Recesión.
Depresión.
Represión.
Uses la palabra que uses, el tamaño del pastel se ha reducido y los cuchillos están listos. (Véase el vídeo.) Paro, despidos, el mercado se autorregula. Las empresas se vuelven más eficientes y el cartel de Baja está en el filo. Vaya por Dios.
—¿Cómo te parece que deberíamos responder? —pregunta Ben en la sesión por Skype.
—Acercándonos al mundo mexicano.
—La violencia no es la respuesta, necesariamente —contesta Ben.
«La no violencia tampoco es la respuesta, necesariamente —piensa Chon, mientras observa al presidente saliente, alias
la Marioneta
, que saluda con la mano y se sube al helicóptero—. Predisposición a la violencia; mi propia predisposición a la violencia.» La última vez que alguien intentó imponer algo por la fuerza a Ben y Chonny fue cuando una pandilla de motoristas escogieron a uno de sus minoristas y lo mataron a golpes con un desmontador de neumáticos, para advertir a Ben y Chon que no podían seguir vendiendo al por menor en la periferia de San Diego.
Ben —para variar— estaba haciendo el bien en alguna parte, de modo que Chon se encargó de resolver la cuestión.
Retrospectiva: Chon circula por la interestatal 5 en su Pony negro clásico modelo 1966 en dirección a San Diego.
En el asiento trasero duerme bajo una manta una escopeta Remington modelo 870 SPS de repetición manual, calibre 12, con cargador sintético y empuñadura de caucho, que «perfecciona la tecnología para cazar ciervos a mayores alcances y grupos más reducidos de lo que había sido posible hasta ahora».
En aquel preciso instante, el arma descansa antes de la importante reunión de negocios.
A Chon le gustan las reuniones cortas.
Lo aprendió en un libro:
Cosas que no te enseñan en la Escuela de Administración de la Universidad de Harvard
.
Cuanto más breve la reunión, mejor.
Conduce hasta Dago, localiza la casa de Golden Hill que está buscando y aparca en la calle. Despierta a la escopeta —«Hemos llegado»—, cruza la calle y llama a la puerta.
La abre el Desmontador de Neumáticos, un cabronazo peludo de anchas espaldas velludas que asoman bajo la camiseta sin mangas.
Chon le apunta la escopeta a la garganta y aprieta el gatillo.
La cabeza del tío se desparrama.
Qué gracia.
Eso es algo que no enseñan en la Escuela de Administración de la Universidad de Harvard.
«Los salvajes y cómo tratarlos.» A base de salvajadas.
Chon sigue en la modalidad retrospectiva.
Regresa a Tuna.
Etimología:
(Por cierto, a Chon le gusta mucho la palabra «etimología», que procede del griego y significa «estudio del origen de las palabras». ¡Vaya!) Laguna rima con Tuna.
Se esconde con un arsenal alucinante y advierte a O. que no aparezca por allí hasta que la pandilla de motoristas haya reaccionado, cosa que no hacen.
No vuelve a tener noticias de ellos, aunque a través del «sistema de comunicaciones californiano mediante bongós» se entera de que han decidido abrirse del negocio de la hierba y concentrar sus esfuerzos en la meta.
Una decisión comercial muy sensata.
No conviene expandirse horizontalmente hasta que uno no ha alcanzado la máxima capacidad vertical.
Además, antes de joder a alguien, conviene saber exactamente a quién estás jodiendo y, cuando lo has averiguado, es preferible abstenerse.
«No jodas a nadie.» Éste es uno de los principios básicos de la filosofía personal y también empresarial de Ben.
Él se describe a sí mismo como un «mal budista», porque a veces come carne, se enfada, casi nunca medita y recurre —sin duda— a sustancias que alteran la conciencia. Sin embargo, está totalmente a favor de los principios básicos del budismo, como «No hagas daño a nadie», que Ben expresa como «No jodas a nadie».
No cree que el Dalai Lama tenga nada que objetar.
Aparte de los depósitos que acumulan intereses en el banco del karma, ha resultado ser una estrategia comercial muy productiva, la esencia misma de la provechosa marca de Ben y Chonny.
Es una marca con todas las de la ley.
Uno puede incorporarse a B & C como cliente o como socio vendedor, pero siempre sabe exactamente lo que recibe.
Como cliente, la mejor hierba de cultivo hidropónico, inmejorable, segura, orgánica, de primera y a un precio razonable.
Como socio vendedor, un producto espléndido que se vende solo, participación en las ganancias, unas condiciones de trabajo excelentes, atención diurna y asistencia sanitaria.
Pues sí, asistencia sanitaria, garantizada a través de la empresa de Ben, que se dedica al comercio electrónico de artesanías del Tercer Mundo, hechas por mujeres del Tercer Mundo.
