olor de la sal y de las criaturas marinas fuese una ofensa para su nariz de montañesa.

—Hemos sabido del ataque perpetrado contra una de las mujeres más respetadas de esta comunidad. Es verdad que es una hereje. Es verdad que predica falsedades y tonterías, pero ella no miente. Entonces, ¿quién es la fuente de estas mentiras? Lo pobladores sencillos están tan dispuestos a escuchar mentiras sobre los Mnankrei como sobre los Kaiel, y por lo tanto no continúan buscando la verdad. Por supuesto que sospechamos de los Kaiel.

» ¿No son bien conocidos los Kaiel por sus tortuosas mentiras y por su arrogancia? El insecto kaiel esparce un perfume falso para lograr el control. Los sacerdotes que han usurpado su nombre esparcen calumnias por el mismo motivo. Pero el rocío salado que despeja la nariz nos proporciona inmunidad contra esta clase de engaños.

» ¿Crees que fue difícil encontrarte? Nos llevó un día. Ahora estás aquí, despojada de tu dignidad, sujeta con grilletes. Nosotros también tenemos espías, y más brillantes que los vuestros. ¿No hemos efectuado Selección, semana tras semana, mientras vosotros comíais bebés y esperabais que la hambruna os indicara cuándo Seleccionar? —Se detuvo y se limpió las uñas con la punta del cuchillo—. Una Kaiel que finge ser o'Tghalie. Típico engaño Kaiel. Es inútil. El viento que infla nuestras velas no necesita pies. ¡Habla! ¡Defiéndete o confiesa!

Para mitigar su terror y el flujo de adrenalina, la mujer maniatada cerró los puños y respiró profundamente, pero no respondió.

Tonpa lanzó su cuchillo, que se clavó vibrando, en la cubierta. Uno de los marineros fue en busca del arma y se la devolvió con una reverencia. El Amo de las Tormentas no apartaba los ojos de Teenae. Un muchacho se acercó con un cuenco de caldo caliente, y él lo aceptó sin apartar la vista de su víctima desnuda. Comenzaba a impacientarse.

—Esta mujer a la que deseas ver muerta, a la que has atacado con tanta cobardía en nombre de los Mnankrei, está a punto de abordar el barco.

sabes que no corre peligro aquí. Pero por culpa de tus mentiras, no me resultó nada sencillo persuadirla. Al fin me he visto forzado a ofrecerle rehenes. Tendrás que enfrentarte a ella. —Notó cómo Teenae se contraía y emitió una fuerte risotada—. Ella no sabe la verdad. —Teenae se relajó—. Yo sí. —Observó cómo la joven giraba un poco la cabeza. Comenzaba a doblegarse—. Puedes enfrentarte a ella, guardar silencio y efectuar tu Contribución en un Suicidio Ritual, acabando en la despensa de este barco que ha sacrificado tanto para llevar comida a los hambrientos, o puedes decir la verdad y escapar sin perder más que tu nariz por haber cometido el crimen de difamación. ¡Habla!

Teenae lo miraba con un odio que había superado su miedo... por el momento. Tonpa se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

—Ha sido un viaje muy largo. Haz lo que quieras. A los hombres no les disgustará un poco de carne fresca. —Observó cómo los ojos de Teenae iban de uno a otro guardia. Ambos sonreían. Al fin el miedo pareció vencerla.

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