Read Saga Vanir - El libro de Jade Online
Authors: Lena Valenti
Un gruñido lo despertó de su falsa ilusión.
Tras él, un berserker intimidante de barba negra y pelo largo lo miraba con odio en sus profundos ojos verdes.
—Tú debes de ser Mikhail —dijo secamente.
Mikhail alargó sus incisivos y sus ojos se tornaron blancos y sanguinolentos. Intentaría luchar. Las uñas se le alargaron. Iba a atacarle cuando aquel berserker se le adelantó, dándole un puñetazo en plena mandíbula que lo hizo volar por los aires y chocar contra el tronco de un árbol. Después del aturdimiento, se dio cuenta de que no era un árbol, sino un tótem. Un tótem con la cabeza de un lobo mirando al frente.
El berserker lo agarró del cuello y lo alzó con una sola mano.
—Soy As, el padre de Jade y el abuelo de Aileen.
El rostro de Mikhail se contorsionó por el miedo. Aquellos ojos eran también los de la berserker que estaba emparejada con el vanirio.
—Bá... bájame. Te diré todo lo que necesites saber...
—¿Me devolverás a mi hija? —le apretó más del pescuezo. —¿Dónde está Aileen?
—No... no lo sé. Se la llevó Sam... ael. Tú hija... Yo... yo no quería.
—No creas ni por un momento que quiero escuchar tus explicaciones. Sólo me he presentado para que te lleves al infierno el nombre del hombre que acabó con tu mísera vida. Esto es por Jade.
Mikhail gritó y pataleó intentando liberarse de aquel amarre.
As alzó el brazo con su hacha de guerra y sesgó de un único movimiento el tronco de Mikhail. Mikhail abrió mucho los ojos y miró hacia abajo. Ya no tenía piernas. Aquel berserker le había cortado medio cuerpo por debajo del ombligo y ahora sangraba como una cascada.
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—No me importa nada de lo que me cuentes. Mírame bien a los ojos — le ordenó As.
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Mikhail en sus últimos segundos de vida perdió todo el orgullo y miró suplicando a As.
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—Os vamos a dar caza a todos. Sectas, sociedades, lobeznos y vampiros. Os encontraremos y os
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devolveremos al agujero podrido del que nunca debisteis de haber salido. Habéis empezado una
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guerra. Ateneos a las consecuencias. Esto, por Aileen.
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Lanzó el cuerpo de Mikhail al cielo y cuando cayó y estuvo a su altura le cortó la cabeza,
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haciendo un movimiento con sus brazos digno del mejor bateador de la Historia.
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As miró el cuerpo descuartizado de Mikhail y luego buscó a Adam con la mirada. Asintió con la
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cabeza y se unió a la matanza que iba a favor de los berserkers desde que había empezado.
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Caleb corrió y placó a Dubv y Fynbar que ahora protegían a Samael. Su fuerza se había multiplicado, la rabia lo alimentaba.
Dubv y Fynbar se levantaron algo aturdidos, pero ni así pudieron parar el torrente de golpes que caían sobre ellos, y sólo venían de Caleb.
En uno de esos golpes Caleb golpeó el pecho de Dubv y lo dejó sin respiración. Dirigió dos dedos a su cara y le vació los ojos.
El vanirio gritó de dolor y se llevó las manos a la cara.
Fynbar lo atacó por detrás, pero Caleb se apartó y detuvo la muñeca que empuñaba una daga. Le dio un codazo en la cara y le partió la nariz al tiempo que le quitaba la daga a Fynbar y daba un salto seguidamente para acabar clavándosela en el centro del pecho y con el impulso de la caída rajarlo de arriba a abajo. Caleb se incorporó, introdujo una mano dentro de su pecho y le arrancó
el corazón.
Fynbar murió en el acto.
Dubv seguía convulsionando de dolor. Caleb se plantó enfrente de él. De un golpe seco introdujo la mano en el interior de su pecho, traspasó las costillas y llegó hasta la columna. Tiró de ella hasta que se la partió, quedándose con un trozo en la mano. Lo tiró sin inmutarse. Samael intentaba abrir la compuerta con la contraseña. Pero alguien la había cambiado. Alguien misericordioso, pensó Caleb.
Samael ponía ahora un dispositivo en la compuerta. La haría volar en pedazos. Caleb lo cogió por la camiseta negra y lo echó hacia atrás.
—¿Cómo cono estás aquí? ¿Cómo lo sabían...? —su rostro transformado por el odio y la confusión.
—¿Dónde está Aileen? —Caleb con su melena suelta, sus colmillos alargados, los ojos casi completamente negros y su cuerpo sudoroso desprendía un aura de poder a su alrededor difícil de ignorar.
—Te han dado un estimulante —susurró entre dientes.
Caleb gritó y lo cogió de una pierna, pero Samael lo golpeó con la otra libre. Sacó su daga y se dirigió hacia el vanirio.