Es que Ben es partidario de la creencia budista de lograr una «vida justa», que combina muy bien con el adoctrinamiento socialista que recibió durante su infancia y su sentido empresarial en cierto modo reaganita.
No va con Ben la integración rígida, vertical y verticalista del cartel de Baja. B & C —el signo «&» lo dice todo, según Ben— tiene una seudoestructura horizontal flexible, hacia fuera —el dinero no sube disparado para dejar caer después algunas gotas, sino que fluye hacia fuera—, que permite la máxima libertad y creatividad.
Según la lógica de Ben al respecto, puesto que resulta imposible organizar a los vendedores de maría —por motivos que probablemente resultan obvios—, ¿para qué intentar reunir a los gatos en manadas (apaciguarlos), cuando les gusta más ir a cada uno por libre? De modo que...
¿Quieres vender chocolate? Cojonudo. ¿No quieres vender chocolate? Cojonudo. ¿Quieres vender mucho? Cojonudo. ¿Quieres vender poco? Cojonudo. ¿Quieres permiso de maternidad? Cojonudo. ¿Quieres permiso de paternidad? Cojonudo. Cada uno fija sus propios objetivos, establece su propio presupuesto y determina su propio salario y está todo bien. Cada uno encarga la cantidad que quiere al buque nodriza y después hace lo que le da la gana.
Esta filosofía tan sencilla, junto con el esmero que pone en cultivar un producto de primera, ha convertido a Ben en un joven muy rico.
Es el rey de la hierba de cultivo hidropónico.
El rey de lo cojonudo.
Algunos críticos —entre ellos, el propio Ben— opinan que Ben puede ser Ben, porque Chon es Chon.
Ben reconoce su propia hipocresía en esta cuestión.
(Él es muy consciente de sí mismo y autoanalítico. No olvidemos a sus padres.) Él y Chon le han puesto nombre: «hidrocresía».
Resulta muy evidente: Ben se esfuerza por ser no violento y honesto en un negocio que es violento y deshonesto.
—No debería ser así —argumenta Ben.
—Pero así es como es —contesta Chon.
—Pero no debería serlo.
—De acuerdo. ¿Y qué?
La cuestión es que Ben se ha encargado de eliminar el 99
%
de la violencia y la deshonestidad del negocio, pero el 1% restante es... cuestión de Chon.
Ben no tiene por qué saber lo que no tiene por qué saber.
—Tú vienes a ser como el público estadounidense —le dice Chon.
Chon tiene mucha experiencia al respecto.
Mueren tíos en Iraq y en Afganistán y los titulares de los periódicos hablan de Anna Nicole Smith.
¿De quién?
Pues sí.
Ben mira la CNN en el aeropuerto en su viaje de regreso del Congo Bongo.
Etimología:
Lo atraviesa el río Congo.
Solían llamarlo «el Congo belga».
Es una verdadera locura.
Más conocida como la República Democrática del Congo.
¿Y qué hacía allí Ben, el mal budista?
Financiar clínicas de psicoterapia para personas que han sufrido violaciones: mujeres traumatizadas que han sido víctimas de violaciones múltiples y a menudo mutiladas, primero por los soldados rebeldes y después por los soldados que habían sido enviados para protegerlas de la primera partida de soldados; por eso, Verde Que Te Quiero Verde emite cheques para pagar clínicas y asesores sanitarios, para hacer pruebas de embarazo y ETS y —no te lo pierdas— para pagar a instructores que vayan a hablar con los soldados y organicen talleres para enseñarles que la violación y la mutilación... Vamos, que eso no está bien.
Ben cambia otra vez el asiento de plástico por la taza de porcelana del lavabo de hombres, porque regresa del Congo con algo más que la habitual congoja por el Tercer Mundo. Francamente, espera que no sea disentería otra vez.
Se sienta a lo Lutero en el váter y, de hecho, se (re) plantea su propia teología, porque, si bien como budista (aunque sea malo) sabe que a los hombres que violan y mutilan mujeres hay que reeducarlos para que no lo sigan haciendo, también siente el impulso de que lo más efectivo sería, simplemente, matar a tiros a todos aquellos hijos de puta.
Sabe —siempre autoanalítico— que hay algo más. Puede que sólo sea porque está enfermo y cansado, aunque últimamente está harto de casi todo. Siente hastío, depresión y desorientación. Siente que su vida no tiene sentido, tal vez porque: si cavas un pozo en Sudán, vienen los
janjaweed
y matan a la gente de todos modos; si compras mosquiteras, los niños que salvas, cuando crecen, violan a las mujeres; si estableces una industria artesanal en Myanmar, el ejército se apodera de ella y esclaviza a las mujeres...
Ben empieza a temer que esté a punto de compartir la opinión que tiene Chon sobre la especie humana: que las personas son fundamentalmente una mierda.
«Y ahora esto», piensa Ben.
