La chica lo mira por el espejo retrovisor. Está muy serio. Parece algo triste y no ha dicho casi nada desde que salieron del Starbucks. Ella tampoco se atreve a preguntar, pero la curiosidad le come por dentro.
—Muy simpática tu amiga —comenta, sin darle demasiada importancia al asunto.
—¿Qué?
—La niña de antes, la del Starbucks, que es muy simpática.
Ángel tiene los ojos fijos en la carretera. Sabía que Sandra sacaría el tema tarde o temprano.
—Sí. Es una buena chica.
—Se llama Paula, ¿verdad? ¿Qué tiene, quince años?
—No. Diecisiete.
—Ah. No sé calcular la edad de estas adolescentes que van siempre tan pintadas y visten alegremente. Es imposible averiguar si tienen catorce o dieciocho.
El periodista entonces gira la cabeza y la observa. Pero Sandra hace como que no se entera y sigue pendiente de la carretera.
—Tú no hace mucho tiempo que dejaste de ser una adolescente —señala, volviendo a mirar hacia el frente.
—Lo sé. No me lo recuerdes. De todas formas, yo nunca se lo puse tan fácil a los tíos.
—¿A qué te refieres?
Entonces sus miradas se encuentran por primera vez desde que se subieron al coche.
—Vamos, Ángel, no me puedes negar que las chicas de hoy en día se visten de una forma demasiado provocativa y que están dispuestas a todo. Se emborrachan, fuman hasta colocarse y pierden la virginidad a tos trece.
—Estás generalizando demasiado. No creo que todas las adolescentes sean así.
—Ah, ¿no? Pues preséntame a una que no haga esas cosas.
—La acabas de conocer.
Sandra suelta un «¡ja!» que no agrada demasiado a su chico.
—No me puedo creer que esa chica sea diferente a las demás. Y perdona que te lo diga, porque parecéis muy amigos, pero ¿has visto su minifalda?
—Tiene las piernas bonitas, ¿por qué no iba a ponerse una minifalda?
La chica no contesta. Por mucho que Ángel la defienda, ella va a continuar pensando de la misma manera. Ir vestida así es ir provocando. Pero tampoco quiere enfadar a su novio. Van a su casa, habrá cena romántica, harán el amor y no quiere que nada lo estropee. Sin embargo, sigue sintiendo curiosidad por esa Paula.
—¿Hace mucho que os conocéis? —pregunta, volviendo a relajar su tono de voz.
—Unos meses. Salimos juntos.
¿Qué? ¡Juntos! No puede ser. Sandra frena bruscamente en un semáforo que casi se salta.
—¿Cómo que salisteis juntos? ¿De qué me hablas?
—Eso. Que fuimos novios durante un tiempo.
—¿Novios? ¡Pero si le sacas cinco años!
—¿Y qué? Tú me sacas a mí tres.
—Pero no es lo mismo. Tú y yo hacemos buena pareja.
Ángel sonríe. Quizá no tenía que haber dicho nada. Pero no le gustaban las insinuaciones que Sandra estaba haciendo. Ha sido un impulso.
—Paula es mucho más madura de lo que tú crees.
—No lo dudo. Pero no deja de ser una niña. Una menor de edad. ¿No te preocupaba lo que podrían pensar los demás?
—Sinceramente, no. La edad no es algo que condicione una relación. Normalmente, los chicos también son mayores que las chicas, y en nuestro caso es al contrario. ¿Y por eso no podemos gustarnos o salir juntos?
El claxon del coche de atrás apremia para que Sandra siga adelante. El semáforo está en verde. La chica acelera, derrapando.
—Te repito que no es lo mismo. Ella es una cría. No creo que tuvierais muchos gustos en común. Sois de generaciones diferentes. —Silencio. Otro semáforo en rojo. Esta vez sí se da cuenta y frena con tiempo—. ¿Y cómo os conocisteis? —insiste, mirando hacia él.
