¿Sabes que te quiero? (42 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—Eso que dices es...

—Es la verdad. Y si tú eres inteligente, tampoco le dirás nada. Es una de tus mejores amigas y las dos formáis parte del mismo grupo. Si le cuentas que te has liado con su novio, le harás daño a ella y te cargarás vuestra amistad y además también destrozarás el grupo.

La dureza de las palabras de Armando hiere a Cris hasta llevarla a las lágrimas. No solo se siente mal por haber traicionado a su amiga, sino que aquel tipo la está tratando como si fuera un trapo. Por mucho que intente comprenderlo, es incapaz.

—¿Me has utilizado? —pregunta sollozando.

—No. No he hecho nada de eso. Pasamos un rato agradable. Estábamos los dos con una copa de más y sucedió. No hay que darle más vueltas.

Armando encuentra el esparadrapo y se lo guarda en uno de los bolsillos de su pantalón corto. Sin más, sale del cuarto de baño y de la habitación de los tíos de Alan. Cristina va tras él.

—No imaginaba que fueras una persona tan fría.

—Ni yo que te lo tomarías así.

—Pero es que Miriam es mi amiga.

—Haberlo pensado anoche. ¿No? —El chico se detiene—. No puedes bajar conmigo. Tienes que ir a cambiarte de ropa.

—Ya te he dicho que era una excusa.

—Pero ellos no lo saben. Si apareces con la misma ropa con la que has subido, sospecharán.

Cris resopla. Tiene razón.

—Alan lo sabe. ¿No has oído lo que ha insinuado antes?

—Sí. ¿No se lo has contado tú?

—No.

—Pensaba que, como os lleváis también, se lo habrías dicho —indica Armando—. De hecho, creía que te liarías con él y no conmigo.

—¿Qué? ¿Con Alan? ¡No!

—¿Por qué no? Está libre, tú también. Sois guapos, jóvenes...

—Las cosas no funcionan así.

—¿Ah, no? ¿Y por qué te liaste conmigo?

La chica se siente intimidada por su mirada y huye de ella. Está sufriendo como nunca lo había hecho. Ya no merece la pena revelarle sus sentimientos. Armando no es como ella pensaba. Y se inculpa de no haberse dado cuenta antes de caer en la tentación.

—Porque soy tonta. Y una mala amiga.

—No te machaques a ti misma. Solo es un rollo. Si te afecta tanto, no volverá a pasar.

—¡Claro que no volverá a pasar! —grita furiosa—. ¿Piensas que me iba a volver a liar contigo?

—Si pasó una vez, puede que pase una segunda.

—Pero ¿tú de qué vas?

Armando resopla. Coloca una mano en la espalda a Cris y la guía hasta su dormitorio. Cuando están dentro, cierra la puerta.

—Vamos a dejar las cosas claras —dice muy serio—. Si no quieres que nos liemos más, por mí perfecto. Pero no te interpongas entre Miriam y yo.

—No quiero estar en medio de vosotros dos.

—Pues entonces, quédate calladita y no le digas a nadie más lo que pasó.

—Paula también lo sabe. Se lo he contado.

Armando maldice en voz baja y se frota la sien.

—¿Lo sabe alguien más? ¿El presidente de Estados Unidos? ¿La prensa?

—No entiendo por qué me hablas así.

—Porque estoy cansado de gimoteos y de tonterías. Si te ibas a sentir tan mal por liarte conmigo, no haberlo hecho.

—En eso te doy la razón. No tenía que haberlo hecho.

La chica coge su mochila y se sienta en la cama. Saca el único bikini que no se ha puesto hasta ahora de los que ha llevado a la casa y una camiseta limpia. Armando mira por el ventanal de la habitación.

—Mira, lo siento —se disculpa suavizando el tono de voz—. Tampoco quiero que estés mal.

—Es un poco tarde para eso.

El joven se acerca hasta ella y se sienta a su lado.

—No pienses más en esto. Olvídate.

—No es tan sencillo. Miriam es muy importante para mí.

—Para mí también lo es.

—Cualquiera lo diría...

—Si no fuera importante, no estaría con ella.

Armando pone una mano sobre la de Cristina, pero esta la quita rápidamente.

—Es mejor que te vayas. Alan necesita el esparadrapo.

—Tienes razón.

—Ahora bajo yo.

El chico se levanta y se dirige hacia la puerta.

—Y de verdad, Cris, déjalo pasar. Solo fueron unos besos en un momento en el que ninguno de los dos controlaba del todo.

—Para mí no fueron solo unos besos.

—Pues solo fue eso —insiste el chico, que abre la puerta—. Te espero abajo.

Cristina no le mira cuando se va.

