¿Sabes que te quiero? (27 page)

Read ¿Sabes que te quiero? Online

Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
10.31Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Quieres dejarlo conmigo?—pregunta Sandra, en voz baja, casi inaudible.

Pero el periodista la ha escuchado y se sorprende con la cuestión.

—¿Por qué dices eso?

—No sé. Tengo la sensación de que te estás alejando de mí.

—¿De verdad piensas eso?

—Sí. Sinceramente, sí.

Ángel la mira a los ojos. Transmiten gran emoción. Sabe que está afectada, que está sintiendo al máximo lo que está diciendo. Pero está intentando no derrumbarse ante él. No volverá a hacerlo como esta mañana.

—No quiero dejarlo —responde con convicción.

—Entonces, ¿por qué tengo la impresión contraria?

—No lo sé. Es cierto que estos últimos dos días he estado un poco más susceptible de lo normal.

—¿Un poco sólo? Ángel, me has dejado sola en una sala de cine rodeada de adolescentes porque me he reído de algo que te han dicho.

—Visto de esa manera...

—De la que es —Su mirada es intensa—. Ayer tuvimos una pelea, esta mañana otra y ahora la tercera. ¿Qué pasa, Ángel? Cuéntame la verdad, por favor. Merezco saberla. ¿Qué es lo que pasa?

La súplica de Sandra conmueve al chico. Son palabras sinceras, llenas de incertidumbre, de confusión. Quiere comprender algo que ni tan siquiera su novio llega a hacerlo.

—No quiero dejarlo contigo —comienza a decir—, pero tengo dudas sobre mí mismo.

Aunque Sandra se imaginaba algo así, no puede remediar un escalofrío que le hiela todo el cuerpo. Pero se arma de valor y sigue adelante para averiguar lo que sucede.

—¿Qué tipo de dudas?

—Dudas que tienen que ver con mis sentimientos.

—¿Hacia mí? ¿No me quieres?

El periodista resopla. Mira hacia todas partes, nervioso. No sabe qué responder a eso. Sandra lo contempla expectante. Su dolor va creciendo. Pero no va a hundirse. No puede permitírselo.

—Te voy a ser sincero —dice Ángel, buscando las palabras adecuadas para contarle a su novia la verdad—. No sé si siento algo por otra chica.

—¿Por otra chica? —Los ojos de Sandra enrojecen—. ¿Paula?

Ángel asiente con la cabeza y tuerce los labios. Cierra los ojos y suspira una vez más.

—Hace unos tres meses, Paula y yo comenzamos a salir. Todo fue muy intenso en pocos días. Y me enamoré como nunca antes lo había hecho. Sin embargo, ella rompió conmigo el día menos pensado, cuando todo iba muy bien entre nosotros. No lo entendí. Incluso la seguí hasta Francia, donde ella estaba de vacaciones con su familia, para tratar de arreglar lo nuestro. Allí, en cambio, metí la pata y todo se acabó. A pesar de que la seguía queriendo creía que nuestra historia había finalizado para siempre.

El chico se detiene un instante. Observa a Sandra, que está petrificada con las manos tapándose la boca y los ojos enrojecidos, poniendo toda la resistencia posible para soportar la presión del momento.

—Pasaron unas semanas. Me recuperé del desengaño con ella y te conocí a ti. Me encantaste. Contigo me olvidé de Paula. Te lo prometo, Sandra. Eres una mujer que cualquier hombre quisiera tener a su lado —Una nueva pausa, respira y continúa—. Pero cuando ayer la vi después de tanto tiempo..., algo se me removió por dentro.

—¿Amor?—pregunta la chica, temblando.

—No lo sé. No sé qué siento. Es todo muy confuso.

Sandra deja de mirarle. Agacha la cabeza y piensa en toda la información que está recibiendo de repente. Es muy duro que la persona de quien estás enamorada te cuente que tiene dudas sobre su relación y que tal vez quiera a otra.

—¿Y entonces, qué vas a hacer? —pregunta, mirándole de nuevo.

—No lo sé, Sandra.

—¿Estás seguro de que no lo sabes? ¿O no quieres saberlo?

—¿Qué quieres decir?

—Recuerda, una pregunta no se contesta con otra pregunta.

Sandra sonríe amargamente. Sus ojos están a punto de explotar. Ángel se siente muy mal. Ya no piensa en lo que pasó en el cine ni en su orgullo malherido, solo en que tiene delante a una mujer a la que respeta y quiere, y a la que está haciendo mucho daño. Y dejando hacer a su corazón, se acerca a ella y la abraza. La chica lo recibe con fervor, escribiendo el último capítulo de unas lágrimas que por fin se derraman en cascada y de un llanto que estalla desconsolado.

De fondo, Incubus tocan
Love hurts
cuando el abrazo termina. Los chicos se separan y se miran a los ojos.

—Siento todo esto, Sandra. No te lo mereces.

