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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

Rito de Cortejo (40 page)

BOOK: Rito de Cortejo
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Entonces el cirujano que había en él quiso controlar el trabajo de Eiemeni. Nunca antes había visto de cerca a un sacerdote Mnankrei. La sangre y el dolor de ese hombre no le causaron gran impresión, ya que después de todo había sido abatido por su propia torpeza. Y allí, en medio de los campos ondulantes, hasta la cicatriz con forma de ola parecía fuera de lugar.

Joesai recordó al sacerdote marino Tonpa y el deseo de Teenae de tener unas botas confeccionadas con su cuero. Él la conocía bien. Ella jamás perdonaría a Tonpa por haberla colgado cabeza abajo de los penóles de su gavia. Su deseo de venganza la acompañaría hasta la tumba, concepto que Joesai no comprendía pero respetaba. Él soñaba despierto con que regresaría de Soebo desafiando el destierro de Aesoe, cubierto con el cuero de Tonpa para entregarlo al mejor zapatero de Kaiel-hontokae. Eso agradaría a Teenae y tal vez la compensaría un poco por la pérdida de Oelita. Suponía que entonces no estaría tan enfadada con él.

Creo que ella amaba a esa mujer, y yo no lo había notado,
reflexionó.

Todos los pensamientos lo conducían nuevamente a Oelita.

Joesai se hallaba tendido junto al fogón, sin su familia, solo, descansando después de leer, observando las brillantes estrellas Stgi y Toe que se elevaban como motas sobre el céfiro de la rápida rotación de Geta. Aquéllas eran las estrellas del amor en la Constelación de Seis. La inmensidad de arenas blancas en el cielo nocturno contrastaba con el vasto universo estelar de
La Fragua de la Guerra.
Las Personas del Cielo debían de andar por allí, matando.

Dios había tenido a bien entregar a Su Raza una historia que sólo hablaba de los comienzos, cuando la Raza y las Personas eran una sola cosa. Mucho tiempo atrás, en la más remota antigüedad, las Personas del Cielo habían destruido la ciudad de Hiroshima con su fuego solar, y al mismo tiempo sus leyes impedían la ejecución de los criminales. ¿En qué se habría convertido ahora su poder, su ferocidad y su incoherencia, después de milenios de práctica entre las estrellas? Seguramente también tendrían dioses que los trasladasen. Después de todo,
La Fragua de la Guerra
hablaba de los dioses de batalla.

En la actualidad era posible que ya estuviesen en todas partes, cantando sus extraños Salmos de Combate. ¿Y si llegaban a Getasol con sus velas estelares? ¿Hasta qué punto espeluznante habrían perfeccionado la tortura y el asesinato sin propósitos alimenticios? ¿El amor de Oelita sería lo bastante poderoso para mantener alejadas a las Personas del Cielo?

Eiemeni se dejó caer junto a Joesai, llevando consigo a su mujer. Ella se llamaba Riea, y era una muchacha sumamente enérgica. Tal vez era por eso que Eiemeni la quería y corría a su alrededor brindándole toda clase de atenciones.

—Observas nuestras estrellas del amor —le dijo ella.

—Es posible que el mito se equivoque. Tal vez sean estrellas de muerte —respondió Joesai con acidez.

—Lees demasiado, anciano —observó ella con afecto, mientras agregaba una rama al fuego.

—Leer me ayuda a envejecer como aguamiel en un tonel quemado.

—Has estado pensando en una sed que no se aplaca con aguamiel —replicó Eiemeni.

—He estado pensando en las ironías de la vida. Ya hace bastante que andamos juntos, Eiemeni. Me viste conducir a Oelita a la locura. La forcé a creer en Dios, a verlo y a conocerlo. Mientras tanto, me he convertido en un ateo que babea con la filosofía de la no violencia.

—Joesai —dijo Riea—, basta de acertijos. Es mejor hablar claro.

