¿Sabes que te quiero? (46 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—Tranquilo, ya llegamos.

—¡Hey! ¡Me han tocado el culo!

—Yo no he sido.

—Ya sé que tú no has sido.

—¿Y te ha gustado?

—¡Qué dices!

—Era solo una broma, no te enfades. Si te sirve de consuelo, también me lo han tocado a mí.

Por fin llegan al otro lado de la tienda, donde no hay tanto alboroto.

—No sé qué tiene la ropa interior que os pone así —comenta Ángel, resoplando.

—¿Y me lo dices tú, que eres un tío?

—Ya sabes a qué me refiero.

—Eres muy exagerado. Además, hoy es domingo. No suelen abrir en domingo. Por eso no hay tanta gente.

¿Que no hay tanta gente? ¡Cómo será cuando haya!, piensa él. No lo sabe, pero no volverá para comprobarlo.

Sandra comienza a observar detalladamente la lencería de encaje que hay en la parte derecha de la tienda. Ángel, por su parte, no sabe qué hacer. Mire donde mire, solo hay ropa interior de chica. Se siente intimidado. Vergonzoso. Si la contempla fijamente o la toca haciendo que le interesa, tal vez piensen que es mi pervertido, un depravado sexual. Además, se siente observado. Ha tropezado visualmente con cuatro o cinco chicas que le han sonreído. ¿Están ligando con él o se ríen por verlo allí como el pardillo que acompaña a su novia a todas partes?

—¿Te gusta este? —le pregunta Sandra, enseñándole un conjunto azul, compuesto de culote y sujetador.

—Sí, es bonito.

—Seguro que a aquella le queda genial.

—¿A quién?

—A aquella que está al lado de la escalera. No te quita ojo.

—No me miraba a mí.

—¿Que no?

—Pues no, sería a otro.

—¿A otro? ¡Si eres el único chico que está en la tienda! —exclama Sandra, que deja el conjunto azul y coge otro parecido en rojo—. Mira, ahí la tienes de nuevo.

Es cierto. La chica de los ojos verdes le vuelve a mirar. Pero esta vez no aparta la mirada cuando Ángel la descubre. Sonríe y comienza a toquetear un sujetador negro que tiene en una percha al lado. Parece nerviosa.

—Creo que le gustas —dice Sandra, canturreando.

—¡Qué va! Me habrá confundido con otro.

—Igual es por tu nuevo look —bromea la periodista.

—No me lo recuerdes.

—Bueno, mientras tú te quedas aquí ligando con tu amiga, yo voy a probarme esto.

—No estoy ligando con nadie.

—Si es que... no te vale con dos, ¡necesitas a una tercera! No tienes remedio.

Y después de darle un pellizco en el brazo, se va hacia los probadores.

De estos, precisamente, sale otra preciosa chica rubia más o menos de la misma edad de la que le sigue mirando. Va vestida del mismo estilo. Casualmente, se dirige hasta el lugar en el que está la otra. ¿Son amigas? Deben de serlo pues se ponen a conversar. La primera de ellas tiene que estar contando alguna historia interesante porque la recién llegada escucha atentamente. Cuando termina de hablar, las dos miran hacia Ángel. Definitivamente, sí era a él a quien estaba mirando aquella chica. Avergonzado, sonríe y saluda con la mano. Pero lo que recibe a cambio es el dedo corazón levantado de la que acaba de salir del probador. Lee un insulto en sus labios y, para la sorpresa del periodista, le da un beso en la boca a la otra chica. Se agarran de la mano y se marchan de la tienda después de atravesar la multitud del centro. Los ojos de Ángel se abren como platos, o más bien como ensaladeras.

Un par de minutos más tarde aparece Sandra con el conjunto que se ha probado en la mano.

—Me lo quedo.

—Vale —responde aún sorprendido por lo que ha sucedido.

—Me encanta la lencería roja.

—Es bonita.