Ángel resopla. Está empezando a cansarse del interrogatorio de Sandra. Paula pertenece al pasado y le ha costado mucho olvidarla. Demasiado. Verla hoy le ha afectado más de lo que podía imaginar. Y encima todas esas preguntas.
La chica se da cuenta de que su novio está molesto. Quiere saber más: ¿quién rompió?, ¿cuánto duró la relación?, ¿siente todavía algo por ella?... Pero quizá lo mejor ahora mismo sea parar.
—No te preocupes. No me contestes. Es tu vida pasada y yo solo pertenezco a ella desde hace dos meses —indica Sandra, volviendo a arrancar el coche, sonriendo y anticipándose a la respuesta de Ángel.
—No importa. Está bien que preguntes y que quieras saber cosas mías de antes de conocernos. Pero ahora estoy cansado. Ha sido un día estresante. Ya te hablaré tranquilamente de Paula y de otras cosas. ¿Quieres?
—Claro, no te preocupes. Ya hablaremos.
Se deja caer hacia la derecha y le da un beso rápido en los labios, sin dejar de mirar la carretera ni quitar las manos del volante.
Ambos sonríen y continúan el camino hacia la casa del periodista. Regresa la normalidad. Aparentemente. Porque en la mente de Ángel se ha vuelto a despertar un sentimiento que creía completamente olvidado.
Hace unos meses, un día de abril, en un lugar de la ciudad.
Son días horribles. Ángel lleva dos semanas casi sin probar bocado y tres días sin ir a trabajar. Ha puesto como excusa que se encontraba enfermo. Y, en realidad, no se encuentra bien. Después de lo que pasó en el cumpleaños de Paula, nada ha sido igual.
¿Han roto? ¿Se acabó?
No lo entiende. No comprende cómo se puede pasar del todo a la nada en tan poco tiempo. ¿Es que ya no le quiere?
Ahora ella está en Francia, en Disneyland, con su familia. ¿Qué estará haciendo?
La última conversación por teléfono el viernes anterior fue tan fría como un témpano de hielo. Quería oírla. Lo necesitaba.
—Hola, Ángel —respondió Paula al tercer «bip».
—Hola. ¿Cómo estás?
—No muy bien, ¿y tú?
—Fatal.
Un incómodo silencio en la línea. Ambos buscan qué decirse, pero ninguno se decide.
—He suspendido dos —dice por fin la chica.
—Vaya, lo siento.
—Bueno, solo han sido dos. Creía que podía caerme alguna más. Me ha costado mucho concentrarme estos días.
—Me pasa lo mismo. Mis artículos son cada día peores.
—Lo siento.
De nuevo silencio. Y suspiros. De un lado y de otro.
—Paula, ¿has pensado ya en lo nuestro?
—No dejo de hacerlo, Ángel. Y siempre llego a la misma conclusión.
—¿Cuál?
—Que tengo la cabeza echa un lío. Y mi corazón está bloqueado.
—¿Eso significa que no me quieres ya?
—Claro que te quiero. Pero... es difícil, Ángel. Todo es muy complicado.
—¿Eso es que no quieres seguir conmigo?
La chica no responde inmediatamente. Aguarda unos segundos y por fin responde.
—No lo sé, Ángel. No sé nada. Solo sé que todo me cuesta muchísimo.
—¿Estamos rompiendo?
—No lo sé —dice en voz baja—. No lo sé.
De aquello hace casi una semana. Y desde entonces, impotencia. Impotencia por no poder escucharla, por no poder estar junto a ella. Por no saber realmente lo que estaba pasando. ¿Qué puede hacer?
Tumbado en la cama, trata de serenarse, de respirar y buscar algo que le quite de la cabeza a la chica de la que continúa enamorado. Es imposible. ¡Qué agonía!
