¿Sabes que te quiero? (58 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—¿Algo más?

—No lo sé. Son sensaciones que tengo contigo. Sensaciones que me piden que eche el freno, que no dé ni un paso más.

—Pero esas sensaciones pueden cambiar. Como yo. Yo también puedo cambiar.

—¿Tú, cambiar?

—Sí, ¿por qué no? No te digo que vaya a convertirme en otra persona completamente distinta, pero sí que puedo modificar algunos aspectos de mí. Mejorarlos. O por lo menos, intentarlo.

Paula sonríe y vuelve a contemplar el paisaje.

—Te creo, pero al mismo tiempo sé que no me estás diciendo la verdad.

Esta vez Alan no responde. Paula se gira hacia él, que continúa mirándola. De nuevo esa atracción. Ese cosquilleo. Esa sensación de querer algo que no puede ser. ¿No puede o no debe ser?

—Me apetece mucho besarte —le confiesa el francés.

Paula suspira. A ella también le apetece. Pero no quiere, no puede, no debe.

—Muchísimo. Cada vez más —insiste Alan, inclinándose lentamente sobre ella.

—Alan, no...

—Y más.

Un nuevo suspiro de la chica que ve cómo se acerca. Debe detenerle. Tiene que hacerlo. Aquello no puede ser. Pero el atardecer, su atractivo, sus labios... Sus labios están próximos. No quiere, no puede. Sus labios se rozan despacio. Despacio. Se tocan. Se unen.

Se sienten.

Es un beso prohibido para Paula y deseado para Alan.

El beso, ¿preludio de una oportunidad?

Capítulo 91

Ese día de finales de junio, en un lugar alejado de la ciudad.

Bill Murray se baja del taxi y besa a Scarlett Johansson. Se despiden mientras suena el
Just like honey
. Ella se gira una vez más para mirarle y él entra de nuevo en el taxi camino del aeropuerto. Es el final, sencillo pero perfecto, de
Lost in translation
.

Katia y Alex sonríen. Irene bosteza.

—¿Te ha gustado? —le pregunta el chico.

—Sí, mucho.

—Es la mejor película que ha hecho Scarlett.

—No he visto todas, pero sí, también me lo parece. Es una gran película. Te deja un sabor de boca muy bueno.

—Pues a mí me parece un poco plana y pesada —opina Irene.

—Si ya la habías visto y no te gustaba, ¿por qué te has quedado aquí viéndola otra vez?

La respuesta es sencilla. No va a dejarle solo con Katia. Seguro que, a la mínima posibilidad, la cantante se lanza a su cuello. Tiene muy claro que, después de la conversación que han mantenido las dos en la cocina, han comenzado las hostilidades. Y ella no va a dar ninguna ventaja.

—Porque me apetecía —responde malhumorada—. Y porque no tenía otra cosa mejor que hacer.

La chica del pelo rosa la mira y le sonríe. También sabe el motivo por el que no se quiere separar de su hermanastro estando ella allí. Ha empezado una especie de guerra entre ambas en la que el objetivo es Alex. Sin embargo, el escritor desconoce por completo lo que se está fraguando.

Katia se pone de pie y estira los brazos y las piernas.

—No me apetece nada coger el coche para volver a casa. ¡Qué pereza...!

—Se está haciendo ya de noche. ¿Por qué no te quedas a dormir aquí? —le propone el joven.

—No, es mucha molestia y...

—¡¿Qué molestia?! Si anoche nos quedamos nosotros en tu casa —indica Alex, con una gran sonrisa—. Anda, quédate.

Irene se muerde los labios y la lengua para no decir nada fuera de tono y meter la pata. Pero tiene unas ganas enormes de echar a Katia. Seguro que está tramando algo.

—Bueno, pues entonces me quedo. Si a ti no te parece mal... —responde Katia mirando a Irene.

—No, no. Por mí, quédate —comenta Irene, disimulando para que su hermanastro no se dé cuenta de cómo le ha sentado aquello.

—OK. Entonces me quedo a dormir. Pasaré la noche con vosotros.

—¡Genial!

—Sí, sí, genial... —repite Irene, entre dientes.

—Si queréis, preparo yo la cena para compensaros por vuestra amabilidad.

—Vale. Yo, mientras, me doy una ducha, que la necesito —señala Alex, que también se pone de pie.

—Claro. Tú, dúchate. Nosotras nos encargamos de todo.

—Yo tengo que hacer algo también. Así que tendrás que hacer la cena tú sola —indica Irene.

—Tú, con tal de librarte siempre... —protesta su hermanastro.

—¡Hey! ¿Quién fregó antes?

—No hablemos más de eso, que aún hay charcos de agua en la cocina.

La chica sonríe nerviosa.

—No te preocupes, yo preparo la cena sola. Ya sé dónde están todas las cosas.

—Vale, yo friego luego —apunta Alex.

—Y yo hago el café —añade Irene.

Y, mientras Katia se dirige a la cocina, los hermanastros suben a la planta de arriba.

—¿Sigues enfadado conmigo por lo del agua? —le pregunta Irene en la escalera.

