—Que no la quiero lo suficiente. Que no la miro como te miraba a ti.
Aquellas palabras hacen muchísimo daño en el corazón de Paula. ¿Ella es la causa de la ruptura? Aunque en la comida Diana la señaló como la pareja perfecta para Mario, no puede creer lo que oye.
—¿Diana piensa que tú me quieres a mí? ¡Es una locura!
—No olvida lo que antes sentía por ti y cree que eso sigue igual.
—Voy a hablar con ella —dice poniéndose de pie enérgicamente.
—No. Déjala. Ahora está descansando —indica el chico, agarrándola de la mano para impedir que vaya—. Es mejor que la dejes tranquila o la tomará contigo también.
—Pero es que está cometiendo un error. Un grave error...
—Es su decisión.
Mario resopla. Paula vuelve a sentarse en el escalón a su lado. Coge la mano de su amigo y la acaricia. Nunca imaginó que una caricia de la chica de sus sueños pudiera saberle a tan poco.
—Y entonces..., ¿ya está? ¿Fin?
—Eso parece.
—¿No vas a luchar por ella? ¿Por lo vuestro?
—No sé qué voy a hacer. Ella es muy impulsiva y testaruda. Bueno, qué te voy a contar a ti, que la conoces mejor que yo. Convencerle de otra cosa diferente a la que piensa es prácticamente imposible.
—Y se le ha metido en la cabeza que tú estás enamorado de mí y no de ella.
—Sí.
Paula suelta la mano de Mario y se la pone en la cara. Está sufriendo de impotencia, de rabia por no poder hacer nada. Primero estropeó su relación con Ángel y ahora se carga la de Diana y Mario. Aunque indirectamente, ella es la responsable de la ruptura de sus amigos.
—Es que es tan injusto que terminéis así —continúa diciendo, ahora con los ojos llorosos y apretando los puños—. ¿Y si solo es un arrebato?
—No ha sido solo un arrebato. Me ha dicho que me deja. Que no quiere seguir —responde él apenado, intentando aguantar las lágrimas. No se quiere derrumbar delante de su amiga—. Lleva todo el día rara. Pero sus últimas palabras han sido muy claras. ¡Y pensar que hace nada estábamos abrazados en el cuarto de baño y me decía lo mucho que me quería...!
La chica lo mira extrañada.
—¿En el cuarto de baño?
—Sí... Diana se sintió mal y se encerró dentro. Cuando entré, me la encontré vomitando.
—¿Qué? ¿Por qué no nos habéis contado nada?
—Ella no quería preocuparos. Me pidió que no dijera nada, que seguro que se le pasaba pronto.
La mente de Paula hace especulaciones. Esta mañana la chica se mareó y más tarde estuvo vomitando. Pero eso que piensa no puede ser. Sin embargo, si su conjetura fuera cierta, explicaría el comportamiento de Diana.
—¿Te puedo hacer una pregunta indiscreta? —dice, incómoda por el atrevimiento.
Mario imagina lo que va a venir a continuación. Pero no se opone.
—Vale.
—Tú y Diana..., ¿lo habéis... hecho?
—Sí —responde el chico tímidamente, enrojeciendo.
—Y... ¿cuándo fue la primera vez?
—Ayer. Lo sé. El niño no sería mío —contesta ahora más rotundo, hasta con frialdad.
—Tú también lo has pensado...
—Sí. Llevo dándole vueltas a eso desde que me la encontré en el baño vomitando e hice la misma suposición que tú.
—Uff.
Ambos se callan unos segundos. Paula no quiere decir nada que pueda hacerle más daño.
—Entonces, ¿tú crees que Diana me ha dejado porque está embarazada? —suelta Mario, repentinamente.
—No lo sé. Que vomite y se maree no quiere decir que esté embarazada. Puede ser cualquier virus, o que le ha sentado mal algo. No sé.
—Pero es lo que piensas.
—No, no pienso eso. Es simplemente una posibilidad.
