Diana está harta de oír eso y de que piensen lo contrario. Además, por mucho que ellos digan ahora, está convencida de que Mario no está enamorado de ella. Y eso le duele en lo más profundo de su corazón.
—Estoy cansada. Me voy a dormir un rato.
—Pero Diana...
Mario se levanta también, pero la chica le indica que no con la mano.
—Quiero estar sola. Necesito estar tranquila, por favor. —Y entra corriendo en la casa.
El chico no le hace caso y camina detrás de su novia. Diana va muy deprisa, por lo que él se tiene que esforzar para estar cerca de ella. La chica se da cuenta y se gira bruscamente.
—¿No te he dicho que quiero estar sola?
—No te voy a dejar sola.
—Pues deberías. Es lo que quiero.
Pero Mario vuelve a desobedecerle y continua detrás mientras sube las escaleras.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué te comportas así? —pregunta Mario en un tono amable.
—¿Y tú? ¿Por qué te comportas así tú?
No sabe a qué se refiere.
—¿Yo? No he hecho nada... —responde el chico desconcertado.
—¿No? ¿No has hecho nada?
—Dime qué es lo que he hecho que te ha molestado tanto —le pide Mario sin perder la calma.
Diana hace un gesto despectivo con la mano y entra en la habitación. Su novio lo hace también.
—No me vas a dejar tranquila, ¿verdad?
—No hasta que me cuentes qué he hecho para que estés así.
—No es una cosa, Mario. Es una tras otra.
—¿Cómo que una tras otra? No te entiendo.
La chica resopla y se sienta en la cama. Coge la almohada y la abraza.
—No dejas de mirarla, de sonreírle. Te he visto. Lo llevo viendo desde siempre.
—¿De quién hablas? ¿De Paula?
—Sí. Ella te sigue gustando. Lo noto.
—Eso no es cierto. La que me gusta eres tú, por eso estoy contigo.
Pero aquellas palabras hacen sembrar más dudas en ella. No le cree. Le encantaría hacerlo, pero está convencida de que esa no es la verdad.
—Lo siento, Mario. No te creo.
—¿Qué tengo que hacer para que lo hagas? Te estoy diciendo que la que me gusta eres tú.
—A mí nunca me has mirado como la miras a ella.
—¡Vamos, Diana! ¿Con quién tuve ayer mi primera vez? ¿Contigo o con Paula?
—Conmigo, pero porque ella no te quiso. Pero tú sí la sigues queriendo.
—Lo de Paula está superado. No la quiero. Solo es mi amiga.
—Lo siento.
Diana se tumba en la cama boca abajo con la almohada en la cabeza. Luego se da la vuelta apartándola y contempla el rostro de Mario. Más afilado, más maduro, más seguro. Sí, está mucho más guapo que antes. Y le quiere. Le quiere tanto. Pero...
—¿Entonces?
—Entonces es mejor que lo dejemos —sentencia la chica.
Aquella frase retumba en el corazón de ambos. Explota en sus cabezas. Y se refleja en sus ojos, que se humedecen a la misma velocidad con la que parpadean.
—¿Quieres cortar conmigo? ¿Estás segura?
Diana asiente con la cabeza. No le salen las palabras. Marie) agacha la cabeza y resopla.
—Lo siento —termina diciendo ella, balbuceando.
—Y yo.
—Lo siento, Mario —repite, y esconde de nuevo su cabeza bajo la almohada donde desahogará sus lágrimas.
—Te dejo que descanses. Hasta luego.
Y, sin poder volver a mirarla, abandona la habitación compungido. Nunca habría esperado algo así. Y le duele. Le duele más que aquel día en el que Paula le rechazó. Mucho más.
Ese día de finales de junio, en un lugar alejado de la ciudad.
—¡No puedo comer nada más! —exclama Katia, y resopla.
—¿Ni un café?
—¿Está hecho?
—No, pero enseguida lo hago. A mí también me apetece.
—Pues entonces, vale. Tomemos ese café.
La chica sonríe y se levanta para quitar los platos de la mesa, pero Alex se anticipa y los recoge él.
—No. Esto lo hago yo. Tú quédate aquí sentada.
—Déjame ayudarte.
—No, eres mi invitada. Espérame aquí.
—¿Y qué hago mientras?
—Lee.
El chico sale del salón en el que han comido y entra en la cocina. Pues no es mala idea. Katia se acerca al sillón en el que dejó el libro, Tras la pared, y lo abre por la página en la que se quedó.
Era una chica verdaderamente extraña. Una de esas a las que te quedas mirando sin saber si realmente pertenece a este planeta. Pero ya me caía bien. ¡Era una de las 1151 personas que habían comprado mi libro! Y eso no lo podía pasar por alto.
Sin
embargo, eso no era todo...
—¡Mira! —gritó a su regreso.
Y entonces me quedé perplejo, estupefacto, asombrado..., por adjetivarlo de alguna manera. Aquella chica traía consigo una carpeta forrada con imágenes de la portada del libro y fotos mías, que Dios sabe de dónde las habría sacado.
—Pero ¿y esto?