—No existe ningún Dios de los Cielos.

Riea se echó a reír.

—Has estado demasiado tiempo sin tus esposas. —Lo rodeó con sus brazos.

Él la apartó con suavidad.

Riea sólo se apretó más contra él.

—Eleva los ojos hacia Su Cielo. ¿No ves a Dios? En un momento verás Su Huella allá arriba.

—Dios es una roca.

—¿Tú crees en todo lo que lees? Dios también bromea. —Eiemeni se echó a reír, golpeando a su amo con el reverso de la mano.

—He leído tantas veces estas páginas de
La Fragua de la Guerra
que ya casi pienso en el lenguaje antiguo. Tienen palabras extrañas. Hay dioses de batalla, helicóptero dios armado, dioses del aire y dioses del mar. El idioma se filtra en el tiempo como un avaro buscando nuevas aventuras con ropas viejas. La palabra que conocemos como «nave» es lo que ellos denominan «barco». Lo que llamamos «Dios» para ellos es «nave». Lo que denominan «cielo» nosotros lo conocemos como «supremo». Su palabra para «sol» es nuestro término para «estrella». Si dijésemos «cielo» a nuestros ancestros, ellos pensarían en el cielo nocturno, las estrellas. «Dios de los cielos» se traduce como «nave de las estrellas». Pensad en eso unos momentos.

—¡Estás loco!

—Sí. —Y estalló en su risa estruendosa, comprendiendo completamente la locura de Oelita.

—¡Dios es inteligente! —lo reprendió Riea.

—¡Dios razona! —afirmó Eiemeni.

—Dios es silencioso —dijo Joesai—, y Su Cielo está lleno de puntos brillantes donde existe la muerte sin propósitos alimenticios. Tal vez en este mismo instante estén surcando el cielo hacia aquí, con su carga de fuego solar para nuestras ciudades. Quizá no estemos preparados para cuando lleguen.

—¡
La
fragua de la Guerra
te hace perder el juicio!

—¡Ya he perdido el juicio! Tengo oscuras visiones del futuro. El kalothi puede ser abatido. Envenenado. Pisoteado. Extinguido. Hasta la última gota. —Comenzó a apilar ramas sobre el fuego.

—¡Basta! —exclamó Eiemeni, sujetándolo—. Todo Mnank sabrá que estamos aquí.

—¡El kalothi debe arder claramente! Las bestias de Riethe se alejan del fuego, eso dice su libro. Mañana cambiaremos de curso y marcharemos sobre Soebo. ¡La mezquindad de los Mnankrei nos destruirá! ¡Los Kaiel deben gobernar! ¡Todo el poder a los Kaiel!

—¿Ochenta de nosotros irrumpiremos en Soebo y los exterminaremos a todos? —objetó Eiemeni con suavidad.

—¡No pienses en un exterminio! ¡Así te conviertes en uno de los Señores Insectos de los Riethe! ¡Piensa en el kalothi recibiendo su leña! Los Últimos de la Lista, los Mnankrei que se atreven a llamarse sacerdotes, morirán por la Raza. A través de su Contribución, traeremos la dulzura de Oelita a nuestro mundo. Después de ver ese granero brutalmente incendiado en Congoja, ¿cómo seguir viviendo con ese ácido que nos corroe el vientre?

Capítulo 42

Al sacerdote que se dedica al comercio le irá mejor que al que se ocupa de la filosofía.

Primer Profeta Tae ran-Kaiel en
La Fabricación del Aguamiel

Como el clásico movimiento Nairn en el juego del Kol, salieron de las montañas por el Valle de los Diez Mil Sepulcros para desafiar el protectorado de los Stgal. Teenae estaba asombrada ante la diferencia de estilo entre esposo-uno y esposo-tres. A diferencia de Joesai, Gaet no trataba de enmascarar sus acciones. Él era Gaet maran-Kaiel, se vestía con las ropas formales del clan y aprovechaba las condiciones creadas por los Mnankrei antes de que éstos estuviesen en posición de explotarlas.

