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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (6 page)

BOOK: Robots e imperio
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–¿Has soñado alguna vez llevarme contigo, Elijah?

–Los espaciales, tampoco.

–Me parece que ustedes los de la Tierra son tan exageradamente exclusivistas como nosotros los espaciales.

–Es una locura por ambos lados. Pero incluso si fuéramos sensatos, tampoco te llevaría. No podrías soportar aquella vida y yo nunca tendría la seguridad de que tus dispositivos de inmunidad funcionaran debidamente. Tendría miedo de que murieras rápidamente de cualquier pequeña infección o de que vivieras demasiado y vieras morir a nuestras generaciones. Perdóname, Gladia.

–¿Por qué, querido Elijah?

–Por... esto. –Alargó las manos, palmas arriba, a ambos lados. –Por pedir verte.

–Me alegra que lo hayas hecho. Yo también quería verte.

–Lo sé. Traté de no hacerlo, pero la idea de estar en el espacio y no detenerme en Aurora me destrozaba. Y como ves, Gladia, no nos sirve de nada. Significa solamente otra despedida que también me destrozará.

Por eso es por lo que no te he escrito; por lo que no he tratado nunca de alcanzarte por hiperonda. Te lo habrás preguntado mil veces.

–Realmente, no. Coincido contigo en que no podía ser. Lo habría hecho todo mucho más difícil. Sin embargo, te escribí muchas veces.

–¿De veras? Pues no recibí ninguna carta.

–Nunca las eché al correo. Después de escribirlas, las destruía.

–Pero, ¿por qué?

–Porque, Elijah, ninguna carta particular puede enviarse a la Tierra desde Aurora sin pasar por las manos del censor y yo no te escribí ninguna carta que pudiera ver el censor. Si tú me hubieras escrito, te aseguro que ninguna hubiera llegado a mis manos por inocente que fuera. Pensé que ésta era la razón de no recibir yo ninguna carta tuya. Ahora que me entero de que desconocías la situación me alegra extraordinariamente saber que no fuiste lo bastante loco como para querer seguir en contacto conmigo. No habrías podido comprender que nunca contestara.

–¿Y cómo he podido verte ahora? –preguntó Baley.

–Te aseguro que no ha sido legalmente. He utilizado la nave privada del doctor Fastolfe, para poder cruzar la frontera sin que los guardias me pidieran explicaciones. Si esta nave no fuese la del doctor Fastolfe, me habrían detenido y devuelto. Yo supuse que así lo entenderías y que por ello te pusiste en contacto con Han, sin intentar localizarme directamente.

–No entendí nada. Estoy aquí, sentado, y maravillado de la doble ignorancia que me ha mantenido a salvo. Triple ignorancia, porque por no saber, no sabia ni la adecuada combinación de hiperonda que me hubiera comunicado contigo y no me vi con ánimos de enfrentarme a la dificultad de encontrar tu combinación en la Tierra. No hubiera podido conseguirlo particularmente y ya había habido suficientes comentarios sobre nosotros en toda la Galaxia, gracias a ese idiota drama de hiperonda que dieron por las subondas, después de Solaria. De no haber sido por eso, te aseguro que lo hubiera intentado. No obstante, tenía la combinación del doctor Fastolfe, y una vez que me encontré en órbita alrededor de Aurora, me puse inmediatamente en contacto con él.

–En todo caso, aquí estamos.

Gladia se sentó sobre la litera y le tendió las manos. Baley las tomó y trató de sentarse en un escabel, pero ella le atrajo insistentemente hacia la litera y le hizo sentarse a su lado.

–¿Cómo va todo, Gladia? –le preguntó, turbado.

–Muy bien. ¿Y a ti, Elijah?

–Me estoy haciendo viejo. Hace tres semanas cumplí cincuenta años.

–Cincuenta no es... –Se calló en seco.

–Para uno de la Tierra sí es ser viejo. Tenemos la vida corta, ya lo sabes.

–Incluso para uno de la Tierra, cincuenta no es ser viejo. No has cambiado.

–Eres muy amable, pero puedo decirte dónde se han multiplicado los crujidos. Gladia...

–¿Sí, Elijah?

–Tengo que hacerte una pregunta. Tú y Santirix Gremionis.

Gladia asintió sonriendo:

–Es mi marido. Seguí tu consejo.

–¿Y ha resultado bien?

–Bastante bien. La vida es agradable.

–Me alegro. Espero que dure.

–Nada dura siglos, Elijah, pero podría durar años; tal vez incluso décadas.

–¿Tienes hijos?

–Todavía no. ¿Y tu familia, tu hijo, tu mujer?

–Bentley marchó a las Colonias hace dos años. En realidad voy a reunirme con él. Es un personaje muy importante en el mundo a donde me dirijo. Sólo tiene veinticuatro años y ya se le tiene en cuenta. –Los ojos de Baley brillaron.– Creo que tendré que dirigirme a él llamándole Señoría. Por lo menos en público.

–Estupendo. Y la señora Baley, ¿va contigo?

