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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (2 page)

BOOK: Robots e imperio
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Daneel pareció pensativo un momento, luego dijo:

–Tal vez ocurra así.

–Sabes, Daneel, que no todos tus recuerdos son igualmente importantes.

–No sabría discernir entre ellos, señora.

–Pero otros sí. Sería perfectamente posible limpiar tu cerebro, Daneel y luego, bajo vigilancia, volver a llenarlo con su contenido de recuerdos importantes solamente... digamos, un diez por ciento del total.

Entonces podrías continuar durante más centurias de lo que harías así. Con este tipo de tratamiento, repetido, podrías funcionar indefinidamente. Es un procedimiento muy costoso claro, pero yo no lo discutiría. Tú lo vales.

–¿Se me consultaría antes, señora? ¿Se me pediría que estuviera de acuerdo con tal tratamiento?

–Por supuesto. Yo no te "ordenaría" nada en un asunto como éste. Sería traicionar la confianza del doctor Fastolfe.

–Gracias, señora. En este caso, debo decirle que nunca me sometería voluntariamente al proceso, a menos que notara que había perdido realmente mi función de recordar.

Habían alcanzado la puerta y Gladia se detuvo. Sinceramente desconcertada, preguntó:

– ¿Por qué no, Daneel?

–Hay recuerdos que no puedo arriesgarme a perder –dijo Daniel en voz baja–, ya sea por distracción o por falta de discernimiento de los que llevaran a cabo el procedimiento.

–¿Cómo la salida y el ocaso de las estrellas...? Perdóname, Daneel, no quería burlarme. ¿A qué recuerdos te referías?

En voz aún más baja, Daneel respondió:

–Señora, me refiero a los recuerdos de mi colega anterior, el terrícola Elijah Baley.

Gladia se quedó quieta, anonadada, de modo que fue Daneel el que finalmente tuvo que tomar la iniciativa y señalar para que se abriera la puerta.

2

El robot Giskard Reventlov esperaba en el salón y Gladia le saludó con la misma angustia que siempre experimentaba al encontrarse ante él.

Era primitivo comparado con Daneel. Era visiblemente un robot metálico, con una cara en la que no había la menor expresión humana, con ojos que brillaban con una luz rojiza, como se apreciaba en la oscuridad. Mientras Daneel iba verdaderamente vestido, Giskard lucía solamente una apariencia de ropa, una apariencia muy hábil diseñada por la propia Gladia.

–Hola, Giskard –dijo.

–Buenas noches, señora –saludó Giskard con una ligera inclinación de cabeza.

Gladia recordó las palabras que le dijo Elijah Baley muchos años atrás, como un murmullo en uno de los rincones de su cerebro.

–Daneel cuidará de ti. Será tu amigo y protector, tú debes ser una amiga para él..., hazlo por mí. Pero es a Giskard al que quiero que prestes atención. Que sea éste tu consejero.

–¿Por qué él? No estoy segura de que me guste –protestó ceñuda.

–No te pido que te guste. Te pido que "confíes" en él.

Y no quiso explicarle la razón.

Gladia trató de confiar en el robot Giskard, pero se alegró de no tener que intentar que le gustara. Algo en él la estremecía.

Había dispuesto de Daneel y de Giskard como parte efectiva de su morada por espacio de muchas décadas, aunque Fastolfe era el verdadero propietario. Fue solamente en su lecho de muerte cuando Fastolfe le traspasó la propiedad. Giskard era el segundo artículo, después de Daneel, que Fastolfe le había legado.

–Daneel me basta. Jan –dijo Gladia al anciano–. Tu hija Vasilia querrá tener a Giskard, estoy segura.

Fastolfe yacía silencioso en su lecho, con los ojos cerrados, con una expresión más plácida de lo que había observado hasta entonces. No contestó inmediatamente y por un momento creyó que se había desprendido de la vida tan silenciosamente que no se había dado cuenta. Le estrechó la mano convulsivamente y él abrió los ojos. En un murmullo le dijo:

–No me importan nada mis hijas biológicas, Gladia. En veinte siglos no he tenido más que una hija funcional y ésta has sido tú. Quiero que tengas a Giskard, es muy valioso.

– ¿Por qué es valioso?

–No puedo decírtelo, pero siempre he encontrado consuelo en su presencia. Guárdalo para siempre, Gladia. Prométemelo.

–Lo prometo.

Sus ojos se abrieron por última vez y su voz, después de encontrar una última reserva de fuerzas, dijo en un tono casi natural:

–Te quiero, Gladia, hija mía.

Y Gladia contestó:

–Te quiero, Han, padre mío.

Éstas fueron las últimas palabras que se cruzaron. Gladia se encontró estrechando la mano de un muerto y por unos segundos no pudo decidirse a soltarla. Así que Giskard era suyo. Sin embargo la inquietaba y no sabía por qué.

–Bien, Giskard –le dijo–, he estado tratando de ver Solaria en el cielo, entre las estrellas, pero Daneel me ha dicho que no será visible hasta las 03:20 y que de todos modos necesitaría magnilentes. ¿Estás enterado de esto?