—Voy a arrancártelo todo —le espetó Samael. —Tu novia está buena y sabe muy bien. La haré
mía, se volverá como yo. Y tú no vas a poder ver todas las cosas que quiero hacerle a su cuerpecito.
Caleb lo escuchaba sin inmutarse. Nada de lo que le decía Samael le importaba. Él tenía un
objetivo y era descubrir el paradero de Aileen. Por ahora sabía que estaba viva.
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—Le voy a cortar ese tatuaje que os han regalado los dioses. Jade es para mí.
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—Has enloquecido, Samael. Jade te odiaba y nunca se fijó en ti. A Aileen le das asco y déjame
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decirte que estás lejos de complacerle.
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Se impulsó hacia atrás y lo golpeó con las dos piernas juntas. Samael voló hacia atrás pero Caleb
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fue hacia él. Arrinconó el cuerpo de Samael contra la pared y le puso el antebrazo en la garganta.
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—Mira a tu alrededor, vampiro —Caleb juntó su nariz a la suya. —Has perdido. Nadie de los
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tuyos está en pie.
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Samael hizo caso a Caleb. Berserkers y centinelas vanirios procedentes de los túneles se
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hallaban de pie, mirando aquella pelea personal entre ambos. Cahal y Menw se situaban enfrente
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de la compuerta por si acaso.
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Samael se echó a reír presa del histerismo.
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—¿Qué crees que solucionas matándome? Esto no ha acabado. Seth y Lucio, incluso Hummus y Strike, los berserkers. Todos buscamos lo mismo. Todos queremos el poder. Esto no ha hecho nada más que empezar. Y son muchos los humanos que les apoyan. Humanos poderosos, Caleb. Yo quiero la sangre de los híbridos para salir al sol. Lucio y Seth querrán otra cosa, pero el objetivo es el mismo. Quieren el control de este mundo. Loki está de nuestra parte.
— No te preocupes, Samael. Tú no podrás ver lo que les vamos a hacer a ellos cuando les encontremos. Porque te aseguro que vamos a dar con ellos.
—¿Por qué insistes en proteger a la humanidad? La humanidad debería servirnos a nosotros. Somos hijos de los dioses ¿Recuerdas?
—Y llegará un día en que los humanos también lo sean y se reconozcan por ello. Pero mientras tanto alguien tiene que velar por ellos.
—Tú desde luego no. Aileen morirá, tú te volverás loco y te convertirás. Loki se encargará del resto.
—¿Dónde está Aileen?
—Jódete, Caleb. Se está muriendo.
—¿Dónde está?..
—Seguro que está húmeda y pasando mucho frío... —rió como un demonio. Era un demonio. Caleb le apretó el cuello con el antebrazo. Cogió su daga y le abrió la garganta con ella. Samael se llevó las manos al cuello para detener la sangre, pero Caleb ya deslizaba la daga por sus huevos y se los clavaba vaciándoselos. Samael ya no sabía dónde taponar. Cayó de rodillas. Caleb, fríamente, lo levantó de nuevo. Samael temblaba y se había meado encima. Con su mano atravesó el pecho del vanirio y le arrancó el corazón. Le mostró el órgano latiente a Samael. Se lo puso enfrente de sus ojos.
—Mira, ¿ves? Es tu corazón —le susurró en el oído. —Voy a encontrar a Aileen. La curaré y los vanirios y los berserkers nos encargaremos de proteger a todo aquello que los vampiros y los lobeznos reclaméis. No os vamos a dar cuartel. Te quedan pocos segundos de vida y tu piel ya arde como la de un vampiro. Thor fue mejor que tú en todo. Thor se llevó a la mujer que tú creías que querías porque él simplemente le pertenecía. Thor tuvo una hija que es una bendición para ambas razas. Y él traerá una paz que tú nunca pudiste conseguir. Ahora... vete al infierno, Samael. Caleb reventó el corazón de Samael en su propia mano. Se dio media vuelta y se dirigió a la compuerta.
—¿Cuál es la contraseña, ahora?
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Preguntó a sus amigos. Menw la abrió, mirando a Caleb con respeto.
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Parecía no haber nadie.
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—¿Hola? —preguntó Caleb.
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—¿Caleb? — era la voz de Daanna.
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De entre la oscuridad apareció Daanna con su melena negra y los ojos almendrados claros y
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azules. Llevaba en brazos a un vanirio de ojos de color miel y pelo rubio, de tres años. Sus colmillos
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se habían alargado por el miedo y parecía que se acababa de despertar.
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Tenía cogido de la mano a una niña de ojos negros y enormes y pelo rizado de siete años.
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Detrás de ella tres pequeños más la secundaban.
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—¿Te hacías cargo de ellos? —preguntó Caleb acongojado.
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Daanna asintió y se fundió en un abrazo con su hermano.
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—Bratháir —sollozó.
