Robots e imperio (5 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
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–¿Cuánto tiempo puede durar el éxtasis..., si lo hubiera?

–¿Te propones tener hijos algún día?

–Sí.

–¿Te propones cambiar tu status marital?

Sacudió la cabeza con decisión.

–Todavía, no.

–Entonces, mi querida Gladia, si quieres el consejo de un hombre cansado, que se siente incómodamente viejo, rechaza la invitación. Recuerdo lo poco que me contaste después de que Baley abandonara Aurora y, a decir verdad, deduje mucho más de lo que tú quizá imaginas. Si lo ves, puedes decepcionarte, pensar que no está a la altura del profundo y cálido resplandor del recuerdo o, si no te decepciona, peor aún porque desbaratará una situación tal vez algo frágil que después no podrás recomponer.

Gladia, que había pensado precisamente lo mismo, encontró que la proposición requería plantearse en palabras para poder rechazarla; al fin dijo:

–No. Han, debo verle, pero me da miedo hacerlo sola. ¿No querrías venir conmigo?

Fastolfe sonrió débilmente.

–Yo no he sido invitado, Gladia. Y si lo fuera, me vería obligado a rechazarla. Hay una votación importante e inminente en el Consejo. Asuntos de Estado, ya sabes, de los que no puedo ausentarme.

–¡Pobre Han!

–En efecto, pobre de mí. Pero no puedes ir sola. Por lo que yo sé no sabes pilotear una nave.

–0h, bueno, creí que podría ir en...

–¿Una nave comercial? –Fastolfe movió la cabeza–. Imposible. Si fueras en un transporte comercial tendrías que subir a bordo de una nave de la Tierra ya en órbita y para eso precisarías un permiso especial, permiso que te llevaría semanas. Si no quieres ir, Gladia, no hace falta que digas que no deseas verle. El papeleo y trámites necesarios llevarían semanas, y estoy seguro de que él no puedo esperar tanto.

–Pero es que yo quiero verle –insistió Gladia, decidida.

–En ese caso puedes utilizar mi nave espacial privada y Daneel te acompañará. Sabe manejar los controles perfectamente y está tan ansioso como tú por ver a Baley. Sencillamente no informaremos del viaje.

–Pero tendrás problemas, Han.

–Quizá nadie se entere..., o simularán no enterarse. Si alguien me crea problemas, tendré que arreglármelas.

Gladia inclinó un momento la cabeza, pensativa, y dijo:

– Si no te importa, voy a ser egoísta y me arriesgaré a que tengas problemas. Han. Quiero ir.

–Entonces, ve.

5-a

Era una nave pequeña, más pequeña de lo que Gladia había imaginado; cómoda en cierto modo, pero por otra parte aterradora. Era lo bastante pequeña, después de todo, como para carecer de datos sobre seudo gravedad. La sensación de ingravidez, aun cuando la impulsaba a permitirse ciertos movimientos divertidos, le recordaba constantemente que se encontraba en un entorno anormal.

Era una espacial. Había más de cinco mil millones de espaciales repartidos por más de cincuenta mundos, todos orgullosos de su nombre.

Sin embargo, ¿cuántos de los que se decían espaciales eran realmente viajeros del espacio? Muy pocos. Quizás un ochenta por ciento no habían salido nunca de su mundo natal. Y del restante veinte por ciento, muy pocos habían cruzado el espacio más de dos o tres veces.

En realidad ella no era una espacial en el sentido literal de la palabra, pensaba con melancolía. Una vez (¡una vez!) había viajado a través del espacio, y fue, siete años atrás, de Solaria a Aurora. Ahora entraba por segunda vez en el espacio a bordo de un pequeño yate privado para un corto trayecto, más allá de la atmósfera, sólo unos cien mil kilómetros, con otra persona..., ni siquiera con otra persona como acompañante.

Miró otra vez a Daneel ocupado en la pequeña cabina de pilotaje.

Sólo podía verle una parte desde donde estaba sentado ante los controles.

Jamás había ido a ningún lado sólo con un robot a mano. Siempre había dispuesto de cientos, de miles a su alrededor, en Solaria. En Aurora disponía de docenas, de centenares...

Aquí no había más que uno.

