¿Sabes que te quiero? (5 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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Lo sabe, sabe que no la quiere. Sabe que él no está enamorado de ella. Sí, con ella ha sido su primera vez, pero su corazón no le pertenece. Está segura de ello. Está convencida de que Mario a la que realmente quiere es a Paula. Uff.

Tiene ganas de llorar. Se levanta la camiseta y acaricia su vientre. Luego se inclina sujetándose con fuerza contra la pared. Sus manos quedan impresas en los brillantes azulejos. El agua cae con fuerza, la suficiente para ocultar el sonido de su esfuerzo. El ruido de sus arcadas. Su estómago se vacía poco a poco, a medida que su garganta se desgarra en aquella tarde calurosa de junio.

Capítulo 8

Esa tarde de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

Enciende el ordenador y se pone los auriculares. Rápidamente acude a la carpeta donde tiene la música. Duda entre «canciones en italiano» o «canciones en inglés». Paula elige la segunda opción: "temas 2008". Ya está. Chris Brown,
Forever. Play
.

Söhre la silla se contonea y mueve la cabeza al ritmo de la música. Intenta cantarla, pero su inglés no es muy bueno. La ventana sigue abierta, aunque no entra nada de aire. Hace el calor típico de comienzos de verano, tal vez un poco más. Inspira fuerte para comprobar que su habitación no huele a humo. Bien, todo correcto.

Entra en su Tuenti. Le han etiquetado en dos fotos nuevas. Son de esta mañana, en clase. En una sale con el profesor de matemáticas. Ella sonríe, pero él no: ni una sola mueca, ni de agrado, ni de fastidio. Impasible, como si no tuviera sentimientos. «Sois como los Sugus, porque vais cada día de un color diferente y a veces me cuesta tragaros». ¡Qué hombre tan particular!

En la otra imagen aparece con el resto de sus amigas. Foto de fin de curso. Las cuatro juntas. Quizá por última vez. El año que viene posiblemente Miriam repita primero y Cristina cambie de instituto. Diana no sabe lo que va a hacer. Las cosas le han ido mejor que de costumbre y pasará a segundo. Sin duda, Mario ha tenido mucho que ver en que su amiga lo haya aprobado todo. Cuántos cambios en tan poco tiempo.

Y ella, Paula, ¿es la misma?

Un ruidito le avisa de que alguien le escribe en el Messenger. Una lucecita naranja indica que es Cris la que está hablando.

—Hola, Paula.

—Hola.

—¿Has visto ya las fotos? Sales muy bien.

—¡Qué va...! Salgo fatal. No me termino de acostumbrar a verme tan rubia.

—Tú nunca sales mal en las fotos. No como yo. ¡Qué envidia me das!

—No seas tonta. Si estás genial...

Es cierto. Cristina está más guapa que nunca. Además, su relación en los últimos meses ha crecido. Siempre han sido muy amigas, pero desde que pasó todo, la confianza de la una con la otra ha aumentado. Cris ha sido la que más cerca ha estado. Su apoyo en estos meses ha sido fundamental. Y es la única que sabe que fuma.

—Si tú lo dices...

—Claro, tonta. Estás buenísima.

—Ya, claro. Por eso estoy sola.

—Estás sola porque tú quieres, Cris. Ya hemos hablado mucho de eso. Y no estás sola, me tienes a mí.

Un icono amarillo que guiña el ojo completa la frase.

—Bueno. Cambiemos de tema, que me deprimo. ¿Quieres que quedemos para ir al Starbucks?

—No tengo muchas ganas de salir.

—Venga. No te puedes quedar en casa un viernes por la tarde.

—No sería el primero.

—Pues eso no puede ser. Va, que me apetece dar una vuelta.

—Llama a una de estas.

—Están «ocupadas» con sus respectivos.

Paula resopla. No le apetece salir de casa. Pero tampoco quiere dejar a su amiga sola.

—No sé, Cris.

