¿Sabes que te quiero? (31 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—Yo solo digo la verdad. De los tíos no te puedes fiar.

—Vamos, Diana. Si tú has estado de flor en flor hasta hace un mes.

—Y así debería haber seguido. No estaría sufriendo tanto.

—Eres tú la que ha querido cortar conmigo y no al revés. Me parece que yo también estoy sufriendo un poco —suelta Mario, que ya cree que ha aguantado bastante.

Un gran silencio se produce en la mesa. Todas las miradas se dirigen al chico que acaba de hablar.

—¿Y por qué motivo hemos cortado? Porque tú sigues enamorado de la chica de tus sueños. La chica ideal. La chica perfecta.

—No vamos a empezar otra vez con lo mismo.

La tensión en la mesa es evidente. Armando y Cristina prefieren mantenerse al margen y observan la escena en silencio. Miriam tampoco quiere inmiscuirse aunque se siente mal por aquella situación.

—Me odias, ¿verdad? —pregunta Diana, con frialdad.

—Claro que no te odio.

—Sí que me odias. Tú solo tienes ojos para ella.

—Déjalo, por favor. Ya hemos roto, que es lo que querías. No insistas más con ese tema. Ya has dejado claro lo que piensas. Y, aunque no esté de acuerdo en nada, es inútil discutir contigo porque no me crees.

—No das motivos para creerte. Tú no me quieres.

—Para ya. No molestemos más a los demás. Ellos no tienen culpa de que nosotros hayamos cortado.

—Tienes razón.

Diana se levanta de la mesa, se tambalea un poco y da un último trago a su cerveza.

—¿Adónde vas? —pregunta Miriam, que también se incorpora.

—Adonde no tenga que escuchar tantas tonterías y me valoren más.

Y, diciendo esto, entra en la casa. Mario se pone de pie y la sigue.

—Voy tras ella, no vaya a ser que se maree otra vez —Y corriendo se mete también en la casa.

Diana sube a toda prisa la escalera, con el chico detrás.

—¿Me vas a perseguir cada vez que intente estar sola?

—Sí. No me queda más remedio.

—Déjame tranquila. Hemos cortado. Ya no tienes que preocuparte por mí.

—Pues me preocupas. Qué le vamos a hacer...

—Y luego soy yo la cabezota —señala, resoplando.

Los dos entran en la habitación. Diana coge su mochila y comienza a guardar sus cosas.

—¿Para qué recoges?

—¿Y tú eras el inteligente de la relación? ¡Me voy!

—Pero ¿adónde vas a ir?

—¡A mi casa! Con suerte, mi madre estará en el piso de su novio y por fin podré estar tranquila sin nadie que me dé la brasa.

—Me parece que ya no hay autobuses a esta hora.

—¡Pues me iré haciendo autoestop!

Diana mete el bikini con el que se bañó antes en la mochila y cierra la cremallera. Se la cuelga en la espalda y sale del dormitorio.

—¡Cómo vas a irte a casa haciendo autoestop!

—Muy sencillo. Se pone el dedo así y ya está —indica, imitando el gesto del autoestopista, mientras camina por el pasillo con Mario a su lado.

—No pienso dejar que te metas en el coche con un desconocido.

—¡Tú no eres mi padre! ¡Ni tampoco mi novio!

—¿Y qué? Me importas. Y no voy a permitir que hagas eso.

—Ya lo veremos.

Los chicos llegan a la puerta principal. Diana abre y sale de la casa. Mario va detrás.

—¡Es muy tarde! ¡Volvamos con los demás!

—¡Vete tú! ¡Yo me voy a mi casa!

—¡Cabezota!

—¡Capullo!

La noche es cerrada. Solo se escucha el ruido de los insectos y los pájaros nocturnos. La pareja se aleja de la casa por el sendero que lleva hasta la carretera.

—En serio, Diana, esto no es una buena idea.

—Lo que no es una buena idea es que te tenga detrás mirándome el culo todo el rato.

—Volvamos con los demás, por favor.

—No.

En ese instante, el teléfono de Mario suena en uno de los bolsillos de su pantalón. Es su hermana.

—Dime, Miriam —contesta.

—¿Dónde estáis? ¿Os habéis ido? Nos ha parecido oír la puerta principal.

—Sí, Diana quiere volver a su casa.

—¿Qué?

—Pues eso. Pero creo que ya no hay autobuses.

—¿Y qué vais a hacer?

—Yo, estar con ella hasta que se le pase el enfado.

—Bueno. Pero tened cuidado —comenta la mayor de las Sugus, que está preocupada—. Mario, te dejo que casi no tengo saldo.

—Vale. No os preocupéis por nosotros. Hasta luego.

—Adiós.

El chico cuelga y vuelve a guardar el móvil en el bolsillo de su pantalón.

Diana se detiene de repente y lo mira.

—Oye, de verdad, Mario: vete con los demás.

