¿Sabes que te quiero? (37 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—¿Te encuentras bien? Te noto un poco rara.

—¿Qué quieres? Me acabo de despertar.

Aquella respuesta confirma a Paula que le pasa algo. Cristina nunca es borde con ella.

—Tú no me engañas: a ti te pasa algo —insiste—. Te conozco muy bien.

—Eso, que me acabo de levantar.

Paula se aproxima a ella y la mira directamente a los ojos.

—Venga, cuéntamelo.

Cris suspira. Los ojos se le empañan. Demasiados remordimientos por dentro. Aquella equivocación no tiene perdón.

—Me he liado con Armando —suelta, apartando su mirada de la de su amiga.

—¿Qué dices?

—Eso. Que me he liado con él.

—¡Qué dices! ¿Cuándo?

—Ayer, por la noche.

—¡Madre mía!

La chica no puede creer lo que acaba de oír. De todas las personas que conoce, de Cris es de la que menos podría esperar algo así. Se sienta en la cama e intenta serenarse.

—Soy lo peor —afirma Cristina, sollozando y sentándose también sobre el colchón.

—Pero ¿Miriam sabe algo de esto?

—Creo que no. Por lo menos, yo no le he dicho nada.

—Madre mía, Cris. ¿Y cómo pasó? ¿Estabais borrachos?

Las dos chicas se vuelven a mirar a los ojos.

—No. Eso es lo peor de todo: que sabíamos lo que hacíamos.

—Pero ¿dónde estaba Miriam?

—Dormida. Ella sí que se pilló una buena y se fue pronto a la cama. Entonces, Armando regresó solo. Yo estaba en la piscina...

—¿Lo hicisteis en la piscina? —exclama Paula, que cada vez está más atónita con lo que escucha.

—No, no. En la piscina, no. En... el césped —contesta avergonzada.

—Pero ¿fue...?, quiero decir que...,¿fo..., hubo sexo?

—No. Sexo, sexo, no. Nos tocamos mucho. Y nos besamos. Hubo muchos besos —resopla—. Demasiados. Pero no llegamos hasta el final.

—Algo es algo —dice Paula para sí misma.

—Los condones estaban en el cuarto donde Miriam dormía. Y yo no quería hacer nada sin preservativo.

Paula arquea las cejas. Si hubieran tenido protección, habrían continuado.

—Y después de liaros, ¿en qué quedasteis?

—No hablamos mucho. Yo no me sentía muy bien. Y él, imagino que tampoco.

—Pero ¿se lo vais a contar a Miriam? ¿Va a romper con ella? ¿Te gusta ese chico? —pregunta nerviosa.

—¡Ay...! No lo sé... No tengo nada en claro. Sí que me gusta, pero no quiero que rompan. Aunque no sé si podré ocultarle a ella lo que ha pasado.

—Deberíais hablar con Miriam.

—Me matará. El es un tío. Un chico con el que solo lleva un mes y pico y del que ni siquiera sé si está enamorada —dice atropelladamente—. Pero yo soy su amiga. Nos conocemos desde hace mucho tiempo... No creo que me perdone.

Y eso también le preocupa a Paula. Aquel puede ser el final de las Sugus.

—¡Uff...! Es complicado —reflexiona un instante, mirando hacia el suelo—. ¿Y desde cuándo te gusta? ¿Por qué no me has dicho nada?

—¡Porque era el novio de Miriam! Te lo quería decir, pero... —vuelve a suspirar. No se siente bien—. Me gusta desde un poco antes de que empezaran a salir. Pero nunca me atrajo lo suficiente hasta hace unos días.

—Ay, Cris, Cris...

—Sé que no tengo perdón. ¡Joder!

La chica da un puñetazo contra el colchón y comienza a llorar desconsolada. Paula la observa consternada y se sienta junto a ella en su cama, jamás la había visto así.

—Tranquila, todos podemos cometer un fallo —señala, mientras la abraza.

—¡Este fallo es imperdonable! —grita, explotando en lágrimas y apoyando la cabeza en el pecho de su amiga.

—Sé que te sientes muy mal por lo que has hecho. Tú no eres así.

—Si no fuera así, habría tenido más cabeza.

Va a ser imposible consolarla. Se prevé un domingo muy movido. ¡Y ella tiene una cita con Ángel en solo unas horas!

—Cálmate, Cris. Lo hecho, hecho está. Y no tiene solución. Ahora hay que decidir qué es lo mejor para todos.

—Pase lo que pase, no será bueno para nadie. He traicionado a Miriam y su novio le ha sido infiel.

—Sí, pero lamentarse no sirve de nada.

—Ahora no me sale otra cosa. Entiéndeme.

Y sí, la comprende. Y sabe que en ese momento es cuando más necesita su apoyo. Solo espera no tener que estar en medio de sus amigas cuando Miriam se entere de todo. Cris no tiene disculpa alguna y se ha equivocado gravemente. Pero tampoco va a abandonarla y dejarla sola.