—No. Fue una broma. Ya está olvidado.

—¿Ni tampoco por bostezar viendo tu película favorita?

—Eso tiene más delito —responde él con una de sus preciosas sonrisas—. Pero no te voy a obligar a que te guste
Lost in translation
.

Alex parece de buen humor. Seguro que es porque Katia se queda esa noche a dormir. Irene está convencida de que entre ellos puede surgir algo en cualquier momento. ¡Tiene que anticiparse! Ella tiene sus posibilidades: es guapa, sexy, lista, divertida... y ha cambiado. O eso ha intentado darle a entender a su hermanastro. Ahora es un poco más como a él le gustaría que fuera. Como Paula o como Katia. ¿Por qué no iba a querer nada con ella?

—Es una buena peli. Pero le falta algo.

—Para mí es perfecta.

Los chicos llegan arriba y Alex entra en su habitación para coger la ropa que va a ponerse después de la ducha. Irene le sigue y también entra en el cuarto. El joven la observa extrañado cuando esta cierra la puerta.

—¿Podemos hablar? —le pregunta, tímida y nerviosa.

—¿Ahora? Me voy a duchar.

—Es importante.

Alex percibe la tensión de Irene en sus ojos. ¿Qué le querrá decir para que esté de esa manera?

—Vale, hablemos. Me ducho luego.

—Gracias.

El chico se sienta en la cama. Su hermanastra se acerca hasta él y se acomoda a su lado.

—¿Qué es lo que pasa?

—¿No te lo imaginas?

Álex piensa un instante. Pero no recuerda nada de lo que tengan que hablar.

—No.

—¿No has notado nada en mí?

El chico la examina detenidamente, pero sigue sin darse cuenta de lo que le está hablando.

—¿Te has cambiado el color del pelo? Yo soy muy malo para esas cosas.

—No seas tonto. No me he cambiado el color del pelo.

—Ah, entonces no es eso.

—Claro que no.

—¿Qué es entonces?

Irene resopla. Está muy nerviosa. Como nunca. Jamás había pasado por un momento tan difícil. Ni siquiera cuando Alex la echó de su casa hace tres meses. Entonces ya le dijo que le quería, pero él no le dio importancia a aquellas palabras. Estaba tan enfadado que no consideró que lo que le decía era que se había enamorado de él. Las circunstancias ahora son distintas. Han cambiado mucho. Aunque sus sentimientos continúan siendo los mismos.

—¿Recuerdas lo que sucedió en marzo?

—Pasaron muchas cosas en marzo.

—Sí. Una de ellas fue que me vine a vivir aquí.

—Esa fue una de ellas.

—Otra que me echaste de casa.

—¿Vas a hablarme de eso ahora? No creo que sea el momento para...

—No, no quiero hablar de eso —le interrumpe, y coloca una mano en una de sus rodillas—. Lo pasé muy mal cuando sucedió todo aquello. No quiero recordarlo.

—Pero te vino bien. Has cambiado mucho desde entonces.

La chica sonríe. Poco a poco va avanzando hasta donde pretende.

—A eso quería llegar. Hace tres meses, tú y yo nos odiábamos.

—Bueno, no tanto.

—Pues yo sí te odié a ti. Pero era un odio... pasional.

—No entiendo qué quieres decir.

—Que te culpaba de todo, Alex: de que no me fuera bien y de que me mandaras a vivir con Mendizábal. Te odiaba... porque te quería.

El escritor se queda sin palabras cuando escucha a su hermanastra. Irene siente que es el momento de lanzarse.

—Sí. Te quería. Y tres meses después, te sigo queriendo. A pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros, estoy enamorada de ti.

Capítulo 92

Ese día de finales de junio, anocheciendo, en un hospital cercano a la ciudad.

El novio de la madre de Diana les ofrece un caramelo de limón. Mario y Cris le dan las gracias pero lo rechazan. El hombre guarda el paquete en un bolsillo del pantalón y se sienta junto a Débora. No hacen mala pareja. Casi tienen la misma edad, Diego un par de años más, y físicamente se complementan bastante bien. Aunque a Diana no le gusta demasiado. No se conocen mucho porque apenas han compartido una cena juntos, la de su presentación. Luego, varias conversaciones formales y nada más.

Todos continúan inquietos, especialmente Mario, que se muestra muy decaído y cabizbajo.

—Debes animarte —le susurra Cris.

—Ya lo sé. Pero es que tengo muchas ganas de verla y de que salga ya de aquí. Estoy muy preocupado.

—Es lógico que estés preocupado, pero Diana está en buenas manos —intenta tranquilizarle, sonriendo—. ¿Quieres que demos una vuelta por los alrededores del hospital a ver si te despejas un poco?

—No. No tengo ganas de andar. Además, con el pie así...

—Es verdad, tienes el tobillo mal. ¿Te duele mucho?

—Si no me muevo, no.

—Entonces es mejor que reposes.

—Si quieres, vete tú a dar una vuelta.

—No, no. Yo me quedo aquí contigo hasta que vengan Paula y Alan.