–¿Jessie? No. No quiere abandonar la Tierra. Le expliqué que viviríamos bajo cúpulas una larga temporada, así que no le resultaría tan distinto de la Tierra. Más primitivo, claro. Puede que con el tiempo cambie de opinión. Se lo organizaré tan cómodamente como pueda y una vez instalado, pediré a Bentley que vaya y la recoja. Para entonces puede que se sienta tan sola que esté dispuesta a venir. Ya veremos.

–Pero, entretanto, estás solo.

–Hay más de cien emigrantes a bordo de esta nave, así que no me siento tan solo.

–Están del otro lado del punto de atraque, y yo también estoy sola.

Baley echó una mirada breve e involuntaria hacia la cabina de mando y Gladia se corrigió:

–Excepto Daneel, claro, al otro lado de la puerta y que es un robot, por mucho que lo consideres una persona. Y, bueno, no habrás querido verme sólo para que podamos preguntarnos por nuestras familias.

La expresión de Baley fue grave, casi angustiada:

–Yo no puedo pedirte...

–Entonces te lo pido yo. Esta litera no está diseñada para una actividad sexual, pero deberás arriesgarte a la posibilidad de caer al suelo, creo.

Baley vaciló:

–Gladia, no puedo negarte que...

–Oh, Elijah, no te embarques en una disertación infinita para tranquilizar tu moral terrícola. Me ofrezco a ti de acuerdo con la costumbre aurorana. Tienes derecho a rechazarme y no tengo derecho a cuestionar la negativa,..; pero la cuestionaría con todas mis fuerzas. He decidido que el derecho a rehusar pertenece sólo a los auroranos. No lo aceptaré de un hombre de la Tierra.

Baley suspiró:

–Ya no pertenezco a la Tierra, Gladia.

–Pues todavía puedo aceptarlo menos de un miserable inmigrante destinado a un planeta bárbaro en el que tendrá que vivir agachado bajo una cúpula... ¡Elijah, hemos tenido tan poco tiempo!, y, ahora mismo, ¡tenemos tan poco! Puede que no vuelva a verte. Este encuentro es tan absolutamente inesperado que sería un crimen cósmico desperdiciarlo.

–Gladia, ¿de verdad quieres a un viejo?

–Elijah, ¿de verdad quieres que te lo suplique?

–Es que estoy avergonzado.

–Entonces, cierra los ojos.

–Quiero decir de mi persona..., de mi cuerpo decrépito.

–Entonces, sufre. La estúpida opinión que tienes de ti mismo no tiene nada que ver conmigo.– Y se echó en sus brazos mientras su túnica se desprendía.

5-c

Gladia percibió muchas cosas, todas simultáneamente.

Se dio cuenta de la maravilla de la constancia, porque Elijah era tal como lo recordaba. Los cinco años transcurridos no habían cambiado nada. No había vivido al calor de un recuerdo exageradamente idealizado. Seguía siendo Elijah.

Se dio cuenta también del desconcierto de sus diferencias. Su sentimiento intensificó el convencimiento de que Santirix Gremionis, sin una sola falla que pudiera definir, era todo él una falla. Santirix era afectuoso, dulce, racional, razonablemente inteligente... y gris. Por qué era gris, no sabría decirlo, pero nada de lo que hiciera, o dijera podía excitarla como lo lograba Baley, incluso cuando no hacía ni decía nada. Baley era más viejo en años, más viejo fisiológicamente, no tan bello como Santirix, y, lo que era más grave, Baley llevaba consigo un aire indefinible de decadencia, un aura de envejecimiento y vida breve propio de los de la Tierra.

No obstante...

Se dio cuenta de la insensatez de los hombres, de Elijah acercándosele indeciso, con una total ignorancia del efecto que le causaba.

Se dio cuenta de su ausencia, porque había ido a hablar con Daniel que iba a ser el último como había sido el primero. Los de la Tierra temían y odiaban a los robots y, no obstante, Elijah, sabiendo de sobra que Daniel era un robot, le trataba como a una persona. Por el contrario, los espaciales que querían a sus robots y no se encontraban nunca cómodos en su ausencia, nunca les considerarían más que como máquinas.

Y más que nada, se daba cuenta del tiempo. Sabía que habían transcurrido exactamente tres horas y veinticinco minutos desde que Elijah entrara en la pequeña nave de Han Fastolfe y sabía, además, que no podía permitir que transcurriera más tiempo.

Cuanto más permaneciera fuera de la superficie de Aurora y más siguiera la nave de Baley en órbita, más probable sería que alguien se diera cuenta o, si ya lo habían observado, como parecía casi seguro, más lógico sería que alguien sintiera curiosidad, y empezara a investigar. En este caso, Fastolfe se vería envuelto en un molesto embrollo.

Baley salió de la cabina y miró a Gladia con tristeza:

–Gladia, ya tengo que irme.

–Lo sé bien.

–Daneel cuidará de ti –le dijo–. Será tu amigo, tu protector y tú debes ser una amiga para él en recuerdo mío. Pero es a Giskard a quien quiero que hagas caso. Deja que sea tu consejero.

Gladia frunció en entrecejo:

–¿Por qué Giskard? No estoy segura de que me guste.

–No te pido que te guste. Te pido que "confíes" en él.