Se pone de pie y cierra la puerta, que él ha dejado abierta.

Lentamente, se desnuda. Pensativa. Cabizbaja. Dolida. Las cosas no podrían estar peor. Aquel chico, además, no ha resultado ser lo que parecía. Y Miriam tampoco lo sabe. No conoce al verdadero Armando.

Pero ahora la cuestión es: ¿le cuenta todo a su amiga o se calla e intenta olvidarse de lo que ha pasado?

Capítulo 67

Ese día de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

Enciende el aire acondicionado. Es la primera vez que lo hace este año. Aunque todavía es bastante pronto, hace calor.

Ángel no deja de mirar por la ventana y de observar el móvil. Sandra se retrasa. ¿Le dejará tirado? Sería la segunda vez que hoy le dan plantón.

A esa hora debería estar con Paula aclarando sus sentimientos, comprobando qué es realmente lo que pasa por su corazón. Sin embargo, continúa en su piso y a quien espera es a su novia, que ha quedado en recogerle.

Su vida amorosa en esos instantes es un caos. Mantiene una relación con una, echa de menos a la otra, no sabe qué siente por ninguna de las dos... ¿A quién quiere, a Sandra o a Paula?

Suena el teléfono. Rápidamente se lanza a por él. Es Sandra, y Ángel se teme lo peor.

—¿Hola?

—Hola, cariño.

¿Cariño? Demasiado amable. ¡Plantón a la vista!

—No me lo digas.

—¿Cómo?

—No puedes venir. ¿Me equivoco? —responde el periodista, hablando muy deprisa—. Te ha surgido alguna cosa y te es imposible quedar.

—Es cierto, no puedo ir.

—Lo sabía —señala con tristeza.

—No puedo ir porque ya estoy aquí —le aclara—. Anda, asómate por la ventana y mira al lado de la tienda de electrodomésticos.

Ángel obedece. Allí está ella, fuera del coche, agitando su mano derecha para saludarle. Lleva unos pantalones cortos marrón clarito y una camiseta blanca con un dibujo en el centro que no alcanza a identificar por la lejanía. El sonríe y también la saluda.

—Por un momento pensé que no ibas a venir... —reconoce.

—Si solo fue un momento..., te perdono.

—Como tardabas en llegar...

—Solo me he retrasado diez minutos.

—Doce —le corrige Ángel—. ¿Bajo o subes?

—Baja ya, pesado.

Va a responderle, pero Sandra cuelga antes de que pueda hacerlo y se mete dentro del coche. Ángel se aleja de la ventana y camina rápidamente hacia el cuarto de baño. Se peina delante del espejo y examina que todo esté perfecto.

Está contento, no puede negarlo. No tiene ni idea de lo que pasará ni de qué es lo que harán. Pero le apetecía mucho volver a verla después de todo lo que había sucedido en las últimas horas.

Coge las llaves y la cartera, apaga el aire acondicionado y sale de la casa.

Mientras está en el ascensor, piensa en Paula. ¿Por qué se acuerda de ella ahora? Debe de ser una maldición. Cuando está con una, la que le viene a la cabeza es la otra. Sin embargo, esta vez, sus sensaciones son distintas. No la echa de menos, ni tiene esa necesidad de saber de ella como ocurrió continuamente desde que el viernes se encontraron en el Starbucks.

El ascensor llega a la planta baja y, antes de que la puerta se abra de nuevo, Ángel se plantea un propósito: no volverá a acordarse de Paula durante todo el tiempo que esté con Sandra. Su atención será exclusivamente para su novia.

¿Lo conseguirá?

El joven periodista sale a la calle. Hace muchísimo calor. Espera a que el semáforo se ponga en verde y corretea hasta el coche de la chica. Esta sigue dentro del vehículo. Lo mira a través de la ventanilla con una sonrisa.

—¿Le llevo a alguna parte?

—El que te debería hablar de usted soy yo. Eres mi jefa y tienes más años.

—A que te vas en autobús...

La chica baja la ventanilla y desbloquea los cerrojos del coche. Ángel lo rodea y entra por la puerta del copiloto. Un agradable aire frío impacta en su rostro, aliviándole.

—Aquí se está genial.

—¿Porque estoy yo o por el aire acondicionado del coche?

Ángel sonríe. Está a punto de contestar que por las dos cosas pero se resiste. Se inclina sobre Sandra y le da un beso en la mejilla.

—Te he echado de menos —comenta en voz baja.

Pero Sandra no se muestra tan cariñosa. Arranca y maniobra para salir del lugar donde ha aparcado. No se ha creído demasiado lo que le ha dicho. En realidad, está con ella porque no ha podido estar con Paula. Y eso lo tiene muy presente.