—Invito yo. A uno de esos frapucchinos enormes.

—¿Invitas tú?

—Sí.

Pensándolo bien, no estaría mal salir un rato y desconectar. Hace tiempo que no va al Starbucks. ¿Cuándo fue la última vez? Piensa un instante y lo recuerda. Suspira. Aquel día de marzo. Hace ya tres meses. Fue con Alex, el sábado que repartieron los cuadernillos de su libro por toda la ciudad.

—Está bien. ¿A qué hora quedamos? —responde por fin.

—¡Genial! Sabía que no te resistirías a un frapucchino. ¿Te parece bien dentro de una hora en el centro? —pregunta Cris. —OK.

—Vale. ¿En la esquina de siempre? Como en los viejos tiempos.

—Muy bien. Pues dentro de una hora nos vemos.

—Perfecto. Hasta entonces.

Las dos se despiden con un beso.

Mira instintivamente su reloj. Una hora. Debe darse prisa. Está a punto de cerrar la sesión, pero antes actualiza su Tuenti. Tiene un mensaje privado nuevo. ¿Quién será?

Uff. Alan. ¿Qué querrá ahora? Lo abre y lee detenidamente.

«Hola, Paula. Te pido disculpas si antes te ofendí con el tema de la recarga del móvil. No era mi intención. Sé que entre tú y yo las cosas están un poco... Pero espero que alguna vez me des una oportunidad. Al menos, de ser tu amigo.

¿Por qué no te animas y te vienes con tus amigos este fin de semana a la casa de mis tíos? Lo pasaremos bien. Piénsatelo.

Nada más. Espero que leas este mensaje y no te lo tomes a mal.

Un beso.»

Termina de leerlo, cierra la página y apaga el ordenador. Mueve la cabeza de un lado para otro. Luego suspira. ¿Qué tiene ese chico que tanto le gusta pero que al mismo tiempo le enfada?

De nuevo mira el reloj. Tiene que darse prisa para no llegar tarde.

¡Y por supuesto que no irá a la casa de los tíos de Alan!

Un día del pasado abril, en un lugar de París.

Abre un ojo. ¿Ya es de día? Mira hacia su derecha. Érica duerme, no se ha despertado. ¡Es como una marmota! Qué sueño tan profunde) tiene la pequeña. Otra vez el ruido en la puerta. Alguien está llamando. Echa un vistazo al reloj y comprueba que todavía no son las ocho de la mañana.

Se pone de pie y, arrastrando sus calcetines de las Supernenas, se acerca hasta la entrada.

—¿Sí? ¿Quién es? —pregunta en voz baja.

—Servicio de habitaciones —responde un hombre en un mal español, pronunciando las «c» como «s» y cerrando mucho las vocales.

Pero la chica lo ha entendido. Lo que no comprende es que hace allí un camarero si no ha solicitado el servicio de habitaciones.

—Perdón, creo que se ha equivocado.

—No, no. Habitación 601.

—No hemos pedido nada, señor.

—Desayuno. Habitación seis, cero, uno.

Qué extraño. Aquel hombre no tiene intención de marcharse. Quizá es cosa de sus padres, que quieren que desayunen allí. Aunque no recuerda que anoche le dijeran nada.

Abre la puerta. Delante de ella se encuentra a un hombre alto, muy delgado y con poco pelo. Lleva un carrito con dos bandejas enormes repletas de comida: zumo de naranja, cruasanes, tostadas, cereales, fruta, una cafetera humeante. Incluso hay huevos revueltos y beicon. Todo para dos.

—¡Dios mío! ¡Cuánta comida!

El camarero no dice nada y entra empujando el carrito. Paula enciende la luz y despierta a su hermana.

—¿Qué pasa? —dice la pequeña mientras se despereza. Entonces ve al hombre que acaba de entrar y se sobresalta. Este se da cuenta y guiña un ojo a Érica.

—El desayuno, señorita.