—No. No te pienso dejar sola.

—No me va a pasar nada.

—¿Y eso cómo lo sé yo? Antes tampoco te iba a pasar nada y te desmayaste.

—Fue casualidad. Ya estoy perfectamente. Incluso el puntillo que llevaba por la cerveza se me ha pasado.

—No me vas a convencer.

La chica da un taconazo contra el suelo y sigue caminando por el sendero.

—¿Vas a venir conmigo a mi casa? —le pregunta ella, irónica.

—No hay autobús a esta hora.

—Sí que hay. ¡Mira!

—¿El qué?

A lo lejos, en el arcén de la carretera, un autobús está detenido en la parada, con los intermitentes puestos. Un hombre mayor sube. No hay nadie más.

Diana echa a correr todo lo que puede, con la mochila rebotando sobre su espalda. Mario la sigue de cerca.

—¡Se va a ir! ¡No! —exclama la chica—. ¡Espera!

Pero es demasiado tarde. El vehículo arranca y avanza por la carretera desapareciendo en la noche.

—Se fue —dice Mario, tranquilamente, cuando llega a la parada.

—¡Mierda! ¡Por poco! —protesta Diana—. Si no me hubieras entretenido tanto, lo habría cogido y ahora estaría de camino a mi casa.

—Ya no hay más autobuses hasta mañana —apunta el chico, señalando un panel con los horarios—. Este era el último.

—¡Joder! Tú tienes la culpa.

—Yo no tengo culpa de nada. Eres tú y tu cabezonería.

Sin embargo, la chica no está de acuerdo. Resopla enfadada. Mira hacia un lado y hacia otro, y comienza a caminar.

—¿Adonde vas?

—Lejos.

—¿Lejos, adonde?

—¡Y a ti qué te importa...! ¡Vete con los demás y déjame tranquila!

Pero Mario, una vez más, no le hace caso y, sin saber el rumbo que están tomando, sigue a Diana.

Capítulo 50

Esa noche de finales de junio, cada uno a un lado de la linea de teléfono.

Las piernas de Ángel tiemblan y sus pies bailan nerviosos cuando oye su voz. Ya no esperaba que Paula lo llamara. Es tarde, en pleno mes de junio, sábado, a esa hora de la noche. No es el momento idóneo para saber de una chica de diecisiete años. Además, ayer, cuando se vieron en el Starbucks, el encuentro fue muy frío, hasta desagradable. Lo más normal hubiera sido que no lo llamara, ni ahora ni nunca.

—¿Cómo estás? —pregunta él, algo tímido.

—Bien. ¿Y tú?

—Más o menos. No me puedo quejar.

—Me alegro.

—Gracias.

—De nada.

Silencio.

—No esperaba que me llamases.

—¿No?

—No. Es bastante tarde. Imaginaba que estarías por ahí de fiesta.

—Pues ya ves, te equivocaste.

Paula respira hondo y cierra los ojos. ¿No está siendo demasiado cortante? Quiere parecer agradable, pero la realidad es que está muy tensa. Le cuesta pensar y dice lo primero que se le viene a la cabeza. Debe relajarse. No está hablando con ningún extraño. ¡Es Ángel! Hace unas semanas ese mismo chico era su novio, alguien en quien confiaba plenamente, con quien le encantaba charlar y, sobre todo, de quien estaba enamorada. O eso era lo que en un principio creía. Luego llegaron las confusiones y los líos.

—Me alegro de haberme equivocado. Y gracias por llamarme.

—Bueno, para ser exactos, el que me ha llamado eres tú. Yo solo te he devuelto la llamada.

—Sí, es verdad.

—Siento no haberte cogido antes el teléfono.

—No te preocupes.

«Estoy acostumbrado», piensa Ángel. Pero se reprime. No la ha llamado para discutir, y mucho menos para ser borde o irónico con ella. Las cosas pasaron como pasaron y no es el momento de hacer reproches.

—Me ha sorprendido volverte a oír. ¿Qué es lo que querías?

—Pues..., hablar contigo.

—¿Sobre qué?

—Mmm. No sé por dónde empezar.

—Por el principio. ¿Qué te parece?

Otra vez ha sonado demasiado brusca. Ha intentado ser graciosa, pero no le ha salido. ¿Qué le pasa? Cada vez está más nerviosa. No tendría que ser así. Que Ángel vuelva a su vida es algo que no esperaba. Siente un cosquilleo por dentro casi insoportable. Le apetece otro cigarro, pero ahora no puede fumar.

—Bien, pues comenzaré por el principio.

—Te escucho.

—A ver... ¿Por dónde...? El principio, sí... Hace unas semanas, comencé a salir con alguien: Sandra, la chica que conociste ayer en el Starbucks.

—Ah, era tu novia.

—Sí.

