¿Sabes que te quiero? (47 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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Paula lo observa y mueve la cabeza negativamente. No está de acuerdo en nada de lo que ha dicho el francés.

—¿Ese es el concepto que tú tienes de la amistad y del amor?

—Si ese chico estuviese enamorado, no se habría liado con ella. Creo que es un farsante que solo busca lo que busca.

—Como tú, ¿no?

Alan resopla y sonríe.

—Sí, como yo. Me he aprovechado de muchas chicas en mi vida.

—Incluida yo, ¿verdad?

—Sí, incluida tú —contesta firme—. Salvo que contigo ha pasado lo que con ninguna otra.

—¿Ah, sí? ¿El qué?

Sus ojos se iluminan. Aquella mirada verde, intensa, normalmente hipnotizante, ahora es limpia y transparente.

—Me he enamorado de ti.

Capítulo 74

Ese día de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

¿Ha oído gritos? ¿O estaba soñando?

No tiene ni idea. Por lo que sea, Diana se ha despertado.

A su lado, en la cama, está Mario. Dormido. Muy dormido. Tiene ligeramente abierta la boca y está apoyado sobre el costado izquierdo. No se enteró de cuándo se acostó él, pero le hace muy feliz tenerlo allí, tumbado junto a ella. Parece agotado. El pobre se pasó casi la noche entera en vela, cuidándola. Además, está lleno de vendas, tiritas y esparadrapos por todas partes. Su aspecto roza lo dramático.

Cuanto más lo mira, más comprende lo que le quiere. Sí, es amor. Sin duda, es amor. Y pensar que hace solo un día habían cortado. Todo por su culpa. Por sus celos, sus paranoias. Sin embargo, en esas últimas horas, Mario ha demostrado no solo que la quiere, sino que además está dispuesto a hacer lo que sea por ella. ¿Ella sería capaz de hacer lo que fuera por él?

No lo sabe. Le encantaría cuidar de él para siempre. Pero si no puede cuidar de sí misma, ¿cómo va a hacerlo de su novio, que ha demostrado ser mucho más maduro que ella? Tal vez, si estuviese más fuerte, si su estado físico y mental fuese el apropiado, no sucederían cosas como la de ayer. Pero tiene un gran problema y quitárselo de encima no va a resultar fácil. No puede comer. Para ser más exactos, lo que no puede es retener la comida en su estómago. Le aborda un estado de ansiedad tan asfixiante que se ve obligada, una vez tras otra, a ir al baño y vomitar. Incluso, se da grandes atracones para luego echarlo todo. Lo mejor sería pedir ayuda, acudir a un médico y que le explicara qué es lo que le pasa. Porque al principio lo hacía para adelgazar: quería ser como Paula, tan perfecta como ella, para gustarle a su novio, enamorarlo de verdad. Sin embargo, ahora es algo que no consigue controlar. Cada vez que termina de comer, se ve impulsada a provocarse el vómito.

Siente miedo, auténtico pavor a lo que le pueda decir un especialista. La situación la supera. Y ahora que Mario lo sabe, se siente aún más responsabilizada, más presionada. No quiere que el lo pase mal por su culpa.

Otro grito ensordecedor llega a sus oídos. Entonces no era un sueño. Esta vez es más nítido y cercano. Parece que proviene de la primera planta de la casa, a solo unos metros de donde ellos se encuentran. «¡No quiero volverte a ver!». ¿Es Miriam? Después, un portazo. Es tan fuerte que incluso despierta a Mario, que abre lus ojos. El chico se incorpora un poco, despistado, pero enseguida siente el escozor de sus heridas y se queja.

—Sigue durmiendo. Estabas muy guapo.

—¡Ay! Me duelen las rodillas y el codo.

—Es normal. Y más que te dolerá esta noche.

—¿Qué pasa? ¿Qué ha sido ese golpe? —le pregunta a Diana, todavía con los ojos medio cerrados.

