—Lo que no pasará será que vaya a ver a Paula. No la quiero a ella. Te quiero a ti.
Un cosquilleo invade el estómago de Sandra, que desea haber escuchado bien lo que Ángel acaba de decir.
—¿Me lo puedes repetir, por favor?
—¿No te has enterado?
—Sí, pero quiero estar segura y saborearlo —indica con una sonrisa.
El periodista se acerca aún más a ella. Sus ojos y sus bocas están a menos de quince centímetros.
—No voy a quedar con Paula. La ùnica chica que me interesa y que quiero eres tú.
—¿Seguro? —pregunta con los ojos brillantes.
—Segurísimo.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
—¿Dejo de ser tu presunta novia para convertirme en tu novia oficial?
—Sí. Ya no soy tu presunto novio, soy tu novio hasta que te canses de mí. Solo y entero para ti.
Sandra da un grito triunfante.
No lo resiste más y se lanza sobre Ángel, al que incluso tumba en el sofá. Sus labios se juntan en un beso infinito. Volcados en la pasión, casi sin poder respirar, soltando todo lo acumulado durante ese fin de semana. Ahora mismo ya no piensan en nada más, solamente uno en el otro.
Y se dejan llevar unos minutos, en el que la ropa desaparece, los gemidos se suceden y la magia se destapa. Música entre los cuerpos. Millones de sensaciones, todas ellas diferentes e indescriptibles.
Anochece en la ciudad.
En el salón del piso de Ángel, el calor que se desprende es incluso mayor que el que hay en el exterior. El periodista se levanta desnudo y enciende el aire acondicionado. La primera ráfaga de aire frío chocando con su cara es muy bien recibida. Desde allí observa a Sandra. También está completamente desnuda. Es todavía más preciosa así. Le encanta. Todas sus formas y todas sus curvas dibujan un cuerpo perfecto. Un sueño.
—No me mires tanto, que me vas a gastar —comenta la chica, tapándose con un cojín.
—No te miraba a ti.
—¿Ah, no?
—No —dice, mientras se aproxima a ella.
—Mientes muy mal, cariño.
«Mentir» es un verbo que Ángel detesta, pero que en el pasado más cercano se ha mezclado con él. Quizá va siendo hora de ser sinceros totalmente respecto a algunas circunstancias. No ser sincero no es solo mentir, sino ocultar la verdad o parte de ella.
El periodista se pone los bóxers y se sienta en el hueco del sofá que le deja Sandra, que continúa tumbada. La joven apoya su cabeza sobre sus piernas y lo mira emocionada. Qué suerte tiene de que sea su novio. Otra vez, como antes.
—Tengo que contarte una cosa —le dice muy serio.
—¿Que me quieres?
—Sí. Por supuesto que te quiero —contesta sonriente, y le da un pico en la boca—. Pero, aparte, hay algo que es mejor que sepas.
—Vale, soy toda oídos. Cuéntamelo —responde ella, un poco preocupada.
—Es sobre Katia.
—¿Sobre Katia? ¿Qué pasa con ella?
No imaginaba que sería algo relacionado con la cantante. Cuando leyó la entrevista que Ángel le hizo a la chica del pelo rosa en su anterior revista, le pareció que estaba muy bien hecha y que tenía un toque íntimo demasiado personal. Eso solo podía significar que los dos habían simpatizado bastante el uno con el otro. Y, conociendo un poco a Katia y siendo Ángel como es, guapo, elegante, inteligente, no le extrañaría que hubieran mantenido una relación. Aunque la prensa no se hizo eco de nada. ¿Será eso lo que tiene que contarle?
—Como bien sabes, ella y yo nos conocimos hace tres meses, cuando le hice la entrevista.
—Estaba pensando en eso.
—Pues... nos hicimos más o menos amigos.
—¿Cuánto de amigos?
—Mmm... Esa respuesta es difícil de responder —indica el joven, con media sonrisa—. Déjame que te cuente.
—Bueno, no te interrumpo más.
—Gracias.
—Cuéntame ya lo que sea.
Sospecha lo que viene ahora. Era raro que todo fuera tan bien. Ahora le dirá que se acostaban y que aún se acuerda de ella y todo lo demás.
—Bien. —Ángel toma aire, y continúa—. Katia quiso algo más conmigo que una simple amistad. Puedo decir... que se obsesionó un poco. Bastante.
—¡¿Qué dices?! ¿Y pasó algo entre vosotros?
—Nada. No pasó nada. Pero no por falta de ganas de ella. Yo salía con Paula. No le fui infiel, aunque hubo momentos un poco confusos —reconoce, enfatizando sus últimas palabras—. El caso es que la cosa entre Katia y yo no terminó bien. Nada bien.
