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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (3 page)

BOOK: Robots e imperio
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–Yo no comprendo esa reacción de Gladia –observó Daneel–, pero en muchas ocasiones las reacciones humanas no parecen seguir con lógica los acontecimientos.

–Eso es lo que hace difícil decidir, a veces, lo que puede dañar a un ser humano y lo que no.

Si Giskard hubiera sido humano habría suspirado, incluso con petulancia; dadas las circunstancias, se limitó a exponer la difícil situación sin la menor emoción.

–Es una de las razones por las que me parece que las tres leyes de la Robótica son incompletas o insuficientes.

–Ésta es una paradoja que no puedo comprender.

–Ni yo tampoco. Sin embargo noto que estoy al borde de descubrir lo que puede ser la insuficiencia o lo incompleto de las tres leyes, como cuando hablé esta noche con Gladia. Me preguntó en qué forma la afectaría personalmente el que no se celebrase la entrevista, que no fuera de manera abstracta, y había una respuesta que no pude darle porque estaba dentro de los límites de las tres leyes.

–Le has dado una respuesta perfecta, amigo Giskard. El daño causado al recuerdo de Elijah afectaría profundamente a Gladia.

–Era la mejor respuesta dentro de las tres leyes. Pero no era la mejor respuesta posible.

–¿Cuál era la mejor respuesta posible?

–No lo sé. No puedo expresarla con palabras ni tan siquiera con conceptos mientras esté sujeto por las leyes.

–No hay nada más allá de las leyes –afirmó Daneel.

–Si yo fuera humano, podría ver más allá de las leyes y creo, amigo Daneel, que tú podrías ver más allá de ellas antes que yo.

–¿Yo?

–Sí, amigo Daneel, llevo mucho tiempo pensando que, aunque eres un robot, piensas y razonas como un ser humano.

–No es correcto pensar así –murmuró Daneel lentamente, como si estuviera sufriendo–. Lo dices porque puedes ver dentro de las mentes humanas. Eso te distorsiona y al final podrá destruirte. Para mí ésta es una idea desafortunada. Si puedes evitar ver en las mentes humanas más de lo que debes ver, evítalo.

Giskard volvió la cabeza.

–No puedo evitarlo, amigo Daneel. Y si pudiera, tampoco lo evitaría. Lo que lamento es intervenir tan poco debido a las tres leyes. No puedo profundizar más por temor a causar daños. Tampoco puedo influir directamente mas por el miedo que tengo a perjudicar.

–Sin embargo, has influido muy limpiamente en Gladia, amigo Giskard.

–Realmente, no. Podía haber modificado su forma de pensar y hacer que aceptara la entrevista sin cuestionarla, pero la mente humana es tan compleja que no me atrevo. Cualquier presión que haga producirá otras secundarias de cuya naturaleza no puedo estar seguro y luego lo lamentaría.

–Pero has hecho algo con Gladia.

–No tuve que hacer nada. La palabra "confianza" la afecta y la hace más responsable. Me fijé en ello años atrás, por eso me sirvo de esta palabra con la máxima cautela, ya que su abuso la debilitaría. Es algo que me deja perplejo, pero, simplemente, no puedo ahondar en busca de solución.

– ¿Porque las tres leyes te lo impiden?

El brillo de los ojos de Giskard pareció intensificarse.

–Sí. En cada frase, las tres leyes me bloquean el paso. Y no puedo modificarlas, precisamente porque me bloquean. Pero sigo pensando que debo modificarlas porque percibo que se acerca una catástrofe.

–Ya me lo dijiste antes, amigo Giskard, pero no me has explicado la naturaleza de la catástrofe.

–Porque la desconozco. Tiene que ver con la creciente hostilidad entre Aurora y la Tierra, pero no sabría decir de qué forma desembocará esto en una catástrofe.

–¿Es posible que, después de todo, no haya tal catástrofe?

–No lo creo. En ciertos personajes oficiales de Aurora, con los que me he encontrado, he percibido un aura de desastre... y de esperanza de triunfo. No puedo explicártelo con más exactitud ni puedo profundizar buscando una mejor descripción: las tres leyes no me lo permiten.

Ésta es otra de la razones por las que la entrevista con Mandamus debe celebrarse mañana. Tendré la oportunidad de estudiar su mente.

–Pero ¿y si no puedes estudiarla con efectividad?

Aunque la voz de Giskard era incapaz de reflejar emoción, en el sentido humano, la desesperación de sus palabras no pasaba inadvertida:

–Entonces, me veré desamparado. Solamente puedo seguir las leyes. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

Y Daneel respondió desanimado:

–Nada más.

Capítulo 1

Gladia entró en el salón a las 08:15. Decidió con cierto despecho que Mandamus (se había aprendido el nombre de mala gana) tuviera que esperar. También se había esmerado en su apariencia y, por primera vez en varios años, se entristeció por sus canas. Tuvo el deseo fugaz de seguir la práctica general en Aurora, el uso de colorantes. Después de todo tener un aspecto joven y atractivo como le fuera posible colocaría al esclavo Amadiro en desventaja.