–No, señora.

–Debería quedarme levantada hasta el amanecer. ¿Qué te parece?

–Se lo sugiero, estará mejor en la cama.

A Gladia te sentó mal la sugerencia.

– ¿De verdad? ¿Y si decido quedarme levantada?

–Lo dicho ha sido solamente una sugerencia, pero mañana tendrá un día muy sobrecargado y lamentará la falta de sueño si decide quedarse.

–¿Y por qué voy a tener un día sobrecargado, Giskard? No tengo noticia de que vaya a tener dificultades.

–Tiene una cita, señora –dijo Giskard–, con un tal Levular Mandamus.

–Que tengo... ¿Cuándo ha ocurrido eso?

–Hace una hora. Fotofoneó y me tomé la libertad...

– ¿Tú te tomaste la libertad? ¿Quién es?

–Un miembro del Instituto de Robótica.

–Entonces es un subordinado de Kelden Amadiro.

–Sí, señora.

–Comprende de una vez, Giskard, que no siento el menor interés en recibir a ese Mandamus ni a nadie que esté relacionado con ese sapo venenoso de Amadiro. Así que si te has tomado la libertad de concertar una cita en mi nombre, tómate ahora mismo la libertad de telefonearle y cancelarla.

–Si me lo confirma como una orden, señora, y si hace que esta orden sea tan precisa y rotunda como pueda, intentaré obedecer. Tal vez no pueda. En mi opinión, verá usted, se hará daño si cancela la cita y yo no puedo permitir que sufra usted daño por una acción mía.

–Tu juicio en este caso puede estar equivocado, Giskard. ¿Quién es ese hombre que por dejar de verle puede acarrearme un daño? El que sea miembro del Instituto de Robótica no me hace considerarle importante.

Gladia se daba perfectamente cuenta de que se desahogaba con Giskard sin nada que lo justificase. Se había disgustado por la noticia del abandono de Solaria, y se había molestado por la ignorancia que la había llevado a buscar el sol de Solaria en un cielo donde no estaba.

Naturalmente había sido Daneel quien había puesto en evidencia su ignorancia, pero, no obstante, no se había disgustado con él... Claro, Daneel parecía humano y Gladia lo trataba como a tal. La apariencia lo era todo. Giskard parecía un robot, así que una podía asumir que no tenía sentimientos y por tanto se le podía herir.

Y, en efecto, Giskard no reaccionó al enojo de Gladia (como tampoco habría reaccionado Daneel... en el mismo caso). Se limitó a decir:

–He descrito al doctor Mandamus como miembro del Instituto de Robótica, pero quizás es más que eso. En los últimos años ha sido la mano derecha del doctor Amadiro. Esto le hace importante y difícil de ignorar.

El doctor Mandamus no sería un buen hombre para ofender, señora.

–¿Ah, no? Me importa un comino Mandamos y mucho menos Amadiro. Me figuro que recuerdas que una vez, cuando éramos jóvenes el mundo, él y yo, hizo lo indecible para demostrar que el doctor Fastolfe era un asesino y solamente un milagro pudo abortar sus maquinaciones.

–Lo recuerdo muy bien, señora.

–Es un alivio. Temí que en estas veinte décadas lo hubieras olvidado.

Yo en estas veinte décadas no he tenido tratos con Amadiro ni con nadie relacionado con él y me propongo seguir lo mismo. No me importa el daño que pueda sufrir o las consecuencias que me acarreen. No veré a ese doctor como-se-llame y en el futuro no conciertes citas en mi nombre sin consultarme o, por lo menos, sin explicar que esas citas deben someterse a mi aprobación.

–Sí, señora, pero, puedo hacerle ver...

–No, no puedes –dijo Gladia, y dio media vuelta.

Hubo un silencio mientras se apartaba tres pasos. La voz tranquila de Giskard insistió:

–Señora, debo pedirle que confíe en mí.

Gladia se detuvo. ¿Por qué había empleado aquella expresión? Y creyó oír de nuevo la voz del pasado diciéndole: "No te pido que te guste. Te pido que 'confíes' en él."

Apretó los labios y frunció el entrecejo. De mala gana, regresó.

–Bueno –le espetó–; ¿qué querías decirme, Giskard?

–Solamente que mientras vivió el doctor Fastolfe su política predominaba en Aurora y en todos los mundos espaciales. Como resultado la gente de la Tierra fue autorizada a emigrar libremente a varios planetas adecuados de la Galaxia y así florecieron lo que ahora llamamos los "mundos de los colonos". Sin embargo, el doctor Fastolfe ha muerto y sus sucesores carecen de su prestigio. El doctor Amadiro conserva sus puntos de vista en contra de la Tierra y es muy posible que ahora puedan triunfar y que se emprenda una fuerte política contra la Tierra y los "mundos de los colonos".

–Y si es así, Giskard, ¿qué puedo hacer yo?

–Puede recibir al doctor Mandamus y descubrir qué es lo que le hace mostrarse tan ansioso por verla, señora. Le aseguro que se mostró de lo más insistente por conseguir la cita lo antes posible. Pidió verla a las 08:00.