—Te entiendo. Y voy a ayudarte en lo que pueda.

—Gracias.

Las dos se dejan caer en la cama y miran hacia el techo de la habitación, una al lado de la otra, pensativas y preocupadas. Llevan dos años siendo las Sugus, «esas chicas que visten de muchos colores y que a veces son difíciles de tragar». Y ahora ese grupo, que tantos ratos buenos les ha hecho pasar, corre serio peligro.

En cuanto al encuentro de Paula con Ángel, tendrá que esperar a una mejor ocasión. Ahora hay alguien que la necesita más.

Esa mañana de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

Falta algo más de una hora para que el despertador suene. Sin embargo, él ya no puede dormir más. Está inquieto, nervioso, expectante por el día que tiene por delante. Ha quedado con Paula para pasar el domingo con ella. Y luego... ya se verá. Pero ahora mismo necesita hacer algo diferente hasta que se vaya, para no morir de la desesperación y no volverse loco.

Tiene una idea.

Ángel se levanta de la cama y enciende el ordenador. Pone música: una colección de temas variados de Alicia Keys. A continuación, busca entre los archivos de su PC la documentación que tiene sobre Katia. Mañana tendrá que llamarla para la entrevista que debe hacer para el periódico. No habla con la cantante del pelo rosa desde el día del cumpleaños de Paula. ¿Cómo será el reencuentro? Difícil. Eso es seguro. Aunque ahora las circunstancias son muy diferentes. Intentará abordar el tema desde lo profesional, evitando las referencias personales. Tal vez no es lo que quieran sus jefes, pero sería peligroso realizar un reportaje como el que hizo para su anterior revista. Y no está dispuesto a arriesgarse.

Lo único que le falta con todo el lío que tiene montado con Sandra y Paula es que Katia se vuelva a obsesionar con él.

Dentro de «Documentos especiales de Ángel» encuentra una carpeta titulada «K». Es la que utilizó para guardar imágenes, textos y noticias relacionadas con la cantante. La abre y examina el contenido.

Cuando ve las fotos de la chica, recuerda aquellos días junto a ella: la primera vez que se vieron en la redacción, la entrevista, la sesión de fotos, las innumerables llamadas de teléfono que no contestó, su Audi rosa... y los besos. Aquellos besos robados y que no supo evitar.

En aquella está especialmente guapa. Sentada en un columpio, sonríe traviesa. Sus ojos celestes se comen la cámara. Fue una magnífica fotografía.

¿Qué habría pasado entre ellos si no hubiera estado con Paula? ¿Habrían sido novios? Es muy complicado volver atrás y repasar con exactitud lo que sentía en esos días. Por Katia no recuerda haber sentido nada más que simpatía, a pesar de ser una chica muy atractiva y poseer algo especial. Pero su corazón era de Paula. Eso sí que lo recuerda perfectamente.

En esos momentos, su móvil suena. Tiene un mensaje.

Ángel se levanta de la silla y coge su teléfono que está en la mesita al lado de la cama. Es un SMS de Paula. Intrigado y extrañado, lo abre y lo lee: «Hola, espero que no te despiertes por mi culpa. Cuando puedas, llámame. Tengo que hablar contigo sobre lo de hoy. Besos».

Sorpresa. No esperaba algo así. ¿Se habrá echado atrás?

Rápidamente busca su número y la llama.

Al segundo bip, Paula responde.

—Buenos días. ¿Te he despertado?

—Hola. No, ya estaba despierto —contesta muy serio, sin poder ocultar su inquietud por el mensaje que ha recibido—. ¿De qué querías hablar?

—Es que ha surgido algo y no voy a poder ir.

Se lo imaginaba. Se ha arrepentido. Ángel se sienta en la cama y se pasa la mano por el pelo.

—¿Qué ha pasado?

—Algo que no te puedo contar, pero que no tiene nada que ver contigo.

—Vaya. ¿Es de tu familia? ¿Están todos bien?

—Sí, no te preocupes. No estoy con ellos ahora. Estoy pasando el fin de semana en la casa de un amigo mío con las chicas. Y ha surgido algo. Me tengo que quedar aquí todo el domingo.

Paula prefiere no decir que está en la casa de los tíos de Alan. Eso sí que le sentaría mal a Ángel.

—Pues... no sé. ¿Qué hacemos?

—¿No podemos quedar mañana?

El periodista reflexiona un instante. Mañana es difícil. Tiene trabajo y por la tarde, posiblemente, quede con Katia y con Álex para la entrevista.

—No lo sé, Paula. Estoy muy liado. Pero lo intentaré.

—¿Me llamas entonces con lo que sea?

—Sí. Yo te llamo en cuanto sepa si puedo quedar contigo o no.

