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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

Rito de Cortejo (51 page)

BOOK: Rito de Cortejo
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Las largas sombras de la habitación se desvanecieron con el crepúsculo mientras Humildad borraba todo rastro de su presencia. Cuando las estrellas nocturnas abrieron sus ojos se marchó por la ventana, cuyo cerrojo ya había sido reparado. Éste se cerró con un chasquido y ella volvió a convertirse en una sombra sobre los tejados.

Capítulo 54

Si un hombre ha sido domado
Nunca se culpa a la mujer por el pecado

De las Liethe,
Velo de Salmos

En los días que siguieron a la ejecución de Nie t'Fosal, Humildad permaneció con el apesadumbrado Gran Ola Ogar tu'Ama. Le preparaba los escasos alimentos que podía comer, y escuchaba sus propias recriminaciones, sus malos presagios, sus planes insensatos. A Palmadas le agradaba este hombre amable que jamás la había golpeado, pero Humildad lo compadecía. Ella había sido la compañera de Aesoe, el Primer Profeta, y de Hoemei, el Pensador Capaz de Actuar. Hubiese querido enseñar a Ogar el arte de la conducción, pero él era demasiado viejo. Podía pronunciar vehementes discursos y determinar cuestiones morales, pero no era capaz de delegar la autoridad y, en toda su larga vida, con una sola esposa y ningún marido que lo ayudase, nunca había podido estar en varios sitios a la vez para enfrentarse al Viento Rápido.

El asesinato del Amo de las Tormentas Invernales lo había conmovido. Al principio pareció exaltado y Consuelo tuvo que escuchar toda una disertación sobre las nuevas glorias que aguardaban a los Mnankrei, mientras abría una botella de whisky especial. Cuando estuvo ebrio se obsesionó con la idea de que él sería culpado por el homicidio. Finalmente, con la botella vacía entre las manos, comenzó a decir que la muerte de t'Fosal no serviría para nada, que los jóvenes del Viento Rápido lo sucederían e implantarían un mandato aún más implacable.

Ogar durmió su borrachera hasta el amanecer, y luego la ayudó a preparar la comida, aunque tradicionalmente los varones Mnankrei consideraban que el trabajo de la cocina era degradante. Jugaron una partida tras otra de ajedrez. Ella no lograba vencerlo; él era un dobu del ajedrez. No quería jugar al Kol. La estrategia de este juego era demasiado real.

—Iré a caminar un poco —dijo ella—. Duerme una siesta.

Humildad paseó por la Gran Avenida y luego se dirigió al Canal Azul, donde había unas pocas personas. Cuando la caldera naranja de Getasol se convirtió en un óvalo rojo y distorsionado al atardecer, los grandes gong de Soebo comenzaron a sonar en un canto fúnebre por t'Fosal. Ella los escuchó en silencio. Las vibraciones del bronce eran el eco de sus actos, que reflejaban el enorme pesar de los cientos de Mnankrei que se habían aliado con aquel hombre. Cuando volvió a casa, Ogar se estaba vistiendo para asistir al Banquete Funerario.

Había decidido arrojar por la borda los rencores del pasado. La muerte significaba un nuevo comienzo. Si mostraba buena voluntad y compartía el cuerpo de su jefe, tal vez ellos también mostrasen buena voluntad e iniciaran un programa de reformas.

—¡No irás al Banquete de ese hombre! —Humildad estaba perpleja ante este cambio de rumbo—. ¿Dónde están tus principios? ¿Cómo te enfrentarás a la gente cuando su carne forme parte de ti? —No se le ocurría otra forma de manejar la situación que empleando la ira, y ciertamente la suya era bastante genuina.

Tenía que encontrar argumentos. Lo amenazaría con dejarlo. Convocó a los amigos de Ogar e hizo malabares con sus posiciones conflictivas hasta que finalmente triunfó. Les pidió que redactasen un manifiesto. Aquellos que desaprobaban la política de t'Fosal se abstendrían de asistir a su Banquete como forma de reafirmar sus principios. Era peligroso oponerse públicamente al Viento Rápido, y debatieron los riesgos durante largas horas mientras redactaban el manifiesto, tratando de encontrar las palabras precisas. Con un poco de estímulo habían aceptado el peligro, pero a Humildad la enfurecía el hecho de que no hubiese sido un gesto espontáneo.