—No lo sé. Creo que lo ha dado tu hermana.

—¿Por qué?

—Ni idea. Se habrá peleado con Armando.

—Será eso.

—Por una vez no somos nosotros los que discutimos.

Los dos se miran y sonríen. No están informados de lo que ha ocurrido abajo.

Con mucho cuidado, Mario se desliza por el colchón y se pega a ella. Extiende el brazo y coloca una mano sobre su abdomen. Con la otra mano, le levanta la camiseta un poco para contactar con su piel y, suavemente, la acaricia, dibujando pequeños círculos imaginarios, como hizo ayer por la noche, cuando estaban perdidos.

La chica cierra los ojos y suspira.

—¿Te gusta que te haga esto?

—Sí. Mucho.

—¿No te hace cosquillas?

—No. Me relaja.

El chico continúa el masaje unos minutos más. Diana se deja hacer. Le encanta sentir sus manos. Cuando termina, se coloca de lado, apoyando el codo en la cama y mirándole a los ojos. Mario, enfrente, trata de imitar su postura, pero el codo le molesta demasiado y, finalmente, vuelve a dejarse caer boca arriba. Ella avanza hasta él y, con mucha precaución, para no hacerle daño, se sienta sobre sus muslos.

—¿Te duele?

—No.

La chica sonríe. Ahora es ella quien le levanta la camiseta a él, hasta que termina por quitársela. A continuación se estira, inclinándose sobre su pecho, acoplándose a su cuerpo.

—Y esto, ¿te duele? —le pregunta, con la boca muy cerca de su boca.

—No.

Diana nota su respiración nerviosa y agitada. Trata de hacerlo todo muy despacio, con cuidado de no rozar sus heridas. Agarra sus manos y le invita sutilmente a que estire sus brazos. En cruz. Los codos de Mario tocan la almohada y emite un leve quejido.

—Perdona.

—No es nada.

—¿Sigo?

—Sí.

Llega el primer beso. La chica aprieta con fuerza sus manos, mientras se lo da. Con los ojos cerrados. Saboreando sus labios.

Sobran las palabras, en ese instante no hace falta hablar. Es su manera de decir que le quiere.

Sin embargo, el sonido de los besos es interrumpido por el ruido de otro portazo, este todavía más fuerte que el anterior.

La pareja se detiene. Se miran extrañados. ¿Qué es lo que estará pasando?

Pero Diana no está dispuesta a que nadie estropee aquel romántico momento. Cierra otra vez los ojos y empieza a besar el cuello de Mario. Son besos sensuales, que encienden al chico. Se i contonea sobre él, que jadea y acaricia el cuerpo de su novia por debajo de la camiseta. Se estremece.

Y de repente, un nuevo grito.

«!Déjame, no me toques!». Es la voz de Miriam.

Diana y Mario la escuchan. Ha sido muy cerca de su habitación.

En esta oportunidad, paran y sí se levantan de la cama para comprobar qué es lo que sucede.

La chica abre la puerta del dormitorio y observa cómo su amiga camina hacia la escalera con la mochila en la espalda. Armando la sigue.

—¿Qué es lo que pasa? —le pregunta Mario, que llega hasta ella cojeando.

—Tu hermana está muy enfadada y creo que se marcha.

—¿Qué?

Diana sale de la habitación y también baja por la escalera. Mario va detrás, aunque más lento por su problema en el tobillo.

—Deberías quedarte en la habitación —le sugiere la chica, que lo espera mientras termina de bajar los últimos escalones.

—Estoy bien.

—No lo estás. Deja de decir que estás bien. Tienes el cuerpo lleno de parches y estás cojo.

Mario resopla y llega al final de la escalera.

—¿Por dónde se han ido? —pregunta cambiando de tema.

—Creo que hacia la puerta.

—¿Qué habrá pasado?

—No lo sé, pero por cómo está tu hermana parece que algo fuerte.