La niña se incorpora. Se restriega los ojos con sus manitas y vuelve a mirar el carrito. ¿Está soñando todavía?

—Creo que tiene que haber un error, señor. Nosotras no hemos pedido que nos traigan el desayuno a la habitación. Además, todo esto es muchísimo.

El camarero sonríe y se encoge de hombros. Luego se mete una mano en el bolsillo y saca un papelito que entrega a Paula. La chica lo recibe extrañada. Lo desdobla y lee en voz baja:

«Ya que no me dejas invitarte a cenar, por lo menos deja que te invite a desayunar. Pero no te lo comas todo, que también es para tu hermana.

Ya nos veremos. Aún te quedan tres días en mi país.

Alan.»

Ahora lo comprende todo. Es cosa de ese francesito descarado.

—Lo siento, señor, pero nosotras no...

Demasiado tarde. Érica está bebiéndose uno de los vasos de zumo de naranja y tiene un cruasán en la mano. El camarero le dice en francés que tenga buen provecho y abandona la habitación 601.

Paula resopla y se sienta al lado de su hermana pequeña. Coge una taza y se sirve café. No le queda otra. «Si no puedes con el enemigo, únete a él», piensa. Al menos, disfrutará de un gran desayuno.

Capítulo 9

Una tarde de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

Un rayo de sol se refleja en la mesa donde Ángel está terminando su artículo. Es un reportaje a media página de un grupo gallego de rock que está siendo la revelación en las últimas semanas. Está un poco agobiado porque debe acabarlo para mañana. Trabajar en un periódico no es lo mismo que hacerlo en una revista. Todo funciona mucho más deprisa.

Teclea con rapidez y, cada vez que escribe una línea, la repasa. Tiene que estar perfecto. Se pone de pie y se inclina apoyando las manos en la mesa.

De pronto siente un golpee ito por detrás, en los pantalones. Gira el cuello sorprendido y descubre a Sandra.

—¿Qué? ¿Cómo va?—pregunta ella, sonriente.

—¿El artículo? Casi terminado.

—No, tonto. Tus pantalones. ¿Se ha quitado la mancha?

El periodista mira hacia abajo. Ya no lo recordaba. Y no, no ha desaparecido del todo. Señala con el dedo la mancha y resopla resignado. Sandra sonríe, comprueba a un lado y a otro que no hay nadie observando y le da un beso en los labios. Cortito, fugaz. Pero muy cariñoso.

—Aquí, no —dice el chico, en voz baja, apartándose.

—Lo sé, lo sé. Pero es que no he podido resistirme.

Ángel se sienta de nuevo frente al ordenador. Hace como si mira la pantalla y continúa hablando en un tono casi inaudible.

—Si se enteran de que estoy liado con la hija del jefe, los chicos me mirarán mal.

—Y si mi padre se entera de que estoy liada contigo, me dirá: «¿Ves?, ya te lo decía yo». Y luego añadirá: «Sandra, ya sabes que no es bueno mezclar el trabajo con el placer».

La chica alcanza una silla de la mesa de al lado y se sienta. Contempla a Ángel. Es guapísimo. A veces no puede evitar sentirse mal por no poder gritarle a todos que es su novio. ¡Que lo sepan! Ese chico es su chico. Y le quiere mucho. Muchísimo. Y sí, la dura y fría Sandra Mirasierra se derrite cada vez que él la mira con aquellos ojazos azules.

—¿Estás muy agobiado?

—Un poco, pero no más de lo habitual. Tengo que terminar esto ya.

—¿Te ayudo?

—No, no te preocupes. Está casi acabado.

—Hay que ver lo cabrona que es tu jefa, que te manda trabajos de un día para otro, ¿eh? Habría que tomar serias medidas. ¿No te parece?

Ángel la mira y sonríe. Esa misma mañana, Sandra fue a despertarlo a casa, hicieron el amor y, mientras desayunaban deprisa y corriendo, le preguntó si se veía capaz de entregar aquel artículo por la tarde. Después de un beso de mermelada de fresa, valiente, el periodista asintió.