—Tienes razón. No me lo merezco. Pero comprendo que estés confuso.

—¿Sí? ¿Lo comprendes?

—Bueno, no entiendo cómo puedes querer a otra teniéndome a mí —dice, y sonríe a continuación, secando con la mano las lágrimas que aún quedan por su mejilla—. Pero todo esto de los sentimientos... es así. No se puede controlar.

Cuanto más oye Ángel a Sandra, más la admira. Y más le afecta lo que la está haciendo sufrir.

—No quiero que lo pases mal por mi culpa.

—Pues no lo estás logrando —responde irónica—. Pero, ¿sabes?, voy a esperar.

—¿Qué?

Ahora el que no entiende nada es él.

—Eso. Voy a esperarte. Quiero que te aclares, que comprendas lo que sientes y que, cuando lo sepas, me lo digas.

—Pero...

—Es lo justo para los dos..., para los tres. Porque esa chica tendrá algo que decir en todo esto.

Ángel mira hacia el techo, luego al suelo y, finalmente, a Sandra. Pero no la ve solo a ella. También Paula está en su cabeza.

«¿Sabes que te quiero?». ¿Es verdad que la quiere? Ni él lo sabe, pero no le queda otra solución que averiguarlo.

—Tendré que hablar con Paula.

—Lo sé.

—¿Estás segura de que quieres que lo haga?

—Claro que no. Pero es lo único que puedes hacer. Cerrar esa herida de una vez por todas. O fugarte con la que te hirió. Yo estaré esperando con las tiritas y las vendas.

—O con una recortada.

—Es posible.

Ambos sonríen un segundo. Se miran una vez más, más adentro, más allá. Y dejándose llevar de nuevo, Ángel aproxima su rostro al de Sandra y la besa en los labios. Ella no lo evita y le corresponde. No es un beso largo, ni dulce, ni amargo, pero sabe a despedida.

—No lo entiendo. No entiendo por qué aguantas esto, por qué me aguantas a mí.

—Es muy sencillo. Y a la vez doloroso. Porque te amo, Ángel. He encontrado al chico perfecto. Ahora solo me queda tener paciencia y esperar a que él me encuentre a mí.

Capítulo 44

Una noche de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

—Aquí tenéis las chuletillas, los filetes de lomo y la panceta —indica Alan, dejando las tres bandejas con la comida encima de una mesita que está junto a la barbacoa.

Miriam sonríe. Y ella que pensaba que perderían el partido... 6—2, 6—1, han ganado. No imaginaba lo bueno que era ese chico francés. El, prácticamente solo, se las ha arreglado para derrotar a Cris y a Armando, que ahora deben cumplir su «penitencia»: encargarse de la barbacoa para la cena.

—Intentad que el fuego no eche demasiado humo. Soy muy sensible y me molesta en los ojos —señala la mayor de las Sugus, jocosamente.

—Se hará lo que se pueda —comenta Armando, que no está demasiado contento de haber perdido el partido, aunque cuando comprobó cómo jugaba Alan, tuvo que resignarse.

—Y procurad que la carne esté en su punto —recalca Miriam.

—¿Algo más?

—Que me voy a la ducha y que, aunque seas peor que yo jugando al tenis, te quiero igual.

La chica le da un beso en los labios y entra en la casa dando saltitos.

Armando resopla y coge un mechero para encender el fuego. Desde que terminó el partido, su novia no ha parado de tomarle el pelo.

—Voy a llamar a los demás para que vengan a cenar —señala Alan—. Os dejo solos.

Y, disimuladamente, le guiña un ojo a Cris, que sonríe con timidez.

Para la Sugus de limón está siendo un sábado muy especial. Aunque ha tenido que contemplar, con gran angustia, las numerosas muestras de cariño entre Miriam y Armando, ella también ha disfrutado de él, de esos pequeños detalles que la han hecho feliz. Ha cambiado tantas veces de estado de ánimo durante el día como de opinión respecto a su manera de actuar con el chico. Es el novio de una de sus mejores amigas, por lo tanto es territorio prohibido. Eso está claro. Pero nada impide que se lo pase bien junto a él, ¿no? Aunque, por otra parte, sabe que si él se sigue mostrando tan cariñoso con ella y dándole ese poquito que de vez en cuando le da, terminará por colarse mucho más. ¿Enamorarse? Son palabras mayores y debe controlar sus sentimientos. ¡Es tan difícil dominar lo que uno siente! Sin embargo, no quiere dejar de recibir ese pedacito de ilusión que Armando le está obsequiando.

El partido de tenis ha sido genial, a pesar de que hayan perdido. Cada vez que hacían un buen golpe o anotaban un punto, se abrazaban, le daba una palmadita de complicidad o tenía una palabra amable para ella. Y aunque solo hablaran de tenis, se sentía muy a gusto a su lado, compartiendo esos momentos, divirtiéndose juntos.