También en los caminos, Gaet insistía en llevar la vida de lujos que Joesai tanto despreciaba. Comía junto a su esposa ante una mesa elegante de fuertes patas, provista con el mejor aguamiel, flores y alimentos humeantes. Dormían en una tienda junto a un brasero que les proporcionaba calor. Él nunca estaba demasiado cansado para no cortejarla, o para dejar de animar con algunas lisonjas a las ancianas flacas que se cruzaban en su camino, actitud que no llenaba sus estómagos pero al menos confortaba sus corazones.

Teenae recordó un viaje que hiciera mucho tiempo atrás, cuando era una triste jovencita que había sido subastada y él la seducía con lujos que la tentaban y la asustaban a la vez. Junto a Gaet, esta travesía no le parecía tan rigurosa como su primer viaje a Congoja con Joesai. En esa ocasión, su único lujo había sido un palanquín.

Descubrieron que las plantaciones de trigo al pie de las colinas estaban siendo devoradas por los escarabajos. La gente estaba flaca y apesadumbrada. Los precios de los alimentos habían subido. Todavía no se había declarado la hambruna, pero los casos de envenenamiento por la ingestión de alimentos profanos iban en aumento. Los Stgal estaban llamando a los Últimos de la Lista para que efectuasen su Contribución, y había más carne disponible que de costumbre. Los eventos habían creado un clima perfecto para la penetración Kaiel... el momento de desesperación, antes de que la esperanza se transformara en resignación. Los Stgal ofrecían la Disciplina del Hambre, un martirio impregnado en el alma de los getaneses porque ya los había salvado muchas veces, pero los Kaiel ofrecían comida. Gaet se presentó con todas sus riquezas para tentarlos.

Cuando Gaet negociaba, también alimentaba a sus invitados. Los recibía en una tienda grande, levantada donde quiera que estuviesen. En este momento se encontraba al pie de las colinas, en medio de un prado de flores silvestres. La mañana era bastante tranquila. Dos granjeros que representaban al clan Nolar habían entrado en la tienda y les habían convidado a pan y un cuenco de sopa. Cuando sus platos estuvieron limpios, se sentaron fuera de la tienda a conversar con un joven Kaiel que les hizo varias preguntas.

¿Los Nolar se sentían defraudados por los Stgal? ¿En qué condiciones estaban los caminos? ¿La provisión de medicinas enviadas por los claustros químicos Stgal era suficiente? ¿Los Stgal pagaban bien por las mujeres que compraban? Cuando se produjese la hambruna, ¿cuántos miembros del clan Nolar se estimaba que perecerían por inanición? ¿Y por Contribución?

Los Nolar se apretaron las túnicas contra el cuerpo y se quejaron de que los Stgal no entregaban carne suficiente a la gente del campo. El joven Kaiel asintió con la cabeza y tomó nota. Las protestas por irregularidades en la distribución de carne eran constantes, tanto que Gaet había creado un comité especial para controlar el reparto de alimentos entre los recién reclutados.

Gaet organizaba sus equipos de apoyo según el modelo de Hoemei. Todos sus grupos administrativos debían pronosticar el resultado de sus esfuerzos, y si las predicciones fallaban el grupo era disuelto. De este modo los seguidores de Gaet, como este joven que entrevistaba a los Nolar, eran inducidos a efectuar promesas fiables. Aún era demasiado pronto para notar algún cambio, pero todos sabían que Gaet recordaría a los buenos profetas y que los más incompetentes acabarían limpiando letrinas.

Esa mañana Gaet había enviado a los cinco hombres-dedo de su Concejo de la Mano Izquierda, junto con sus grupos, a que realizaran una incursión de reclutamiento por los alrededores de un pequeño templo que no contaba con grandes defensas. Se preparaba para iniciar un avance más aventurado por territorio Stgal. Sentado sobre una banqueta de madera en su propia tienda, conferenciaba con su Concejo de la Mano Derecha y con un jefe Ivieth local, que había viajado desde Congoja al amparo de la noche.