Los dos se quedan en silencio unos instantes. Ángel busca el camino más corto para contarle lo que está sucediendo; Paula trata de asimilar el golpe. Aquello le ha dolido. Aunque era previsible, confirmar la noticia de que su ex sale con aquella despampanante chica le ha hecho daño. ¿Ha sido a propósito? No, no lo cree. Él no es de esos.

—Es muy guapa. Y parece una chica inteligente —comenta intentando parecer tranquila—. Me alegro.

—Gracias.

—Perdona, siento haberte interrumpido. Continúa con lo que me estabas diciendo.

—No te preocupes. —Piensa un segundo cómo seguir y retoma la historia—. Sandra es mi jefa. Porque no sé si sabes que estoy trabajando en el periódico La Palabra.

—¿Sí? ¡No tenía ni idea!

—Pues allí estoy ahora. Es divertido. Más cosas sobre las que escribir, más repercusión en lo que hago y me pagan bastante mejor.

—¡Qué bien! Se veía venir. Estaba segura de que ibas a ser un periodista reconocido.

Los nervios de Paula disminuyen sin desaparecer del todo. Aunque está triste por la relación de Ángel, ha sentido una alegría muy grande cuando le ha contado lo de su nuevo trabajo.

—Ese cambio fue un aliciente y una motivación para seguir adelante, después de que se terminara lo nuestro.

—Ya.

Esas palabras hieren a la chica. Tampoco él se siente bien por haberlas dicho. Recordarlo es duro para ambos.

—El caso es que en La Palabra conocí a Sandra y me gustó mucho. Yo también le gusté a ella. Un día me pidió salir y yo acepté. Como tú dices, es una mujer muy inteligente. También es muy guapa. Y tiene carácter y mucha personalidad. Pero... ha surgido un problema.

—¿Qué problema?

—Tú.

La chica, que se ha tumbado en la cama para estar más cómoda mientras habla por teléfono, da un brinco y se sienta sobre el colchón. Agarra la almohada y se la coloca en el regazo.

—¿Yo? ¿Qué quieres decir con eso?

—Ayer, cuando te vi..., no sé qué me pasó. Fue como volver al pasado. Sé que nuestro encuentro no fue demasiado afectuoso, ni tampoco cálido. Incluso estuvimos muy secos el uno con el otro. Pero sentí algo. Y, desde entonces, no dejo de pensar en que las cosas entre tú y yo deberían haber sido de otra manera.

Otro silencio.

—Yo... no sé qué decirte.

Porque a ella le sucedió lo mismo. Revivió los buenos momentos que compartieron juntos. Primero, detrás del ordenador, y más tarde, en persona. No fue demasiado tiempo, pero sí muy intenso. Y disfrutó muchísimo de todo lo que aconteció en esos días: la habitación del grito, el desayuno con churros y chocolate, el primer beso, el torneo de golf con Andrea Alfaro...

—Sé que lo que te voy a pedir puede sonar raro. Y no te voy a obligar a nada si tú no quieres.

—Me estoy empezando a asustar.

—Y también sé que lo que pasó en Francia, y todo lo demás, tal vez no lo hayas olvidado. Quizá todavía no me hayas perdonado por el puñetazo que le di a tu amigo.

—Eso es agua pasada. Claro que lo he perdonado. Lo que pasa es que...

—Shhh. No hablemos de eso ahora —la interrumpe—. Me gustaría...

—Dilo ya, Ángel. Me estoy poniendo muy nerviosa.

—Lo que quiero... —Hace una pausa en la que trata de elegir bien las palabras que va a decir—. Lo que quiero es que quedemos y pasemos un día juntos.

—¿Qué? ¿Un día tú y yo juntos?

—Sí.

La sorpresa de Paula es mayúscula. Nunca hubiera imaginado que Ángel le propondría algo así. ¿Cómo iba a pensarlo después de casi tres meses sin ningún tipo de contacto? De nuevo le asaltan los nervios. ¡Necesita ese cigarro!

—No sé. No creo que sea lo mejor. Si tienes novia y eso...

—Es por eso mismo por lo que necesito saber qué siento por ti y qué siento por ella.

—Es que...

—Ya sé que es egoísta por mi parte.

—Uff.

—Y que corro el riesgo Je meter la pata de alguna manera con ella y contigo. Pero cuando ayer te vi... Necesito volver a estar contigo para averiguar lo que siento.

—Ángel, lo nuestro terminó —señala muy seria.

Al periodista, aquel cambio en el tono de voz de Paula le desarma y se le hace un nudo en la garganta.

—Sí, lo sé. Pero...

—Y tú tienes ahora a alguien a quien quieres.

—Ya.

—Sería un error resucitar el pasado. Y dejarnos llevar.

—No es dejarnos llevar. Es compartir un día. Ni siquiera tiene que ser como antes. Salir como amigos. Simplemente estar juntos —insiste tratando de reunir fuerzas para convencerla.

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