¿Sabes que te quiero? (7 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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Allí hay de todo. Cientos de camisetas, juegos, globos, almohadones, golosinas, gorras; todo con el dibujo de alguno de los personajes de Disney.

Érica se separa de Paula y corre hacia el fondo, donde están los pósteres. Paula resopla, pero esta vez la deja que vaya sola. Desde allí la tiene vigilada. Solo espera que no rompa nada.

—Hola. —Le sorprende una voz a su espalda.

Da un pequeño gritito y se encuentra con Alan. Va vestido de Mickey Mouse pero no lleva la cabeza puesta.

—¿Otra vez tú? ¿Qué pasa, es que me sigues? —pregunta molesta.

—¿No hemos tenido esta conversación antes? —contesta, mirando hacia arriba, haciendo que piensa.

—No empecemos...

—¿Siempre estás a la defensiva? ¿No te gustó el desayuno? Churros. Querías churros. Debí imaginarlo.

Paula se cruza de brazos. No tiene ganas de hablar con aquel caradura. Pero, sin saber por qué, se le escapa media sonrisa. Cuando se da cuenta, enseguida vuelve a ponerse seria.

—No quería churros. Estaba todo muy rico, gracias. Pero no deberías haberte molestado.

—No es molestia. Ni siquiera pago yo —responde sonriente.

—Aún así, no tendrías que habernos pedido el desayuno a la habitación. Tenemos pensión completa.

—Lo sé. He visto las reservas —señala alegre—. Bueno, ¿cenas conmigo esta noche?

«¡Qué tío más fresco!», es lo primero que se le ocurre a Paula. Nunca se había encontrado a alguien con tanto morro.

—Ni en sueños.

—Pues es curioso, pero anoche soñé que cenábamos juntos.

—¿Sí? ¿Era yo o era otra?

—Eras tú. ¿Cómo voy a pensar en otra después de haberte conocido?

«¡Bah! No se lo cree ni él...Esa táctica de ligar con ella no resulta. Este francesito no sabe con quién está hablando», piensa Paula.

—Mira, Alan...

En ese instante, Érica llega corriendo con un pòster gigante de Peter Pan y Wendy.

—¡Quiero este! —grita, y luego saluda con la mano al chico, que le corresponde de la misma forma.

—Érica, cuesta veinticinco euros. Y solo tengo treinta.

—¡Lo quiero! ¡Es precioso!

La niña intenta desplegarlo para que su hermana lo vea. Pero no le resulta nada sencillo y dobla las puntas.

—Vale, vale... No sigas desenrollándolo que al final lo vas a romper y lo vamos a tener que pagar igual.

Satisfecha, Érica corre hasta la caja y le pide a Paula que se apresure.

—¿Entonces no cenamos? —insiste Alan, que camina a su lado.

—No.

—Bueno.

El chico se separa de Paula y desaparece por un pasillo de la izquierda.

«Menudo personaje», piensa. ¿Por qué insistirá tanto? ¿Es que no sabe aceptar una negativa por respuesta? Físicamente, no está mal. Pero ella no está ahora para otras historias. Y llega a la caja registradora donde paga el pòster de Peter Pan y Wendy. Se despiden de la dependienta y abren la puerta de la tienda. ¿Dónde está Alan? ¿Por fin se ha dado por vencido?

Un trueno sacude el cielo de Disneyland-París.

—¡Cómo llueve! —exclama la pequeña.

Paula mira el móvil para ver la hora que es pero no tiene balería. Mierda. Sus padres empezarán a preocuparse si no llegan pronto. Pero con esa lluvia es imposible salir de allí.

—¡Vayámonos! ¡No me gustan las tormentas! ¡Me quiero ir con mamá!

—Espera, Érica. No podemos irnos con esta lluvia.

—¡Me quiero ir ya!

—¡Espera a que pare un poco!

Pero la lluvia sigue arreciando y no parece que vaya a amainar.

—¿Quieres que te lo deje?

Es Alan. Sostiene en las manos un paraguas de la Cenicienta. Lo acaba de comprar en la tienda.

—¡Sí! ¡Qué bonito! —grita Érica cuando lo ve.

—Gracias, es un detalle.

—Pero antes... —El chico se esconde el paraguas detrás de la espalda—. Promete que cenarás conmigo esta noche.

—¿Qué? ¡Ni hablar!

Otro trueno. La lluvia cae con más fuerza sobre Disneyland.

—Vale. Pues me voy.

Alan abre el paraguas y se aleja silbando.

Érica lo ve y se pone a llorar.

—¡Me quiero ir! ¡Quiero ir con papá y con mamá! ¡Yaaaa!

La niña está muy alterada. Paula suspira. No le queda más remedio.

—¡Espera! —grita Paula—. ¡Alan, espera!

El chico se da la vuelta y sonríe.

—¡¿Qué?! —pregunta desde lejos

—Está bien, cenaré contigo esta noche...

—¡¿Quéeee!? ¡No te oigo!

—¡¡¡Que cenaré contigo esta noche!!!