—¡Eres tú!
—Ya lo veo.
—Soy tu mayor fan. ..Bueno, una amiga mía y yo. Tenemos un club y todo, pero como somos dos solamente, nos dio vergüenza escribirte para que vinieras a inaugurarlo. Pero les hablamos a todas nuestras amigas del gran Julián Montalbán.
Aquello ya era demasiado. Jamás mis oídos habían oído algo tan sumamente... ¿surrealista? ¡Yo, con un club de fans! Pero de solo dos personas. ¿Qué hacía? ¿Le daba las gracias o me reía a carcajadas de aquella situación estrambótica? Opté por la primera.
—Muchas gracias por la promoción. No sabía que había gente con esa devoción.
—¿Bromeas? Eres buenísimo.
—Gracias.
—Por cierto, me llamo Luna. No te lo había dicho, ¿verdad?
—No.
Pero yo había intuido un nombre así: Luna, Aura, Estrella, Constelación..., algo poco terrícola.
—¿Puedo darte dos besos?
Y, sin esperar mi respuesta, se abalanzó sobre mí y me asestó sendos besos, uno en cada mejilla. Luego se puso a dar saltitos y a apretar con fuerza la carpeta contra su pecho. Mi grado de incredulidad acababa de rebosar.
—¡Ya verás cuando se lo cuente a Luna! ¡Se va a morir de envidia!
—¿Luna?
—Sí, es la otra chica del club de fans, mi mejor amiga. Y también se llama Luna. Aunque, para diferenciarnos, a mí me dicen Lunae.
¿Había dicho antes que todo aquello era surrealista?
—Ah, qué casualidad. Y entonces, ¿cómo te llamo?
—Como quieras: Luna, Lunae, Amparo...
—¿Amparo?
—Sí, mi nombre completo es Luna Amparo. Si te das cuenta, las iniciales son LA, que son las siglas de Los Ángeles, la ciudad más maravillosa del mundo. ¿No te parece? Aunque, claro, siendo tú tan famoso, habrás visitado muchas...
—Muchas.
¿Sueño? ¡Realidad? Empezaba a dudar de que mi encuentro con LA estuviera pasando de verdad.
—¡Qué guay...! —dijo mirando hacia arriba, desconectando de todo e imaginando que era ella la que viajaba a países lejanos—. Por cierto, ¿a qué has venido? —soltó de repente.
—Es verdad. Ya se me había olvidado. Soy tu vecino de abajo y...
Un grito ensordecedor me saturó los tímpanos. ¿Cabía en alguien tanta emoción?
—¡No me lo puedo creer! ¿Eres mi vecino? ¡Ya verás cuando se lo cuente a Luna!
—Parece que tendréis mucho de qué hablar...
—¡Madre mía! ¡Julián Montalbán, mi vecino! —Y me abrazó.
Sonreía a duras penas pues LA me estaba apretando el esternón de una forma asfixiante.
—¿Qué tal vas? —pregunta Alex, entrando en la habitación de nuevo y sentándose a su lado.
—Esta Lunae es tremenda —responde Katia, con una sonrisa—. Me encanta el toque surrealista que le has dado a la historia con ella.
—Es divertido escribir así.
—Lo haces genial.
Y, de pronto, desaparecen las palabras. Los dos se miran a los ojos. En silencio. Solo escuchan el ruido de los pájaros que disfrutan de aquel paraje encantador. No piensan, no actúan, casi ni respiran.
—¡Hola! ¡Ya estoy en casa! —grita una voz femenina desde la puerta de la entrada de la casa, que se abre.
Irene entra alegremente en el salón y ve a Katia y a su hermanastro sentados en el mismo sofá, demasiado juntos. Sin pretenderlo, ambos se habían acercado mucho. Sonríe y se acomoda en una silla enfrente. Parece que ha interrumpido algo. Hace unas semanas la habría matado, pero ahora respira hondo, sonríe y se limita a saludarla con la mano.
—Hola, Irene —responde amablemente Katia, separándose un poco del escritor.
—Hola. ¡Qué pronto has vuelto! —comenta el chico, que se pone de pie.
Un silbido anuncia que el café está listo.
—Sí. Es que el chico con el que quedé, un tipo de treinta y cinco años, resulta que tiene mujer y dos hijos. Cuando me lo ha confesado, le he dado puerta.
—Has hecho bien. Pero ¿por qué no te lo había dicho antes?
—Porque era la primera vez que nos veíamos en persona. Lo conocí en el Twitter, hablamos un par de días por el MSN y no tenía ni idea de eso. Ya sabéis: las cosas de Internet son así...
Alex nueve la cabeza negativamente y entra en la cocina.
—Yo no tengo Twitter —señala Katia, que se ha quedado con ganas de saber qué habría pasado entre ella y Alex de no haber aparecido Irene.
—Ah, pues deberías hacerte uno. Es sencillo y todos los famosos tienen. Tú, con lo conocida que eres y la cantidad de fans que te siguen, arrasarías en followers.
—Me lo plantearé. Hay que estar al día en estas cosas.