La pareja se dirige al portal de la casa. Allí están Miriam y Armando. El joven está delante de la puerta. Quiere impedir que la chica se marche.

—¡Me quieres dejar ya de una maldita vez!

—No te vayas, por favor.

—¡No pienso quedarme ni un minuto más contigo!

—Te he pedido perdón un millón de veces, ¿qué más puedo hacer?

—¡Olvidarte de mí para siempre! ¡Deja que me vaya!

Mario y Diana observan atónitos la escena. La mayor de las Sugus está fuera de sí.

—¿Qué te pasa, Miriam? —interviene Diana, que nunca la había visto así—. ¿Os habéis peleado?

La chica observa a su hermano y a su novia. Es tanta su tensión que ni siquiera había reparado en ellos hasta ahora.

—¿Que si nos hemos peleado? —repite muy alterada—. ¡Este cabrón me ha puesto los cuernos!

—¿Qué dices?

Los ojos de Diana y Mario se centran ahora en Armando, que resopla.

—¡Pues lo que oís! ¡Y encima lo ha hecho con una de mis mejores amigas!

¿Paula? ¿Se ha liado con Paula? Es el nombre que enseguida acude a la mente de los dos chicos, que no pueden creerse lo que están oyendo. ¡Tiene que ser un error, porque eso es imposible!

—¿Cuándo ha sido?

—Anoche, mientras yo dormía —responde y vuelve a amenazar al joven, gritando—: ¡Como no te quites, te juro que paso por encima de ti!

—Tranquila, cariño. Por favor.

—¡No me llames cariño! ¡Tú y yo hemos terminado!

E intenta darle una patada que Armando esquiva.

—¡Miriam, tranquila! —exclama Mario, que la sujeta por los hombros.

—Otro que me pide que esté tranquila. ¡¿Pero os habéis puesto todos de acuerdo o qué?! El imbécil este se ha enrollado con Cris y todos queréis que esté tranquila.

Cuando Diana y Mario escuchan el nombre de la chica con la que Armando le ha puesto los cuernos a Miriam, su sorpresa es aún mayor. ¡Así que se trataba de Cris y no de Paula! ¡Aquello aún es más increíble!

—Fue un error. Perdóname.

—¡No te pienso perdonar jamás! ¡Déjame ya de una vez! ¡Me voy a mi casa!

Y le lanza otra patada. En cambio, esta vez el joven no consiste en evitar que el empeine del zapato derecho de Miriam impacte en el centro de su pantalón corto.

Armando da un grito y se agacha. Le falta el aire.

Miriam aprovecha la ocasión y alcanza el pomo de la puerta. Lo gira y abre: vía libre. Sin embargo, no está satisfecha y con mi rodilla golpea la mandíbula del chico, que termina de caer al suelo.

—Y ahora llora, capullo —dice, acomodándose su mochila, que se le había descolocado tras la patada—. Mario, te veo en casa luego.

—¿Quieres que te acompañe hasta el bus?

—No, gracias. Tú descansa, que te hace falta.

—¿Y qué le vas a decir a mamá?

—Ya se me ocurrirá algo.

La chica da un beso en la mejilla a su hermano, abraza a Diana y sale de la casa mientras Armando, en el suelo, trata de reponerse de los golpes que su ya ex novia le ha propinado.

Capítulo 75

Un día de finales de junio, en un lugar alejado de la ciudad.

El Audi rosa de Katia se detiene. La cantante, Alex e Irene se bajan de él y caminan hasta el portal de la casa. Antes han parado en un centro comercial que han encontrado abierto y han comprado comida.

—¿Te sigue doliendo lo de la cadera? —le pregunta el escritor a la chica del pelo rosa.

Esta sonríe y le enseña la zona donde impactó el disparo de la marcadora.

—¡Guau! ¡Menudo moratón! —exclama Irene.