—¿Te pasa algo? Estás como en estado de shock —le dice Sandra, que mira hacia el lugar junto a la escalera donde estaba la chica rubia de los ojos verdes—. ¿Ya se ha ido tu amiga?

—Sí, eso parece.

Ángel le cuenta lo que ha pasado y esta estalla en una gran carcajada.

—Si es que, al ligar con todas, te arriesgas a cosas así.

—Pero si yo no he ligado con... Da igual.

—Tranquilo, te creo. Y ahora, ¿me dejas tu tarjeta de crédito?

Capítulo 73

Ese día de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

—¿Qué has dicho?

—Eso. Que ayer me lié con Armando.

—¿Es una broma?

—No, no es ninguna broma.

—No me lo puedo creer.

—Lo siento, no debió pasar, pero pasó.

Miriam cierra los ojos y mira hacia el suelo. Es difícil de aceptar.

Ninguno de los que están en la cocina dice nada. Silencio. En el silencio que está repleto de tensión. Todos observan a la mayor de las Sugus y esperan su reacción. También Cris, a la que le tiembla el cuerpo después de soltarle aquello a su amiga.

Por fin, la chica parece que va a hablar. Observa primero a Cristina, luego a su novio y finalmente a Paula.

—¿Todos lo sabíais? —pregunta con la voz quebrada.

—Solo ellos dos —responde Cris, señalando a Alan y a Paula—. Tu hermano y Diana no se han enterado de nada.

—Ah.

Miriam vuelve a agachar la cabeza y se sienta en una silla. Mira hacia la pared e intenta pensar.

Los segundos caen como losas, como si alguien hubiese parado el tiempo.

—Perdóname, cariño. Habíamos bebido y... —intenta disculparse Armando, que se acerca hasta ella.

—No me hables más, cabrón —susurra, sollozando, girándose hacia él bruscamente—. No me vuelvas a hablar más en tu vida.

—Fue un momento de...

—Te he dicho que no me hables más. ¿No lo has entendido, gilipollas? ¡Que no me hables más! —grita de forma agónica y desesperada.

El joven se aleja de ella, amedrentado. Nunca la había visto así. Tampoco sus amigas. A Cris se le forma un nudo en la garganta. Le cuesta respirar y tiene muchísimas ganas de llorar. Aquella situación es culpa suya. Ahora incluso tiene dudas de si ha acertado contándoselo.

—Tranquilízate, Miriam —le pide Paula.

—¿Que me tranquilice? ¡Mi novio me ha puesto los cuernos con mi mejor amiga y quieres que me tranquilice! —exclama levantándose.

—Ya está hecho —añade Alan—. No ganas nada gritando así. Es una absoluta pérdida de tiempo.

—¡Tú cállate, que nadie te ha pedido tu opinión!

—No me has pedido mi opinión, pero te la doy. Si no te hubieras emborrachado, ellos no habrían hecho nada —prosigue el francés.

—¿Qué? ¿Me estás echando la culpa a mí?

—Tú tienes parte de ella.

—¿Pero me estás tomando el pelo?

Aquello le hace perder completamente los nervios. Miriam camina hasta Alan y coloca su rostro muy cerca del suyo, amenazante.

—Que te pongas así no arregla nada. Lo que está hecho, no se puede cambiar. Tu novio y Cristina ya se liaron. Y lo hicieron mientras tú dormías la mona.

—Pero tú eres...

Paula acude hasta ellos, se pone en medio y los separa antes de que la chica termine de descontrolarse.

—Tú no tienes ninguna culpa —interviene Cris—. La culpa es totalmente mía. Lo que hice no tiene perdón.

—Y no te voy a perdonar —señala Miriam, volviéndose hacia ella—. Esto que has hecho no te lo voy a perdonar nunca. Este, al fin y al cabo, es un muerto de hambre con el que me enrollaba y me lo pasaba bien. Pero tú eras mi amiga.

—Lo siento.