—¿Quieres que ponga música? —pregunta ella, vigilando los coches que vienen por el carril al que se incorpora.

—Vale —contesta muy serio.

Es consciente de que ha metido un poco la pata con aquella frase. Aunque es cierto que la echaba de menos.

—Elige tú la música. A mí me da igual.

—¿Tienes aquí algo de Green Day?

—Sí, busca en el número siete.

El periodista pulsa el botón que selecciona los discos hasta que llega al siete. Le da al play y comienza a sonar
Wake me up
en directo.

Los dos escuchan el tema en silencio, mirando los coches que van y vienen.

—¿Adonde vamos? —pregunta Ángel cuando termina la canción.

—No lo sé. ¿Tú has pensado en algo?

—No.

—Podríamos ir al centro. ¿Qué te parece?

—¿A la zona comercial?

—Sí. Hoy es domingo, pero hay muchas tiendas abiertas.

—Como quieras.

Sandra pone el intermitente y gira a la derecha.

Suena otro tema de Green Day. Y entre ellos se produce un nuevo silencio.

Ninguno sabe cómo romper el hielo completamente. Por teléfono era mucho más sencillo. Ahora, hablar cara a cara les cuesta más después de las circunstancias por las que han pasado.

—¿Cómo has dormido hoy? —pregunta la chica.

—Pues... regular. ¿Tú?

—Regular.

—¿Alguna pesadilla?

La chica lo mira, pero no contesta. Entonces, sin que Ángel lo espere, aparca en doble fila. La música cesa.

—No vamos a estar así todo el rato —comenta Sandra colocándose de lado.

—¿Qué?

—Tenemos que hablar del tema de Paula.

—Me he prometido no pensar en...

—Pues rompe la promesa. Si no aclaramos las cosas, nos vamos a pasar el día comentando estupideces y tarareando canciones de Green Day, Oasis o Blur. Y aunque son bandas que me encantan, no quiero estar todo el rato así contigo. Para eso nos vamos a un karaoke.

—No es mala idea.

—Pues no. ¿Quieres que vayamos? Hay uno aquí cerca.

—¿Me estás diciendo en serio que quieres ir a cantar a un karaoke?

Los dos se miran muy serios, hasta que Sandra sonríe y responde.

—No.

—Menos mal.

—Pero sí pienso que deberíamos hablar del asunto de Paula. No porque yo quiera insistir en ello, sino porque tú debes explicarme qué ha significado para ti que ella, por el motivo que sea, no haya quedado contigo.

La respuesta no llega inmediatamente. El periodista reflexiona antes de contestar.

—¿Te digo la verdad?

—Claro. Es lo único que me debes decir.

—No ha sido nada traumático. Ni tampoco me ha afectado de una manera especial.

—Pero sigues queriendo verla, ¿no?

—Sí... —contesta titubeante—. No lo sé. Creo que es lo mejor, que nos veamos y aclaremos por fin todo este asunto. Pero...

—¿Pero...?

Ángel se pasa las dos manos por el cabello y se echa un poco hacia delante en su asiento.

—Pero tengo muchas dudas. Ahora mismo me apetece estar solo contigo. Hablar como siempre, ser nosotros. —Hace una pausa y prosigue—. Pero no sé si mañana o la semana que viene voy a volver a recordar o ver algo que me haga pensar de nuevo en Paula.

La chica resopla al oír la reflexión que Ángel acaba de hacer. Y llega a una conclusión:

—Luego dicen que nosotras somos difíciles de entender.

—Y lo sois.

—¡Ja!

—Mucho más que nosotros.

—¡Ja y ja!

—Aunque hay excepciones.

—Y a mí me tocó enamorarme de una de esas excepciones.

Sandra se inclina y le da un beso en la mejilla a Ángel. Pone en marcha de nuevo el coche y Green Day vuelve a sonar en el interior.

Su novio la observa atentamente. Le gusta, le gusta mucho.

—¿Qué hacemos con este asunto?

—Creo que tu promesa, en el fondo, estaba bien planteada... si estás dispuesta a cumplirla.

—¡Por supuesto! Si no, menuda promesa sería.

—¿Nada de Paulas entonces en lo que queda de día?

—Nada de Paulas. Solo Sandras.

—Sandras y Ángeles.

Y, pisando el acelerador a fondo, la pareja de novios se dirige al centro de la ciudad con la intención de dedicarse en exclusiva el uno al otro.

Capítulo 68

Una mañana de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

Es el segundo cruasán relleno de chocolate que Mario se come. Lo devora con ferocidad, a grandes mordiscos. Sin embargo, Diana aún no ha tocado el que tiene delante.

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