Sandra reflexiona un momento. Pues no era la historia que esperaba... En el fondo, se alegra mucho de que entre su novio y Katia no pasara nada de verdad.
—¿Esto me lo cuentas porque tienes que entrevistarla esta semana?
—Sí —le confirma—. Créeme, no siento absolutamente nada por ella. Pero volver a verla, entrevistarla..., me resulta un poco incómodo.
—¡Y para mí también lo es! —exclama, poniéndose de pie—. ¡No pienso dejar que hagas esa entrevista! Ya lo he pasado bastante mal el fin de semana. ¡No me voy a arriesgar a que esa me robe a mi novio!
—Pero...
—No se hable más. Mañana mandaré a otro a que cubra el reportaje de Katia y el escritor —indica sentándose en las piernas de Ángel—. Esto me lo tenías que haber dicho antes.
—No sabía cómo reaccionarías.
Sandra le da un beso, luego otro, y sonríe.
—No me dirás que a estas alturas me tienes miedo.
—Claro. ¡Eres la temible Sandra Mirasierra! Todos lo saben
—¿Así me llamáis en el periódico?
—Yo no, ellos.
La chica sonríe picara. Le besa el cuello y le susurra al oído.
—Pues tú eres el que más motivos tienes para llamarme así.
Esa tarde de finales de junio, en un hospital cercano a la ciudad.
La espera se está haciendo eterna en el hospital. Todos han avisado a sus respectivas familias de lo que ha pasado, aunque sin dar muchos detalles.
«Diana está ingresada porque se ha golpeado la cabeza. Pero se encuentra bien y su madre está con ella.» Ese es el mensaje oficial. Mario también ha llamado a su hermana Miriam, que está de camino.
Débora entra y sale de la sala de espera. Lo último de lo que le han informado es que esa noche su hija la pasará allí en observación. En unos minutos le han dicho que podrá verla.
—Podríamos turnarnos para quedarnos aquí esta noche —dice Cris,—Yo no me pienso ir —responde Mario, que sigue muy preocupado por su chica.
—Tendrás que descansar en algún momento —comenta Paula—. Además, tú eres el que más lo necesita. Mira cómo estás... ¿Por qué no le pides a algún médico que te examine el pie?
—No te preocupes por eso. Estoy perfectamente.
—Sois igual de cabezotas tu novia y tú —protesta su amiga, haciendo aspavientos con los brazos.
Pero en lo que menos piensa Mario en esos momentos es en su tobillo.
—Yo necesito cambiarme de ropa —interviene de nuevo Cris—. Mis cosas están en la casa de tus tíos, Alan.
—Yo también quiero cambiarme —añade Paula.
El francés escucha lo que las chicas están diciendo mientras se bebe un refresco. Durante todo ese tiempo que llevan en el hospital. ha estado pensando en la manera de que Paula le tome en serio. Parece que no hay forma de que lo haga. Ni rajándose el dedo. La herida ya está cubierta con una tirita que le pidió a una joven enfermera, a la que no hizo caso pese a su movimiento de pestañas y su escote. Ahora no está para flirteos.
—Podemos hacer una cosa. Yo voy con Paula a la casa de mis tíos, recogemos las cosas y os las traemos al hospital —señala Alan, arrojando la lata vacía en una papelera.
—Por mí, bien —apunta Cris.
—Traed también lo de Diana, por favor —añade Mario.
Alan mira a Paula. No está seguro de que quiera ir con él, a solas, de vuelta a la casa de sus tíos. Pero sus dudas quedan resueltas cuando su amiga se pone de pie y abre la puerta de cristal de la sala de espera.
—Luego nos vemos, chicos. Avisadnos si hay cualquier novedad —dice antes de salir de aquella enorme habitación.
Agarra de la mano a un sorprendido Alan y juntos abandonan la sala de espera del hospital.
—El coche lo has dejado en el parking, ¿verdad?
—Sí.
Cuando llegaron al hospital, Alan condujo el todoterreno hasta la puerta delantera para dejar a Diana lo más cerca posible de la entrada. Una camilla la recogió rápidamente y sus amigos la escoltaron, acompañándola hasta dentro. El francés fue el único que permaneció en el cuatro por cuatro, que aparcó en el parking del hospital.
—Has estado muy bien antes —le comenta Paula mientras caminan.
—¿Cuándo?
—Cuando has hablado con la madre de Diana.
—La mujer estaba muy nerviosa y necesitaba escuchar que ella no tiene la culpa de lo que le pasa a su hija.
—¿Se lo has dicho sinceramente? ¿Tú crees que ella no tiene la culpa?
—No lo sé. Pero eso importa poco. Los motivos a veces son lo de menos.