En ese instante, un pensamiento le cruza por la mente. ¿Y si va a por Paula a Francia? Sí. Podría decirle cuánto la quiere, cuánto le importa. Que la necesita y que no puede vivir sin ella. Mirarla de nuevo a los ojos y arreglar su relación. Insistirle en que no importa lo que le haya pasado, que se olvidara de todo y que se vuelvan a amar.
Un brote de esperanza invade de repente a Ángel. Una posibilidad. Una pequeña luz en aquella oscuridad en la que está inmerso. ¿Es una locura? Sí, quizá. Pero el amor requiere esa clase de locuras.
Decidido: irá a París a por la chica de la que sigue enamorado.
Una tarde de finales de junio, en un lugar de la ciudad.
Abre los ojos. Lentamente. Como en el comienzo de uno de los capítulos de la serie
Perdidos
. Parpadea porque las pestañas se le enredan. Y lo ve a él. Está tumbado a su lado. Pero tiene los ojos abiertos. Parece pensativo. Diana se incorpora y se despereza. Mario la mira y sonríe.
—¿Qué? ¿Has dormido bien?
El chico se inclina sobre ella y la besa.
—Sí. Muy bien —responde, después de saborear los labios de su novio—. ¿Qué hora es?
—Casi las ocho.
—Vaya, sí que he dormido. ¿Hace mucho que has despertado?
—No. Bueno, sí —contesta titubeante—. En realidad no he dormido nada.
—¿No? ¿Y qué has estado haciendo todo este tiempo? ¡Me tenías que haber despertado!
—¿Para qué? Estabas cansada y yo no podía pegar ojo —señala sonriente—. Verás, he estado pensando.
Diana lo mira fijamente. Tiene los ojos iluminados. Le brillan. Está más guapo que de costumbre. Más mayor. Como si hubiera crecido de golpe.
—¿No le habrás estado dando vueltas a...?
El chico sonríe tímidamente. Aparta la mirada y se tapa las piernas con la sábana.
—Sí. Le he estado dando vueltas a lo de antes. No puedo evitarlo. Ha sido mi primera vez. —Hace una pausa y, vergonzoso, añade—. Es normal que no se me vaya de la cabeza, ¿no?
—¿Y a qué conclusión has llegado?
—A que tengo mucho que aprender. Soy muy novato a tu lado.
Diana suelta una carcajada, se sienta en la cama y le revuelve el pelo como si se tratase de un niño pequeño que acaba de pedir perdón por una travesura.
—Tranquilo. Lo has hecho muy bien.
Mario no está demasiado conforme. Sin embargo, no quiere repetirse ni que la chica le compadezca.
Un teléfono suena en ese instante. Es un mensaje.
—Es el mío —señala Diana, que se levanta de la cama.
Pero, al ponerse de pie y caminar hasta la mesa en la que su móvil acaba de sonar, se marea. Incluso tiene que poner una mano sobre la pared para no caerse al suelo.
—¿Estás bien?—pregunta Mario, preocupado, levantándose también y acudiendo a ayudar a su chica.
—Sí, no te preocupes. Solamente ha sido un pequeño mareo al ponerme de pie.
Diana está blanca. Se siente bastante mareada pero saca fuerzas y sonríe a Mario. Luego coge el teléfono y lee en voz alta el mensaje que acaba de recibir: «Al final, ¿venís mañana a lo de Alan? Lo digo para organizamos, quedar e irnos todos juntos en el bus. Contestad lo antes posible. Besos».
—¿Mi hermana?
—Sí, es Miriam —responde la chica, que poco a poco va encontrándose mejor—. ¿Qué le respondo?
Mario suspira. Si por él fuera, la decisión estaría clara. No soporta al francés. Pero cree que a Diana le hace ilusión ir y quizá deba ceder un poco. Al fin y al cabo puede ser un fin de semana interesante.
—¿Sigues queriendo ir? —le pregunta, mirándola a los ojos.
—Puede ser divertido. Tienen piscina, pistas de tenis... Sería un buen sitio para comenzar las vacaciones. —Uff.