Al fin terminaron.

Ogar era un hombre viejo, pero sus vacilaciones tenían la energía del mar, en ocasiones calmado y otras veces embravecido. Ella estaba consternada. ¿Éste era el hombre al que las ancianas madres señalarían como Amo de los Mnankrei? Controlarlo era una tarea agotadora, y Humildad mandó llamar a Palmadas para que la reemplazase mientras tomaba un merecido descanso e iba a caminar por Soebo disfrazada de Caramelo. Y como Caramelo escuchó los primeros rumores sobre la enfermedad y la muerte de los poderosos integrantes del Viento Rápido, después de asistir al Banquete Funerario. Primero con alivio y después con verdadero regocijo, la Reina de la Vida antes de la Muerte brincó sobre un charco y comenzó a jugar a Esquiva la Grieta sobre los adoquines, logrando veintisiete saltos antes de perder. Caramelo deambuló de la panadería a la tienda de pieles de n'Orap, del bazar al parque. Sentía una gran curiosidad, y escuchaba todos los rumores, formulaba preguntas o agregaba sus propios comentarios al respecto.

Caramelo opinaba que la virulenta enfermedad con que los sacerdotes Mnankrei habían atacado al Concilio se les había escapado de las manos. Ahora se habían contagiado sus mismos creadores, y lo tenían merecido por mezclar lo sagrado con lo profano aunque Dios lo había prohibido. Y sólo Dios lo sabía, pero muy pronto esa horrible enfermedad que les hacía saltar los ojos de las órbitas podía desatarse por toda la ciudad.

Al anochecer, Soebo era presa del pánico.

Por la mañana los rumores fueron aún peores. ¡Más de cien Mnankrei habían muerto por la noche, y estaban siendo
cremados
en secreto! ¡Era horrible! ¡Se habían vuelto impuros! ¡Lo mejor del Viento Rápido no era comestible! ¡Y los Kaiel! Los
fantasmas
de los derrotados Kaiel avanzaban sobre la ciudad, y venían con la furia vengativa de las siniestras tormentas invernales, alzando unas olas altas como murallas movidas por el viento.

Humildad había pasado la noche como Consuelo, describiendo a Ogar con gran detalle la muerte terrible de aquellos que habían sido tan tontos para homenajear al gran t'Fosal en su Banquete Final. Había sido una larga noche, y la mañana ya estaba bien avanzada cuando ella escuchó los rumores. ¡Increíble! ¡Se acercaban los jueces! A toda prisa, Humildad abandonó la residencia de tu'Ama para dirigirse a la colmena.

—¿Es Bendaein o Joesai? —preguntó sin aliento.

—Es Joesai la Guadaña —dijo la anciana.

Humildad giró el rostro porque las lágrimas rodaban por sus mejillas. Sin cambiarse de ropa, contrató un palanquín Ivieth para que los gigantes la llevasen tan rápido como pudieran en dirección al Concilio. Luego continuó a pie. Todavía llevaba puesto el frívolo vestido matinal que había elegido para agradar a Gran Ola.

Humildad los vio antes de que la viesen a ella. No se parecía en nada a la ola tempestuosa que describían los rumores. Los reconoció porque cada una de las figuras distantes portaba un rifle. No avanzaban a gran velocidad. Un pequeño grupo se apostaba en alguna colina o sobre un tejado, y desde allí cubría el paso de los jueces. Humildad supuso que detrás de ellos debía de estar el grueso de la juventud Kaiel. Siguió adelante, maldiciéndose por no haberse puesto unos zapatos apropiados para caminar. Fue capturada por una de las muchachas a quienes había enseñado a bailar.

