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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (9 page)

BOOK: Robots e imperio
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–Conoce perfectamente las diferencias entre los de la Tierra y nosotros. Hay ocho mil millones de terrícolas, y muchos más colonizadores.

–Y hay cinco mil millones y medio de espaciales.

–Los números no son la única diferencia –observó Amadiro con amargura–. Se reproducen como insectos.

–En absoluto. La población de la Tierra ha sido estable durante siglos.

–Pero el potencial está allí. Si se empeñan en llevar a cabo la emigración, pueden producir fácilmente ciento sesenta millones de seres nuevos cada año y este número crecerá a medida que se vayan llenando los nuevos mundos.

–Tenemos la capacidad biológica de producir cien millones de seres nuevos cada año.

–Pero no la capacidad sociológica. Somos longevos; no deseamos ser reemplazados tan rápidamente.

–Podemos mandar una gran parte de cuerpos nuevos a los otros mundos.

–No querrán ir. Valoramos nuestros cuerpos, que son fuertes, sanos y capaces de sobrevivir sanos y robustos por espacio de unas cuarenta décadas. Los terrícolas no dan valor a unos cuerpos que se agotan en menos de diez décadas y que están atosigados por las enfermedades y la degeneración, incluso en un período de tiempo tan breve. No les importa enviar millones al año a una miseria segura y a una muerte probable. En realidad, incluso las víctimas no necesitan temer a la miseria y a la muerte, porque ¿qué otra cosa tienen en la Tierra? Los terrícolas que emigran huyen de su mundo pestilente convencidos de que cualquier cambio apenas puede ser peor. Nosotros, por el contrario, valoramos nuestros bien trazados y cómodos planetas y no los abandonaríamos a la ligera.

Fastolfe suspiró y dijo:

–He oído estas objeciones tantas veces... Puedo señalar un solo reparo, Amadiro, y es que Aurora fue en su origen un mundo escabroso e informe, que tuvo que ser terraformado hasta ser aceptable, y lo mismo ocurrió con cada mundo espacial.

Amadiro protestó:

–He oído hasta producirme náuseas todos sus argumentos, pero no me cansaré de contestarle. Aurora pudo haber sido primitivo cuando se colonizó, pero Aurora fue colonizado por gente de la Tierra... Los otros mundos espaciales, cuando no fueron colonizados por terrícolas, lo fueron por espaciales que aún no habían olvidado su herencia terrícola. Los tiempos ya no son apropiados para eso. Lo que pudo hacerse entonces, ya no se puede hacer ahora.–

Amadiro torció la boca y prosiguió:

–No, Fastolfe, lo que su política ha conseguido ha sido empezar la creación de una Galaxia que será solamente habitada por gente de la Tierra, mientras que los espaciales se secarán y morirán. Puede ver cómo está ocurriendo ahora. Su famoso viaje a la Tierra hace dos años fue el punto de partida. No sé cómo traicionó a su propia gente animando a esos medio humanos a que empiecen una expansión. En sólo dos años hay numerosos terrícolas en cada uno de los veinticuatro mundos, y otros nuevos se van añadiendo incesantemente.

–No exagere –protestó Fastolfe–. Ni uno solo de esos mundos colonizados es apto para la ocupación humana, ni lo será en varias décadas. No todos podrán sobrevivir y, mientras se ocupen los mundos más cercanos, las oportunidades de colonizar mundos más alejados disminuirán, de modo que el ímpetu inicial se irá apagando. Yo animé su expansión porque contaba también con la nuestra. Podemos estar a la par con ellos si hacemos el mismo esfuerzo y, en sana competencia, podemos llenar juntos la Galaxia.

–No –dijo Amadiro–, su idea es la más destructiva de todas las políticas, un idealismo insensato. La expansión es unilateral y lo seguirá siendo, haga lo que hiciere. La gente de la Tierra invade y se extiende sin trabas y habrá que detenerla antes de que sea demasiado tarde.

–¿Cómo se propone hacerlo? Tenemos un tratado de amistad con la Tierra en el que específicamente nos comprometemos a no detener su expansión en el espacio, siempre y cuando no se toque ningún planeta situado a veinte años luz de un mundo espacial. Lo han cumplido escrupulosamente.

–Todo el mundo sabe lo del tratado. Todo el mundo sabe también que ningún tratado se ha mantenido si se ve que obra en contra de los intereses nacionales del signatario más poderoso. No concedo ningún valor al tratado.

–Yo sí. Y se mantendrá.

Amadiro meneó la cabeza:

–Tiene una fe conmovedora. ¿Cómo podrá mantenerse cuando usted no esté en el poder?

–Me propongo seguir en el poder durante cierto tiempo.

–A medida que la Tierra y sus colonos se hagan más fuertes, los espaciales tendrán miedo y usted no seguirá en el poder después de eso.

–Y si usted rompe el tratado y destruye los mundos de los colonizadores y cierra de golpe las puertas de la Tierra, ¿emigrarán los espaciales y llenarán la Galaxia?

–Puede que no. Pero si decidimos no hacerlo, si decidimos que estamos cómodos así, ¿qué diferencia habrá?