Alan sonríe y regresa.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

—Bien, pasaré por tu habitación a las nueve. —Y le entrega el paraguas a Érica, que se pone muy contenta.

—¿Y qué les digo a mis padres?

—Pues diles la verdad. Que has quedado con el hijo del dueño del hotel para dar una vuelta.

—Claro. Y me van a dejar que salga de noche contigo.

—Diles que va también mi prima. Así no habrá problemas.

Paula resopla. ¿Lo tenía todo planeado?

—Vale.

—Bien. Entonces hasta la noche.

Se acerca para darle un beso en la mejilla pero Paula retira la cara. Alan se encoge de hombros. Luego se agacha y le habla en voz muy bajita a Érica.

—Gracias —dice guiñándole un ojo. La niña intenta imitarlo pero cierra los dos a la vez.

Y Alan se marcha.

Paula no comprende nada, mientras la pequeña sonríe satisfecha. ¡Le encanta Mickey! ¡Qué simpático! Además, luego le dará esa gran bolsa de golosinas que hace un rato le prometió en la casa de los espejos. Ha hecho todo lo que él le pidió. Se siente importante. ¿Pero cómo sabía que iba a llover?

Ni idea. Si va siempre disfrazado de ratón Mickey, seguro que sabe hacer magia. ¡Su hermana es muy afortunada de que a él le guste!

Ese mismo día de abril, por la noche, en un lugar de Francia.

Toc, toc.

Paula abre la puerta. Lleva unos vaqueros gastados y una camiseta blanca que pone «I love Paris», que compró ayer. Alan, sin embargo, se ha vestido con una bonita chaqueta gris, una camisa azul y unos pantalones casi del mismo color que la chaqueta. Mocasines. No lleva corbata pero está muy guapo.

—¿Vas a venir así a cenar? —pregunta él, mirando a la chica de arriba abajo.

—Claro, ¿qué creías? ¿Estamos en Disneyland, no?

—Sí. Si me parece bien... —responde con una sonrisa.

—Pues vamos.

La chica coge el bolso, la tarjeta-llave de la habitación y cierra la puerta.

—De todas formas, no iremos muy lejos.

—No pensaba ir contigo muy lejos. De hecho, creía que tomaríamos cualquier cosa en alguna cafetería de por aquí.

—Está claro que no me conoces.

—Por eso mismo.

Los chicos caminan por una alfombra roja hasta llegar al ascensor. Paula se sorprende cuando Alan pulsa el botón para subir. Se habrá confundido. La puerta se abre y entran. Están solos, acompañados de una molesta musiquilla de fondo.

—¿Adónde vamos?

—A la última planta —dice, y pulsa en el número nueve.

No se ha equivocado. Van hacia arriba. Paula no comprende nada.

—¿Y para qué subimos allí?

—Ahora lo verás, impaciente.

—No soy impaciente. Es que no me fío de ti.

—Pues estamos solos, encerrados en un ascensor. Es tarde para desconfiar de mí, ¿no crees?

La chica no responde y observa cómo los números de los pisos se van iluminando conforme van subiendo. Un timbre anuncia que el ascensor ha llegado a su destino. Novena planta. La puerta se abre y la pareja sale, él delante. Ella, expectante, detrás.

—Sígueme, por favor.

La chica obedece sin decir nada. No está segura de lo que pretende, pero ha despertado su curiosidad. Caminan por el pasillo de la planta. Todo está muy tranquilo. No se escucha nada. Y llegan a la habitación 916, donde se detienen. Alan saca una tarjeta de su bolsillo y la pasa por el sensor. La puerta se abre. Sonríe e invita a Paula a que pase primero.

—Adelante —dice, haciendo un gesto con la mano para que entre.

La chica lo mira a los ojos, llena de dudas, pero está intrigada.

entra en la habitación.

Aquello es enorme. No es una habitación cualquiera, parece una de las
suites
del hotel. Lo primero que se encuentra es un pequeño salón, con un sofá y una mesita de cristal, antesala de otro salón mucho más grande, repleto de muebles de época. Incluso hay un piano. Paula camina asombrada por la habitación. Está impresionada. Nunca había estado en un sitio así. El cuarto de baño también es gigantesco, con espejos por todas partes. Y un yacusi.

—Si quieres, luego nos damos un baño —sugiere Alan.

—¿También forma parte de tu sueño?

—No. Eso no lo he soñado todavía. Dame tiempo.

No tiene arreglo. Paula sonríe irónica y sigue caminando. Sale del baño y entra en el dormitorio. Es precioso. Está adornado con exquisito gusto. Cortinas de seda y alfombras indias. Dos lámparas de araña ocupan el techo abovedado. La cama de matrimonio parece sacada del libro
Las mil y una noches
.

—¿Cómo has conseguido que te dejen estar aquí? —pregunta la chica mientras roza con sus dedos uno de los velos que cubre la cama.

—Muy sencillo. No pidiendo permiso.

—¿Qué?

—Me metí en el ordenador y reservé la
suite
a nombre de Jacqueline Larsson.

—¿Y quién es esa?

—Nadie. No existe. Pero así tendremos la habitación para nosotros toda la noche.