—Tengo la mejor jefa del mundo —responde Ángel, centrándose de nuevo en el contenido de su informe.

—Eso se lo dirás a todas, muchachito. —La chica se levanta y le da una palmadita en el hombro—. Cuando termines, avísame y nos vamos a tomar un café. ¿Quieres?

—¿Y si nos ven juntos? ¿No sospecharán?

—Ya sospechan.

—¿Sí?

—Claro, cariño. Estamos rodeados de periodistas. Pero una cosa es la noticia y otra el rumor. Y no tengo ninguna intención de ser portada de la sección de sociedad.

Sandra se inclina y le besa en la mejilla. Luego le limpia el carmín con el que lo ha marcado y se aleja rebosante de felicidad.

Ángel se pasa la mano por la mejilla besada y sonríe. Por fin, parece que la tranquilidad y la alegría han vuelto a su vida. No sospecha entonces las pruebas que su corazón tendra que pasar.

Esa misma tarde de finales de junio, en un lugar alejado de la ciudad.

—¿Has terminado ya? —pregunta la chica, molesta.

—No. Espera.

El chico se echa hacia atrás y bosteza, lo que provoca que ella se desespere aún más.

—¡Alan! ¿Me devuelves ya el ordenador, por favor?

—Espera, Davi.

—Es mi ordenador. Creo que tengo derecho a usarlo cuando lo necesite.

—Espera. Ya termino. Un segundo solo.

—Llevas una hora con él.

—Paciencia.

Le encanta fastidiar a su prima. Vuelve a sentarse bien y revisa con atención la pantalla del PC. Actualiza. Nada, Paula no le responde el mensaje privado.

Davinia comienza a estar realmente enfadada. Mira por encima del hombro de su primo y observa lo que está haciendo.

—¿Otra vez le has escrito a Paula?

—Sí —responde con tranquilidad.

—¿No te estarás colando por ella?

—Quizá.

—¡Qué estúpido! Déjala ya. Si esa tía pasa de ti. Como todas.

—¿Eso crees?

—Claro, primo. Nadie te aguanta. Ese rollo del que vas ya no se lo traga nadie. ¿Quién iba a querer mantener una relación contigo?

Alan sonríe. Da gusto contar con el apoyo familiar.

Hace tiempo que no se llevan bien, desde que comenzó a salir con la mejor amiga de Davi y luego la engañó con otra amiga en común. Pero no contento con eso, emborrachó a una tercera a la que también consiguió llevarse a la cama. Fue un buen verano.

—Puedes preguntarle a alguna de tus amigas.

El enfado de la chica crece todavía más al oír su contestación. ¿Quién se ha creído que es?

—No me toques las narices.

—Has empezado tú.

Davinia no lo soporta más. Empuja a Alan y le arrebata el ordenador portátil.

—¡Y reza para que te lo vuelva a dejar alguna vez este verano!

—No soy creyente, pero seguiré tu consejo.

La chica eleva su dedo corazón y sale de la habitación con el ordenador bajo el brazo. Alan, sin embargo, está disfrutando. Escenas como aquella se dan varias veces al día desde que ha llegado a España. Y pensar que este verano no iba a ir... Tenía previsto un curso en Suiza. Allí le esperaba Monique, pero después de aquellos días de abril... Su objetivo había cambiado.

—No, Moni, no voy a poder ir al final.

—¿Cómo? ¿Qué dices? ¿Por qué?

—Mi tío español está muy enfermo y quiere que pase el verano con ellos. Así animo a mis primos. Ya sabes lo que los quiero.

—Ya. Estáis muy unidos.

—Entonces lo comprendes, ¿verdad?

—Sí, Alan. Lo comprendo. ¡Pero es que lo tenía todo preparado! La casita en la montaña para los dos... Nosotros dos solos, juntos por fin.

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