Las tres mujeres armadas la trataron con más rudeza de lo que la hubiese tratado cualquier hombre. Le ataron las manos a la espalda, con tanta fuerza que sus dedos quedaron ateridos, y la arrastraron a través del Concilio amarrada con una soga alrededor del cuello. Los que se cruzaban con ella daban un rodeo para evitarla. Hasta Joesai, que caminaba con las carretas de provisiones, permaneció a una distancia prudencial.

Ella se arrodilló y posó la frente en el suelo, con gracia, a pesar de tener las manos atadas.

—Justo la mujer a quien quería desollar viva —observó Joesai con el ceño fruncido.

—¿Por qué? ¿He cometido algún crimen? —Lo miró desafiante desde su desventajosa posición.

—Para algunos, no diré quiénes, el asesinato de un Kaiel no es ningún crimen.

—¿Entonces eres un fantasma, tal como dicen los rumores de Soebo?

—Vaya, tienes deseos de bromear. Pero tres de mis jueces han muerto.

Ella inclinó la cabeza.

—Lamento escuchar eso, ¡pero ocho Liethe también murieron, y de una muerte más horrible!

—¿Las Liethe también mueren? Lamento escuchar eso —se burló Joesai.

—He venido por mi recompensa —dijo ella con descaro.

Él emitió un gruñido.

—Estoy dispuesto a recompensarte con un tajo en las muñecas.

—Preferiría que el Palacio de la Mañana fuera transferido a nombre de las Liethe. ¡Ése hubiera sido el obsequio de t'Fosal, y lo quiero! ¡Tú también prometiste que si te ayudaba, me entregarías el Palacio de la Mañana!

Joesai se rió con verdadera sorpresa.

—¿En Soebo siempre se acostumbra recompensar tan bien la traición?

—¿No estáis todos vivos, o al menos la mayoría de vosotros? Sólo por eso deberías besarme los pies. —Su voz tembló—. Temí haber calculado mal y que hubieseis muerto. ¡Pero estáis más que vivos! ¡Os habéis vuelto invulnerables! Las Liethe no ofrecemos nada de forma gratuita. ¡Me he ganado mi recompensa!

Joesai se hincó frente a ella para conversar con más comodidad.

—Hablas como una enajenada. —Le aflojó la soga del cuello—. Tal vez no te llegue el suficiente oxígeno al cerebro. ¿Debo recompensarte por traer la enfermedad sagrada de t'Fosal a mi campamento?

Humildad esbozó una sonrisa insolente.

—Yo no traje la enfermedad. Traje el antídoto desarrollado a costa de varias vidas por las Liethe de Soebo. De haberos traído la enfermedad, estaríais todos dementes. El antídoto Liethe imita la enfermedad y garantiza inmunidad, pero la microvida que lo transporta no contiene los genes que incapacitan.

—¿Qué?

—Habéis sido inmunizados. Habéis recibido la poción que llamamos tocaein.

—Los honorables tocaein de nuestros templos son los maestros de los juegos, no los causantes del sufrimiento.

Ella se burló de su seriedad.

—Por supuesto que el tocaein es un maestro de los juegos. ¿Pero juega él para ganar? ¿No maneja deliberadamente sus movidas de tal modo que el alumno se fortalezca venciendo? Lo mismo ocurre con nuestra poción. Sólo te ataca para que tu cuerpo se vea sometido a un gran esfuerzo. De ese modo cuando llegue el verdadero ataque, estarás preparado. Tu cuerpo se parece a un tocaein que te ha enseñado a resistir la peor de las maniobras Mnankrei.

La ira de Joesai se aplacó. Uno de sus principales temores se había evaporado.

—Podrías habérnoslo dicho —observó con rudeza.

Ella lo miró con un brillo malicioso.

—¿Y me hubieras permitido envenenar a todo tu campamento? ¿Qué hubiese ocurrido si te hubiese dicho que sufriríais vómitos, temblores y delirios febriles? ¡Ni siquiera confiabas en mí!

—Confiaba en ti porque me ayudaste a liberar a mis hombres del Templo de los Mares Embravecidos.