La chica se le acerca y lo abraza por la cintura. Pasa la otra mano por su pelo de nuevo, aunque ahora no lo revuelve sino que lo peina delicadamente.
—¿Vamos? —dice con voz melosa.
lo besa en los labios. Pero él rápidamente se separa.
—Estás haciendo trampas. Utilizas tu...
Y lo vuelve a besar sin permitir que termine la frase. Ahora Mario se deja llevar y acaban dejándose caer en la cama. Ella se sienta entre sus piernas y sonríe.
—Entonces, ¿vamos?
El chico mira al techo y refunfuña.
—Está bien. Vamos.
—¡Genial! ¡Voy a escribirle a tu hermana!
Vuelve a besarlo y rápidamente agarra el móvil para mandarle un mensaje a Miriam confirmando que cuenten con ellos. Un plan perfecto para el sábado y el domingo. Pero ninguno de los dos sospecha todo lo que va a dar de sí aquel fin de semana.
En ese instante, aquel día de finales de junio, en otro lugar de la ciudad.
Cristina le lee a Paula el mensaje que Miriam le ha enviado. Le pregunta si va a ir mañana a la casa de los tíos de Alan para quedar todos juntos. Llevan un buen rato sentadas en el banquito de una plaza del centro hablando de ese tema.
—¿Qué le contesto? —pregunta Cris.
—Pues dile que vas. Te apetece mucho, ¿no?
—Sí. Pero ¿y tú? ¿Vienes?
Paula suspira. No lo tiene nada claro. Antes era un no rotundo. Ahora las cosas han cambiado. El encontrarse con Ángel le ha afectado más de lo que podría haber imaginado. Además no iba solo. Aquella chica parecía su novia. Qué pronto se ha olvidado de ella. Aunque no le culpa. No, después de todo lo que ocurrió.
—No creo que sea buena idea que yo vaya, ya te lo he dicho.
—Ya. Y sigo sin comprenderlo. Por mucho que me repitas lo de Alan.
—Es que entre él y yo...
—Lo sé, lo sé... Pero tal vez le tendrías que dar una oportunidad.
El sol sigue iluminando la ciudad. Se refleja en sus piernas, que con la llegada del verano empiezan a broncearse. Los últimos recreos han servido para eso. Ponerse morenas es uno de los principales objetivos antes de la época de piscinas y bikinis.
—No es sencillo, Cris. No sé si ese chico me gusta.
—Te gusta. Y tú a él lo tienes loquito.
—No creo que sea para tanto. Tal vez solo soy una más. No lo conozco lo suficiente para empezar algo con él.
—Y si no le das una oportunidad, ¿cómo lo vas a conocer más?
No responde inmediatamente. Se queda pensativa. No quiere volver a complicarse la vida. Es cierto, aquel chico le atrae más de lo que debería. Aunque por otro lado, si comienza algo con alguien, olvidará a Ángel para siempre.
Ángel. Siempre aparece él. Siempre. ¿No lo había dejado atrás? ¿No eligió estar sola? Sí. Lo decidió. Y sus amigas insistieron en que pasara página. Era lo mejor que podía hacer.
—Tienes razón. Pero no sé si quiero lanzarme a la piscina con Alan.
Cris sonríe y le coge una mano.
—Mira, no tienes que hacer nada con ese chico si no quieres. Ni siquiera este fin de semana. Pero no puedes estar toda tu vida lamentándote y llorando. Lo hecho, hecho está. Ángel es pasado; Alan quizá es el presente y quién sabe si el futuro. A mí me parece un buen chico. Y aquella noche...
El teléfono de Paula suena. Es un SMS. Coge el teléfono y lee el mensaje en silencio.
—Hablando del rey de Roma —dice y suspira.
—¿Es Alan?
—Sí. Me pregunta que si voy a ir mañana. Que debería porque todos vais a ir. Y que seguro que lo pasaremos genial.
—No seas tonta. Ven.
—Es que...