Joesai tenía a sus hombres, y ella no contaba con nadie; ése era el problema. Él disponía de los ojos de una abeja, y ella sólo tenía dos. Para triunfar, lo primero que debía hacer era equilibrar la situación. ¿Había viajado hasta allí para favorecer a Joesai o para compensar los hechos con su propia vitalidad? Necesitaba refuerzos. Y aliados.
Más adelante se topó con un niño que jugaba con un trozo de hiedra marina, haciéndola chasquear como un látigo. Para evitar la arena blanda, Teenae caminaba por el límite entre el mar embravecido y el continente, donde se había formado una curva inerte de arenas negras y húmedas. La espuma embestía contra sus pies y dejaba atrás pequeñas charcas de agua.
—Hola —dijo el muchacho, mientras golpeaba la ola con su hiedra. Su tallo podrido se quebró. Como tenía en mente a Oelita, Teenae miró su espalda buscando las cuatro semillas de trigo... la Señal de la Herejía. Pudo notar que el diseño básico había sido ejecutado por un artífice tradicional del clan n'Orap. En Kaiel-hontokae, existían muy pocos con tanta destreza. Cuando el muchacho creciese, se grabarían los últimos detalles de la cicatriz para finalmente colorearse—. Tienes unos nadadores —le dijo él—. Qué asco. Cuando atrapo alguno lo arrojo de vuelta al mar.
—¿Colocas trampas o buceas? —le preguntó Teenae.
—En general pongo cebos, pero soy buen buceador.
—¿Quién te ha decorado? Me he fijado en que todas tus cicatrices han sido hechas por el mismo artista. Es muy bueno.
—Mi padre-dos. ¡Deberías ver a mis madres! Aún no ha terminado con mi cuerpo.
Teenae pensó en el hombre que condenaba a su hijo a una herejía imposible de borrar. Debía de ser un creyente. Joesai no lo hubiese aprobado. Desde niño, había sido inflexible: los símbolos de un hombre no debían ser grabados en su cuerpo. Los que él lucía no tenían significado alguno. Y así fue como Teenae concibió sus planes para que Joesai supiese que ella se oponía a su conducta.
—Tengo un trabajo para tu padre-dos. ¿Se encuentra en casa?
La familia del muchacho vivía en uno de los estrechos callejones que había al pie de la colina, abajo del Templo de Congoja. La calle estaba pavimentada, y tanto las casas como las tiendas estaban construidas en una mezcla multicolor de ladrillos rojos y amarillos, piedra y argamasa, con elegantes arcadas, techos de pizarra y pequeñas ventanas. Las escaleras desaparecían en patios comunes o en primeros pisos, o subían serpenteantes por la colina hasta la calle siguiente.
Tres niños jugaban sobre las piedras del acueducto que pasaba por encima y que surtía a las ocho fuentes públicas de donde extraían el agua los habitantes del pueblo. Otros niños perseguían a los transeúntes ofreciéndose a llevar sus bolsas a cambio de una moneda. Una pareja Ivieth, la mujer mucho más alta que su compañero, empujaba una carreta maloliente llena de excrementos que llevaban a los campos para servir de fertilizantes. Un padre y su hija pasaron en dirección opuesta, cargados con bidones de agua sobre la espalda. Habían ido en busca de la provisión nocturna a la fuente más cercana.
En la entrada de la tienda, Teenae se quitó las sandalias y se lavó los pies en la pequeña cubeta. Una niña, cuya piel desnuda era tan suave y fresca como el papel de seda, la observó atentamente. Al fin decidió que la visitante no era peligrosa, y corrió hasta donde estaba su medio hermano para subirse sobre sus hombros. Desde allí, arrogante pero silenciosa, miró a Teenae directamente a los ojos mientras tironeaba las orejas de su hermano. En el pasillo había otra niña, de más edad, que subía un cántaro de agua y se volvió para observar a Teenae con una amplia sonrisa.