No, no lo sientes. Si lo sintieras de verdad, deberías haber pensado antes lo que hacías. Las disculpas ahora no sirven de nada.

—Tienes razón —reconoce Cris—. No tengo excusa. Y todo lo que me digas está justificado.

Miriam se sienta otra vez. La cabeza le va a estallar. Está como en una nube en la que no termina de procesar lo que está pasando en aquella cocina. Cierra los ojos de nuevo y se pone las manos en la cara. Paula se aproxima a ella, andando casi de puntillas. Coge otra silla y se sienta junto a su amiga.

—Y tú lo sabías y no me has dicho nada —le dice en voz baja, sin mirarla.

—Sí. Pero no era yo la que tenía que contártelo. Entiéndeme.

—Yo no entiendo nada. Esto es... una pesadilla.

Cristina no lo aguanta más. Está desolada. Es la responsable de que su amiga esté sufriendo de esa manera. Siente la ira en su mirada. Eso es lo que más le duele. Es algo insoportable. Sin pronunciar ni una palabra más, sale de la cocina a toda prisa.

El resto ve cómo se marcha.

—Voy con ella —dice Paula, poniéndose de pie.

—Te importa ella más que yo, ¿no? —pregunta Miriam.

La chica se detiene.

—No, no me importa más que tú. Pero ella también necesita apoyo.

—¿Y yo? ¿No lo necesito?

—Sí. Claro, que sí.

—Comprendo que vosotras sois amigas desde hace más tiempo y que, además, os habéis unido mucho en estos meses. Pero ha sido ella la que me ha traicionado a mí.

—Lo sé, Miriam. Pero como tú has dicho, Cris ha estado a mi lado todo este tiempo en el que yo estaba mal. Sé que ha sido ella la que ha metido la pata y que lo que ha hecho está fatal. Pero no voy a dejarla sola.

—Tú sabrás lo que haces —señala desafiante.

Las dos comprenden que aquella no es una elección cualquiera. Es como si Paula ya hubiera decidido el bando en el que posicionarse. Aunque ambas saben que Cris es la culpable, estar al lado de una u otra en ese momento es muy significativo. Tanto que podría definir en el futuro las relaciones dentro y fuera del grupo.

—Lo siento. No puedo dejarla sola ahora —dice Paula, con dolor. Y también sale de la cocina.

Menudo compromiso en el que se ha visto envuelta. Pero está haciendo lo que su corazón le dicta. Es verdad que Cris es la que ha provocado todo ese lío, la que conscientemente se ha enrollado con el novio de su amiga. Y que lo más justo sería permanecer junto a Miriam. Sin embargo, cree que las dos, por motivos diferentes, lo van a pasar igual de mal, y ella tiene que estar con la más débil y con la que más le ha ayudado.

Sube la escalera deprisa. Imagina que su amiga se ha refugiado en la habitación. Pero, cuando llega al dormitorio que comparten, no la encuentra allí. Su mochila sí que está, así que de la casa no se ha marchado. Por un instante, pensó que podía haber hecho como Diana. Entonces, ¿dónde se ha metido?

Mira por el gran ventanal del cuarto. Y a lo lejos, la ve. Está sentada en el suelo, con las piernas encogidas y la cabeza entre ellas, en el centro de aquel laberinto de setos. La imagen transmite muchísima tristeza.

¿Cómo un tío, un momento de placer, un lío de una noche, puede originar algo así?

Paula deja la habitación, atraviesa el interminable pasillo de la primera planta y baja otra vez la escalera. Oye gritos en la cocina. Solo se escucha a Miriam, posiblemente chillándole a Armando. Tiene la tentación de ir hasta allí, pero hay otra persona que ahora necesita que acuda junto a ella. Sale de la casa y camina hacia la zona en la que se encuentra el laberinto de setos.

