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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

Rito de Cortejo (11 page)

BOOK: Rito de Cortejo
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—Benjie, me ha surgido un trabajo para ti.

—No me las dejes a las dos juntas —dijo él, admirando a sus esposas.

—Fabrícame una máquina a vapor tan grande como un silo, con unas cuarenta ruedas que le permitan andar.

—¡Cuarenta ruedas! ¡Esta mañana querías un hombre mecánico! ¿Qué combustible encenderá ese silo gigantesco, tu ego?

—Acabo de recibir un mensaje rayofonado por mi hermano. —La bebida le estaba dificultando la tarea de pensar—. Hay una hambruna inminente en la costa. Habrá refugiados. Él quiere empezar a levantar puestos de socorro para que no mueran todos en los pasos montañosos. Pensé que en lugar de ello podríamos llevarles alimentos.

Benjie comía pastel de especias y habló con la boca llena.

—No morirán de hambre. Los Mnankrei tienen trigo que vender. Los días de las grandes hambrunas han pasado.

Gaet evaluaba todas las consecuencias políticas, imaginando las posibles alternativas en rápida sucesión.

—Eso es lo que me preocupa. Venderán su trigo y tú ya conoces el precio. Los Mnankrei se expanden demasiado rápido. En cuanto a técnica no pueden compararse con nosotros, y sin embargo fabrican botas con nuestra piel. Son los barcos. ¡No podemos competir con sus barcos!

Al otro lado de la plaza, alguien de oídos perceptivos escuchó sus palabras y emitió una sonora risotada.

—¿Alguna vez has visto a un Mnankrei navegando por nuestro desierto? —Su risa sonaba ebria—. Van a ponerles ruedas a sus barcos. Llegarán hasta las mismas playas. —Continuaba riendo en forma descontrolada—. Pronto nos perseguirán por toda la Planicie Itraiel. —Las lágrimas rodaban por sus mejillas y las personas que lo rodeaban reían con él—. ¿Alguna vez te ha perseguido un barco por Itraiel?

Benjie se unió al juego de tomarle el pelo a Gaet.

—Creo que el problema es que los Mnankrei son más inteligentes que los Kaiel.

—¿Crees que se necesita inteligencia para mojarse el dedo y estimar de dónde viene el viento?

—Pero Gaet, ellos
deben
ser más listos. En todo Geta no hay nadie más hábil en la selección de trigo.

—Sólo uno de cada cinco llega a sus templos —respondió Gaet en forma agresiva—. Eso no es ningún mérito. Yo provengo de la guardería. No me hables de Selección.

—Pero eso no te hace mejor que los Mnankrei —continuó bromeando Benjie—. Todo depende de para qué realices la Selección. ¿Cómo puede ser que hayan dejado pasar a un tío como tú? ¡Un silo con cuarenta ruedas!

—No pudieron resistirse a mi sonrisa.

—¿Ves a qué me refiero?

La mente de Gaet estaba trocando la conversación.

—Muy bien, Benjie, ¿qué hay de los barcos con ruedas? ¿Por qué no?

Benjie lo miró a los ojos.

—He dicho «barcos con ruedas» —repitió Gaet.

—Por el Silencio de Dios, ¡creo que hablas en serio!

—¡Por supuesto que hablo en serio!

—No, no, Gaet, mi viejo amigo. Tú manejas el mundo. —Benjie señaló al sacerdote con un énfasis exagerado—. Deja que yo construya las máquinas —agregó mientras se golpeaba el pecho. La danza de los ebrios había comenzado.

Gaet retrocedió por su laberinto mental. Sabía que estaba cerca de algo importante. Podía percibirlo.

—¿Por qué no una máquina a vapor del tamaño de un silo, montada sobre ruedas? He visto tus pequeños modelos con ruedas. ¡He visto tus motores en el Claustro!