—Vaya. Lo siento... Sí que se te ha puesto feo —se vuelve a disculpar una vez más el chico, mientras abre la puerta.

—No te preocupes. No me duele tanto. Solo me molesta el roce con la tira del tanga.

Alex se sonroja cuando escucha eso. ¡No hacía falta especificar! De todas formas, ha sido muy torpe disparándole a bocajarro.

Los tres entran en la casa del chico, cargados con las bolsas de la compra, y se dirigen a la cocina.

—Para compensarla, ¿por qué no haces tú la comida?

—¡Qué cara más dura! Tú también te beneficiarías de eso.

—Claro.

—¿Y por qué tendría que hacerte la comida a ti?

—Porque soy tu hermana. Y me quieres.

—Ninguna de las dos cosas es del todo exacta.

—Qué tonto eres a veces...

Sueltan las bolsas encima de la mesa y comienzan a guardar lo que han comprado.

—¿Por qué no preparamos la comida entre los tres?—propone Katia.

—Déjalo, que lo haga él. Yo me quiero duchar antes de comer. Además, nosotras ya nos encargamos esta mañana del desayuno.

—Porque perdisteis al jueguecito del baile.

—¡Nos dejamos ganar! Cuando quieras, la revancha. Y así te enteras de que tu victoria fue porque nosotras quisimos.

—¡Pues habrá que hacer la revancha!

—¡Cuando quieras, chaval! —exclama Irene—. Y ahora me voy a dar una ducha mientras tú preparas la comida, que tengo pintura hasta en...

La chica sale de la cocina exagerando al andar el movimiento de sus caderas y agitando una mano al despedirse.

Katia sonríe. Irene le parece muy divertida. Hacen una pareja muy graciosa y se complementan muy bien. Aunque le preocupa que haya podido haber algo más entre ellos. Alex cada vez le gusta más, pero no está segura de cuánto y hasta dónde podría llegar una relación entre ellos. De todas maneras, no se quiere agobiar con el tema. Lo que tenga que ser, será. No le va a pasar como con Ángel.

Mientras coloca y ordena la pasta en un armario, lo observa. HI chico se está peleando con los congelados. No entran todos y está haciendo presión para que quepan en el congelador. Es cómico ver cómo alguien tan inteligente y romántico como Alex es incapaz de hacer algo tan sencillo.

—¿Cuánto tiempo hace que no limpiáis la escarcha?

—¿Hay que limpiarla?

—Claro. Por eso ahora no cabe casi nada. Está obstruido por el hielo.

—Mmm... Las cosas que aprende uno.

—Espera, anda.

La cantante se acerca hasta donde está el chico. Alex se echa a un lado para dejarle espacio. Katia saca dos bolsas de hielo del congelador, que pone en el fregadero, y examina el interior.

—¡Uff! Esto requiere una buena limpieza —dice resoplando.

—¿Sí? ¿Tan mal está?

—Peor. Lo raro es que enfríe todavía.

—¿Y cuánto se tarda en limpiarlo?

—Pues bastante. Habría que descongelarlo y luego fregarlo. Si quieres, esta semana, un día que venga, lo hacemos juntos.

—Vale.

Los dos se miran sonrientes un par de segundos. Luego Katia coge los congelados que han comprado y los guarda ordenadamente.

—Vas a tener que venir más a menudo.

—¿Para que organice la cocina y os haga de comer?

—Entre otras cosas.

—Pues eso está remunerado, ¿eh?—le dice al chico—. Pásame el hielo, por favor.

Alex obedece y le entrega las bolsas que estaban en el fregadero.

—Solo una. La otra no cabe. Además, tampoco necesitáis tanto hielo.

—Toma.

Pero, sin que se dé cuenta, Alex le entrega la bolsa boca abajo y varios cubitos van a parar a la ropa de Katia. Entre ellos, uno que se introduce en su escote. La chica grita mientras sacude su camiseta.

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