—Una posibilidad que cuadra: mareos, vómitos, cambios anímicos... Tiene todos los síntomas.
—Dicho así... Pero hay algo que no me termina de cuadrar.
—¿El qué?
—Que Diana te quiere. Te quiere mucho. Eso se ve. Y se ha enamorado de ti. Si estuviera embarazada, ¿no crees que te lo hubiera dicho y habríais afrontado el problema juntos?
Un nuevo suspiro. Va a terminar volviéndose loco. No está preparado para todo aquello. Quizá por eso Diana decidió cortar. Es demasiado niño, un crío todavía. Y aquello es un asunto muy grande. Hace tres meses ni tan siquiera había besado a una chica y estaba enamorado en silencio de alguien imposible. Ahora su novia, o ex novia, está presuntamente embarazada de otro chico. Hace un día que él perdió la virginidad y el corazón lo tiene partido por la mitad. Demasiado para tan poco tiempo.
—Dejémoslo ya. No puedo más.
—Deberías hablar con Diana.
—No quiero hablar con nadie. Quiero irme a mi casa —dice, y se pone de pie.
—¿Cómo? No puedes irte ahora.
—Es que no puedo más. Mi cerebro está totalmente bloqueado. Estoy superado.
Paula también se pone de pie y lo mira a los ojos. Está llorando. Y a ella le entran unas ganas inmensas de llorar también. Pero debe serenarse, tiene que ayudarle, calmarlo. Cierra los ojos y lo abraza. Con fuerza y dulzura, con intensidad. El chico cierra los suyos y se apoya en su hombro, mientras las lágrimas se derraman incontrolables.
—Tranquilo, tranquilo —le susurra al oído.
Y le pone la mano en la nuca, acariciándole el pelo suavemente.
—Todo se arreglará. Ya lo verás.
Las lágrimas de Mario bañan el hombro de Paula. Está hundido y sobrepasado por la situación. Su llanto no tiene freno. Se siente mal, como nunca antes. Aunque dentro de poco, otra de las personas que están en la casa se sentirá tan mal como él. Pero los motivos serán distintos. Totalmente distintos.
Esa tarde de finales de junio, en un lugar de la ciudad.
Sus piernas coinciden debajo de la mesa. Se miran y sonríen. Aunque aquel Vip's está completamente lleno, para Sandra solo existe Ángel.
—¿Quieres que vayamos al cine?
—Vale. ¿Qué película quieres ver?
Sandra reflexiona un instante. Los dos tienen la tarde libre en la redacción. Ella se las ha arreglado para hacer que sus turnos coincidan dentro y fuera del periódico y así poder pasar más tiempo juntos.
—No sé, cualquiera... ¿Qué te parece
Crepúsculo
?
—¿
Crepúsculo
? No sabía que te gustaban los vampiros —comenta Ángel.
—Pues me encantan...
La chica recuerda en ese momento algo que leyó en un correo que le mandaron a la redacción.
—Cerca de aquí hay un cine donde la ponen. ¿Te apetece que vayamos a verla?
A Ángel no le entusiasma mucho la idea, pero no quiere llevarle la contraria.
—Si te apetece... —responde sonriente—. Me sorprende que, con veinticinco años, seas tan fan de los vampiros.
—Y de los hombres lobo —añade Sandra, poniendo una mano en su pierna—. Hay muchas cosas de mí que todavía no sabes.
Sonríe picara y sorbe su batido de fresa. Le encanta pasar el tiempo con él. Ángel es el chico perfecto. ¡Y es suyo!
—Ya las iré descubriendo.
—Podemos jugar a una cosa si quieres.
—¿Jugar a qué?
Al periodista entonces le viene a la cabeza algo que había olvidado por completo. De pronto ha recordado el día en el que Paula y él desayunaron chocolate con churros en una cafetería. La chica le planteó un juego en el que, con los ojos tapados, uno debía darle de comer al otro. Pero Paula le engañó, se quitó la venda y le manchó a propósito toda la cara de chocolate. El sabor de sus labios, de sus besos... Es como si acabara de pasar.