–¡Daneel! –llamó.

–Sí señora –respondió sin dejar de atender los controles.

–¿Te complace volver a ver a Elijah Baley?

–No estoy seguro, señora, de cómo describir mejor mi estado interior. Pero muy bien puede ser análogo a lo que los humanos describirían como complacido.

–Pero debes sentir algo.

–Siento como si pudiera tomar decisiones más deprisa de lo que lo hago habitualmente; mis respuestas o reacciones me llegan con más facilidad; mis movimientos parecen requerir menos energía. En términos generales yo lo interpretaría como una sensación de bienestar. Por lo menos he oído

emplear esta palabra a los seres humanos y creo que sirve para describir algo análogo a las sensaciones que yo experimento ahora.

–Pero ¿y si te dijera que quiero verlo a solas?

–Entonces habría que arreglarlo.

–¿Aunque eso significara que no vas a verlo?

–Sí, señora.

–¿Y no te sentirías decepcionado? Quiero decir, ¿no tendrías la sensación de que esto era lo contrario al bienestar? ¿Tus decisiones llegarían menos rápidamente, tus respuestas con menor facilidad, tus movimientos requerirían más energía y así sucesivamente?

–No, señora; porque experimentaría una sensación de bienestar al obedecer sus órdenes.

–Tu sensación de bienestar atañe a la tercera ley, y obedecer mis órdenes a la segunda ley, y la segunda ley es preferente, ¿verdad?

–Sí, señora.

Gladia volvió a luchar contra su curiosidad. Jamás se le hubiera ocurrido interrogar de aquel modo a un robot ordinario. Un robot es una máquina, pero no podía pensar en Daneel como en una máquina, como cinco años antes había sido incapaz de considerar a Jander como a una máquina. Pero con Jander había surgido la pasión ardiente y ésta se había acabado con el propio Jander. Pese a su similitud con aquél, Daneel no podía hacer que las cenizas volvieran a encenderse. Con él cabía solamente la curiosidad intelectual.

–¿No te molesta, Daneel, sentirte tan sujeto por las leyes?

–No puedo imaginar otra cosa, señora.

–Toda mi vida me he sentido sujeta por el tirón de la gravedad, incluso en mi anterior viaje en una nave espacial, pero puedo imaginarme libre de ella. Y aquí estoy, en efecto, sin gravedad.

– ¿Y le gusta, señora?

–En cierto modo, sí.

–¿Le produce incomodidad?

–En cierto modo, también.

–A veces, señora, cuando pienso que los seres humanos no están sometidos a las leyes, me siento incómodo.

– ¿Por qué, Daneel? ¿Has tratado alguna vez de razonar y preguntarte por qué con la falta de ley te sientes incómodo?

Daneel tardó un instante en contestar.

–Sí, señora, pero no creo que me preocuparan estas cosas de no ser por mi breve asociación con el colega Elijah. Tenía una forma de...

–Sí, lo sé. Le interesaba todo. Tenía tal inquietud que le llevaba a preguntar en todo momento y en todas direcciones.

–Así parecía. Y yo intentaba ser como él y preguntar. Así que me pregunté qué podía ser no depender de la ley y encontré que no podía imaginar lo que sería, excepto que podía ser como un humano y esto me inquietó. Y me pregunté, como me ha preguntado usted, por qué me inquietaba.

–¿Y qué te contestaste?

–Pasado mucho tiempo, decidí que las tres leyes gobiernan el modo como se comportan mis circuitos positrónicos. En todo momento, bajo todos los estímulos, las leyes marcan la dirección e intensidad de la corriente positrónica a lo largo de esos circuitos, de modo que sé siempre lo que debo hacer. No obstante, el nivel de conocimiento no es siempre el mismo.

Hay veces en que el hacer-lo-que-debo está menos coaccionado que otras.

Siempre he notado que cuanto más bajo es un positronomotivo potencial, tanto más lejana es la certeza de decisión respecto de la acción a emprender.

Y cuanto más lejos estoy de la certeza, más cerca estoy del malestar.

