¿Sabes que te quiero? (15 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—¿Y cómo queréis dormir? ¿Por parejas? ¿O las chicas con las chicas y los chicos con los chicos?

—Yo duermo con Armando —aclara Miriam. Y besa a su novio.

Cristina mira hacia otro lado. Inspira y expulsa el aire por la nariz. Intenta convencerse de que nada de lo que suceda le va a afectar.

—Yo, con Cris —señala Paula. Y sonríe a su amiga, que le devuelve la sonrisa.

—Bien, entonces sí me salen las cuentas. Diana y Mario van en la otra habitación, ¿no?

—No te has comido mucho la cabeza para eso, ¿eh? —responde la Sugus de manzana.

—No te metas conmigo. Nunca fui bueno en matemáticas.

—En eso entonces no te pareces a Mario, que es una máquina —añade Diana, y le da un beso sonoro a su chico en la mejilla.

—Seguro. Me fulminaría en un torneo de
sudokus
.

Diana ríe ante la ocurrencia del francés, pero a su novio no le hace tanta gracia. No le gusta nada aquel tipo. Es un caradura y se toma demasiadas confianzas. Aunque tiene razón: en un torneo de
sudokus
lo destrozaría.

El grupo de chicos recorre toda la primera planta. Alan le va indicando a cada uno la habitación que ocuparán durante el fin de semana. La última es la de Cristina y Paula, en el ala oeste de la casa.

—Os dejo ahora para que os podáis cambiar tranquilamente y poneros los bikinis. En quince minutos os veo abajo. No os perdáis.

Y después de una última mirada a Paula, a la que sonríe una vez más, cierra la puerta.

Las dos amigas se quedan solas.

—Menuda habitación —dice Cristina mientras deja la mochila sobre una silla y mira a su alrededor.

Es un dormitorio con dos camas. Grande, muy grande, y además contiene un cuarto de baño con una mampara de ducha. Las paredes están pintadas de amarillo claro y el techo de un amarillo más intenso. Dos inmensos ventanales, que dan a uno de los jardines de la casa, proporcionan gran luminosidad a aquel espacio. Paula abre uno de ellos y se asoma.

—¡Mira esto!

Cris acude junto a su amiga y ambas contemplan lo que parece un laberinto hecho con setos.

—¡Qué gran sitio para jugar al escondite...! —apunta la chica.

—Sí, por ahí se podría perder alguno que yo me sé.

Las dos sonríen y se apartan del ventanal.

—¿Por qué no le das una oportunidad? —pregunta Cristina, que coge un bikini rosa de la mochila. Paula ha elegido uno marrón.

—Porque no me fío de él.

—Admito que Alan es un poco prepotente.

—¿Un poco?

—Bueno, muy prepotente. Pero ¿quién no lo sería viviendo en un sitio como este o conduciendo un Ferrari? Es a lo que está acostumbrado. Tiene que ser complicado no creértelo un poco con tanto lujo a tu alrededor.

Paula mira a su amiga extrañada.

—Es curioso que tú digas eso.

—¿Por qué?

—Porque eres una chica sensata y humilde. Nunca presumes de nada.

—Quizá es porque no tengo nada de lo que presumir.

—¡Venga ya! ¡Pero si...!

Paula la agarra de la mano, la conduce hasta el cuarto de baño y la sitúa delante de un gran espejo de pie en el que se ve todo el cuerpo.

—¡Mírate, por favor! Y dime que no estás para... ¡Cris, estás impresionante!

—Eso no es cierto. Tú estás mejor.

Cristina se pone de lado y se compara con Paula. No está mal. La verdad es que en los últimos meses ha experimentado un cambio importante. Aunque nunca llegará a estar a la altura de ella.

—¿Yo, mejor? Te equivocas. Además, ese bikini te queda genial... ¡Pero mira qué cuerpazo tienes!

—No es verdad. El tuyo es insuperable.

Se dan la vuelta y se miran por detrás. Se dan cuenta de que físicamente cada vez se parecen más. Hasta usan la misma talla de sujetador y de bikini.

—Las dos estáis buenísimas. Y ahora... ¡vamos, que quiero bañarme! Os estamos esperando.

La voz es de Miriam, que ha entrado en el cuarto de baño vestida solo con un bikini blanco con rayas azules. Armando se ha quedado esperándolas en la puerta de la habitación.

—¡Guau...! Tú tampoco estás mal, ¿eh? —indica Paula, haciendo que su amiga dé la vuelta sobre sí misma.

—¿«Guau»? Me has recordado a Cassie, la de
Skins
.

Las tres ríen al mencionar Miriam el nombre de uno de los personajes de una de sus series de televisión preferidas. Se entretienen un poco más delante del espejo, intercambiando piropos, hasta que Armando las llama a gritos desde la puerta.

—¡Ya vamos, amor! —responde la mayor de las Sugus.

Y, tras coger las toallas, salen de la habitación.

—¡Cómo sois las tías!, ¿eh...?