–En ese caso, no será la Galaxia un imperio humano.

–Y entonces, ¿qué?

–Que los espaciales se idiotizarán y degenerarán, incluso si la Tierra se mantiene prisionera y se idiotiza y degenera.

–Esto no es más que la trampa que nos tiende su partido, Fastolfe. No hay la menor evidencia de que esto pueda ocurrir Y si ocurre, usted lo habría elegido así. Por lo menos así no veremos a los bárbaros de vida breve pasar a ser los herederos de la Galaxia.

–¿Está usted sugiriendo en serio, Amadiro, que preferiría ver morir a la civilización espacial, con tal de poder evitar la expansión de la Tierra?

–No cuento con nuestra muerte, Fastolfe, pero si ocurre lo peor, pues sí; para mí mi propia muerte es algo que temo menos que el triunfo de unos seres subhumanos, de vida breve y plagados de enfermedades.

–De los que nosotros descendemos.

–Y con los que ya no estamos realmente emparentados genéticamente. ¿Somos acaso gusanos porque un billón de años atrás los gusanos estaban entre nuestros antepasados?

Fastolfe, con los labios apretados, se levantó para marcharse. Amadiro, rabioso, no hizo el menor gesto para detenerle.

9

Daneel no tenía forma de saber directamente que Giskard estaba perdido entre recuerdos. En primer lugar, porque la expresión de Giskard no variaba, y en segundo lugar porque no se perdía en los recuerdos como hacen los humanos. De todos modos no le hacía perder mucho tiempo.

Por el contrario, la misma línea de pensamiento que había obligado a Giskard a pensar en el pasado, hacía a Daneel pensar en los mismos acontecimientos, tal y como se los había contado hacía muchísimo tiempo Giskard. Tampoco éste se sorprendía de ello.

Su conversación seguía sin pausas anormales, pero de una forma marcadamente nueva, como si cada uno pensara en el pasado en beneficio de los dos.

–Podría parecer, amigo Giskard, que puesto que los auroranos reconocen ahora que son más débiles que los de la Tierra y de sus muchos mundos colonizados, la crisis que predijo Elijah Baley ha sido superada.

–Así parece, amigo Daneel.

–Tú trabajaste para que así fuera.

–Sí, lo hice. Mantuve al Consejo en manos de Fastolfe. Hice cuanto pude para moldear a los que, a su vez, moldeaban la opinión pública.

–Sin embargo, estoy inquieto.

–Yo he sentido inquietud a lo largo de las fases del proceso –dijo Giskard– aunque me he esforzado por no dañar a nadie. He tocado mentalmente a aquellos humanos que únicamente necesitaban el más ligero impulso. En la Tierra, sólo tuve que disminuir el miedo a las represalias, y elegí precisamente a aquellos en los que el miedo ya era insignificante.

Solamente rompí un hilo que probablemente ya estaba gastado y a punto de ceder. En Aurora ocurrió al revés. Los políticos aquí se mostraban reacios a apoyar la política que condujera a una salida de su cómodo mundo, sólo tuve que confirmar la idea y reforzar el firme cordón que los sostenía. Hacer esto me ha sumido en una constante, aunque débil, inquietud.

–¿Por qué? Fomentaste la expansión de la Tierra y desanimaste la expansión de los espaciales, seguro de que es así como debía ser.

–¿Cómo debía ser? ¿Crees amigo Daneel, que un terrícola cuenta más que un espacial, aunque ambos sean seres humanos?

–Hay diferencia. Elijah Baley preferiría ver a sus propios connacionales derrotados, antes que ver la Galaxia deshabitada. El doctor Amadiro, por el contrario, preferiría ver disminuidos tanto a los terrícolas como a los espaciales antes que ver la expansión de la Tierra. El primero mira con esperanza el triunfo de ambos, el segundo se conforma con no ver el triunfo de ninguno. ¿No deberíamos elegir lo primero, amigo Giskard?

–Sí, amigo Daneel. Así parece. Sin embargo, ¿hasta qué extremo están influidos tus sentimientos por el valor especial de tu antiguo colega Elijah Baley?

–Valoro la memoria de mi colega Elijah Baley, y la gente de la Tierra es su gente.

–Ya lo veo. Llevo muchas décadas diciendo que tiendes a pensar como un ser humano, amigo Daneel, pero me pregunto si esto es necesariamente un cumplido. Sin embargo, aunque tiendes a pensar como un ser humano, no eres un ser humano y, pese a todo, estás sujeto por las tres leyes. No puedes lastimar a un ser humano, tanto si se trata de un terrícola como de un espacial.

–Hay veces, amigo Giskard, que uno debe preferir un ser humano a otro. Hemos recibido órdenes especiales de proteger a Gladia. En alguna ocasión puede que me vea obligado a perjudicar a un ser humano para proteger a Gladia y creo que, en igualdad de condiciones, estaría dispuesto a dañar un poquito a un espacial a fin de proteger a un terrícola.

–Es lo que piensas. Pero, deberías guiarte por circunstancias específicas. Descubrirás que no puedes generalizar –comentó Giskard–.