Regresa a la sala de espera de primera clase y pide una tisana.
El cartel de Baja emite vídeos con atrocidades como herramienta comercial en el sector de la marihuana, hasta entonces (relativamente) pacifista.
Estupendo.
Y ahora, ¿qué?
No quiere ni pensarlo.
«Pero tendrás que hacerlo —se dice a sí mismo—, porque vas a tener que reaccionar.» Chon tiene una respuesta en la cabeza (en realidad, en la mano), pero en verdad es imposible que derroten al cartel de Baja. Además, aunque pudieran hacerlo, Ben no está seguro de querer intentarlo.
En realidad, Ben no está seguro de nada en aquel momento.
Oye que anuncian su vuelo.
Ante la amenaza de que la echen de casa y/o de que le pongan límites a su tarjeta de platino, O. acepta compartir una sesión de entrenamiento de vida con Rupa. Eleanor acude a su casa.
—¿Con ella es como con Domino's? —pregunta O. a Rupa—. Si no te ofrece una vida nueva en veinte minutos, ¿te sale gratis?
—Ya está bien.
O. se sienta junto a Rupa en el sofá, mientras Eleanor —lleva una blusa de seda azul lavanda intenso que destaca su cabello plateado— les va pasando unas fichas y dice:
—El tres es un número muy poderoso en nuestra cultura y en nuestra psique colectiva, de modo que vamos a usar el poder del tres para aumentar nuestro poder personal.
—Además, nosotras somos tres —advierte O.
—¡Qué perspicaz, Ophelia! —dice Eleanor.
O. hace una mueca y Eleanor continúa:
—La diferencia entre un objetivo y un sueño es el plan de acción, de modo que quiero que escribáis en estas tarjetas tres cosas que os hayáis propuesto conseguir hoy y los tres pasos que daréis hoy para lograr cada una de ellas.
Rupa escribe lo siguiente:
«Fortalecerme físicamente.»
«Avanzar para llegar a ser entrenadora de vida.»
«Preparar una comida que me nutra física y espiritualmente.»
O. escribe:
«Tener un orgasmo múltiple alucinante.»
—He dicho «tres cosas» —dice Eleanor.
—Si sale bien, serán tres —responde O.
Sin embargo, Eleanor es dura de pelar. Si fuera floja, no cobraría los doscientos cincuenta dólares por hora que recibe de un puñado de mujeres trofeo pijas y hastiadas de la vida. Clava la mirada en O. y le pregunta:
—¿Y qué pasos posibles darás para alcanzar tu objetivo?
O. asiente con la cabeza y lee:
—Agregar pilas C a la lista de la compra de mamá, reservar algo de tiempo para mí y pensar en el chaval de la piscina.
Van a buscar a Ben al aeropuerto John Wayne.
Según Chon, es imposible que no te guste un aeropuerto bautizado con el nombre de un
cowboy
insumiso, un héroe de guerra de película que convirtió su amaneramiento patituerto en el sello característico de un
macho
que era una máquina de ganar dinero. En aquella época, se compró medio sur del Condado de Orange, prácticamente era el dueño de la playa de Newport y venía a ser como si «A la mierda el cine: lo que deja dinero es la propiedad inmobiliaria».
Vaya por Dios.
Todos aquellos tíos —Wayne, Hope, Crosby— compraron grandes trozos del sueño californiano —la playa de Newport, Palm Springs, Del Mar— y lo vendieron como vendían sus fantasías del celuloide. El sol, la vela y el golf.
Mucho golf.
Martinis en el
green
, chistes maliciosos entre ellos, prostitutas de mil dólares esperándolos en los carritos, se apostaban mamadas a
birdies, bogeys
, lo que fuera, tío blanco rico a que mi pequeña polla no es tan pequeña como tu pajarito de porquería. Pon la bola en el
green
, en el
green
, en el
green, green, green
.
Para los perdedores, los
búnkers
.
Iraq. Istanlandia.
¿Qué palo usan para salir de los
búnkers
? ¿El
wedge
? Chon no lo sabe. Pues sí, eso estaría bien: que estuvieras en Istán y pudieras pedirle a tu
caddie
que te diera tu fiel
wedge
y, con un
swing
suave, pudieras marcharte al
green
.
Martinis y mamadas para todo el mundo, tío.
Él y Ben fueron a jugar al golf una vez. Llegaron con el Pony hasta Torrey Pines, se colocaron con
speed
e hicieron algo así como nueve hoyos en siete minutos y medio, dándole a la bola como si fueran cosacos aporreando cabezas. No reponían en su sitio los terrones de tierra que arrancaban —fueron muchos—, sino que corrían de un golpe a otro, como si esquivaran los disparos de un francotirador. Caían al suelo y rodaban, se ponían de pie y tiraban, hasta que un encargado de mantenimiento enfurecido los echó con cajas destempladas.