Decidir un acto en un milisegundo antes que en un nanosegundo produce una sensación que no desearía que se prolongara. Así, pues, me digo, ¿qué pasaría si careciera totalmente de leyes como los humanos? ¿Qué pasaría si no pudiera tomar una decisión clara sobre de qué modo reaccionar ante un determinado conjunto de condiciones? No lo podría soportar y no pienso voluntariamente en ello.

–Pero lo haces, Daneel –observó Gladia–. Lo estás pensando ahora.

–Sólo debido a mi asociación con Elijah. Le observé en momentos en que él se sentía incapaz de tomar una decisión dada la desconcertante naturaleza de los problemas que se te planteaban. Se hallaba claramente en un estado de ansiedad, ansiedad que yo también sentía porque no sabía cómo ayudarle para hacerle más llevadera la situación. Es posible que yo solamente captara una pequeña parte de lo que él sentía entonces. Si hubiera captado mucho más, y comprendido mejor las consecuencias de su incapacidad para tomar una decisión, podría haber podido...– Titubeó.

–¿Dejar de funcionar? ¿Ser desactivado? –concluyó Gladia, pensando breve y dolorosamente en Jander.

–Sí señora. Mi falla en comprender puede ser un dispositivo protector contra lesiones a mi cerebro positrónico. Pero me fijé en que por dolorosa que Elijah Baley encontrara su indecisión, continuó esforzándose en resolver su problema. Y yo le admiré profundamente por eso.

–Entonces eres capaz de sentir admiración, ¿verdad?

Daneel contestó solemnemente:

–Utilizo la palabra como he oído utilizarla a los seres humanos. Desconozco la palabra adecuada para expresar la impresión que causaron en mí esos actos de Elijah Baley.

Gladia asintió, luego dijo:

–Sin embargo, hay reglas que gobiernan las reacciones humanas también; ciertos instintos, impulsos, enseñanzas.

–Así piensa también el amigo Giskard, señora.

–Vaya.

–Pero lo encuentra demasiado complicado para analizarlo. Se pregunta si algún día se desarrollará un sistema para analizar matemáticamente el comportamiento humano, y de ello derivar leyes concluyentes que expresarían las reglas de ese comportamiento.

–Lo dudo –dijo Gladia.

–Tampoco está muy convencido mi amigo Giskard. Piensa que pasará mucho tiempo hasta que se desarrolle este sistema.

–Muchísimo tiempo, diría yo.

–Y ahora –anunció Daneel– nos acercamos ya a la nave de la Tierra y debemos realizar el atraque, que no es fácil.

5-b

A Gladia le pareció que tardaban más tiempo en atracar que en entrar en la órbita de la nave de la Tierra.

Daneel no perdió la calma en ningún momento, pero tampoco podía hacer otra cosa..., y le aseguró que todas las naves humabas podían ensamblarse sin tener en cuenta las diferencias de tamaño y modelo.

–Como los seres humanos –comentó Gladia con una sonrisa forzada, pero Daneel no dijo nada. Se concentró en los delicados ajustes que tenían que hacerse. El ensamblaje era siempre posible, pero no siempre fácil, al parecer.

Gladia se sintió cada vez más inquieta. Los hombres de la Tierra tenían una vida corta y envejecían rápidamente. Habían pasado cinco años desde que viera a Elijah. ¿Cuánto habría envejecido en este tiempo?

¿Qué aspecto tendría? ¿Sería capaz de no demostrar sorpresa u horror ante su cambio?

Fuera cual fuese su aspecto, seguiría siendo el Elijah hacia el que su gratitud no tenía límites.

¿Era eso? ¿Gratitud?

Notó que sus manos estaban tan apretadas que los brazos le dolían. Solamente con un gran esfuerzo consiguió relajarse.

Supo el momento en que terminó el ensamblaje. La nave de la Tierra era lo bastante grande como para poseer un generador de seudo gravedad, y en el momento del atraque el campo de gravitación se amplió para incluir al pequeño yate. Percibió un ligero efecto de rotación cuando la dirección hacia el suelo se transformó en "abajo" y Gladia sintió una angustiosa caída de varios centímetros. Por el impacto se le doblaron las rodillas y cayó contra la pared.

Se enderezó con cierta dificultad y le dio rabia no haberse anticipado al cambio y estar preparada para ello.

Daneel anunció innecesariamente:

–Hemos atracado, señora. El compañero Elijah pide permiso para subir a bordo.