Los ojos de Cristina tropiezan casi sin darse cuenta con los del chico, que también casi sin querer se fija en la parte de arriba de su bikini. Esta enrojece al saberse observada y sonríe para sí. Armando también se ruboriza y busca rápidamente la mirada de su novia.

—¿Cómo somos? —pregunta Miriam, que ya ha atrapado a su chico por la cintura.

—Tú, preciosa.

—¡Guau!

Y se besan en los labios, justo delante de Cris, cuya ilusión se vuelve a desvanecer. Otra vez aparece esa tristeza interior tan desoladora. ¿Cómo demonios puede controlar sus emociones? Sencillamente, no puede. Es imposible superar ese ahogo que sufre con cada beso que se da la pareja. Pero es necesario que lo consiga, por su bien y por el de todos.

Cuando están a punto de bajar las escaleras, Mario y Diana se les unen. El chico lleva un llamativo bañador morado con grandes topos blancos que se compro a petición de su novia, aunque a él no le gusta demasiado. Ella se ha puesto un bikini amarillo.

—Oye, tú estás más delgada... —le dice Miriam al verla.

—No es verdad. Estoy como siempre.

—Es cierto. Yo también te veo más delgada —añade Paula.

Cristina también lo afirma con la cabeza. Diana se encoge de hombros y sonríe.

—Bueno, si vosotras lo decís... Pero yo me veo como siempre.

—Estás más delgada. Te has quedado sin culo... —insiste Miriam.

Los cinco a la vez miran el trasero de Diana, que se muere de vergüenza.

—¡Pero qué miráis! —grita, tapándose con una toalla.

—¡Eso digo yo! ¿Tú que miras? —le regaña Miriam a Armando, al que da un pellizco en el brazo.

El chico se queja y luego sonríe. Él no va a decir nada, pero es verdad que Diana tiene menos culo que cuando la conoció hace unas semanas.

Entre risas llegan a la planta baja, donde encuentran a alguien más. Un chico y una chica están sentados en uno de los sofás del salón con sendos botellines de cerveza en sus manos. La chica se levanta cuando el grupo aparece y se va directamente hacia Paula.

—Hola, me alegro de volver a verte —dice, y le da dos besos en la mejilla. Su aliento desprende el aroma de la cerveza.

—Yo también me alegro, Davinia.

A las dos les viene a la cabeza lo que ocurrió hace unas semanas.

—Espero que lo paséis bien en mi casa, chicos.

Y sonriente, callándose lo que realmente está pensando, regresa al sillón junto a Bruno, al que besa en la boca tras beber un nuevo trago de cerveza.

Capítulo 26

Una mañana de abril, en un hotel de Francia.

Todavía no puede creerlo. Aquello debe de ser un mal sueño. ¿Qué hizo anoche en la
suite
del hotel con Alan? Paula está muy nerviosa. Si no hubiera bebido, no habría pasado nada.

Entra en el ascensor y pulsa el cero. Son unos segundos eternos en los que cientos de ideas circulan por su cabeza. Ninguna agradable, pero tampoco ninguna clara. ¿Ha hecho el amor con aquel chico? Si es así, no se lo perdonaría nunca. Ni a él tampoco. Aunque la responsabilidad sería totalmente suya. Ella fue la que cenó en la habitación con él a solas, sin conocerlo, y ella tue la que perdió el dominio de la situación y de sí misma. ¡Ha sido una estúpida!

Los números de los pisos van cayendo en una cuenta atrás infinita. Se muerde las uñas y con el pie derecho taconea incontrolablemente. Con todo lo que ha sufrido esos días y ahora esto... ¿Aprenderá alguna vez?

El ascensor se detiene por fin y las puertas se abren tras sonar un pitido. Está en la planta baja del hotel. Alan le dijo que la esperaba en el salón. Mira a un lado y a otro hasta que encuentra un cartel que indica que tiene que ir hacia la derecha. Camina siguiendo la flecha por varios pasillos, entre decenas de turistas que van y vienen. Continúa el dolor de cabeza provocado por la resaca del champán. Crece su angustia y su nerviosismo. ¿De verdad quiere saber lo que Alan tiene que contarle? ¿Realmente es bueno para ella enterarse de lo que pasó? Mañana regresa a España. Podría olvidarse de todo, como si aquella noche nunca hubiera existido, y pasar página. Más que pasarla, quemarla. Destruir un capítulo de su vida.

Pero ya es tarde para echarse atrás. Ha entrado en el salón y allí está él, sentado en un sillón, con las piernas cruzadas y
L'Équipe
entre sus manos. La portada habla de la selección francesa de fútbol. A su lado, una chica lee una revista de moda. Le suena la cara. Sí, es la misma que desayunaba con Alan cuando lo vio por primera vez. Como si intuyera su presencia, el joven mira hacia ella. Sonríe y deja el periódico encima de la mesa que tiene delante. Se pone de pie y la invita a que vaya hacia él. Paula resopla y camina hacia donde está, con los brazos cruzados bajo el pecho.

—Hola, te estaba esperando —dice Alan cuando llega hasta ellos.