—¿Estás loco? Además, no me voy a quedar aquí toda la noche. Solo voy a cenar contigo.

—¡Es cierto! ¡La cena! —exclama Alan, dándose una palmada en la frente—. Espera.

El chico se acerca a una de las mesitas de noche donde hay un teléfono. Lo descuelga y marca un número. A continuación, mantiene una conversación con alguien en francés. Paula lo observa. No entiende nada de lo que está diciendo. Un minuto más tarde, Alan cuelga.

—¿A quién has llamado?

—A François.

—¿Quién es?

—Ahora lo verás. Ven.

Alan sale del dormitorio andando deprisa y entra de nuevo en el gran salón. Paula lo sigue de cerca. No para de mirar a su alrededor. Aquel sitio es increíble. Las paredes están llenas de cuadros y de objetos que parecen muy valiosos. ¿Cuánto podrá costar una noche allí?

Mientras, Alan se sienta en la banqueta del piano y estira los dedos.

—¿Alguna petición?

—¿Sabes tocar?

—Ya te dije que no me conocías —indica sonriente—. Bueno, a ver qué te parece esto.

Cierra los ojos, respira hondo, los vuelve a abrir y comienza a tocar. Es una canción francesa muy conocida, aunque Paula jamás la ha oído. Lo hace muy bien. Por un momento, a la chica le viene a la cabeza la exhibición que Alex hizo con el saxofón en su cumpleaños. Un extraño hormigueo le agujerea el estómago. ¿Qué habrá sido del escritor? No ha vuelto a saber nada de él. Se lo dejó muy claro aquel día. Nunca más. Era lo mejor. El chico de la sonrisa perfecta le ayudó a comprender que sus sentimientos estaban confusos, que necesitaba tiempo para pensar, para comprenderse a sí misma. Quería a Ángel, pero no estaba preparada para amarle. ¿O sí?

Al pensar en el periodista, la nostalgia es mayor. Estaba dispuesta a acostarse con él. A entregar su virginidad. Creía que él era el adecuado. Pero cuando estaban a punto de hacer el amor, comprendió que ni estaba preparada ni segura de que él fuese el hombre de su vida. Tantas dudas tendrían que significar algo. Pero le seguía queriendo. Seguía pensando en él. Entonces, ¿por qué había decidido estar sola?

Alguien llama a la puerta. Alan deja de tocar y se acerca a abrir.


Bonsoir, François. Vous nous avez apporté tout?
—pregunta el chico, ayudando al camarero a meter un carrito en la habitación.


Oui
,
monsieur
.


Merci beaucoup
.

Paula se asoma y ve al hombre que esta mañana les llevó el desayuno. Este la saluda gentilmente, inclinándose, y la chica le corresponde con la mano. Luego, sin decir nada más, se marcha cerrando la puerta.

—Bien, aquí está nuestra cena.

Alan coge una bandeja del carrito y la lleva a la mesa central del gran salón. Luego enciende dos velas que ya tenía preparadas.

—¿Ese hombre trabaja solo para ti? ¿Tus padres saben algo de esto? —pregunta la chica, que acude junto a él y se sienta en una de las sillas de la mesa.

—François es un buen tipo. Le he contado lo que quería hacer y se ha ofrecido a ayudarme. Eso sí, a cambio tendré que hacerle algún que otro favorcillo.

—¿Qué favorcillo?

—Salir con su hijo —responde mientras saca de una cubitera una botella de champán.

—¿Es gay?

Alan suelta una carcajada cuando oye a Paula.

¡Flop! El corcho de la botella salta por los aires y la espuma del champán cae en cascada.

—No. Simplemente es un poco pardillo. No tiene muchos amigos. Para ser más exacto, no tiene ni un solo amigo. Y quiere que yo le saque un poco de casa.

El chico agarra dos copas y las llena de champán. Entrega una a Paula y se queda con otra, que pone encima de la mesa.

—¿Vamos a beber champán para cenar?

—Sí. ¿No te parece bien?

—Preferiría no tomar alcohol.

—Como quieras. ¿Llamo a François y te pido una botella de agua o un refresco?

La chica duda un instante, pero finalmente coge la copa y la lleva hasta sus labios.

—¡Espera! ¡Para! —grita Alan.

—¿Qué pasa?

—Tenemos que brindar primero.

Paula resopla, pero acepta.

—¿Por qué quieres brindar?

El chico medita un instante, luego mira a su acompañante a los ojos y sonríe.

—Por la casa de los espejos y esta maravillosa cena.

Paula no entiende lo de los espejos, pero tampoco va a discutir. Chin-chin. Y de un trago se toma la primera copa de champán de la noche.

Capítulo 12

Una tarde de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

Llevan un rato en silencio. Ella conduce con la música de Fireflight de fondo. La guitarra del comienzo de
Unbreakeable
le excita. Pero hace calor. Sube las ventanillas, baja el volumen y pone el aire acondicionado.

—¿No te importa, verdad?—pregunta Sandra, que no espera una negativa por respuesta.

—No. Hace calor —contesta Ángel, que agradece que su novia haya bajado el volumen de la música.

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