—No debiste haberlo hecho. Además, ni siquiera sabía si el antídoto iba a funcionar. Fue confeccionado a toda prisa.

Joesai aulló como si lo hubiese picado una abeja.

—Las mujeres como tú preparan una sopa amarga.

—Por favor, desátame.

El le soltó las muñecas y el cuello.

—¿Cuáles son las noticias de la ciudad?

—Los principales cerebros del Viento Rápido han sido asesinados. Las turbas ya están en las calles, gritando, dándose ánimo unos a otros.

—¿Asesinados? ¿Por quién?

—No se sabe.

—¿Y los que he dejado atrás?

—Sé que uno de tus Kaiel encabezará una de las turbas que se dirigirán al Templo de los Mares Embravecidos. Encontrarán a las mujeres dementes contagiadas con la enfermedad de t'Fosal. Esto alimentará la ira y el miedo. La ciudad está sin líder. Es tuya.

—No pretendo atemorizar a la ciudad.

—Yo te presentaré a Gran Ola Ogar tu'Ama. Es un hombre justo. Si sólo tratas con él, se convertirá en el líder de los Mnankrei y salvará lo que queda del clan. —Humildad se detuvo. Mientras estudiaba la expresión de Joesai, lo cogió del brazo con afecto como si estuviese a punto de pedirle otro Palacio de la Mañana—. Quítales su rango de sacerdotes, pero déjales sus naves y la ciudad se tranquilizará al ver que eres piadoso.

—Es una escena extraña la que pintas. Enviaré a algunos hombres para que la confirmen. Si es cierta, avanzaremos hoy mismo.

—Ataca hoy —dijo ella.

Joesai pateó una piedra.

—¿Los niños me entregarán flores?

—Por supuesto. Y tu'Ama, el cobarde, me ofrecerá a mí como obsequio y pagará mi precio de sus propias arcas.

Joesai se apartó y dio algunas órdenes. Durante un buen rato caminó junto a Humildad, sumido en sus pensamientos. Entonces se echó a reír.

—Mi hermano Hoemei es clarividente. Nunca lo hubiese creído. Él me dijo que si aguardaba con la suficiente paciencia, entraría en la ciudad sin encontrar oposición.

—Un hombre sólo posee visión del futuro cuando tiene amigos que la comparten y la convierten en realidad. —
Hoemei me enseñó eso,
pensó, lamentando no poder decirlo—. ¿Puedo viajar sobre tus hombros? —le pidió.

Él rió y lo mismo hicieron tres de sus hombres, que habían estado escuchando la conversación.

—Soy yo quien está cansado —se quejó Joesai. Levantó una pierna y se subió a los hombros
de ella,
pero Humildad se agachó y él tuvo que caminar de puntillas, con su cabeza entre las piernas.

—¡Eres malvado! —exclamó ella.

—Muy bien, niña sin cicatrices. —La alzó y la sentó sobre sus hombros. Humildad se aferró a sus cabellos y se inclinó para susurrarle al oído.

—¿Cuándo tendré mi Palacio?

Capítulo 55

Está registrado que Bendaein hosa-Kaiel llevó al Concilio de la Indignación hasta la isla de Mnank, en una notable estrategia de evasión, dirigiéndose a los sitios donde menos lo esperaban. Sólo cuando Soebo estuvo completamente desmoralizada por la imposibilidad de vaticinar sus movimientos, envió a su Segundo Juez en un ataque relámpago contra el corazón de la ciudad. De ese modo logró restaurar el orden. Incluso entonces continuó confundiendo a los detractores de los Kaiel ya que prolongó el Juicio de la Indignación a mil atardeceres, y celebró un Banquete con un sexto de los varones Mnankrei supervivientes. Bendaein creó la Matriz de Evidencia para satisfacer las necesidades de su Concilio y para evitar los excesos de anteriores Concilios. A partir de entonces los Kaiel fueron reconocidos para siempre como los defensores del verdadero kalothi. ¡Que se cumpla la Voluntad de Dios! ¡Todo el poder a los Kaiel!

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