No está totalmente de acuerdo con lo que dice, pero no quiere llevarle la contraria en ese momento. Para ella los motivos si son importantes. Siempre o casi siempre. Sirven para llegar a una conclusión, para comprender los acontecimientos. Paula no cree que la madre de Diana tenga la culpa de que su hija vomite la comida para estar más delgada. En realidad, no se ha parado a pensar las razones por las que su amiga ha podido empezar a hacer eso. Siempre ha sido una chica delgada, con sus curvas. Y aparentemente, el problema ha comenzado hace poco tiempo. ¿Tiene que ver su relación con Mario con aquel asunto? No lo sabe y tal vez sea mejor no saberlo. De momento.
La pareja entra en el parking y sube hasta la tercera planta, donde está el todoterreno aparcado. Suben. Alan coloca bien el retrovisor, que estaba mal puesto, y arranca. El coche sale del aparcamiento y, después, del hospital. El sol comienza a ocultarse en aquella tarde limpia de nubes de finales de junio.
—¿Estás muy cansada? —le pregunta el chico, rompiendo el silencio en el que llevan inmersos unos minutos.
—Sí. Sí lo estoy.
—Se te nota.
—A ti también se te nota que estás cansado.
Rotonda y giro hacia la izquierda para coger la carretera que conduce hasta la casa de sus tíos.
—Yo no estoy cansado —le rectifica Alan.
—¿No? Pues estás muy serio.
—Hemos estado no sé cuánto tiempo en un hospital. No es un sitio que me motive demasiado.
—A mí tampoco. No me gustan nada los hospitales.
—No es mi mejor día.
—Para ninguno lo ha sido.
El sol va cayendo despacio, por el horizonte, dejando una franja naranja sobre el cielo, que poco a poco se va apagando.
De nuevo regresa el silencio. A Paula se le caen los ojos y Alan conduce despacio, observándola de vez en cuando de reojo. Casi no hay coches en la carretera.
—¿Te estás durmiendo?
—No, claro que no —responde ella después de dar un respingo sobre el asiento.
—Sería una pena que te durmieras ahora.
—¿Por qué?
—Mira.
El chico señala el cielo a través del cristal. Aquel atardecer podría ser la imagen de cualquier postal.
—¡Qué maravilla! —exclama.
—Sí, es muy bonito.
—¡Guau, es precioso...!
—Como tú.
No ha podido remediarlo. Se lo ha tenido que decir. Mirándola, es imposible pensar en otra cosa. Nunca había conocido a nadie como ella.
—Venga, Alan. No...
—Es que es verdad. Eres preciosa —la interrumpe, mientras la observa.
—Anda, mira hacia delante, no vayamos a sufrir un accidente y tengamos que volver antes de tiempo al hospital.
—Otra vez igual. Siempre lo mismo.
El joven resopla y devuelve sus ojos a la carretera. Le desespera que Paula ignore lo que siente. Pero, aprovechando un descampado junto al arcén, saca el todoterreno de la calzada y aparca.
—¿Qué estás haciendo?—pregunta la chica, con voz temerosa.
—¿Por qué no me das una oportunidad?
—¿Qué?
—Mira el sol. Es una estampa increíble.
—Si ya lo veo, pero...
—Es el momento ideal, el sitio perfecto para que tú y yo empecemos algo.
—Alan, yo...
—¿Por qué no crees en mí? Sé que te gusto. Que te atraigo. Pero no eres capaz de arriesgarte conmigo.
—No sé a qué viene ahora esto.
El francés suspira. Pero no se va a rendir.
—¿Piensas que te seré infiel? ¿Que a la primera de cambio te abandonaré por otra? ¿Es eso lo que piensas?
—No pienso nada.
—¿Entonces?
Ahora es Paula la que suspira, la que busca un argumento al que agarrarse.
—No lo sé, Alan. No sé qué es exactamente lo que me pasa contigo para no querer empezar una relación. Es algo que siento desde el día en que te conocí.
—¿Desde entonces ya piensas en mí?
Paula no sabe qué responder. Ha descubierto algo que no debería haber dicho.
—No lo sé.
—Sí que lo sabes. Pero no quieres reconocerlo. Te gusto, Paula.
—Me gustan cosas de ti. Eres un chico muy guapo, muy atractivo. Y tienes cosas en tu personalidad que me atraen. Pero...
—¿Pero?
—Hay otras cosas de ti que me echan hacia atrás.
—¿Qué cosas?
—Ya las sabes, Alan. Tu prepotencia, tu arrogancia... Tu falta de seriedad en momentos en los que deberías tomarte las cosas de otra forma...
La chica se queda en silencio y lo mira a sus penetrantes ojos verdes.