Una mujer de ojos negros, pintados con complicadas volutas, los recibió en una tienda llena de telas importadas, tapices, alfombras, porcelanas, utensilios de bronce y hasta relojes de Kaiel-hontokae. Evidentemente, la familia comerciaba con artículos de lujo.
—¡Nunca había visto una porcelana tan fina! —exclamó Teenae.
—Ésta es sólo nuestra sala de exhibición. Me complacería mucho mostrarle la colección de cerámicas que guardamos abajo. Aquí no tenemos espacio para tantas vasijas o'ca. Y apenas si hemos comenzado a desempaquetar la nueva remesa.
—¿Esto es o'ca? —Teenae estaba impresionada por la distancia que habían recorrido aquellos artículos.
—Ha venido para ver a Zeilar —dijo el muchacho.
—Ah. Está interesada en las pieles. Tenemos una colección pequeña pero de gran calidad. Mi esposo Zeilar sólo las colecciona como obras de arte, para inspirarse gracias al trabajo de otros. Se guarda los mejores cueros que pasan por las manos de mi esposo Meikam.
La mujer condujo a Teenae escaleras arriba y luego subieron un tramo más por unos empinados peldaños de madera hasta llegar a una gran habitación que ocupaba todo el segundo piso. El lugar estaba mejor iluminado que los niveles inferiores. El suelo estaba cubierto de cojines y Zeilar se hallaba sentado entre ellos, leyendo un libro manuscrito, junto a una ventana tres veces más alta que cualquier otra del edificio. Al otro lado de ella, los tejados de la aldea se elevaban ocultando la visión del mar. En la habitación, las pieles de una docena de hombres estaban colgadas a modo de tapices o de mamparas. Sobre la mesa baja que ocupaba gran parte del espacio había un acolchado de cuero, y detrás de ella se alzaba un espejo de múltiples articulaciones, alto como un hombre, cuyo reflejo casi dorado permitía que uno se viese desde diversos ángulos.
Zeilar dejó a un lado su libro. Teenae notó que su rostro estaba tallado en una abstracta simetría que volvía indescifrable su expresión.
—Mira a tu alrededor —le dijo él con calma.
El mayor de los cueros era tal vez el más extraño, ya que mostraba originales representaciones de montañas, ciudades y barcos, conectados por una maraña de caminos.
—¿Conoces las historias de estos hombres? —le preguntó ella.
—Harar ram-Ivieth —respondió Zeilar—. Era un famoso autor de canciones, y uno de los pocos hombres que había dado la vuelta a Geta a pie. No lo conocí, ya que murió antes de que yo naciera, pero muchos Ivieth conocen sus historias y más de uno ha pasado por Congoja en un Peregrinaje Harar. Tengo una copia de su libro,
Siguiendo a Dios.
Un cuero más pequeño, de mujer, llamó la atención de Teenae por su delicado diseño. La confección, la textura, el grabado y el tatuaje final eran algo increíble. Justamente lo que buscaba.
—No está a la venta —dijo Zeilar al notar su interés—. Es la mayor de mis sobrinas. Trabajé su piel desde que era una niña, y la diablilla fue mi inspiración. Se ahogó en el Njarae. No estoy seguro de que fuese asesinada. Llevo su muerte clavada en mi corazón.
—No he venido en busca de cuero —le explicó Teenae, entristecida ante la idea de que una mujer hubiese perdido la vida en la plenitud de su juventud. Entonces sonrió al artista—. Es para mí.
¿Fue consternación o alegría lo que cruzó por su rostro indescifrable?
—Ah, sí. —Pero la voz transmitía placer—. ¿Qué diseño prefieres? Escoge cualquiera que te agrade o, si no te gustan puedo ofrecerte un dibujo original. Es imposible completar el trabajo en un día, como comprenderás. Para controlar la textura es necesario que los cortes cicatricen bien.
—Quiero el diseño de las cuatro semillas de trigo, en alguna de sus formas.
Él se quedó paralizado.