—Seguro, seguro, puedo construirte una grande. Acabamos de fabricar un monstruo para que el Palacio tenga una de esas bombas eléctricas. —Benjie decía que sí, pero su voz indicaba que no.

—¿Cuánto tardarás?

—Gaet, eso no es lo importante. Cris, ven aquí. —Llamó a un viejo sabio o'Tghalie que bebía en silencio apartado de los demás—. Yo sé lo que quieres, Gaet. Imaginemos una flota de transportes terrestres capaces de acarrear tanta carga como los veleros Mnankrei, a la misma velocidad y recorriendo la misma distancia. Díselo, Cris. Ya hemos estudiado este asunto durante más de doscientos amaneceres.

Cris calculó las cifras en su extraño cerebro o'Tghalie. Determinó la velocidad en que se desmontaría la vegetación del desierto para proporcionar combustible a los motores y reducir el óxido de hierro, el tiempo que tardaría en volver a crecer y el esfuerzo que costaría recoger el combustible.

Benjie resumió el argumento.

—Si deseas dirigir una nación convertida en arena, adelante. ¡Por amor de Dios, podríamos hacer
cualquier cosa
si tuviésemos madera!

Gaet se detuvo. Al tomar decisiones, un Kaiel debía dejar registrado en el Palacio lo que, según su opinión, serían las consecuencias de las mismas a corto y a largo plazo. Si el tiempo demostraba que estaba en un error, sus genes serían purgados de los bancos de esperma en nitrógeno líquido que había en las guarderías Kaiel.

—¡Pero deben existir métodos para trasladarse por tierra rápidamente, así como los barcos Mnankrei recorren los mares!

—Existen... y todos se alimentan con fuego.

—No estoy tan seguro. Piénsalo. Se dice que Dios se mueve sin esfuerzo, y que completa siete vueltas al planeta por cada amanecer.

—Entonces procrea dioses Ivieth en tus guarderías —dijo Benjie con voz alcoholizada.

Gaet se fue a dormir más temprano de lo que había planeado para poder ponerse a trabajar en lo que Hoemei le había encomendado. Era escalofriante la idea de perder la costa a manos de los Mnankrei. Ésta había sido la primera asignación que Aesoe encargara a la familia, y un fracaso sería fatal. Había demasiadas familias aguardando su turno. Ellos cinco acabarían administrando el desierto Kalamani. Aunque ello era mejor que terminar convertidos en sopa y en un ritual ceremonial. Necesitaba hablar con Joesai. Pero su hermano no era aficionado a los mensajes rayofonados. Maldita distancia. Gaet soñó con las míticas alas de Dios.

Los artistas habían visualizado las alas de Dios como grandes abanicos de encaje de hoiela, el único insecto capaz de planear sobre medio planeta antes de morir. ¡Cómo brillaba la hoiela en la brisa! Sus alas iridiscentes eran tan bellas que las mujeres adornaban con ellas sus mejores vestidos. Según el mito, las alas de Dios eran aún más bellas, pero eran tan frágiles que no flotaban en el aire. Sólo se elevaban en la más pura oscuridad, en una negrura tan negra que allí hasta la luz era absorbida sin dejar rastro.

Por la mañana, unos gritos exaltados se introdujeron en los sueños de Gaet. Eran gritos de alegría pero al mismo tiempo helaban la sangre y hacían huir despavoridos a todos los insectos del lugar.

Ah, la fiesta continúa,
pensó Gaet mientras despertaba. Continuó escuchando el bullicio mientras se lavaba la cara y se afeitaba, pero luego se sintió invadido por la curiosidad y se asomó al patio para ver qué ocurría.

Cinco hombres y ocho niños corrían hacia un vehículo extraño, conducido por un joven og'Sieth que trataba desesperadamente de escapar. Los pies del muchacho subían y bajaban, pero nunca tocaban el suelo. La «carreta» que empujaba era bastante singular. Sólo tenía tres ruedas: dos grandes en el frente y una más pequeña en la parte trasera. Las ruedas eran tan delgadas que no parecían ofrecer ninguna estructura de apoyo entre el eje y la llanta. También faltaba el armazón de la carreta, reemplazado por lo que parecía ser una tubería ligera de acero.