En ese instante, un médico entra en la sala de espera y camina hasta la zona donde los cuatro están sentados.

—Si quiere, ya puede entrar con otra persona a ver a su bija —le comenta a Débora.

—¿Sí? ¿De verdad? ¿Está bien?

—Un poco mareada, pero está consciente y quiere verla. También ha dicho que tiene muchas ganas de ver a Mario.

Cris, Débora y Diego miran al joven con una gran sonrisa. El chico, en cambio, enrojece y, muy nervioso, se levanta de la silla. La mujer también lo hace y juntos salen de la sala de espera.

—¿Es su novio? —pregunta Diego.

—¿Perdón?

—¿Es Mario el novio de Diana? —le repite Diego a Cristina, a la que le ha sorprendido que el hombre le pregunte algo así.

—Sí —responde en voz baja.

No sabe hasta dónde puede contarle. Le resulta bastante incómodo hablar de ese tipo de cosas a alguien que casi no conoce y que, además, es el novio de la madre de Diana.

—Parece un gran chaval.

—Sí, lo es.

—Y tiene cara de chico inteligente. Seguro que saca muy buenas notas.

—Es el mejor de la clase.

—¿Sí? ¡Vaya! Diana se lleva un buen partido, por lo que me cuentas.

Y, tras decir esto, suelta una gran carcajada. Luego se queda en silencio. Saca otra vez el paquete de caramelos y de nuevo le ofrece uno a Cris.

—No, muchas gracias.

—¿Quieres que te vaya a por un sándwich?

—No, de verdad.

—Venga, Cristina, te invito a algo. Que sé que no habéis comido casi nada hoy.

Está en lo cierto. Y, en realidad, sí que tiene hambre, pero no dinero.

—Bueno, si insiste.

El hombre esboza una gran sonrisa y se incorpora.

—¿Te gustan los sandwiches mixtos?

—Si.

—¿Con una Coca-Cola?

—Vale.

—Pues enseguida lo traigo. Espérame.

—Muchísimas gracias.

Diego sale de la habitación por la puerta de cristal, dejando allí sola a Cristina, un poco azorada. Unos treinta segundos más tarde, una madre con su hija entran en la sala de espera.

—¡Hola, Cris! —grita la mujer recién llegada al verla y le da dos besos—. ¿Qué haces aquí sola? ¿Dónde está Mario?

A la chica le cuesta reaccionar. Aquella señora es la madre de su amigo y de Miriam, que la acompaña. Esta, con los brazos cruzados y muy seria, ni la saluda. Su actitud no solo tiene que ver con lo que le ha sucedido a su amiga.

—Pues... ha ido a ver a Diana a la habitación. Se acaba de ir con Débora.

—¿Y el resto?

—Paula y Alan han ido a recoger nuestras cosas a la casa en la que estábamos pasando el fin de semana. Y el novio de Débora ha salido ahora mismo a por algo de comer.

—¿Cómo está Diana?

—Parece que bien. Le han hecho pruebas y pasará la noche aquí. Solo ha sido un susto —le cuenta la chica, obviando la parte referida al asunto de la comida.

—¡Menudo susto! Cuando nos llamó Mario hace un rato y nos dijo que estaba en el hospital..., ¡casi me da algo!

La mujer se sienta en una de las sillas de la sala de espera. Miriam se queda de pie. Todavía no ha dicho nada. Su madre, en cambio, continúa haciendo preguntas hasta que aparece otra vez Diego, que lleva en las manos un sandwich mixto y una lata de Coca-Cola que entrega a Cris. Esta los presenta y se coloca de pie junto a la mayor de las Sugus, que abandona la sala de espera excusándose con que va al baño. Cristina deja la comida y la bebida sobre una silla y la sigue.

—Miriam, ¡espera! —exclama ya en el pasillo.

Pero la chica no le hace caso y continúa caminando deprisa. Entra en el cuarto de baño y cierra la puerta. Cris se queda fuera, esperando. Quiere hablar con ella, hacer las paces, pedirle una vez más perdón. Lo necesita. Y espera que ella, aunque siga enfadada, también lo necesite. Las Sugus no pueden terminar de esa forma.

Diez minutos más tarde, Miriam abre la puerta del cuarto de baño. Cuando ve allí a la otra chica, se sorprende de que siga esperándola y amaga con meterse otra vez dentro. Pero Cris pone el pie y evita que cierre la puerta.

—Por favor, Miriam, habla conmigo.

—No tengo nada de qué hablar.

—Por favor.

—Cris, no me apetece hablar contigo.

—No lo hagas por mí, hazlo por el resto del grupo. Por favor, solo un minuto.

La mayor de las Sugus resopla y se sienta en un banco para dos personas que está en ese pasillo, pegado a la pared. Cristina se coloca a su lado.

—A ver, ¿qué quieres?

—Pedirte perdón una vez más. Estoy muy arrepentida de lo que he hecho. Lo siento.

—Has traicionado mi confianza y nuestra amistad.

—Lo sé, lo sé. Nunca lo debería haber hecho. Me equivoqué. Armando me gustaba y...

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