Intenta besarla pero Paula lo rechaza, apartando la cara, y se sienta en una silla enfrente. El también se deja caer en el sillón y vuelve a cruzar las piernas. La chica que leía la revista de moda la observa indiferente.

—No iba a venir. Estoy segura de que anoche no sucedió nada más que una cena y unas copas de champán.

—¿Y entonces qué haces aquí?

—Quería saber qué eras capaz de inventar.

El francés suelta una carcajada y la vuelve a mirar a los ojos.

—Te presento a mi prima Davinia —comenta de repente, cambiando la expresión de su cara.

—Hola.

—Hola.

Las dos chicas se saludan sin mucho entusiasmo. Paula no comprende qué hace ella allí.

—Me alegro de que ya estés mejor — le dice Davinia, que suelta la revista sobre el periódico que Alan ha dejado encima de la mesa—. Anoche te pillaste una buena.

Paula no puede ocultar su sorpresa ante las palabras de la chica. ¿Ella estuvo en la
suite
también?

—Por tu cara veo que no te acuerdas de Davi. ¿Me equivoco?

—Pues..., la verdad...

Ahora sí que su confusión es máxima. La recordaba del desayuno con Alan y con el niño pequeño que le hizo burla a su hermana, pero no se acuerda de haberla visto ayer por la noche. ¿Cuánto bebió para que se borrara de su mente que había estado con ella?

—No te preocupes, es normal que no la recuerdes. Davi llegó cuando ya estabas casi inconsciente.

—¿Inconsciente?

—Sí. Al principio pensé que me estabas gastando una broma. Te desataste. Desfasabas muchísimo. Hasta que, finalmente, te dio un gran bajón. Llamé a Davi para que me ayudara, y entre ella y yo te llevamos a tu habitación.

—Pero...

—No lo recuerdas, ¿verdad? —pregunta Davinia.

—No —responde desolada.

La prima de Alan suspira y coge de nuevo la revista de moda.

—No querías que tus padres llegaran y no te encontraran... —comenta Alan.

—Entonces, entre tú y yo...

El francés sonríe maliciosamente. Y a continuación niega con la cabeza, aunque su sonrisa es diferente, más limpia, más sincera. Desde que le conoce es la única vez que parece que no va con segundas.

—No pasó nada.

—¿Y cómo sabías lo de...?

—¿Los lunares? —completa la pregunta, divertido—. Los vio Davi de casualidad, cuando te cambió de ropa para que no te fueras a dormir con los vaqueros. Me lo contó como una anécdota. Aunque me hubiera encantado descubrirlos por mí mismo...

Paula se sonroja pero suspira aliviada. ¡Menos mal! No se llegó a acostar con aquel chico, que después de todo no parece tan malo. No se aprovechó de ella, aunque tiene algo que no le termina de gustar. Es misterioso, pero siempre da la impresión de que lo que oculta no es nada bueno.

Davinia se asoma por encima de la revista. Se ha cansado de la función de teatro de Alan. ¡Menuda estúpida! En la línea de todas las que se tira el cretino de su primo. Se pone de pie y se despide con frialdad de Paula. Una más para la lista. Al menos, aquella le ha servido para ganarse cien euros.

—No tenías que haber insinuado que te acostaste conmigo —protesta la chica, ya a solas.

—No insinué nada. Simplemente quería volver a verte. Si no creo esa incertidumbre, ¿a que no hubieras bajado a verme?

—No lo sé. Pero ha sido muy cruel por tu parte.

—Cruel hubiera sido acostarme contigo anoche, sin que te enterases de nada, ¿no? Pero te he demostrado que soy un caballero.

En eso tiene razón. Quizá otro chico se habría aprovechado.

—Bueno. Aún así, no deberías haberme asustado.

—Vaaaale. Perdona —dice, con una sonrisa y volviendo a mirarla a los ojos—. ¿Quieres que me ponga de rodillas?

—No hace falta. Olvidemos ya el tema.

—Muy bien. ¿Quedamos esta noche?

A Paula es ahora a la que se le escapa una carcajada.

—Lo siento. Me voy mañana.

—¿Y? Si te vas mañana, esta noche estarás aquí todavía.

—No es una buena idea, Alan.

—Bueno. Si cambias de opinión, llámame.

El chico corta un trocito de periódico y le apunta su número de móvil. Sonriente, se lo entrega.

—Vale. Pero no creo que vaya a hacerlo.

—Bien. Esperaré de todas formas.

Paula se levanta de la silla. Mira fijamente a aquellos preciosos y enigmáticos ojos verdes y le entra un escalofrío. No confía en él, pero tiene que reconocer que es un chico muy interesante. No solo por lo guapo que es, sino por su peculiar forma de ser.

—Adiós, Alan. Si no nos volvemos a ver..., que te vaya muy bien.

—Seguro que nos vemos.

Y, sonriéndole, la chica camina de nuevo hacia el ascensor, ahora mucho más tranquila. Cometió un error, muy grande, pero no fue un fallo con consecuencias fatales. Le duele la cabeza, tiene resaca, perdió el control..., pero no se acostó con él. Su primera vez está aún por llegar y será cuando y con quien ella decida.

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