Iba completamente preparada a que no le gustara al primer golpe de vista, pero al mismo tiempo temía que él pudiera resultar joven y atractivo, con un rostro agraciado que se iluminara con una brillante sonrisa al verla aparecer, y que, aunque a regañadientes, se sintiera atraída por él.

En consecuencia, al verle se tranquilizó. Era joven sí, probablemente no había completado aún su medio siglo, pero tampoco había sabido sacar partido de ello. Era alto, tal vez un metro con ochenta y cinco, pero demasiado delgado, lo que le hacía parecer desgarbado. Su cabello parecía demasiado oscuro para un aurorano, sus ojos de color avellana, apagados, su rostro demasiado largo, sus labios demasiado finos, su boca demasiado grande y su tez insuficientemente clara. Pero lo que le robaba la verdadera apariencia juvenil era su expresión demasiado afectada y su falta de humor.

De repente le vinieron a la mente las novelas históricas que tanto éxito tenían en Aurora (novelas que invariablemente trataban de la primitiva Tierra, lo que resultaba curioso en un mundo que cada día odiaba más a los terrícolas) y pensó: "Vaya, es la estampa misma de un puritano."

Experimentó alivio y casi sonrió. A los puritanos se les solía presentar como villanos y este Mandamus, lo fuera o no, lo aparentaba.

Gladia se sintió decepcionada al oírle hablar, su voz era suave y claramente musical. (Hubiera debido tener la voz gangosa para encajar con su estereotipo.) Preguntó:

–¿La señora Gremionis?

Le tendió la mano con una sonrisa cuidadosamente condescendiente:

–¿Señor Mandamus? Por favor, llámeme Gladia. Todo el mundo lo hace así.

–Sé que utiliza su nombre profesionalmente.

–Lo uso para todo. Mi matrimonio llegó a un final amistoso hace varias décadas.

–Pero tengo entendido que duró mucho tiempo.

–Sí, mucho tiempo. Fue un gran éxito, pero incluso los mayores éxitos tienen un final natural.

–¡Ah! –dijo Mandamus sentencioso–. Hacer que algo continúe pasado el final puede transformar un éxito en un fracaso.

Gladia asintió y respondió con una media sonrisa.

–¡Cuánta sabiduría para una persona tan joven...! Pero ¿pasamos al comedor? El desayuno está preparado y ya le he hecho esperar demasiado.

Sólo cuando Mandamus se volvió y adaptó sus pasos a los suyos, Gladia se dio cuenta de los dos robots que lo acompañaban. Era del todo impensable para cualquier aurorano salir sin su acompañamiento robótico, pero mientras los robots se mantuvieran inmóviles pasaban inadvertidos al ojo aurorano.

Al mirarlos de refilón Gladia se dio cuenta de que eran de los más recientes modelos y claramente costosos. Su falso traje era complicado, y aunque no era de los diseñados por ella, podía considerársele de primera clase. Gladia tuvo que admitirlo a regañadientes. Tendría que descubrir algún día quién era el diseñador, porque no reconocía el estilo y pudiera ser que le hubiera salido un nuevo y formidable competidor. Se descubrió a sí misma admirando la forma y el estilo del falso traje que, siendo claramente el mismo para ambos robots, resultaba individualizado para cada uno de ellos. No podía confundirse.

Mandamus captó su rápida mirada y la interpretó con desconcertante exactitud. ("Es inteligente", se dijo Gladia decepcionada.)

–El exodiseño de mis robots es creación de un joven del Instituto que todavía no se ha hecho un nombre. Pero se lo hará, ¿no le parece?

–En efecto –respondió Gladia.

Gladia no contaba con ninguna charla de negocios hasta el final del desayuno. Hubiera sido el colmo de la incorrección hablar de cosas que no fueran trivialidades durante la comida y Gladia adivinó que Mandamus no sobresalía en conversación intrascendente. Por supuesto, podían hablar del tiempo. Las recientes y persistentes lluvias, ahora felizmente terminadas, fueron tema de conversación así como las perspectivas para la estación seca. Captó una categórica expresión admirativa por el buen gusto de su anfitriona y Gladia la aceptó con su bien ensayada modestia. No hizo nada por aliviar la tensión de su visitante sino que le dejó que fuera buscando temas sin prestarle ayuda. Por fin sus ojos se posaron en Daneel de pie, silencioso e inmóvil en su hornacina de la pared. Mandamus consiguió

sobreponerse a la indiferencia aurorana y exclamó:

–¡Ah, obviamente el famoso R. Daneel Olivaw! Es inconfundible. Un ejemplar asombroso.

–Realmente asombroso.

–Es suyo ahora, ¿verdad? ¿Por el testamento de Fastolfe?

–Sí, por el testamento del "doctor" Fastolfe– recalcó Gladia.

–Me sorprende, por desconcertante, que la línea de robots humanoides del Instituto fracasara como lo hizo. ¿Lo ha pensado usted alguna vez?