Nunca había visto uno de cerca, solo en las películas de miedo. Y le impresiona: altísimos bloques de arbustos se elevan en i ci (ángulos perfectos, formando largas calles que se comunican entre sí. ¿Sabrá llegar hasta Cris? Desde el ventanal de su habitación la vio más o menos en el centro. Pero ¿dónde estaba exactamente el centro?

La chica entra en el laberinto y camina por un largo y ancho sendero, hasta que llega a un punto en el que tiene que elegir si continuar recto o ir a la derecha. Decide seguir en línea recta y de nuevo vuelve a tener dos alternativas: izquierda o derecha. Duda. Es todo igual. Izquierda. Luego una calle hacia la derecha. Y otra a la izquierda. ¿Pero dónde está su amiga?

Se está empezando a cansar de tanto andar. Así que opta por la solución más sencilla.

—¡Cris! ¡Cris! —grita lo más fuerte que puede.

Nadie responde. Mierda. ¿Habrá vuelto a la casa?

Vuelve a intentarlo y afortunadamente para ella, esta vez sí que hay respuesta.

—¡Paula! ¡Estoy aquí! —exclama la chica.

—¿Aquí, dónde?

—¡Pues aquí!

La voz proviene de la zona izquierda. Paula camina en esa dirección. Parece que de una vez por todas va bien encaminada. Nunca ha sido una experta en orientación.

Por fin, la encuentra. Continúa en la misma posición que cuando la vio desde la ventana de su habitación. Sentada, triste. Cabizbaja.

—¿Qué haces aquí?

—No lo sé —responde en voz baja—. Pensar.

Paula se sienta a su lado.

—¿En qué piensas?

—¿Tú qué crees?

—Ya. —Paula saca un pañuelo de papel del bolsillo y se seca la frente—. ¿Por qué no nos vamos a la casa? Aquí hace calor.

—Vete tú.

—Sin ti no me voy a ninguna parte.

—Yo no puedo estar cerca de Miriam y de Armando.

—No tienes por qué estar con ellos. La casa es enorme.

—Seguro que me los encuentro una y otra vez.

—No seas gafe.

—Lo que soy es una estúpida. ¡Cómo me he podido liar con él!

Cristina resopla y vuelve a esconder la cabeza entre las piernas. Paula la observa apenada. No solo le duele verla así, sino que no sabe cómo ayudarla. Estar junto a ella es lo único que en ese momento puede hacer.

—No eres una estúpida. Has cometido un error muy gordo, pero yo te sigo queriendo igual.

Y la abraza.

—Pero Miriam me odia.

—Es normal. Se acaba de enterar de que su novio le ha puesto los cuernos contigo. Dale tiempo.

—¿Tiempo para que pueda planificar mi asesinato?

—No seas...

Los pasos de alguien que camina hacia ellas interrumpen lo que va a decir. Las dos chicas miran hacia el final de la calle en la que se encuentran. El que aparece no es otro que Alan.

—Tú nos persigues, ¿verdad? —comenta Paula en cuanto lo ve llegar.

—Algo por el estilo. Aunque esta vez a la que venía a buscar es a Cristina, no a ti.

—Ah, gracias. Muy amable.

El francés se sienta junto a las chicas.

—No tienes que estar mal por lo que has hecho —le suelta directamente a Cris, mirándola a los ojos—. Es tu amiga y todo eso, pero ya no puedes dar marcha atrás.

—No es tan sencillo.

—Sí lo es. Si Armando se lió contigo fue porque pudo hacerlo y porque además quiso. ¿Y dónde estaba Miriam?

—Eso no es un motivo.

—A ti te gustaba ese tío, aunque a mí me parece lelo. No es inteligente y le falta clase. No sé qué le veías. Pero bueno, el caso es que te gustaba. Y se dio la oportunidad. Que sea el novio ile tu amiga es solo una anécdota. Porque, si se enrolló contigo, y se olvidó de ella, un santo tampoco debe de ser. Quizá la has salvado de algo peor.

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