–No faltaba más, Daneel.

Se oyó un chirrido y una parte de la pared se dilató. Una figura agachada pasó a través de ella y la pared volvió a contraerse tras él.

La figura se enderezó y Gladia musitó:

–¡Elijah! –Y se sintió inundada de alegría y alivio. Le pareció que tenía el cabello más canoso, pero seguía siendo el mismo Elijah. No había otro cambio visible, ningún envejecimiento aparente.

La miró sonriente por un momento, pareció devorarla con los ojos.

Luego levantó un dedo, como diciéndole '' ¡Espera!" y anduvo hacia Daneel.

–¡Daneel! –Tomó al robot por los hombros y lo sacudió. –No has cambiado nada. ¡Josafat! Eres la constante de nuestras vidas.

–Colega Elijah, ¡me alegro de volver a verte!

–Y yo de oírme llamar colega otra vez. ¡Ojalá lo siguieras viendo! Esta es la quinta vez que te veo, pero es la primera que no tengo ningún problema que resolver. Ni siquiera soy ya un funcionario. He dimitido y ahora soy un emigrante a uno de los nuevos mundos. Dime, Daneel, ¿por qué no viniste con el doctor Fastolfe, cuando visitó la Tierra hace tres años?

–Por decisión del propio doctor Fastolfe. Creyó mejor llevar a Giskard.

–Me sentí decepcionado, Daneel.

–Me hubiera gustado mucho verte, colega Elijah, pero el doctor Fastolfe me contó después que el viaje había sido sumamente afortunado, así que quizá su decisión fue la apropiada.

–Sí, tuvo mucho éxito, Daneel. Antes de la visita, el gobierno de la Tierra se mostraba reacio a cooperar en el proceso de colonización, pero ahora todo el planeta se agita y late y millones de personas están deseando marcharse. No tenemos naves para acomodarlos a todos, ni siquiera con la ayuda de Aurora, y no tenemos mundos donde recibirles, porque cada mundo debe ser adaptado. En el mundo donde voy yo, su oxígeno libre está muy bajo, vamos a tener que vivir en ciudades protegidas por cúpulas durante generaciones, mientras la vegetación del tipo de la Tierra se vaya extendiendo por todo el planeta. –Sus ojos no dejaban de volverse hacia Gladia que esperaba, sentada, sonriéndole.

–Era de esperar –dijo Daniel–. Por lo que me he enterado de la historia humana, también los mundos espaciales pasaron por un proceso de terraformación.

–¡Ya lo creo! Y gracias a esa experiencia, ahora podemos llevar a cabo el proceso más rápidamente. Pero me gustaría que te quedaras en la cabina de pilotaje por un momento, Daneel. Tengo que hablar con Gladia.

Daneel pasó bajo el arco de la puerta que conducía a la cabina y Baley miró a Gladia inquisitivamente indicando hacia un lado con la mano.

Comprendiéndole, se acercó a tocar el contacto que hacía correr silenciosamente el panel que cerraba la puerta. Se habían quedado solos.

Baley alargó las manos:

–¡Gladia!

Ella las tomó entre las suyas sin darse cuenta siquiera de que no llevaba guantes y comentó:

–De haberse quedado Daneel no nos habría molestado.

–Físicamente no, pero sí psicológicamente.– Baley sonrió con tristeza y añadió: –Perdóname Gladia, pero tenía que hablar primero con Daneel.

–Le conociste antes que a mí –murmuró con dulzura–. Tiene preferencia.

–No la tiene, pero no tiene defensas. Si tú estás molesta conmigo, Gladia, puedes pegarme si lo deseas. Daneel no puede. Yo puedo ignorarle, echarle, tratarle como si fuera un robot, y se vería obligado a obedecer y seguir siendo el mismo compañero leal y sin quejarse.

–El caso es que es un robot, Elijah.

–Pero para mí, jamás, Gladia. Mi mente sabe que es un robot y que no tiene sentimientos al estilo humano, pero mi corazón le considera humano y debo tratarle como tal. Quise pedirle al doctor Fastolfe que me permitiera llevármelo conmigo, pero en los nuevos mundos de colonos, los robots no están permitidos.

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