A la luz pálida del globo bioluminoso que pendía de los postes de la tienda, explicó cuidadosamente al gigante los términos del contrato de Oelita con los Kaiel. Teenae alimentaba el globo con las bacterias brillantes y escuchaba, aprendiendo.

Gaet se reunía con representantes de cada clan de la costa y creaba comités leales a los clanes inferiores para que controlasen los contratos detectando las violaciones y los inevitables fallos. Primero se había concentrado en persuadir a los granjeros cercanos a su línea de provisiones, pero ahora volcaba su atención hacia los Ivieth, que constituían el clan más nómada de Geta y cuyos integrantes estaban habituados a cambiar de lealtades. Se traería a los Ivieth de Kaiel hontokae y enviaría a la ciudad a los de Congoja, empezando con los Últimos de la Lista, aprovechando los caminos recientemente restaurados.

Por una cuestión de táctica, Gaet cuidaba que la cantidad de gente no superase al aparato que él era capaz de constituir para atenderlos. Por lo tanto, la protección Kaiel seguía siendo insuficiente y, al aumentar la demanda, le permitía negociar mejores condiciones para los suyos.

En su respuesta, los Stgal no mostraban una unidad de mando. Más tarde, ese mismo día, con el rifle al hombro, Teenae trajo a una delegación de cuatro jóvenes Stgal que deseaban reunirse con Gaet. De forma indirecta, trataron de sobornarlo. Sin mostrar expresión alguna, Gaet les respondió con una contraoferta de soborno. Los sacerdotes nunca supieron si hablaba en serio o si sólo se mofaba de ellos.

Por la noche, sobre los cojines de la tienda, Teenae le habló a Gaet sobre otro grupo Stgal. Ella ya tenía su propia red de espías en Congoja, y éstos le habían informado que algunos Stgal trataban de retrasar cualquier tipo de decisión hasta la llegada del trigo y la cebada Mnankrei. De todos modos, a pesar de algunos desacuerdos internos, los Stgal habían acordado postergar la Selección.

Esto significaba que estaban alimentando a la gente con sus reservas, es decir que aliviaban la situación actual con sus provisiones para el futuro. Su única posibilidad radicaba en que los Mnankrei vinieran a rescatarlos.

Gaet se echó a reír. Estaba disfrutando de este juego de Kol en la vida real. Teenae lo dejó reír, pero se dedicó a limpiar su rifle sentada junto al brasero, sumida en sus pensamientos.

Capítulo 43

Aquellos que insisten en ganar sólo deben participar en juegos triviales; ninguna victoria interesante está asegurada jamás.

Dobu de los Kembri, Arimasie ban-Itraiel en
Recompensas

Después de una larga travesía en una pequeña embarcación de un solo mástil que atracó sucesivamente en tres diminutos puertos aldeanos, la se-Tufi que Camina con Humildad consiguió un lugar como Compañera Sensual de la Cubierta Superior en un gran barco mercante Mnankrei. No era el puesto ideal. El capitán había sido desalojado de su camarote por cierto Amo de las Tormentas Estivales, llamado Krak, un importante oficial de Soebo que realizaba una gira de inspección, que se mostró renuente a compartir sus lujos con una simple mujer.

En lugar de ser la amante del Camarote Principal, tal como se había propuesto, Humildad se encontró durmiendo sobre una estrecha litera, con tres maestres y un capitán muy malhumorado por tener que cumplir las órdenes de su melindroso superior. Además, no todos los marineros habían sido reclutados entre los clanes Vlak o Geiniera, como era habitual. Ella había firmado un contrato para servir a los sacerdotes marinos, sin saber que la tripulación del barco incluía a quince viriles aprendices Mnankrei.

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