–Giskard, yo nunca recibo a nadie antes del mediodía.

–Se lo expliqué, señora. Supuse que su ansiedad por conseguir verla antes del desayuno, pese a mis explicaciones, era un reflejo de su desesperación. Creí importante descubrir por qué estaba tan desesperado.

–Y si no le recibo, en tu opinión ¿puedo sufrir un daño personal?

No te pregunto si dañará la Tierra o a los colonos, a esto o a aquello. ¿Me dañará a mí?

–Señora, que la Tierra y los colonos continúen la colonización de la Galaxia puede sufrir daño. Este sueño tuvo su origen en la mente del civil Elijah Baley hace más de veinte décadas. Dañar a la Tierra sería profanar su recuerdo. ¿Me equivoco pensando que cualquier daño a su recuerdo lo sentiría usted como si la hirieran personalmente?

Gladia estaba aturdida. Por dos veces en una sola hora Elijah Baley había surgido en la conversación. Llevaba mucho tiempo muerto... Un terrícola de vida breve que había fallecido hacía más de dieciséis décadas... Sin embargo, la mera mención de su nombre todavía la estremecía.

–¿Cómo pueden ser las cosas, de pronto, tan graves?

–No ha sido de pronto, señora. Durante veinte décadas la gente de la Tierra y la gente de los mundos espaciales han estado siguiendo rutas paralelas y no han chocado en su camino gracias a la sabia política del doctor Fastolfe, No obstante, siempre ha existido una fuerte oposición que el doctor Fastolfe tuvo que evitar en todo momento. Ahora que él ha muerto, la oposición es mucho más poderosa. El abandono de Solaria ha hecho crecer enormemente el poder de la oposición y pronto puede ser la fuerza política dominante.

–¿Por qué?

–Es una indicación clara de que la fuerza espacial está declinando y muchos en Aurora creen que hay que actuar ahora o nunca.

–¿Y crees que ver a este hombre será importante para evitarlo?

–En efecto, señora.

Gladia permaneció silenciosa un momento y volvió a recordar, aunque rebelándose, que había prometido a Elijah confiar en Giskard, así que dijo:

–Bueno, no me gusta hacerlo, ni creo que el hecho de recibir a ese hombre arregle nada a nadie..., pero, está bien, lo recibiré.

Capítulo 1

Gladia dormía, la casa estaba a oscuras... Desde el punto de vista humano, rebosaba de movimiento y laboriosidad, porque los robots tenían mucho que hacer... y lo hacían por infrarrojos.

La residencia tenía que ordenarse después del inevitable desorden producido por la actividad cotidiana. Había que traer provisiones, deshacerse de la basura, limpiar, pulir o guardar ciertos objetos, y comprobar accesorios; para estos quehaceres siempre había turnos de guardia.

En Aurora no hay cerradura en ninguna puerta, pues no son necesarias. No hay ni crímenes ni violencias de ningún género, ni contra los seres humanos ni contra la propiedad. Nada de eso puede ocurrir, pues cada vivienda y cada ser humano están guardados, en todo momento, por los robots. Esto es conocido de todos y dado por sabido.

El precio de esta paz es que los robots permanecen en sus puestos.

Jamás se les utiliza..., pero solamente porque siempre están allí.

Giskard y Daneel, cuyas habilidades eran más amplias y más intensas que las de los otros robots de la vivienda, no tenían deberes específicos que cumplir, a menos que se considere como deber específico ser responsables del perfecto funcionamiento de los demás robots.

A las 03:00 ya habían terminado su ronda en el jardín y el bosque, para asegurarse de que todos los que hacían guardia fuera cumplían bien sus funciones y que no había surgido ningún problema.

Coincidieron en los límites meridionales del terreno y por un momento hablaron en un lenguaje esópico y lacónico. Se comprendían perfectamente, tras muchas décadas de comunicación, y no era necesario que se complicaran con las dificultades del lenguaje humano.

Daneel anunció en un murmullo inaudible:

–Nubes. Invisibles.

Si Daneel hubiera hablado para el oído humano, hubiera dicho:

"Como ves, amigo Giskard, el cielo se ha encapotado. Si Gladia hubiera esperado la oportunidad de ver el sol de Solaria, no lo hubiera conseguido de ningún modo."

Y la respuesta de Giskard:

–Previsto. Mejor, entrevista...

Era el equivalente de "Ya lo había previsto el boletín meteorológico, amigo Daneel, y lo podía haber utilizado como excusa para que Gladia se acostara pronto, pero me pareció más importante atacar el problema de frente y persuadirla de que autorizara la entrevista de la que ya te he hablado."

–Me parece, amigo Giskard, que te resultó difícil persuadirla porque estaba disgustada por el abandono de Solaria. Estuve allí una vez, con mi colega Elijah cuando Gladia era aún una solariana y residía allí.

–Siempre me ha parecido entender que Gladia no era feliz en su planeta natal, que abandonó su mundo con alegría y que en ningún momento tuvo intención de regresar. No obstante, estoy de acuerdo contigo en que la historia del final de Solaria la ha afectado.

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