¿Sabes que te quiero? (17 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—¡Dios...! —exclama cuando lo prueba, sin poder reprimirse.

Es la mejor tarta de chocolate que ha comido en su vida. Parte con la cuchara una pequeña porción para no excederse demasiado y saborea con deleite cada uno de los pedazos que se lleva a la boca. Impresionante. Apenada, se come el último trocito. Pero ha sido demasiado pequeño. Quizá con otra porción quede realmente satisfecha. Y repite la operación. Despacito, va degustando el nuevo triángulo de tarta que se ha servido.

—¡Diana! ¡Estás aquí!

La chica se sobresalta al oír la voz de Mario.

—¡Qué susto me has dado!

—Perdona, es que no te encontraba. ¿Qué haces?

—Nada —contesta, tragando el último trozo de pastel de chocolate que le quedaba por comer de la porción que ha cortado.

El chico se acerca hasta su novia y sonríe al verla con la boca manchada de chocolate.

—¿Estaba bueno?

Entonces Diana recuerda el motivo por el que se tue de la piscina. Ese tonto de Mario estaba flirteando con esa aprovechada de Paula...

—Sí —responde muy seria.

Se limpia con una servilleta de papel y coloca de nuevo la tapadera sobre la tartera.

—¿Te has ido porque tenías hambre?

—No. Iba al baño.

—Ah. Esta es la cocina —indica Mario, socarronamente.

—Lo sé.

Mario empieza a comprender que algo pasa. ¿Se ha enfadado por algo que ha hecho?

—¿Vamos a la piscina?

—Ve tú. Ahora iré yo. Tengo que encontrar el baño.

—Me parece que está justo en el otro lado de la planta baja. Con lo grande que es esto y solo tienen un baño aquí abajo. Te acompaño.

—OK.

Los dos salen de la cocina. El chico pasa un brazo por la cintura de su novia. Esta lo permite, aunque su rostro sigue serio.

—Al final, puede que no haya sido tan mala idea venir.

—Te lo estás pasando bien, ¿no?

—Sí. ¿Tú no?

—Sí — responde sin entusiasmo.

La pareja continua caminando por el interior de la casa. Mario tenía razón, el cuarto de baño estaba en el otro lado de la planta.

—¿Cómo te encuentras? ¿Te has vuelto a marear?

—No, estoy bien.

—¿Seguro que estás bien? Te noto rara.

¡Oh!. ¡La nota rara! Ha tardado en darse cuenta. Todos los tíos son iguales, se enamore de ellos o los quiera solo para una noche. Nunca se enteran de nada.

—Estoy bien —dice y entra en el cuarto de baño, dejando en la puerta a su novio, al que le viene a la cabeza el eslogan del famoso anuncio de televisión: «Tardarás toda una vida en comprenderlas». ¡Cuánta razón!

Capítulo 28

Un día de abril, en un lugar de Francia.

Lleva todo el día dando vueltas por Disneyland. Aquello es inmenso y está lleno de gente. Nada. Es imposible. Como dar con una aguja en un pajar. ¿Cómo ha podido creer que encontraría a Paula por arte de magia? Ni tan siquiera sabe el nombre del hotel en el que está hospedada. Ni si está en París, en el mismo parque o en los alrededores. ¿Y ahora qué hace?

Ángel camina de un lado a otro, pensando en una solución. Se detiene junto a una tienda y compra una bolsita de golosinas. No ha comido nada desde el desayuno y ya está anocheciendo.

¿Y si la llama al móvil? Eso sí que sería un error y enterraría cualquier posibilidad de verla. ¡¿Cómo le va a decir que está en Francia y que ha ido a reconciliarse con ella?! Directamente, colgaría y desconectaría el teléfono. ¿Y si a la que llama es a alguna de sus amigas para contarle lo que pretende?

Esa idea le convence más. Busca en su móvil la guía de números archivados. Tiene el de las tres mejores amigas de Paula. ¿A qué Sugus llama? Reflexiona unos instantes. Cris es la más tímida y callada, quizá se negaría a decirle algo por fidelidad a su amiga. Miriam es la mayor y está siempre muy pendiente de ella. No. Definitivamente, a la que tiene que llamar es a Diana, la espontánea del grupo. Además, habla por los codos. Seguro que a ella sí que puede sacarle la información que necesita. Es periodista, está acostumbrado a resolver incógnitas y a hacer que la gente hable. Esperanzado, se sienta en un banquito frente a un vendedor de globos que ya empieza a recoger. Marca el número de la Sugus de manzana con el prefijo 34 delante y espera a que conteste con los dedos cruzados. Tres bips más tarde, responde.

—¿Sí? ¿Ángel? —En su voz se adivina la sorpresa por la llamada.

—Hola, Diana.

—Hola. ¿Qué tal?

—Bueno, vamos tirando. Gracias por no borrar mi número de teléfono.

—¿Por qué iba a borrarlo? El problema lo tuviste con Paula, no conmigo.

—Ya, pero Paula es tu amiga. Creí que tal vez habías querido borrar todo lo que tuviera que ver conmigo.

—Pues ya ves que no es así.