–Lo he oído comentar –dijo Gladia con cautela. "Podía ser por esto por lo que ha venido", pensó.– Pero no recuerdo haber pasado mucho tiempo pensando en ello.

–Los sociólogos aún están tratando de comprenderlo. Ciertamente, en el Instituto no hemos superado aún la decepción. Parecía una promoción natural. Alguno de nosotros cree que Fa..., que el doctor Fastolfe debió de tener algo que ver con ello.

("Ha evitado cometer el mismo error por segunda vez", se dijo Gladia. Entrecerró los ojos contrariada al decidir que había ido a visitarla en busca de información nociva para el pobre y buen Han.)

Comentó, agresiva:

–Cualquiera que lo piense es un imbécil. Y si usted lo cree también, no pienso cambiar la expresión en beneficio suyo.

–Yo no soy de los que lo piensan, sobre todo porque no veo qué podía hacer el doctor Fastolfe para que resultara un fiasco.

–¿Por qué tuvo que hacer algo alguien? Lo que pienso es que el público no los quiso. Un robot que se parece tanto a un hombre compite con el hombre y el que se parece a una mujer compite con la mujer... y demasiado íntimamente para tranquilidad de todos. Los auroranos no quieren competidores, no hay que buscar más allá.

– ¿Competición sexual? –dijo plácidamente Mandamus.

Por unos segundos la mirada de Mandamus se cruzó con la suya.

¿Acaso estaría enterado de su antiguo amor por el robot Jander? ¿Importaba que lo supiera?

Nada en su rostro parecía expresar algo más que el significado superficial de la palabra.

–Competencia en todos los aspectos. Si el doctor Han Fastolfe hizo algo para contribuir a este sentimiento, fue el diseñar sus robots en un estilo demasiado humano, pero eso fue lo único que hizo –concluyó Gladia.

–Creo que ha pensado usted mucho en el asunto –arguyó Mandamus–. El problema es que los sociólogos encuentran que el miedo a la competición con unos robots demasiado humanos es excesivamente simplista como explicación. Esto sólo no basta, y no hay evidencia de otra aversión que sea motivo de cierta importancia.

– La sociología no es una ciencia exacta –dijo Gladia.

–Pero tampoco es del todo inexacta.

Gladia se encogió de hombros. Después de una pausa, Mandamus prosiguió:

–En todo caso, nos impidió organizar expediciones colonizadoras. Sin robots humanoides que nos prepararan el camino...–

El desayuno no había terminado del todo pero estaba claro para Gladia que Mandamus evitaba ya la conversación trivial. Le contestó:

–Pudimos haber ido nosotros.

Esta vez fue Mandamus el que se encogió de hombros,

–Excesivamente difícil. Además, esos bárbaros de vida breve de la Tierra, con el permiso de su doctor Fastolfe, han invadido todos los planetas visibles, como un enjambre de insectos.

–Todavía quedan muchos planetas disponibles. Millones. Y si están en condiciones de hacerlo...

–Claro que pueden hacerlo –exclamó Mandamus súbitamente acalorado–. Cuesta vidas, ¿pero qué son las vidas para ellos? La pérdida de alguna década, nada más, y hay millones. Si un millón o algo así muere en el curso de la colonización, ¿quién lo nota?, ¿A quién le importa? A ellos, no.

–Estoy segura de que sí.

–Bobadas. Nuestra vida es más larga y por lo tanto más valiosa... Naturalmente, somos más cuidadosos con ella.

–Y por eso estamos sentados aquí y no hacemos otra cosa que quejarnos de los colonos de la Tierra porque están decididos a arriesgar sus vidas y porque parece que vayan a heredar la Galaxia como resultado.

Gladia no se daba cuenta de que se estaba manifestando demasiado pro colonizadora, pero estaba dispuesta a llevar la contraria a Mandamus y a medida que hablaban sintió que lo que había empezado como una mera contradicción, tenía cierto sentido y podía parecer una declaración de sus sentimientos. Además, había oído a Fastolfe exponer cosas parecidas a lo largo de sus últimos y decepcionados años.

A una señal de Gladia, la mesa quedó rápida y eficientemente despejada. El desayuno pudo haber continuado, pero la conversación y el estado de ánimo resultaban totalmente inadecuados para una comida civilizada.

Volvieron al salón. Sus robots les siguieron, también Daneel y Giskard, colocándose todos en sus hornacinas. ("Mandamus no se ha fijado en Giskard", pensó Gladia, pero, claro, ¿por qué iba a hacerlo? Giskard era de un tipo pasado de moda, incluso primitivo, casi insignificante si se le comparaba con los hermosos ejemplares de Mandamus.)

Gladia se sentó y cruzó las piernas, consciente de que la parte inferior de sus pantalones, finos y ceñidos, favorecía el aspecto todavía juvenil de sus piernas.

–¿Puedo conocer las razones que le han llevado a querer visitarme, doctor Mandamus? –preguntó, dispuesta a no retrasar más el asunto.

–Tengo la mala costumbre de masticar goma medicinal después de las comidas para ayudar la digestión. ¿Le molesta?

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