Cuando la máquina se averió y fue llevada a un cobertizo para modificarle algunas cuestiones de diseño, Gaet fue a examinarla. Evidentemente la discusión de la velada anterior había continuado después de su partida, y como se trataba de un grupo de artífices habían resuelto la cuestión construyendo lo que concebían sus imaginaciones ebrias. Sólo a un ebrio podía ocurrírsele la idea de crear una carreta que, sin combustible ni armazón, avanzase a la velocidad del viento. Y sólo una tribu de borrachos og'Sieth trataría de construirla durante una fiesta. La mayoría todavía estaban durmiendo bajo las mesas del cobertizo.

Gaet sonrió como un niño que, por primera vez, acabara de ver el interior de un reloj. Dio una caminata por las montañas para reflexionar sobre algunas de las posibilidades. Su instruida mente Kaiel comenzó a vislumbrar un nuevo futuro. ¿Cómo sería? Para empezar, al fin saldrían de un punto muerto.

Ningún sacerdote de los clanes marinos había sido capaz de dominar Geta porque los once mares estaban separados entre sí por sectores de tierra. Por otro lado, los demás tampoco ejercían el dominio porque los traslados por tierra eran demasiados lentos.

Gaet imaginó flotas enteras de estos vehículos con tres ruedas, movidos por fuertes Ivieth, cruzando montañas y llanos a toda velocidad. Una imagen embriagadora para un político. ¡Imagina lo que podía significar para la recaudación de impuestos!

Gaet fue en busca de su amigo Ivieth para hablar del asunto con él. El poderoso gigante sólo sonrió como si la carreta metálica no fuese más que un juguete.

—Correr sin más esfuerzo que el que requiere caminar es algo emocionante, pero los caminos son demasiado malos para que una máquina tan delicada resista. ¡Se romperá a cada paso! Los hombres son más fuertes que el acero. —El hombre sonrió. Él había sido concebido para durar más que el acero.

Más sereno, Gaet regresó a los talleres en busca de otra opinión. Benjie yacía postrado, pero había varios og'Sieth bien despiertos y trabajando. Todos rieron ante la idea de que el hombre fuese más fuerte que el acero, pero aunque no respaldaron sus risas con palabras convincentes, un joven temerario asestó su martillo sobre el pecho de Gaet para ilustrar su pensamiento.

Los og'Sieth no disponían de mucho tiempo para ocuparse de Gaet. Conversaban entre ellos sobre bielas y engranajes mientras martillaban repetidamente, proponiendo ideas para mejorar el diseño. Ninguno de ellos parecía desmoralizarse por los fracasos. Ya habían comenzado a llamar al vehículo skrei rodante, en honor del insecto de doce patas que se deslizaba entre las rocas, como si el nuevo invento fuese lo bastante importante para merecer un nombre permanente.

Capítulo 12

Un humano que siempre es justo con sus amigos encontrará aliados inesperados entre sus adversarios, pues éstos cultivarán su kalothi más allá de los límites de su territorio formal. Un humano que degrada a sus enemigos de palabra y de hecho también suele golpear a la mujer que ama, insultar a sus camaradas, engañar a sus padres, traicionar a su clan y escuchar las lisonjas con placer. No confíes en el hombre que es implacable con tus enemigos, ya que seguramente no será muy buen amigo para ti.

El sacerdote ermitaño Rimi-rasi ante el Concilio para Honrar a Dios

—¿Qué le has hecho? —exclamó Teenae.

—Me alegra no haber estado allí durante el ataque. Estuvo a punto de matar a Eiemeni.

Teenae estaba impaciente con tanta cháchara.

—¿
Está viva?