—OK. —Duda un instante, pero continúa. Ya no se puede echar atrás—. Me gustaría hablar contigo. ¿'Estás muy ocupada?

La chica guarda silencio un momento pero enseguida reanuda la conversación.

—No, no te preocupes. ¿Qué pasa?

—Estoy en Disneyland.

—¿Qué?

—He venido a por ella.

—¿Y cómo se lo ha tomado?

—Aún no la he visto.

—¡Estás loco! ¡No deberías haber hecho eso!

—No he podido resistirlo. Lo estoy pasando muy mal y necesito hablar con ella.

—¿Y tú crees que yendo hasta ahí vas a poder solucionarlo?

—No lo sé. Por eso he venido.

Diana resopla. No le parece una buena idea. Sí, es romántico y todo eso, pero la está presionando demasiado.

—Bueno, ¿y qué quieres de mí? ¿Para qué me has llamado?

—Necesito saber el hotel en que se aloja.

—Y quieres que yo te lo diga...

Diana mira hacia su mochila. Dentro está su agenda y, en ella, apuntado el nombre del hotel en el que Paula y su familia pasan las vacaciones.

—Sí. Me harías un gran favor.

—Ángel, yo no puedo decirte nada.

—Vamos, Diana. Necesito saberlo. Por favor.

La chica resopla. ¿Qué pasa, que ella es la fácil del grupo? Hace unos días fue Alex el que la convenció para que le diera la dirección de la casa donde vivía su amiga. Aunque debe reconocer que gracias a aquello, el escritor y Paula arreglaron el malentendido creado por Irene. Y ahora Ángel la somete a una situación parecida.

—¿Por qué no la llamas a ella y le cuentas todo?

—Porque me arriesgo a que me cuelgue y pase de mí. Cara a cara es la única opción que tengo de hablar con ella y arreglar lo que se ha estropeado.

—Uff.

—Por favor, Diana.

—Joder...

—Si quieres, no le digo que has sido tú.

—Da igual. Espera.

—Espero. Gracias.

Diana alcanza su mochila y la abre. Saca la agenda y hojea las páginas detenidamente hasta que por fin encuentra el nombre del hotel. Su amiga se lo dio a las tres Sugus para que la tuvieran localizada por si ocurría algún imprevisto. No siempre funcionan bien los móviles en el extranjero.

—Ya lo tengo. Es uno de los hoteles que pertenece al parque. Pero no le digas a Paula que he sido yo la que te lo he dicho.

El periodista suspira. Menos mal. Al menos, no tendrá que regresar a París.

—Soy una tumba.

—Apunta.

La chica le revela el nombre del hotel y le vuelve a insistir a Ángel para que no le cuente que ha sido ella la que se lo ha soplado.

—Gracias, Diana. Y no te preocupes, nunca se enterará. Un periodista jamás revela sus fuentes.

—Eso espero. Si no, tú te quedas sin novia y yo sin amiga.

—Confía en mí. Me voy corriendo a buscarla, que ya es casi de noche.

—Mucha suerte.

—Gracias. Adiós.

—Adiós.

Cuelgan y ambos resoplan. Uno, de alivio; la otra, de resignación. Pero Ángel solo ha superado la primera prueba. Queda mucho por hacer. Y debe darse prisa. Cree haber visto antes el hotel en el que están Paula y su familia y, sin pensarlo más, corre hacia allí en busca de una segunda oportunidad.

En ese instante, a unos metros de allí.

Luces. Miles de luces. Centelleantes, inquietas, brillantes. Es lo que contempla desde la ventana de su habitación. Son las luces que bañan de colores el Parque.

A Paula ya no le duele la cabeza ni el estómago. Incluso ha sonreído alguna vez con las ocurrencias de su hermana pequeña. Pero no está bien. Siente un gran vacío interior y constantes ganas de llorar. Mañana regresa a España y no tiene ni idea de cómo se desarrollarán los próximos acontecimientos. El curso continuará, sus amigas seguirán estando a su lado y todo permanecerá en su sitio, en el que estaban después de la tormenta. Pero las cosas han cambiado. Ella ha cambiado. Su corazón está herido, y no sabe cómo curarlo. ¿Ángel? ¿Alex? Son historias tan cercanas, pero parece que hace siglos que sucedieron. Los dos han aparecido y desaparecido dejando una huella imborrable. Ella solo debía hacer caso a sus sentimientos. El problema ha sido que no comprendía lo que sentía. Y continúa sin entenderlo.

Llaman a la puerta. No es Alan, pues él habría abierto con la llave maestra de alguna de las limpiadoras. Sonríe levemente cuando piensa en aquel chico descarado y misterioso. No lo ha vuelto a ver desde esta mañana. Y lo ha echado de menos. El ha sido lo único diferente en su estancia en Francia. A pesar de la borrachera de anoche y de lo mal que lo ha pasado esta mañana cuando le ha insinuado que se habían acostado, el recuerdo que tendrá de Alan será positivo.

Son sus padres y Érica.

—¿Estás lista? —pregunta Mercedes, que se ha puesto un bonito vestido negro.

—Sí.