–Pero, ¿por qué Elijah?

–No puedo decírtelo. También en esto debes confiar en mí.

Se miraron y no dijeron más. Era como si el silencio detuviera el tiempo, les permitiera agarrarse a los segundos que les quedaban y les mantuviera inmóviles.

Pero no podía durar más. Baley dijo:

–¿No te arrepientes?

–¿Cómo puedo arrepentirme –musitó Gladia– siendo posible que no vuelva a verte más?

Baley hizo como si fuera a contestarle, pero ella apoyó su pequeño puño contra la boca.

–No mientas innecesariamente. Puede que no vuelva a verte más.

Y nunca más volvió a verle.

6

Con verdadero pesar se sintió arrastrada a través de aquellos años desérticos y muertos y volver una vez más al presente.

"Nunca más –pensó–. Nunca."

Se había escudado contra el recuerdo agridulce durante tanto tiempo, que ahora se sentía hundida en él otra vez, pero era un recuerdo más amargo que dulce porque había visto a esta persona, Mandamus, porque Giskard se lo había pedido y porque tenía la obligación de confiar en Giskard. Era su último ruego.

Se concentró en el presente. (¿Cuánto tiempo había transcurrido?)

Mandamus la observaba fríamente. Dijo:

–Por su reacción, Gladia, deduzco que es verdad. No podía habérmelo dicho más claramente.

–¿Qué es lo que es verdad? ¿De qué me está hablando?

–Que vio al terrícola Elijah Baley cinco años después de su visita a Aurora. Su nave estaba en órbita y usted viajó para verle y estar con él, en la época en que concibió a su hijo.

–¿Qué pruebas tiene de ello?

–Señora, no fue un verdadero secreto. La nave de la Tierra fue detectada en su órbita. La nave de Fastolfe fue detectada en su vuelo. Se la vio atracar. No era Fastolfe el que viajaba a bordo de la nave, así que se presumió que era usted. La influencia del doctor Fastolfe fue suficiente para que no quedara constancia.

–Si no quedó constancia, no hay pruebas.

–No obstante, el doctor Amadiro ha dedicado los dos tercios de su vida a seguir los movimientos del doctor Fastolfe con ojos de odio. Hubo siempre funcionarios que estaban en cuerpo y alma de acuerdo con la política del doctor Amadiro de reservar la Galaxia para los espaciales y ellos le informaban calladamente de todo lo que él deseaba saber. El doctor Amadiro se enteró de su escapada casi tan pronto como ocurrió.

–Sigue sin ser ninguna prueba. La palabra, sin respaldo de un funcionario en busca de favores, no cuenta. Amadiro tampoco hizo nada porque incluso él sabia que no tenía pruebas.

–Ninguna prueba con la que poder acusar a alguien de adulterio; ninguna prueba para poder causar problemas a Fastolfe; pero suficiente evidencia para sospechar que yo soy descendiente de Baley y por lo tanto destrozar mi carrera.

–Deje de estar preocupado –dijo Gladia con amargura–. Mi hijo es el hijo de Santirix Gremionis, un verdadero aurorano, y es de ese hijo de Gremionis del que usted desciende.

–Convénzame de ello, señora. No pido más. Convénzame de que se trasladó a esa órbita y que pasó horas a solas con el de la Tierra y que, en todo ese tiempo, hablaron.., tal vez, de política..., que discutieron de tiempos pasados y viejos amigos, que se contaron chistes, que no se tocaron jamás. Convénzame.

–Lo que hicimos no importa, así que ahórreme su sarcasmo. En la época en que le vi, ya estaba embarazada de mi entonces marido. Llevaba un feto de tres meses, un feto aurorano.

–¿Cómo puede probarlo?

–¿Por qué tendría que probarlo? La fecha del nacimiento de mi hijo está registrada y Amadiro debe saber la fecha de mi visita al terrícola.

–Se le comunicó en su momento, como le he dicho, pero veinte décadas han transcurrido y no la recuerda con exactitud. La visita no es material de registro y no puede buscar confirmación. Me temo que el doctor Amadiro preferiría creer que fue nueve meses antes del nacimiento de su hijo cuando se vio usted con el terrícola.

–Seis meses.

–Demuéstrelo.

–Le doy mi palabra.

–Es inteligente.

–Bien, pues... Daneel, tú estabas conmigo. ¿Cuándo visité a Elijah Baley?

–Gladia, fue ciento setenta y tres días antes del nacimiento de su hijo.

–Lo que es, más o menos, seis meses antes –observó Gladia.

–Es insuficiente –repitió Mandamus.

Gladia levantó la barbilla, agresiva:

–La memoria de Daneel es perfecta, como puede demostrarse fácilmente, y la declaración de un robot se acepta como evidencia en los tribunales de Aurora.

–Esto no es un caso para los tribunales, ni lo será, y la memoria de Daneel no cuenta para el doctor Amadiro. Daneel fue construido por Fastolfe y conservado por Fastolfe durante casi dos siglos. No podemos saber qué modificaciones fueron introducidas o en qué forma fue instruido para tratar los asuntos relacionados con el doctor Amadiro.

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