—La muerte llega lentamente para las personas inflexibles como ella. Además es muy rápida. Su sorpresa no duró más de medio parpadeo. Su ataque fue de una violencia letal.

—¿No era toda dulzura?

—Al planear la emboscada, me alegra no haber cometido el error de creer que ella es lo que escribe. Aprendí a respetarla. Es muy capaz de matar a toda una familia Kaiel con sus propias manos.

—¡No has respondido a mi pregunta!

—¿Sobre si está con vida? —preguntó Joesai.

—Sí.

—Se me ocurrió confundirla y usar el Rito Mortal Mnankrei como apertura. Le amarramos las muñecas a una jaula de juncos y la dejamos flotando en una ensenada.

—Qué forma más horrible de morir —dijo Teenae con dureza—. No te atreves a acabar desangrada, así que prefieres ahogarte. ¿Ha muerto? —Teenae se sentía impotente.

—Los Mnankrei ofrecen siete formas de escapar a la primera trampa. Cada una es más difícil de descubrir pero más sencilla de ejecutar que la anterior. Ella no podía fallar.

—¿Está viva?

Joesai rió y se reclinó sobre los cojines, mirando la bahía.

—La acompañé hasta aquí. Tengo un sentido del humor muy irónico. Me gusta conocer a mi enemigo desde el principio.

—Entonces está viva. ¡Gracias a Dios! ¡Dime dónde está!

—No tengo manera de saberlo. Dejé que desapareciera.

—¿Volverás a perseguirla?

—La próxima vez tendrá seis maneras de escapar.

—Al final la matarás.

—Ese huracán logrará llegar al menos hasta el quinto nivel. Me agrada.

Teenae cogió un mantón tejido con ganchillo, hecho con diversos insectos voladores, y abandonó la posada para caminar por el muelle del puerto. Sólo quería alejarse de Joesai. La brisa marina era fría, y Teenae se sujetó el mantón contra el cuerpo mientras el aire le agitaba la cabellera negra y le helaba la franja rasurada de la cabeza.

El Joesai de Congoja era diferente al esposo que ella conocía en Kaiel-hontokae, y eso no le agradaba. Pensaba que lo que provocaba su ira era la pavorosa frialdad con la que él trataba la muerte de otra persona, pero no era consciente de lo mucho que le irritaba el hecho de que Joesai le estuviese ganando en el juego al que ella lo había retado en secreto. La vida real era más complicada que una partida de Kol. Joesai tenía experiencia, mientras que ella sólo contaba con su sabiduría. Era intolerable.

Teenae se detuvo en el puesto de un pescador y regateó el precio de cinco nadadores con una anciana. Estos nadadores eran criaturas de ocho patas, cubiertas por un caparazón, del tamaño de un puño. Eran sabrosos, pero causaban demasiados problemas. No podían cocerse en su concha porque los venenos se introducían en la carne; debían partirse y seccionarse cuidadosamente. Sólo el cerebro y las entrañas eran comestibles, con lo cual de cada uno apenas si se aprovechaban unos bocados. El resto de la carne podía comerse si se sellaba con una bacteria especial y se dejaba pudrir hasta que se tornaba hedionda. Había varias recetas que explicaban cómo ocultar el mal olor o de qué manera se podían evaporar los líquidos putrefactos. Algunas personas preferían estos platos antes que la carne humana, aunque Teenae no era una de ellas.

Al finalizar el muelle, Teenae continuó caminando por la arena mientras trataba de desentrañar el proceso mental de Joesai. El análisis era difícil porque él no razonaba mediante la lógica. Algunas veces ella dudaba de que razonase del todo. Estaba excesivamente apegado a las tradiciones, aunque nunca se sometía a aquellas que no le convenían. Actuaba siguiendo antiguas fórmulas, no como si creyese en ellas sino con una especie de jovialidad distraída, como si ser tradicional evitase a su mente la tarea de pensar, permitiéndole ocuparse de tareas más importantes.

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