—Bueno, pues empecemos con esto. ¿Has hecho alguna vez una barbacoa? —pregunta Armando, prendiendo un trozo de papel de un periódico que Alan le ha llevado.

—¿Prepararla yo? —Sí.

Cris mueve la cabeza negativamente y sonríe.

—Lo siento. Soy nueva en esto. Es mi primera vez.

La última frase hace sonreír al chico. Ella se sonroja cuando adivina lo que él está pensando. Le tiemblan las piernas y está nerviosa. ¡Qué tonta!

Armando pone el papel ardiendo bajo el carbón y lo atiza para que arda y no ahogue el fuego.

—No te preocupes. Yo me encargo de encenderlo y tú luego me ayudas a mantenerlo y a hacer la carne.

—Vale.

—No hace mucho viento, eso es bueno. Espero que no tarde mucho tiempo en arder.

Cristina observa cómo remueve el carbón con el atizador. Es divertido verlo agacharse y soplar suavemente para que el fuego se extienda. Se pasaría el día entero a su lado, mirándolo, hiciese lo que hiciese.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—Sí que puedes. Ven. Agáchate.

La chica le hace caso y se agacha junto a él. El corazón le va muy deprisa.

—¿Qué... hago?—pregunta temblorosa.

Su pierna está rozando con la de él. Eso acelera sus latidos, que casi pueden escucharse.

—Sopla aquí cuando yo te avise —dice Armando, apartándose un poco para dejarle más espacio a Cristina—. Voy a encender otro papel. A ver si así arde con más fuerza.

—Bien.

El joven se levanta y alcanza otra página de periódico. Con el mechero la enciende y la lanza al carbón.

—Ahora. ¡Sopla!

Cristina le hace caso y sopla, pero en ese instante un golpe de viento surge de repente provocando una columna de humo y cenizas que se abalanza sobre ella.

—¡Mierda! ¡Mis ojos! —exclama, lamentándose y poniéndose de pie.

Armando se acerca hasta la chica, alarmado por sus gritos.

—¿Se te ha metido el humo en los ojos?

—Sí. No veo nada.

—Déjame ver.

El chico la sujeta por los hombros, como si fuera a abrazarla, y la examina con delicadeza. A Cris le tiembla todo el cuerpo cuando siente sus manos sobre ella. Es una sensación muy extraña. No puede verle, aunque lo siente más cerca que nunca.

—Estoy ciega.

—Tranquila. Intenta abrir los ojos poco a poco.

—No puedo.

—Sí que puedes. Ábrelos, despacio.

—Me duele.

—Espera. A ver si así...

Y sin que Cristina lo pudiera imaginar, Armando se inclina y con delicadeza sopla sobre sus ojos. La chica se estremece y siente la agradable brisa fría proveniente de sus labios.

—Prueba ahora. Abre los ojos. Poco a poco.

Cris obedece. Sus párpados van cediendo y las pestañas se le desenredan. Por fin consigue ver algo, de manera borrosa. Es el rostro de Armando que está justo enfrente. Es guapísimo. Demasiado guapo. Pero no es de ella. Es el novio de su mejor amiga. Consciente de que están demasiado cerca, da un par de pasos hacia atrás. Se frota los ojos con los puños cerrados, suavemente, y pestañea en repetidas ocasiones.

—Ya estoy mejor.

—¿Me ves bien? —pregunta Armando, volviendo a acercar su cara a la de ella.

—Sí —responde vergonzosa.

Silencio. Se miran fijamente. Ella, seria, azorada; él, sonriente, divertido.

—Oye, ¿sabes que tienes unos ojos muy bonitos?

—¿Qué?

—Tus ojos, son realmente bonitos.

Aquello sí que Cristina no lo esperaba.

—Eso no es verdad.

—¿Cómo que no? No me creo que nunca te lo hayan dicho.

—Pues no. Nunca. Son marrones.

—¿Y qué tiene que ver que sean marrones?

—Que son muy típicos. No tienen nada de especial.

—Yo no lo veo así —dice, mientras continúa fijando su mirada en la de ella—. Unos ojos no son bonitos por el color del que sean, sino por lo que transmiten.

«Y ahora es cuando el chico de la película besa a la chica», piensa.

Pero la vida real es distinta. Y tras una gran sonrisa, Armando se aparta del lado de Cris y vuelve a atizar el carbón, que ya ha comenzado a arder.

Capítulo 45

Esa noche de finales de junio, en un lugar alejado de la ciudad.

Ha estado un buen rato debajo del agua. Pensativa. Buscando un poco de relax, que no ha conseguido encontrar. Parece mentira, pero su vida últimamente está siempre llena de sobresaltos. Aquella ducha no le ha servido para olvidarse ni por unos minutos de sus problemas.

Other books

Steel's Edge by Ilona Andrews
Past Crimes by Glen Erik Hamilton
MayanCraving by A.S. Fenichel
The Unloved by John Saul