—¿Ángel? ¿Me estás escuchando?
No. No la estaba oyendo. Aquel recuerdo le ha provocado una tristeza infinita. Pero debe disimular.
—Claro que te estoy escuchando —contesta, sonriente.
—¿Sí? ¿Qué he dicho?
—Pues...
El chico se pone de pie, se inclina hacia delante y la besa en los labios. Sabe a fresa. Sandra cierra los ojos y se deja llevar. Uff. Cuando terminan, Ángel se sienta de nuevo y sonríe. Ella se muerde los labios. Le tiembla todo el cuerpo.
—No puedes hacer estas cosas en público.
—¿No? ¿Por qué?
—Porque...
El periodista se levanta otra vez y vuelve a besarla sin dejarle que termine la frase.
—¿A qué quieres jugar? —pregunta, una vez que se sienta de nuevo.
—¿Crees que con un..., dos besos... vas a ocultar que no te estabas enterando de nada de lo que te estaba diciendo? ¡A mí con cortinas de humo!
Ángel sonríe. Sabía que no lo pasaría por alto, pero al menos ha reducido su posible enfado.
—Me has pillado. Perdona. ¿Qué me decías?
—¡Ya te vale...! —protesta, poniéndose muy seria. Sin embargo, rápidamente, cambia la expresión de su cara y sonríe—. Pero lo has arreglado muy bien. A partir de ahora, quiero disculpas así.
—Me esforzaré para satisfacerte.
—Buen chico... Pues lo que te decía era que no es exactamente un juego a lo que me refería, sino un carrusel de preguntas y respuestas para ver cuánto nos conocemos. ¿Qué te parece?
—Es interesante. Pero creo que yo sé más de ti que tú de mí.
—¡Ja! No intentes picarme...
—Lo conseguiría.
—Sí. Por eso, antes de que continúes desafiándome absurdamente, pregúntame algo sobre ti.
—¿Cualquier cosa?
—Cualquier cosa.
—¿Y cómo sabremos que no cambiamos la respuesta?
—¿Qué pasa? ¿No confías en mí?
—Claro que sí. Pero...
—¡Qué pesado...! Espera.
Sandra abre su bolso y saca dos bolígrafos. Le entrega uno a Ángel y Se queda ella con el otro. Luego coge una servilleta de papel y le da otra a su novio.
—Solucionado. Escribimos aquí las respuestas. ¿Contento?
—Perfecto. Así no me harás trampas.
—Venga, pregunta —dice resoplando. Aunque luego sonríe y da un sorbo del batido de fresa, mirándole cariñosamente.
El periodista piensa unos segundos y por fin se decide. Apunta la respuesta en el papel y lanza su pregunta:
—¿Mi canción preferida?
—¡Bah! Eso es muy sencillo:
Somebody told me
, de The Killers —responde, pronunciando perfectamente en inglés.
—¿Era tan obvio?
Ángel le da la vuelta a la servilleta y descubre lo que ha escrito. Sandra tiene razón.
—Mucho. Es una pregunta de nivel básico... Me toca. —Piensa varios segundos y cuando la tiene, anota la solución—. ¿Qué quería ser de pequeña?
—¿Periodista...?—dice, aunque muy inseguro.
—¡Exacto! Siempre lo tuve muy claro. Ni astronauta, ni enfermera, ni abogada. Siempre quise ser lo que soy. Tu turno.
—¿Cuál es la comida que más odio?
—¡Las lentejas! —exclama. El chico le da la razón asintiendo con la cabeza y le enseña la palabra escrita—. ¿Mi camiseta favorita?
—Una negra que tiene dibujada una chica con sombrero en blanco.
—¡Correcto!
—Era fácil. Me toca. Mmm... ¿Adónde fui de viaje con mi clase cuando terminé la universidad?