Me ocurre a mí lo mismo. Al animar a la Tierra y desanimar a Aurora, imposibilité al doctor Fastolfe de que persuadiera al gobierno aurorano de patrocinar una política de emigración, y situar dos fuerzas expansivas en la Galaxia. No puedo evitar darme cuenta de que aquellos esfuerzos acabaron en nada. Esto tenía forzosamente que sumirle en la desesperación y quizás aceleró su muerte. Lo he sentido en la mente y me ha resultado doloroso. Y, no obstante, amigo Daneel...

Giskard se calló y Daneel mostró interés:

–¿Sí?

–No haber hecho lo que hice, habría rebajado enormemente la capacidad de expansión de la Tierra, sin por ello mejorar las gestiones de Aurora en ese sentido. El doctor Fastolfe se habría visto frustrado por ambas partes, la Tierra y Aurora, y además le hubieran despedido de su puesto de poder, por causa de Amadiro. Su frustración, en este caso, hubiera sido mayor. Fue al doctor Fastolfe, en vida, al que dediqué, mi mayor lealtad y elegí el tipo de acción que le frustrara menos, sin dañar en exceso a otros individuos con los que tuve que actuar. Si bien el doctor Fastolfe se veía continuamente descorazonado por su falta de habilidad para persuadir a los auroranos, y a los espaciales en general, de pasar a nuevos mundos, fue por lo menos feliz ante la actividad de los terrícolas emigrantes.

– ¿Y no pudiste animar tanto a los terrícolas como a los auroranos, y así dar doble satisfacción al doctor Fastolfe?

–Esto también se me ocurrió a mí, amigo Daneel. Estudié tal posibilidad y decidí que no funcionaría. Podía animar a los terrícolas a emigrar mediante un cambio insignificante que no podía hacerles ningún daño.

Haber intentado lo mismo con los auroranos hubiera requerido un cambio tan importante que les causaría mucho daño. La primera ley me lo impedía.

–Una lástima.

–Cierto. Imagina lo que hubiera podido hacerse, de haber alterado radicalmente la actividad mental del doctor Amadiro. No obstante, ¿cómo podía cambiar su idea fija de oponerse al doctor Fastolfe? Habría sido algo así como obligarle a realizar un giro de ciento ochenta grados. Una vuelta tan completa, tanto de la cabeza en sí como de su contenido emocional, podría producirle la muerte, creo, con igual eficiencia.

"El precio de mi poder, amigo Daneel –prosiguió Giskard– es el dilema, cada vez mayor, en que me veo sumido constantemente. La primera ley de robótica, que prohíbe lastimar a los seres humanos, trata generalmente de los daños físicos visibles que podemos ver fácilmente todos nosotros y sobre los cuales podemos emitir juicios. Sólo yo me doy cuenta de las emociones humanas y estados de ánimo, así que conozco las formas más sutiles de dañar sin poder comprenderlas del todo. En muchas ocasiones me veo obligado a actuar sin demasiada seguridad y esto supone una tensión continua de mis circuitos.

"Y, así y todo, siento que he obrado bien. He sacado a los espaciales de su punto de crisis. Aurora se da cuenta de la fuerza creciente de los colonizadores y ahora se verá obligada a evitar el conflicto. Deben reconocer que es demasiado tarde para represalias y así nuestra promesa a Elijah Baley se cumple. Hemos puesto a la Tierra camino de llenar la Galaxia y del establecimiento del imperio galáctico.

Regresaban a casa de Gladia, pero de pronto Daneel se detuvo y la leve presión de su mano sobre el hombro de Giskard, hizo que éste también se detuviera. Dijo Daneel:

–El cuadro que me has pintado es muy atractivo. Haría que el colega Elijah se sintiera orgulloso de nosotros si, como dices, hemos conseguido eso. "Robots al Imperio", diría Elijah y quizá me daría una palmada en la espalda. Pero, como te he dicho, estoy inquieto, amigo Giskard.

–¿Respecto de qué, amigo Daneel?

–No puedo evitar preguntarme si realmente hemos superado la crisis de la que habló el colega Elijah, tantas décadas atrás. ¿Es en realidad demasiado tarde para represalias espaciales?

– ¿Por qué tienes estas dudas, amigo Daneel?

–Me las ha provocado el comportamiento del doctor Mandamus.

La mirada de Giskard se fijó en Daneel por unos segundos y en medio del silencio oyeron el susurro de las hojas movidas por la brisa. Las nubes se separaban y el sol aparecería pronto. Su conversación, según su estilo telegráfico, había llevado poco tiempo y Gladia no se preocuparía, lo sabían, por su ausencia.

–¿Qué ha habido en la conversación que te cause inquietud? –preguntó Giskard.

–En cuatro ocasiones distintas, tuve la oportunidad de observar como Elijah Baley manejaba un problema desconcertante. En cada una de ellas observé el modo en que conseguía sacar conclusiones útiles de información limitada y a veces engañosa. Desde entonces he intentado siempre, dentro de mis limitaciones, pensar como él.

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