—Qué guapa estás —le dice la niña, sorprendida.

—Gracias, pequeña. Tú también estás muy guapa.

Paula lleva un precioso vestido blanco de tirantes, inmaculado, que le llega diez centímetros por encima de las rodillas. Se ha planchado el pelo y se ha pintado los labios y las uñas de rosa. Es la última noche y van a cenar al restaurante del hotel invitados por el dueño. No sabe si Alan tiene algo que ver en eso, pero resulta extraño que su padre se haya mostrado tan amable con ellos. Quizá sea solo una cortesía con todos los clientes que se alojan allí.

Los cuatro entran en el ascensor y Paco pulsa el cero.

—¿Mickey viene a cenar con nosotros?

—¿Mickey? ¿Quién es Mickey? —pregunta sonriente su padre, que no entiende lo que su hija pequeña quiere decir.

—Es el novio de Paula —responde.

—¿El novio? ¿Qué novio?

Paula enrojece y da una palmadita en la cabeza de Érica.

—Esta niña lleva demasiados días aquí. Tanto ratón Mickey y tanto pato Donald le han trastocado.

—¿Qué significa «trastocado»?

—Que te has vuelto loca —contesta Mercedes, riendo.

—¡Hey! ¡Yo no estoy loca!

El ascensor llega a la planta baja.

—Shhh. Ahora no grites —le dice la mujer a la pequeña.

—Yo no estoy loca —insiste, en voz baja.

Érica mira a Paula enfadada. Por culpa de ella ahora todos piensan que está «trastocada».

—Tenemos que ir a recepción, ¿verdad? —pregunta Paco a su mujer.

—Sí.

La familia García se dirige hacia la entrada del hotel. Allí recogerán unos pases especiales para cenar en un salón privado.

Las dos chicas hablan en voz baja mientras caminan. Érica no entiende por qué le ha dicho eso y pide explicaciones.

—Ya sé que no estás loca. Perdona.

—¿Y por qué me has llamado eso?

—¿«Trastocada»?

—Sí, eso.

—Porque soy tonta.

—Es verdad. Lo eres.

Llegan a recepción. Hay una docena de turistas japoneses intentando comunicarse con uno de los recepcionistas. Y junto a ellos, un "chico alto esperando que le atiendan. Érica se queda con la boca abierta al verlo.

—¡Anda! ¡Ese es tu novio! ¡Y no me llaméis trastocada ahora!

Paco y Mercedes también lo ven. Y Paula, que no puede creer que Ángel esté allí. ¿Es un sueño? No. No lo es. ¡Realmente está allí!

—Hola a todos —dice el periodista, con timidez, pero sonriente. Por fin la ha encontrado.

Capítulo 29

Una mañana de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

El descapotable entra en el garaje y los tres chicos se bajan de él. Han comprado cerveza, mucha cerveza, para todo el fin de semana.

—Espera. Dame eso —le dice Armando a Cris. Y le quita una de las pesadas bolsas que lleva la chica.

—Gracias.

El solo hecho de tener sus manos tan cerca ya la hace feliz. Lo ha pasado muy bien ese rato. Se han mirado, se han sonreído, han bromeado. Media hora de ilusiones y de olvidos. Porque durante treinta minutos a Cristina se le ha olvidado que Armando es el novio de Miriam. Pero ya están de regreso en la casa y él volverá junto a ella. Se terminó su minuto de gloria. ¿De qué se lamenta? Es como debe ser, pero cuesta tanto asumir la realidad... Suspira con tristeza y camina detrás de los dos chicos a encontrarse con el resto.

Dentro de la piscina solo está Paula, tumbada sobre una colchoneta tomando el sol. Miriam también lo está haciendo, pero en una tumbona. Cuando los oye, se levanta y corre a abrazarse a su chico. Este suelta las bolsas y se besan apasionadamente.

—Te he echado mucho de menos —le susurra al oído.

—Yo también. Pero ya estoy aquí.

—¿Vamos a la habitación?

Su novio sonríe. La coge de la mano y entran en la casa. Cristina observa la escena con dolor. Un dolor intenso en el pecho. Pero nadie se tiene que dar cuenta. Aunque no a todos le pasa desapercibido su estado. Alan se le acerca después de recoger las bolsas que Armando ha dejado en el suelo.

—Quizá debas buscar tú también otros caminos. O bien quitar las piedras que lo cierran.

—¿Qué?

—Ya sabes de lo que te hablo. Me he dado cuenta.

—¿Se me nota mucho?

—Para alguien que es observador como yo, bastante. Pero tranquila, no creo que nadie más sepa tu secreto.

—Paula lo intuye.

—Es una chica lista. Y es tu amiga. No me extraña.

—Ya hablaré con ella sobre el tema. Pero no se lo digas a nadie más, por favor.

El chico sonríe y mira hacia la piscina. Paula está nadando hacia la escalera. Sale y escurre el agua de su cabello. Su piel morena brilla con los rayos del sol que cada vez son más intensos.

—No te preocupes.

—Es impresionante, ¿verdad?

Alan vuelve a mirar a Cristina. Y afirma con la cabeza.

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