Sandra se lo piensa mientras Ángel escribe la solución en la servilleta. Cree haber visto alguna foto...
—Lo tengo. A New York.
—Efectivamente.
Y le muestra las siglas NY.
—¿Cuáles son mis dibujos animados preferidos? —pregunta entonces Sandra.
—¿Te gustan los dibujos animados?
—Ya no, pero antes me encantaban. Sobre todo unos. Tengo hasta una mochila que ya no uso relacionada con esos dibujos.
—Mmm.
Ángel intenta recordar, pero no le viene nada a la cabeza. Piensa. Da un trago de su batido de vainilla. Nada. No lo sabe.
—¿Te rindes?
—Sí. Sorpréndeme.
—¡Las Supernenas! Pétalo, Burbuja y Cactus. ¿Tú las has visto alguna vez?
—No.
El periodista se queda perplejo con la respuesta. «Llevaré una mochila fucsia de las Supernenas.» Qué casualidad tan cruel. El destino sigue jugando en su contra y se niega a que la olvide.
—¿Te pasa algo, Ángel? Te has puesto blanco.
—No. Tranquila. Estoy bien. Solo es que...
Y se pone de pie. Sandra cree que la va a volver a besar, pero en esta oportunidad el chico no lo hace y toma un camino distinto.
—¿Adónde vas?
—Al baño. Ahora vengo.
Camina hacia las escaleras que conducen hasta la planta baja donde están los baños del Vip's.— Pensativo. Ausente. Ella ha vuelto a aparecer en su vida. Ayer físicamente, hoy en forma de recuerdos. Y no puede olvidarla. Ese sentimiento que había desaparecido ahora brota de nuevo, poco a poco, pero constante. No es que no quiera a Sandra. Es muy extraño. Tiene la sensación de que algo que tuvo que ser no fue. Y que le ahoga y no le permite ser quien es. Sufrió durante muchas semanas. Encontró a una chica ideal. Pero ahora..., ¿cuál es la verdadera realidad que le dicta su corazón?
Una noche de abril, en un hotel de Disneyland-Paris.
Está tumbado en la cama, apoyado sobre un costado, y observa cómo Paula entra en el cuarto de baño. Completamente desnuda. Se va a dar una ducha después de haber hecho el amor por primera vez. Pero las emociones de Ángel son totalmente contradictorias, muy distintas a como las había imaginado. No está feliz. Se han dejado llevar por un arrebato pasional y no está seguro de que eso haya sido lo mejor.
Ella también lo ha sentido de esa manera. Cuando todo terminó, se sintió muy rara, y sin saber cómo actuar. Le dio un beso en la mejilla y luego otro en los labios, pero no sintió amor. O no esa clase de amor. Ángel había captado aquella frialdad con la que Paula se mostró después de haber perdido la virginidad. Y eso no debería haber sido así.
Ni siquiera le ha pedido que se duche con ella.
¿Cuáles son realmente sus sentimientos? ¿Que hayan hecho el amor significa que van a volver a estar juntos? Esas dudas le están matando en esos minutos eternos en los que solo se escucha caer los chorros de agua a escasos metros de distancia. Quizá Paula está algo más lejos.
Tal vez lo mejor hubiera sido hablar. Aclarar las cosas primero y no caer en la tentación que las circunstancias habían provocado.
Ensimismado en sus reflexiones, escucha cómo llaman a la puerta de la 601. El agua deja de caer y se vuelve a oír cómo alguien sigue llamando a la habitación.
—¡Ángel, abre, por favor! —grita la chica desde el interior del cuarto de baño.
El periodista duda un instante, pero rápidamente se pone el pantalón y la camisa que llevaba antes y se dirige a la puerta. ¿Y si son los padres de Paula? ¿Qué les dice? Pero no hay tiempo para pensar ya que vuelven a llamar. Nervioso, abre y delante se encuentra a un chico bastante más bajo que él, rubio, con el pelo alborotado, vestido muy elegante: chaqué y pajarita.