—¿Eres una conversa, una adepta a las enseñanzas de nuestra Oelita?
—Sí —mintió Teenae con su voz más dulce.
El hijo volvió a aparecer en la escalera con el té, seguido por su desnuda hermanita. Sirvió la infusión en unos tazones o'ca de poca profundidad.
—¿Deseas realizar este sacramento ahora mismo o prefieres hacerlo con amigos?
—Ahora. Vosotros sois mis amigos, ya que seguís a Oelita.
—Apresúrate, hijo, trae una hoja de maita de mi saco para refrescar el té de nuestra invitada. —Se volvió hacia Teenae—. Sólo prescribo un narcótico suave, ya que la conciencia del dolor produce una curación más rápida. La pronta cicatrización produce un aura en el nuevo tejido, una delicadeza de textura y color.
—Nunca he usado un narcótico, ni maita ni ningún otro. No es lógico temer al dolor. Sólo es lógico temer al daño que genera el dolor. El símbolo no es un referente. Eso enseñan los o'Tghalie. —Fue hasta el espejo y se desvistió. Una infinidad de Teenaes doradas formaron filas ante ese geométrico mundo imposible—. La parte inferior de mi espalda está lisa.
El muchacho reapareció en la puerta con la gran hoja de maita, seguido por varias de sus hermanas y otro hermano. Para estos jovencitos era todo un acontecimiento observar cómo trabajaba el maestro con un cepillo, una navaja y la piel. Todos ellos permanecieron en silencio, con los ojos fijos en Teenae.
Zeilar limpió su espalda con alcohol y luego comenzó a dibujar sobre sus riñones, mientras ella permanecía frente a los espejos observando cómo los nuevos trazos cobraban forma sobre su cuerpo cubierto de grabados. En ocasiones él borraba y volvía a comenzar. Cada tanto Teenae observaba las pieles de otros humanos que, alguna vez, se habían colocado desnudos frente a un espejo en una tienda como ésa. Los niños miraban.
La mente lógica de Teenae saboreaba la ironía de aquello. Nunca había comprendido del todo la ceguera de los que no eran o'Tghalie ante las contradicciones de sus vidas. Ellos no veían, no sentían y no escuchaban la tempestad. Zeilar trabajaba en una habitación que era una sala de exhibiciones del canibalismo, creando el símbolo de una filosofía que negaba el canibalismo sobre la espalda de una mujer que, algún día, sería comida. Teenae sonrió. Los artistas sabían convivir con las paradojas que fluían por las almas de la Raza.
Teenae se preguntó por qué se encontraba allí, por qué estaba haciendo esto. Y sin embargo el diseño no era más que tinta. Pero no eran las leyes alimenticias de Oelita las que le atraían; era la dulzura de la mujer. Teenae había crecido en una familia muy estricta que no le había permitido practicar la matemática y ahora formaba parte de un clan inexorablemente empeñado en la conquista planetaria. La dulzura la atraía.
Lentamente, la esencia de la maita fue saturando el té. El muchacho se lo llevó, alzando el tazón hasta sus labios. Teenae sorbió. El artista se detuvo unos momentos y luego trazó las últimas líneas. Entonces dio un paso atrás y esperó su aprobación. Ella vio cien Teenaes doradas de espaldas a ella, con las cabezas vueltas hacia atrás. Y todas asintieron con la cabeza.
El diseño había sido modificado para que siguiese la línea de las cicatrices anteriores; el tallo de trigo estaba curvado, como mecido por el viento mientras maduraba sobre las colinas redondeadas de sus nalgas. Zeilar estaba satisfecho; ella también. Él desfiló frente a los niños y éstos aplaudieron. Entonces comenzaron a empujarse tratando de ganar un puesto junto a la mesa. Ya no guardaban tanto silencio como antes. El maestro fue en busca de sus herramientas y Teenae se acomodó boca abajo sobre la mesa, descansando el rostro sobre los brazos. Con un guiño, sonrió a la niña más pequeña.