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—Entonces no podían estar más seguros —la besó en la coronilla. —¿Y Aileen?
—Voy en su busca —la besó en la mejilla y desapareció de allí. —Nosotros también la buscaremos, bratháir —exclamó Daanna.
Surcando el cielo que de nuevo volvía a nublarse, algo característico de las
highlands
, Caleb se dejaba guiar por la intuición. Enviaba empujones mentales a Aileen, pero nadie le respondía. Debía obligarla a reaccionar, a despertarse para que hablara con él. La resistencia era mínima, pero ahí
estaba, y eso le impedía internarse en sus pensamientos.
El nudo perenne le picaba. Sintió que debía de ser como un radar, algo que le indicaba si su pareja estaba o no cerca.
Miró hacia abajo. Playas y rocas dibujaban la costa inglesa. Hacía mala mar.
Está húmeda y tendrá frío
, eso le había dicho Samael.
—Aileen, háblame.
Centró todas sus fuerzas en derribar esa defensa mental que ella había creado para protegerse de él. Aileen sentiría la intromisión fuerte y dolorosa. Él lo podría haber hecho antes, pero no podía defraudarla de nuevo. Sin embargo, ahora, con su joven vida en peligro, no iba a tener piedad.
Mientras se concentraba en hacer estallar sus defensas seguía mirando pensativo la costa. El nudo le quemaba cada vez más y parecía que... No... Se estaba desvaneciendo... Algo en su corazón se resquebrajó y entonces descendió hasta la playa. Se silenció y se concentró en los sonidos que le envolvían. A lo lejos unas gaviotas, las olas chocando contra las rocas, los peces chapoteando en la superficie, el viento meciendo el mar, un cangrejo caminando por las rocas e introduciéndose en una gruta... Silencio.
Bum.
Un latido lento y candente. Un latido sin apenas vida, pero que luchaba por bombear en un cuerpo maltratado. Volvió a silenciarse temeroso de sólo habérselo imaginado.
Bum, bum.
Era un latido, no había duda. Un latido humano. Inhaló profundamente y percibió ligeramente un olor a fresa... A pastel que en vez de recién horneado se estaba quedando frío y seco. Se internó en una gruta. De allí venía el corazón. El agua estaba inundando la cueva y, flotando en el interior, un cuerpo de piel pálida y camisón de color borgoña chocaba contra las rocas cada
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vez que entraba una nueva ola.
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Caleb corrió como un lobo desesperado y sacó el cuerpo inerte de Aileen del agua.
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—Dios mío... Aileen... mo chailin... —la abrazó y la meció como a un bebé.
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Puso una mano sobre su frente y se internó en su cabeza.
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—Aileen... Sé que estás ahí, princesa. No te rindas. Lucha por mí. Por los dos. Sé que me
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escuchas —la sacó de la gruta y voló con ella por los cielos, a sabiendas que cada segundo que
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corría en el reloj era un segundo menos de vida para ella.
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CAPÍTULO 28
TRES DÍAS. Tres días sin que Aileen reaccionara. Ruth, María y Gabriel cuidaban de ella por la mañana. Daanna, Menw y Cahal lo hacían de noche.
Su abuelo y los berserkers la visitaban a diario y siempre se iban tristes y cabizbajos al ver que la joven no mejoraba.
Caleb descansaba en la habitación contigua, Menw se encargaba de darles alimento intravenoso, pero ambos sabían que Aileen estaba en algún lugar mucho más tranquilo y debía de haber algo fuerte que la trajera de vuelta. Permanecía más de setenta y dos horas en coma profundo.
Caleb ordenó, antes de sumirse en un sueño profundo, que le extrajeran toda la sangre que pudieran para dársela a ella. No dormía. No lo hacía desde que los cogieron a los dos y los llevaron a su casa para cuidarlos.
Caleb permanecía el día en horizontal, con los ojos cerrados, a oscuras —ya que sin que Aileen le alimentara no podría soportar de nuevo el sol— y no hablaba con nadie. Ni siquiera con Menw, que se encargaba de limpiar y desinfectar las heridas y de extraerle la sangre. En su habitación, Caleb intentaba como siempre darle fuerzas a Aileen. Hablaba con ella de todo, hacía tres días que había derribado sus barreras bruscamente en Tintaghel y ella no tenía fuerzas para resistirse. Sabía que su cáraid estaría perdida, levitando entre este y el otro mundo, y él sería su ancla para que volviera.
Le contaba todo lo que él había visto desde su transformación, cómo era antes de que los dioses acudieran a ellos en Stonehenge. Le contó como hacía enfadar a su hermana cuando eran niños y cómo ella lo hacía rabiar a él.
Le explicó cómo se sintió la primera vez que la vio a través del cristal de su casa de Barcelona. Lo arrepentido que estaba de haberla tratado tan mal. Lo arrepentido que estaba de no haberse abierto a ella como se merecía.