—Vale —dice la chica sonriendo. Aunque enseguida cambia el tono de voz y se pone seria—. Y lo siento. Me apetecía mucho verte.

—A mí también me apetecía.

Silencio. Solo se oye le voz de Alicia Keys cantando One.

—Bueno, me voy. Que pases un buen domingo. Y perdona otra vez.

—Tú también. Y que se arregle lo que quiera que sea que ha pasado.

—Eso es más complicado, pero gracias. Adiós, Ángel.

—Adiós.

Ella es la primera en colgar. El también lo hace y deja el móvil sobre la mesita de al lado de la cama.

Confuso, regresa frente a su portátil.

¿Qué habrá pasado para que Paula no pueda ir?

No lo sabe. Incluso, duda si creerla. Tal vez no haya pasado nada y solo es una excusa. En cualquier caso, no van a verse hoy seguirá sin saber lo que realmente siente por ella. Sin embargo, tampoco le ha afectado tanto. Es muy extraño. Debería estar más afectado de lo que está. ¡Le ha dado plantón! En cambio, curiosamente, lo que más le apetece ahora es escuchar la voz de Sandra.

Mira el reloj. Aún es temprano. Pero en cuanto se tome un café la llamará para decirle que todo se ha aplazado. ¿Cómo reaccionará?

Capítulo 59

Esa mañana de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

Llevan un rato caminando aunque aún no han encontrado una ruta que seguir. Mario y Diana siguen perdidos y sus móviles sin cobertura.

—¡¿Pero dónde estamos!? ¿Nos hemos teletransportado? —exclama la chica, que no comprende nada.

—Creo que en lugar de ir hacia la ciudad, nos hemos metido en plena montaña. La casa de los tíos de Alan está al lado de la sierra. Cuando nos pusimos a caminar, nos adentramos en ella.

—Eso también lo sé yo. Lo que no entiendo es que no encontremos una carretera o un pueblo o algo. Todo es campo, piedras y árboles.

—Habrá que seguir andando, por lo menos hasta que los móviles vuelvan a funcionar.

—Espero que sea pronto porque nos queda poca agua.

—Ese es un gran problema.

Mario está muy preocupado. Algo de agua todavía les queda, pero no comen desde ayer. Y si él se empieza a sentir débil, no quiere imaginar cómo puede estar Diana, que quién sabe qué fue lo último que comió y no vomitó.

—Si no fuera tan cabezota, no estaríamos aquí.

—Quejarse ahora no sirve de nada.

—Ya lo sé. Pero es que... ¡me da rabia!

—Déjalo. No gastes fuerzas lamentándote, que las vas a necesitar.

—Tienes razón. Pero... ¡uff!

—Bueno, por lo menos has conseguido descansar esta noche, ¿no?

—Sí. He dormido un poco.

—Y no has roncado nada.

—Yo no ronco nunca.

—Esta noche, no. Otros días...

Diana se agacha, coge una piedrecita del suelo y la lanza contra la espalda de Mario.

—¡Ay! —grita al sentir el impacto.

—¡Qué puntería!

—¿Has sido tú?

—Claro. ¿Quién te iba a lanzar una piedra si no? ¿Tú ves a alguien más por aquí?

—¿Me has lanzado una piedra? ¡Estás loca!

—No haber insinuado que ronco.

—Pero...

La chica se agacha de nuevo y coge otra piedra del suelo, esta bastante más grande. Apunta y lo mira desafiante.

—Entonces, ¿ha quedado ya claro que yo no ronco?

—Clarísimo.

—Así me gusta —sonríe, triunfante. Y se guarda la piedra en uno de los bolsillos de su short.

—Lo importante es que has conseguido dormir tinas horas. Y eso que el búho no dejó de ulular en toda la noche. ¡Qué pesado!

—¿«Ulu» qué?

—Ulular. Es lo que hacen los búhos.

—Cuánto sabes, ¿no?

—Eso lo sabe todo el mundo.

—¿Me estás llamando inculta? —pregunta introduciendo otra vez la mano en el bolsillo.

—Ni mucho menos —comenta con una sonrisa.

—Ah, vale. Te perdono entonces.

—Gracias. Eres muy generosa.

—Lo sé.

Ambos sonríen.

El sol comienza a lucir con más intensidad. El calor aumenta a cada minuto. La pareja sigue caminando, cada vez más cansados, con la boca y la garganta secas. Mario es el que va delante, aunque Diana en ocasiones le adelanta para frenar un poco la marcha y marcar su ritmo. Intenta que él no se dé cuenta de que empiezan a faltarle fuerzas otra vez. Su estómago está completamente vacío y se le está agotando la poca energía que le queda. Pero, si se detienen continuamente, no encontrarán nunca una salida en aquel laberinto natural en el que han quedado atrapados.

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