—¿Oelita es tan amorosa como parece?
Zeilar le sujetó las muñecas y le entregó un tocón de madera dura para que, si llegaba a necesitarlo, lo mordiese.
—Nuestra Oelita tiene un kalothi de oro. Tú y tu esposo conocéis el oro. La vida palpita en su interior como golpes de un martillo, pero ella jamás se quiebra. Un poco de ella alcanza para que todo cobre un esplendor dorado. —Escogió un cuchillo y colocó un espejo para recibir mejor la luz de la ventana—. ¿Estás lista?
—Tantas personas parecen adorarla.
—Oh, sí —dijo el artista mientras efectuaba su primer tajo rápido.
Teenae lanzó una pequeña exclamación y clavó los dientes en el tocón, respirando profundamente mientras el cuchillo creaba nuevas líneas de sangre.
—¡Espera! ¡Dios, espera!
Él accedió, pero aprovechó el tiempo para lavar la sangre con una solución ligera del anestesiante té de maita.
—Ahora efectuaré los recortes. El dolor será intermitente pero agudo.
—¿Ha estado aquí mucho tiempo? ¿La conocías de niña?
—Esto dolerá. —
Snip
—. Iba y venía con su padre. —
Snip, snip
—. Cuando la traía a la aldea ella siempre se le escapaba. —
Snip, clip, snip
—. Recuerdo cuando se escabulló escaleras arriba y se sentó a cenar con nosotros. —Un tajo rápido y luego varios recortes—. No dejaba de hablar. ¿Cómo vas?
—¡Sólo termina pronto!
El rió.
—Si me apresuro puedo salirme del dibujo. Ahora cauterizaré algunos puntos y te colocaré un ungüento de escarabajo sobre otros. Eso proporciona un efecto distinto en la textura. El ungüento te arderá más que el fuego.
El cuerpo de Teenae estaba temblando.
—Está bien. —Inspiró profundamente para no desvanecerse, oliendo su propia carne quemada por la aguja al rojo.
—Está bien —dijo la pequeñita desnuda mientras se acercaba a ella para acariciarle la cabeza. —¿Oelita asistía al templo?
—¡Oh, estaba allí todo el tiempo! —Él comenzó a cortar nuevamente y Teenae se estremeció. La voz masculina de Zeilar dominaba sus sentidos y fluía sobre el dolor como la maita.
Concéntrate en la voz,
pensó. La voz se acercaba y se alejaba como si el que hablaba no estuviese en un solo sitio—. Ella competía en todo. Corría carreras. —Un alarido interminable pareció desgarrarse de su interior—. Jugaba al ajedrez. Sus ojos eran los más veloces, su mano la más rápida. Pasaba días enteros con un rompecabezas. Es una maestra jugando al juego del Kol, aunque nunca lo adivinarías...
Por un instante, Teenae apartó los dientes del tocón.
—¡A mí me encanta el juego del Kol!
—... porque juegue con quien juegue, ¡sólo gana la mitad del tiempo! —La mano de Zeilar fue en busca de otro cuchillo, y ese breve momento de descanso fue como primavera, verano y otoño—. Nunca nadie ha obtenido un kalothi más alto en esta aldea. —El nuevo cuchillo volvió a iniciar las rápidas maniobras—. Oelita no necesita ser compasiva —dijo él con orgullo—, pero lo es.
—¡Espera! ¡Necesito que te detengas!
—Casi hemos terminado. Creo que quedará hermoso. —Con gran suavidad, le enjugó la sangre y le aplicó un poco más del ungüento de escarabajo.
—¿Cuándo se convirtió en sacerdotisa ermitaña?
—La sabiduría siempre parece llegarnos en los momentos difíciles. La vida era muy placentera para ella. Tenía un padre excelente, que todavía nos nutre, y todos los amigos que un humano puede pedir. Podría haberse casado con alguien de un clan importante. Podría haber pertenecido a cualquier clan, exceptuando tal vez tu o'Tghalie.