Irene se incorpora y se sienta junto a la cantante. Mira hacia la cocina para comprobar que Alex sigue preparando el café y habla en voz baja:
—Oye, entre mi hermanastro y tú, ¿hay algo?
Katia no esperaba esa pregunta y, abriendo mucho los ojos, sonríe sorprendida.
—No. Solo somos amigos.
—Pero ¿te gusta?
—¿Lo vas a poner en la web? —pregunta con una sonrisa, tratando de mostrar tranquilidad.
—Sí. Y cobraré un dineral por la exclusiva.
—Espero mi parte, entonces.
Alex reaparece en el salón con una bandeja con el café. Los tres se sientan y reparten las tazas.
—Te he servido uno. Imaginaba que también querrías.
—Gracias —dice Irene, que coge la suya y sopla—. ¿Lleváis todo el día juntos?
—Sí. Hemos pasado la mañana aquí, hemos comido y hasta se nos ha ocurrido una idea —señala el escritor—. Bueno, se le ha ocurrido a ella.
—¿Ah, sí? ¿Qué idea?
—Cuéntasela tú —le indica Alex a Katia, y da un sorbo a su café.
La cantante deja su taza sobre la mesa y le cuenta a la chica lo que ha pensado: hacer un disco con la temática de Tras la pared en el que no solo cante ella, sino que haya colaboraciones de otros intérpretes, y venderlo con el libro.
—Es una muy buena idea. Aunque esto hay que hablarlo muy bien y mirar todos los aspectos relacionados con los derechos, los costes, las ventas...
—¿Tú podrías hacerlo?
—Claro. Para eso he estudiado. Habría que tratarlo con la editorial y con tu discogràfica.
—Voy a tener que contratarte como representante —dice Katia, sonriente.
Hace casi tres meses rompió su relación con Mauricio Torres, el día después del cumpleaños de Paula. La chica no se presentó al bolo que su representante le había organizado la noche de la fiesta. Fue un error que, después de un cúmulo de ellos, la separó definitivamente de él. Ahora ella era su propia agente, aconsejada por la discogràfica y por su intuición. Irene era la que se estaba encargando de todo lo que tenía que ver con
Amor sin edad
, la canción del libro.
—Pues no estaría mal. Me lo pensaré.
Los tres ríen.
—Entonces, el proyecto te parece bien, ¿no?
—Sí. Aunque es muy complejo. Dame unos días para estudiarlo —concluye—. ¿Y con quién podríamos contar para colaborar?
—Yo he pensado en gente como Robin, Paula Dalli, las raperas Arixx y May, Lidia Guevara... Gente joven que está empezando y que serían perfectas para un álbum así.
—Me parece bien. Alex, tú podrías componer un tema con el saxo y vosotros dos podríais interpretarlo juntos...
Alex no había pensado en eso, pero le seduce crear un tema para su libro.
—Está bien pensado.
—¡Es una gran idea! —exclama la cantante.
Irene sonríe y se pone de pie con su taza en la mano.
—¡Brindemos! —propone. Katia y Alex la imitan, divertidos—. ¡Por
Tras la pared
y su disco! ¡Arrasaremos en el mercado literario y en el musical!
Y las tres tazas chocan en el aire por un propósito que iría más allá de lo que ninguno de ellos había imaginado.
Ese día de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad
¿De verdad han cortado?
Mario no deja de pensar en lo que ha ocurrido hace un momento. Sentado en el último peldaño de la escalera que conduce hasta la primera planta, se pregunta cómo han podido llegar a aquella situación. Tiene las manos apoyadas en la barbilla y las piernas recogidas. Inmóvil. Confuso. En estado de shock. ¿Qué es lo que ha hecho mal?
Unos metros más allá está ella, en aquella maldita habitación, la que debía ser su habitación esa noche. Una noche que habrían pasado juntos. Como una pareja, durmiendo y despertándose al mismo tiempo, uno al lado del otro. Ahora esa unión está rota. Rota para siempre.
En el comienzo de esa escalera, abajo del todo, Paula lo contempla preocupada. No sabe qué ha ocurrido, pero se teme lo peor al ver la triste expresión de su amigo. Su imagen es desalentadora. La chica sube escalón a escalón, nerviosa. Espera más que nunca estar equivocada en sus presagios. Mario, por fin, advierte su presencia. Su mirada es triste, apocada.
—Hola. —El chico le devuelve el saludo con un gesto con la cabeza—. Como tardabais en volver, venía a comprobar que todo estaba bien.
—Gracias por preocuparte.
—No está todo bien, ¿verdad?
Mario niega con la cabeza. Paula resopla y se sienta a su lado.
—¿Qué ha pasado?
—Nada. Simplemente, me ha dejado.
La chica siente un frío intenso en su interior que contrasta con el calor del mediodía de junio.
—¿Habéis roto? ¿Por qué?
—No lo sé muy bien.
—Pero si estabais muy bien... Quiero decir, que teníais vuestras discusiones y eso, como todas las parejas, pero se os veía muy bien a los dos juntos.
—Pues ella no piensa lo mismo.
—¿Qué es lo que piensa?